domingo, septiembre 11, 2011

DIOS HABLÓ… Y TAMBIÉN NOSOTROS

A propósito de las declaraciones de un trovador en los Estados Unidos.
No creo en los reparte perdones; esos que se creen Dios y dueños de la misericordia y las bulas. Me topé hace veinte años con uno de ellos, llegado desde Miami hasta la Moscú que arriaba el socialismo, para tratar de sacar provecho de aquella tragedia, y que cuestionado por este corresponsal de Granma, que entonces era, prometió perdonarme la vida el día que llegara a ocupar La Habana y proclamarse presidente de una Cuba yanqui.

También me dan pena los soberbios. No he creído jamás en aquellos que se creen a ellos mismos olímpicos del trono ante el cual dicen que acuden de rodillas y llorosos los suplicantes de absolución. Mucho menos concedo un adarme de crédito a quienes posan de traicionados y de víctimas, de perseguidos, de salvadores y de ultrarrevolucionarios. Cuando menos, ignoro a quienes se escudan en la suerte o presunta envidia de los otros, enfermos de considerarse los titulares divinos de la verdad assolutta.
He visto alzarse estatuas y caer otras. He levantado y tumbado mis propios santos. Yo mismo he caído y subido, pero sin ayuda. He comprobado que es casi verdad universal aquel adagio según el cual, “tras cada extremista hay un oportunista”. He confirmado cómo el brillo de los rascacielos y los malls deslumbran a un ser humano hasta volverlo casi ciego. Y sé de quienes han despreciado un cheque de siete dígitos enteros por preservar intacto el amor multimillonario que los alimenta e inspira, incluso y a pesar de sus propias carencias.
He dicho la verdad y la he callado cuando el pudor o la vida de otros exigen silencio. Recuerdo esta otra lección de necesaria mudez: en el año 1990, en el propio Granma, una noticia alborozada de un contrato multimillonario de pollo en Hungría que nos alegraría por varios meses en los hogares cubanos las penas del período especial que recién comenzaba, provocó una acción cruel del gobierno de los Estados Unidos, que ya controlaba al recién llegado gobierno magyar, y los imprescindibles pollos que anunciaba Granma, nunca llegaron a los hogares cubanos.
Vivo en un país en guerra y nunca lo olvido, a pesar de los amaneceres apacibles de trinos en el campo, de los atardeceres soleados junto al mar, de la noche calma y ruidosa, de los cantos y la poesía, del estadio, del teatro, del cine, de la guagua, siempre atestadas de gente. Conocí desde muy niño a quienes se desvelan para que otros vivamos y durmamos en paz, y después fui uno más de esos centinelas. Aprendí desde bien temprano que la libertad no es un derecho divino ni un goce abstracto. Se conquista con sangre y se construye con respeto y abnegación, que quiere decir también la disposición a renunciar a una cuota de tu propia libertad para conceder la de otros. Pero, sobre todo, me eduqué en aquella idea lúcida que Juan Marinello había bebido en José Martí: toda gran libertad implica el deber de administrarla con responsabilidad, incluida la obligación de defenderla.
Puede que nunca haya sido un periodista perfecto, a pesar del esmero en la prosa y en el filo de las ideas. Como el común de mis compañeros de pluma, puede que nunca ganemos un Pulitzer aunque nos devoren o ignoren millones de cubanos y tengamos algún que otro reconocimiento o censura de nuestros compañeros del gremio. Puede que nuestras crónicas no merezcan un titular del main stream de los medios globalizados, por más que retraten a los verdaderos protagonistas de la epopeya o la tragedia cubana. Pero mis compatriotas y mi familia sabrán el día que mis letras y huesos sean solo polvo, que para cantar mi tiempo arriesgue mi cuerda y mi vida, caminé sin embarres ni lodos, y no acepté entrevistar a autorecomendados ni permití ser marcado para alcanzar la gloria.
Y aunque el tiempo pase y nos vayamos poniendo viejos, el amor sigue intacto como el de ayer: siempre es mil veces preferible morirse como se nace y vive, incluso hundirse en el mar, antes que renunciar, y para eso, los periodistas cubanos no necesitamos susurros al oído.

No hay comentarios: