jueves, mayo 20, 2010

MARTI: CUBA NO ESTA SOLA

Compatriotas cubanos
Hermanos salvadoreños
Hermanos latinoamericanos y caribeños
Bienvenidos a esta nueva noche martiana en San Salvador. Nadie como él lo diría con síntesis más brillante: “se ponen de pie los pueblos y se saludan”. Y debe ser así porque los que nos hemos concitado en este Centro Cultural venimos a abrazarnos, a saludarnos y a recordar la siembra que ocurrió a media mañana del 19 de mayo de 1895 en la confluencia de los ríos Cauto y Contramaestre, en el oriente cubano.
Largo sería evocar esa historia gloriosa y la epopeya de los patriotas cubanos semidesnudos, que alzaban sus afilados machetes y fusiles, y volaban sus sombreros al aire para aclamar como mayor general del Ejército Libertador y Presidente de la República en Armas al Apóstol y Delegado del entonces también único Partido Revolucionario Cubano.
Pocas vidas son tan útiles a su pueblo y a la humanidad entera que la azarosa y recta vivida por José Martí, quien a los 42 años de edad, ya había irradiado luz suficiente como para iluminar dos siglos de historia de su Patria y de Su América, la Nuestra.
Durante años el patriota, pensador y artista íntegro que fue, nos lo redujeron al poeta vanguardista y al periodista elocuente (que sin dudas fue además y en demasía), podándolo (y despojándolo) de su brillante intelecto político, de su profundidad acuciosa para interpretar la época en que vivió, describir el doloroso y horrible parto del Imperio norteamericano y alertarnos a nosotros, los que aún no imaginábamos nacer, del porvenir aciago que podría asecharnos si la independencia verdadera y definitiva de la América española no se coronaba frente a la voracidad irrefrenable de la América anglosajona y sus oligarcas parásitos.
Pero al invocar a Martí en nuestro tiempo, no cometemos los cubanos el mismo error de los iluministas europeos que se escudaban en el pasado para representar la próxima página de la historia. No parodiamos las situaciones revolucionarias del pasado. Y aunque hacemos nuestra propia historia bajo las circunstancias que nos son impuestas y no las elegidas, reverenciamos las claves del ayer como nuestra puerta al futuro.
En Cuba, esas claves para entender lo cubano, para despertar en nosotros el sentido de identidad, nación, patria y humanidad, para mantener el rumbo en las peores tormentas, y para hacernos responsables de la libertad y la justicia conquistadas, nos las da José Martí. En su poesía hay una pieza esencial en la que radica la tesis de moral y dignidad que constituye la columna vertebral de la ideología cubana. Me refiero al poema Yugo y estrella.
Al nacer, la madre ofrece al hijo dos opciones vitales: la vida del buey, que se amansa, obedece y sirve a los señores, goza de rica y ancha avena y anda cabizbajo rumiando su tiempo bajo el peso del yugo; y la vida de la estrella, que ciega, ilumina y mata, de la que huyen pecadores y traidores, genera incomprensión, pero vive solitaria y pura en la frente del que se la ciñe. El hijo elige de la manera única posible que podría hacerlo alguien cuya libertad e independencia han sido cercenada:
–Dame el yugo, oh, mi madre, de manera
Que puesto en el de pie, luzca en mi frente
Mejor la estrella que ilumina y mata

Esa opción martiana fue la misma que hicimos los cubanos hace 51 años, convencidos de que:
El que la estrella sin temor se ciñe,
Como que crea, crece!
No sospechábamos entonces que esa opción nos convertía en faro y bandera, y que nuestra tenaz resistencia a todo intento de reducirnos nuevamente a la condición de buey, a la zaga de la herencia colonial española y de la carreta neocolonial de los Estados Unidos en la que entonces viajaban todos nuestros pueblos, nos transformaría, con el paso de los años, en una misma estrella.
Por ello, cuando asistimos a la más feroz campaña de descrédito que se ha lanzado jamás en la historia contra pueblo alguno, no exagero si les digo que estamos siendo testigos de un esfuerzo descomunal por apagar esa estrella que hoy se muestra como camino para millones de personas y decenas de países.
Los esfuerzos empezaron bien temprano, a raíz del propio triunfo revolucionario, cuando emisoras de radio instaladas por la CIA en el sur de la Florida y en Centroamérica comenzaron a realizar transmisiones para denostar al joven poder revolucionario establecido, alentar la traición, la deserción, el odio, la emigración salvaje, la disensión interna, el terrorismo.
Nunca antes, ni en los tiempos de Goebbels y la Alemania nazi, y ni siquiera en la era macartista, durante la peor guerra fría, se emplearon tantos esfuerzos para derrumbar un poder genuino, nacido de las entrañas de nuestra propia tierra y popularmente constituido. Jamás las transmisiones de la Voz de las Américas, Radio Libertad y Radio Europa Libre lanzaron contra la Unión Soviética, Europa del Este o China la agresión radioelectrónica de que es objeto Cuba.
En la era de los omnímodos poderes mediáticos, cuando la comunicación de masas se ha globalizado y el discurso y el pensamiento único son impuestos al mundo hasta la saciedad, esa agresión adquiere ribetes dramáticos: contra Cuba se transmiten hoy más de tres mil horas semanales de radio y televisión. Las megacorporaciones y grupos mediáticos, como AOL Time Wagner, los grupos América, Clarín y el español Prisa, que dominan cientos de canales de televisión, emisoras de radio, publicaciones periódicas y casas editoriales, martillan a diario a los habitantes de nuestro planeta con la cantaleta de la cabrona islita del Caribe dominada por una dictadura totalitaria que viola masivamente los derechos humanos de un pueblo dócil y vencido, que no quiere escuchar de cordura ni ser “políticamente correcto”.
Es el mismo repugnante discurso del editorialista del The Manufacturer, que Martí desafía en 1889 y al que azota con inolvidables estocadas:
No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio, que, justo con los demás pueblos de la América española, suelen pintar viajeros soberbios y escritores. Hemos sufrido impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes para ser libres; estamos atravesando aquel período de reposo turbulento, lleno de gérmenes de revuelta, que sigue naturalmente a un período de acción excesiva y desgraciada; tenemos que batallar como vencidos contra un opresor que nos priva de medios de vivir, y favorece, en la capital hermosa que visita al extranjero, en el interior del país, donde la presa se escapa de su garra, el imperio de una corrupción tal que llegue a envenenarnos en la sangre las fuerzas necesarias para conquistar la libertad. Merecemos en la hora de nuestro infortunio, el respeto de los que no nos ayudaron cuando quisimos sacudirlo.
No hay que esforzarse para pensar que lo explicado sea propaganda “castrocomunista”. Los propios documentos desclasificados del Gobierno de los Estados Unidos los delatan: “Desatar una poderosa ofensiva propagandística”. “Fabricar una oposición, financiarla, dirigirla y apoyarla”. “Provocar hambre, enfermedades y desesperación para que el pueblo se levante contra el Gobierno y lo derroque”.
Y como el fracaso más rotundo ha coronado los esfuerzos y las millonarias sumas de dinero invertidas, se han visto obligados a reconocer amargas verdades:

Una, expresada por el propio presidente Barack Obama en la pasada Cumbre de las Américas: “la política hacia Cuba de los últimos cincuenta años ha sido un completo fracaso”.
Y la otra, expuesta hace unas semanas por el senador John Kerry, tras concluir las investigaciones sobre el desempeño de los principales medios de propaganda del Gobierno de Estados Unidos contra Cuba, que para colmo de cinismo, usurpan el limpio nombre de José Martí: "Tras 18 años, Radio y TV Martí fallaron en penetrar de manera sensible en la sociedad cubana o influenciar al gobierno cubano".
Del mismo modo, cincuenta años de mentiras no fueron suficientes para envenenar la inteligencia del noble pueblo salvadoreño, y no podrán cercenar los sueños, ni ocultar las verdades. Ya lo dijo el mayor de todos nosotros: “Una idea justa desde el fondo de una cueva puede más que un ejército”.
Pero al reflexionar a propósito de lo que a diario escuchamos en los medios, cabría preguntarse:
¿Contra quiénes se vira el periódico que ofrece sus páginas a terroristas disfrazados de poetas y escritores”
¿Contra quiénes se vuelven los medios que acogen desde sus autoexilios dorados las firmas de traidores a su propio pueblo?
¿Contra quiénes se levantan aquellos que buscan y pagan para que vulgares asesinos con pretéritos méritos vistan de ropajes de dudosa credibilidad sus diatribas contra Cuba?
¿Será todo esto contra Cuba, o contra la idea que Cuba representa y otros siguen?
¿Será solo contra los tozudos (o tenaces) cubanos?
¿Será por aquello que dijo el poeta Silvio Rodríguez, respecto a la necedad de asumir al enemigo y vivir sin tener precio?
No insisto con otras preguntas. Confío en la inteligencia de todos. Confío en la fuerza de la verdad y las ideas; confío en la justeza del legado que heredamos y cargamos a través del tiempo como prenda sagrada que viaja de generación en generación como si fuera el hilo de la vida.
Y les pido también que confíen en nosotros, los cubanos; en nuestro afán por hacer de nuestra Revolución ayer, hoy y siempre una obra de belleza y de justicia, elegida y construida por hombres y mujeres libres; en nuestro empeño por cambiar todo lo que deba y pueda ser cambiado; pero hacerlo nosotros, sin que nadie lo ordene o lo imponga, de acuerdo con nuestra fe y buen sentido.
Les aseguro que, como Martí nos enseñó, antes de cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la Patria, se unirían el mar del sur al mar del norte y nacería una serpiente de un huevo de águila.
Como nos han enseñado esos cinco hermanos que como Martí en su época, purgan largo, injusto y cruel presidio político, no nos rendiremos. Pero no presumiremos nunca de perfectos, porque toda obra humana es siempre perfectible y porque toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz. No derribaremos estatuas ni quemaremos libros. Nadie se avergonzará de nosotros porque no hallarán en los escaparates de nuestra historia ni torturados, ni desaparecidos, ni otros muertos que no hayan sido aquellos que se interpusieron en el camino de nuestra felicidad, o los que por decenas de miles abonaron la larga ruta del último medio siglo.
Defenderemos la bondad, la hermosura, la música y la poesía. No dejaremos de ser solidarios, ni de sentir en mejilla propia la injusticia que se cometa contra cualquier ser humano en cualquier lugar de la tierra.
Seremos como Martí quería: un ejército de luz, y a nuestras filas serán bienvenidos todos los hermanos que sientan como propia nuestra causa. Tengan la seguridad de que, martianamente hablando, quien se levante hoy con Cuba, se levantará para todos los tiempos, y que cuando la noche sea más oscura, allá, en el fondo de las tinieblas, permanecerá viva una estrella que, aún si fuera solitaria, seguiría irradiando luz y calor como hermoso aviento del amanecer que merecen todos nuestros pueblos. Y bien lo sabemos: esa estrella no está sola. No estamos solos. ¡No estamos solos!
No añado más. Queden en la memoria el aliento del héroe y sus ideas, el calor de la marcha unida y los abrazos que nos hemos dado, y el compromiso de todos nosotros de no defraudarlos jamás, en Cuba, con Patria y Libertad.
Muchas gracias.

PALABRAS PRONUNCIADAS POR EL EMBAJADOR DE CUBA EN EL SALVADOR,
DR. PEDRO P. PRADA, EN LA VELADA CULTURAL CON MOTIVO DEL 115 ANIVERSARIO DE LA CAÍDA EN COMBATE DE JOSÉ MARTÍ. San Salvador, Centro Cultural Nuestra América, 19 de mayo de 2010.

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