viernes, febrero 18, 2011

EDUCACION, CULTURA, DEMOCRACIA Y LIBERTAD


Señor Rector
Honorables autoridades universitarias
Queridos estudiantes salvadoreños
Amigos incómodos todos
Quiero ante todo referirme al informe del periódico británico The Times, que el maestro Guillermo Campos ha comentado al iniciar este acto, sobre una lista de las supuestas cien mejores universidades del mundo, en las que América Latina y el Caribe están muy pobremente representados; y añadir, a sus dos importantes razonamientos sobre los factores que determinan esa supremacía, y que sin dudas tienen que ver con la prioridad gubernamental a la educación y con los recursos que se invierten en el conocimiento, otro elemento que, desde mi punto de vista, a veces se nos escapa:

Ante todo, les digo sinceramente que guardo profundas reservas hacia esa visión del mundo desde los centros de poder; una visión colonial, hegemónica, que nos relega a la periferia, que nos coloca en plan de súbditos, de aprendices, y que casi siempre nos mide solo por los gastos que hacemos en formar conocimiento y no por su alcance real. Cuando escucho de esas listas pienso en la forma en que esas universidades elitistas y esas sociedades supuestamente superiores nos roban los cerebros de nuestros países, nos roban nuestros resultados científicos, o silencian intencionalmente nuestros adelantos, como si no existieran.
Pregúntense por qué en el siglo XIX quisieron despojar al cubano Carlos Juan Finlay de su descubrimiento sobre el agente transmisor de la fiebre amarilla.  Averigüen por qué, tan pronto el colombiano Manuel Patarroyo descubrió la vacuna contra la malaria, se lo querían llevar a formar parte de grandes instituciones académicas y médicas estadounidenses. ¿Por qué el profesor Rafael Cedillos, autoridad mundial en enfermedad de Chagas, lo aclaman en Atlanta y es casi un desconocido en su patria, El Salvador? Estoy seguro que muy pocos saben que hace apenas veinte años, una cubana, la doctora Conchita Campa, descubrió la vacuna contra la Meningitis B. Sencillamente, no existe.
Busquen además las razones por las que nos roban nuestros médicos, nuestros ingenieros, nuestros maestros, endeudan a nuestros países, les imponen recortes en gastos públicos –es decir, también en educación- y después nos dicen con jactancia que somos “incapaces”, y que no estamos aptos para producir conocimiento.
También cabría hacerse otras preguntas:
¿Conocen ustedes que la primera y más grande universidad agraria del hemisferio occidental y una de las más importantes del mundo está en Chapingo, México, y tiene uno de los bancos de germoplasma más importantes del planeta y, sin dudas, el banco de germoplasma de maíz más relevante del mundo, creado por científicos mexicanos?
¿Dónde se educaron Rubén Darío, Domingo Sarmiento, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez?, por solo mencionar algunas de las figuras cimeras de las letras hispánicas. ¿Dónde surgió y se educó el genio tecnológico de Oscar Nieméyer? Ninguno de ellos se fue a Madrid o a Lisboa a estudiar la lengua o la arquitectura.
Puedo decir además que, sin excepción, todos los nombres mencionados se formaron, además, en escuelas y universidades públicas latinoamericanas y no en colegios privados y mucho menos en esos templos elitistas de que presume ese periódico.
Querido Guillermo, hermanos; les digo sinceramente que desconfío de esas listas que nos excluyen desde su orgullosa y prepotente superioridad, que olvidan que su gloria también nos la deben, que los recursos humanos y económicos que nos robaron a lo largo de la historia los ayudaron a encumbrarse. Tengo la más absoluta convicción de que quizás con menos recursos, pero con dosis extraordinarias de talento y sacrificio, las universidades de Nuestra América y nuestros pueblos, no les ceden un ápice en genialidad y gloria a esos señores.
Dicho esto, vamos a lo que veníamos:
Primero, agradezco al Rector, al Vicerrector, al Maestro Guillermo las cálidas palabras hacia mi país cuando hablaron del valor del conocimiento emancipado.
Honra a Cuba, a su Educación Superior y a sus universidades haber sido invitados a este acto en el marco de los festejos por el 170 aniversario de La Universidad de El Salvador,  concebida desde sus inicios como un centro de estudios superiores para la juventud salvadoreña, cuando la joven y más pequeña de las repúblicas centroamericanas se aprestaba a conmemorar sus primeros veinte años de existencia.
Por eso, también, muchas y muy especiales gracias al doctor David Hernández por la advocación martiana bajo la cual ha colocado esta conmemoración y por el renovado compromiso que siempre nos ha demostrado con la idea de que un pueblo culto invariablemente será libre.
Desde la década de 1950, la Universidad de El Salvador, como toda verdadera Alma Máter nacional que se precie de serlo, se convirtió en el principal referente de pensamiento de avanzada salvadoreño, que concentraba la mayor parte de la comunidad intelectual de El Salvador y uno de los más importantes núcleos de oposición a los gobiernos autoritarios y militaristas del país.
Según consta en varios documentos históricos que he revisado para poder cumplir con esta amable solicitud, centenares de estudiantes y catedráticos de la UES fueron víctimas de la represión militar a tal punto que, ante la imposibilidad de vencerlos, los sectores conservadores de la sociedad salvadoreña idearon la creación de varias universidades privadas con el fin de competir con la que constituía la raíz cultural de la Nación, destrozarla y finalmente hacerla desaparecer, lo que no pudieron lograr.
Aquellos actos de barbarie, y aquel intento ridículo por acallar a la fragua de la conciencia nacional salvadoreña no tenían futuro por una sencilla razón: las raíces no se destruyen y mucho menos, si los pueblos están dispuestos a preservarlas a cualquier precio.
Ahora, la historia de la Universidad de El Salvador no es diferente de la de otras grandes universidades de Nuestra América. ¿Podríamos imaginar el mundo latinoamericano de hoy sin la rebelión que se inició en Córdoba, Argentina, y condujo a la más profunda reforma educacional y de ideas que hasta aquel momento habíamos conocido? ¿Dónde estaríamos si los estudiantes latinoamericanos no se hubieran dado cita en 1948 en la Universidad de Bogotá para articular la estrategia de resistencia continental frente al nacimiento de la Organización de Estados Americanos, tutelada por Washington? ¿Qué sería la historia de Bolivia sin las luchas estudiantiles de la Universidad de San Andrés en apoyo a los reclamos de los mineros de ese país? ¿Acaso los acontecimientos de Tlatelolco, en 1968, pasaron al margen de esa inmensa forja de mexicanos lúcidos que ha sido la UNAM? ¿Y qué habría sido de los venezolanos si su Universidad nacional no hubiera estado en primera línea cuando el Caracazo, y de sus filas no hubieran surgido varios de los mártires de aquella jornada?
En mi patria, las luchas universitarias vienen desde el momento fundacional de la propia escuela superior en 1728, cuando los padres Félix Varela y José de la Luz y Caballero enseñaban a sus discípulos el amor a la tierra en que habían nacido y la aspiración de verla libre del yugo español. De ese alumnado salieron los grandes patriarcas de la independencia: Céspedes, Agramonte, Cisneros y tantos otros. Salió Rafael María de Mendive, el preceptor de José Martí, quien sembró en el corazón y mente de aquel joven superior tantas estrellas, que ni la universidad de su destierro posterior pudo apagar. Fue en las aulas de la que hasta 1950 era la única academia nacional, donde se forjaron los nuevos héroes del siglo XX cubano: Varona, Ortiz, Mella, Guiteras, Villena, Marinello, Roa, Trejo, Pablo de la Torriente, Chibás, Fidel, Echevarría… y otros tantos.
De su escalinata, edificios y plazas, donde se debatían teoremas, fórmulas, células, leyes y cometas, también bajaban los estudiantes a enfrentarse a las tiranías. En su aula magna, donde se encumbraron los más altos lauros del saber, fueron veladas las constituciones de la República cada vez que había golpes de Estado y los líderes políticos, sindicales y estudiantiles se inmolaban en la lucha. En los mismos bancos de sus parques, donde surgieron grandes amores y amistades, se organizó el movimiento revolucionario que lanzó el asalto final por la conquista de la verdadera y definitiva independencia.
Fue en la universidad cubana donde nació como fraternidad primero, y se cultivó después y defiende aún hoy con fiereza y pasión la que ha devenido joya principal de la revolución cubana: nuestro consenso político nacional y la unidad inquebrantable de los cubanos; esa arma invencible contra la que se han estrellado todos los apátridas, los anexionistas, los agresores, los falsos intelectuales y los traidores.
Esa universidad, que tras el triunfo revolucionario de 1959 se multiplicó en 65 nuevas casas de altos estudios, entre las que incluyo con orgullo a la Escuela Latinoamericana de Medicina, y que son las responsables de que en 51 años Cuba haya graduado a un millón de profesionales de todas las ramas del conocimiento y a más de doscientos mil especialistas altamente calificados para 129 países hermanos del Tercer Mundo, en primer lugar para América Latina y el Caribe; de los cuales, cien mil se recibieron como médicos en los últimos diez años.
En un país donde los gastos de la educación equivalen a un 22,7 por ciento del PIB y que en el actual curso escolar 2011-2012 tiene matriculados a medio millón de estudiantes universitarios, de los cuales 30 mil son de nuevo ingreso, existe hoy una de las mayores concentraciones de fuerza técnica calificada del planeta, una intelectualidad pujante, creativa y vigorosa y un acopio de conocimientos que sintetizan 10 300 Doctores en Ciencias (o PhD, como les dicen en inglés) y 45 mil Maestros en Ciencias, cifras todas impensables para una población de apenas 11,2 millones de habitantes y que avergüenzan a aquellos poderosos de las listicas, que mientras dilapidan recursos en guerras, lujos y en la destrucción del planeta, niegan a otros la resurrección cultural y educacional.
 ¿Para qué queremos ese gigantesco andamiaje educativo y cultural?
 Lo necesitamos para que la universidad sea en verdad un pivote del desarrollo social y garante de la educación continua que preconiza la UNESCO. La necesitamos para endosar un desempeño de la educación acorde con la misión y los objetivos institucionales, de modo que dé respuesta a la creciente necesidad de preservar la cultura, generar nuevos conocimientos y contribuir al desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
 La necesitamos para que la pertinencia, la calidad y la eficiencia en la formación de mejores seres humanos sean cualidades indispensables de los procesos docentes, de investigación y de  extensión de los conocimientos. Y la requerimos para potenciar la participación activa de todos los cubanos en la construcción de la nueva sociedad en que estamos empeñados, a la vez que podemos abrirnos al mundo y compartir de forma solidaria con millones de personas nuestros saberes y avances, ayudándolos a alzarse por ellas mismas.
 La Universidad nos es indispensable para recordar en todo momento que en la unidad estudiantil nacieron también la unidad de todos los trabajadores y luego la de todo el pueblo, que entendía al fin y más allá de toda diversidad o miseria humana, que solo unidos jamás seríamos vencidos. A la universidad la necesitamos también para armar de ideas nuestra resistencia, para vencer el bloqueo genocida, para superar la rabia y el dolor por el terrorismo y sus víctimas, para rescatar del silencio cómplice y de la cárcel injusta a los cinco graduados universitarios que luchaban con el terror y los criminales dentro del propio Imperio.
 La urgimos además para que sea coraza de la Nación y para que la sociedad del conocimiento que creamos nos provea de todo aquello de lo que nos han privado durante decenas de años el subdesarrollo heredado y la irracional política de aislamiento impuesta por los Estados Unidos. Nos apremia alcanzarlo para no ser un pueblo paria, que ande colgado de la falda o el pantalón de otros, peor si son poderosos, sino para caminar con voluntad y pies propios por un mundo en el que se impone un irracional pensamiento único, nos homogeneízan cultural e informativamente, se destruye de forma suicida el hábitat y donde la genuflexión de los cerebros reblandecidos no acepta más ley ni credo que los que vienen del Norte.
 De ahí que no haya sido extraordinario que en noviembre de 2005 Fidel Castro haya utilizado el Aula Magna de la Universidad de La Habana para convocar a sus estudiantes, profesores y a todo el pueblo, al proceso de reflexión sobre el socialismo que durante cinco años ha ocupado a nuestra nación, con el fin de perfeccionar el país que tenemos y aproximarlo aún más al de nuestros sueños.
 En la conferencia nuestra que generosamente la revista La Universidad ha incluido en este número, y que impartimos como parte del ciclo de lecturas sobre los Bicentenarios americanos, hago referencia de forma somera a ese proceso, que gana efervescencia a partir del año 2007 y que ha entrado desde el pasado 1 de diciembre en su momento culminante, cuando desde entonces hasta la fecha, más de seis millones de cubanos, reunidos en más de 100 mil asambleas del Partido, sindicales, estudiantiles, femeninas, de intelectuales y artistas, o simplemente de vecinos, se han pronunciado por las 291 propuestas de lineamientos económicos y sociales que nacieron de aquella fecunda cosecha de millones de planteamientos reunidos entre los años 2005 y 2008.
 Una bullente dinámica de transformaciones ha sido puesta en marcha desde el conocimiento y la cultura. No es la capitulación del socialismo, como dicen el Imperio, los oligarcas y sus corifeos. No es tampoco una perestroika tropical para suicidarnos, como temen otros. No la pueden entender aquellos que inspiran los wikicables vergonzantes de la Oficina de Intereses yanquis en La Habana, guiados más por sus deseos y odios que por la comprensión de una realidad a la que la diversidad, complejidad y profusión de ideas han vuelto cada vez más indestructible e inexplicable para aquellos que organizan revueltas con el fin de derrocar gobiernos que no les satisfacen.
 Mucho menos va a encontrarse en mercenarios aupados desde el exterior, sin legitimidad interna ni la más mínima moral, pseudointelectuales sin academia ni obra, patéticos parásitos de los multimillonarios fondos que sin conocimiento del contribuyente estadounidense y europeo, son destinados cada año para subvertir el orden constitucional cubano y poner fin a ese faro de esperanza que desde hace medio siglo ilumina el corazón del hemisferio occidental.
 Por mucho que lo intenten y lo pidan los apologistas del juicio final, no serán nunca las universidades cubanas y sus cientos de miles de estudiantes los que se lanzarán a la calle para derrocar la revolución, sino que salen y saldrán a ellas para defenderla, arroparla, enriquecerla en ideas y soluciones, para poner la crítica necesaria, lúcida y sanadora donde se requiere y, con ella, proponer la alternativa a cada problema ¡y arrimar luego el hombro, para que se haga realidad!
 Tampoco lo lograrán desde la supuesta clarinada tecnológica de Internet. Si de verdad creyeran en la infalibilidad de sus inventos, por qué se le ha negado a las universidades cubanas acceder a cualquiera de los 32 cables con canales de Internet de banda ancha que pasan frente a nuestras costas. ¿Por qué nos bloquean sitios web, blogs y cuentas en Google, en You Tube, en Twitter, en Facebook, mientras promueven, premian y ensalzan a otras, apócrifas, alojadas en servidores del Departamento de Estado y la CIA? ¿Para qué puede querer un país más de tres millones de personas entrenadas y capacitadas por nuestras universidades y escuelas en las tecnologías de las infocomunicaciones, sino es para poder entrar con audacia, libertad y responsabilidad en los grandes caminos de Internet, cuando quebremos al fin el bloqueo que nos lo impide? ¡Qué tontos!
 Construir y no destruir: ese ha sido el destino sagrado de la universidad cubana a lo largo de la historia, y no vamos a renunciar a ello.
 Lo sorprendente para muchos es que los principales impulsores de esas transformaciones revolucionarias que están teniendo lugar en mi Patria son aquellos mismos jóvenes rebeldes de ayer, que como Fidel y Raúl, dejaron las aulas para hacer la revolución necesaria, y que educando con el ejemplo, se nos revelan una vez como los verdaderos disidentes de Cuba, y le piden a los universitarios de hoy, y a sus padres, a sus familias, que reinventen los caminos y hagan, con lealtad, de acuerdo a los nuevos tiempos, lo que ellos hicieron ayer y ahora mismo hacen-habrían hecho, demostrándonos que siempre se puede ser joven mientras el corazón lata al ritmo de cada época que nos toca vivir.
 Ello explica ese ejercicio democrático e intelectual ejemplar, que sacó a las calles a todos nuestros economistas, sociólogos, politólogos e historiadores y a sus alumnos –es decir, a nuestros claustros universitarios- para conducir las discusiones. Cuba se compromete una vez más con su vocación de educación, cultura y libertad, que está prendida en el alma de la Patria desde que nos alzamos por primera vez contra los opresores y escogimos tener no solo tierra propia, sino himno, bandera y dignidad también propias.
 Y, por si ello fuera poco, asumimos que la Isla-Patria con la que nos identificábamos, solo cabía unida y dentro del haz de pueblos mestizos que desde el Río Bravo hasta la Patagonia y sobre el gran arco de islas del Caribe, se había levantado para iluminar al mundo, a la humanidad entera.
 Nada más debo agregar. Lean, que es un placer, aviva el músculo gris y es la mejor hormona del crecimiento humano.
 Muchas gracias.

Palabras en la presentación del Número 13 de la revista La Universidad, con motivo del 170 aniversario de la Universidad de El Salvador, San Salvador, 17 de febrero de 2011

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