lunes, julio 15, 2013

FIDEL, CHÁVEZ Y LA BATALLA POR LA SEGUNDA INDEPENDENCIA

Querida Embajadora Nora (Uribe, de Venezuela), querido Antonio (Núñez, Primer Secretario de la embajada de Venezuela)
Estimados integrantes del claustro universitario
Queridos amigos de la Cátedra Bolivariana
Un encuentro como este, de amigos, solo puede iniciarse invocando al autor intelectual de todos nuestros amores, al Libertador: “La amistad –decía Bolívar- tiene en mi corazón un templo y un tribunal, a los cuales consagro mis deberes, mis sentimientos y mis afectos”.
No podía haberse dado mejor circunstancia para despedirme de la Universidad de El Salvador. Habría querido hacerlo desde la Cátedra martiana que este año no pudo sesionar. Lo hago desde la Bolivariana, que es la cátedra del padre de todos nosotros. Pronto habrá concluido el tiempo de servicio que se me asignó para esta Misión y regreso a Cuba. He vivido jornadas intensas en esta Alma Máter, desde el mismo día de mí llegada a El Salvador. Agradezco a ella, a su claustro y a sus alumnos toda la generosidad y disponibilidad con que siempre nos acogieron, y quedo en deuda perpetua de gratitud y de deber, por lo mucho que no pudimos hacer.
Queridos amigos:
Hace unos meses, mientras esperábamos en vigilias de solidaridad el desenlace más temido respecto a la vida del Comandante-Presidente Hugo Chávez, recordé las palabras de Fidel, expresadas el 23 de enero de 1959 en la inmensa Plaza del Silencio de Caracas, ante más de un millón de personas, cuando dijo que los venezolanos y los cubanos éramos hermanos gemelos en la desgracia y en el dolor, pero que también estábamos hermanados en la hazaña de la liberación definitiva de nuestros pueblos.
Fidel, explicaba entonces, expresó un sueño que requirió 44 años para convertirse en realidad: “…ojalá que el destino de Venezuela y el destino de Cuba y el destino de todos los pueblos de América sea un solo destino, ¡porque basta ya de levantarle estatuas a Simón Bolívar con olvido de sus ideas, lo que hay que hacer es cumplir con las ideas de Bolívar!”
Y añadía estos otros párrafos de su discurso:
“Si la unidad dentro de las naciones es fructífera y es la que permite a los pueblos defender su derecho, ¿por qué no ha de ser más fructífera todavía la unidad de naciones que tenemos los mismos sentimientos, los mismos intereses, la misma raza, el mismo idioma, la misma sensibilidad y la misma aspiración humana?
“Cuando todos estamos pensando igual, cuando todos estamos sufriendo igual, cuando todos estamos aspirando a lo mismo, cuando no nos diferenciamos en nada, cuando somos absolutamente iguales, ¿no parece sencillamente absurdo que unos se llamen cubanos y otros se llamen venezolanos y parezcamos extranjeros unos ante otros, nosotros que somos hermanos, nosotros que nos entendemos bien?
“¿Y quiénes deben ser los propugnadores de esa idea? –preguntaba Fidel insistiendo en el concepto bolivariano de la unidad-. Los venezolanos, porque los venezolanos la lanzaron al continente americano, porque Bolívar es hijo de Venezuela y Bolívar es el padre de la idea de la unión de los pueblos de América”.
“Venezuela es el país más rico de América, Venezuela tiene un pueblo formidable, Venezuela tiene dirigentes formidables, tanto civiles como militares; Venezuela es la patria de El Libertador, donde se concibió la idea de la unión de los pueblos de América. Luego, Venezuela debe ser el país líder de la unión de los pueblos de América; los cubanos los respaldamos, los cubanos respaldamos a nuestros hermanos de Venezuela”.
He querido empezar por aquí, del mismo modo que habría podido empezar por Martí, cuando hablaba de Bolívar. ¿Han leído Los Tres héroes, de la Edad de Oro? Oigan esto:
“Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer –el viajero era él, Martí-, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria…
“Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido que le pesaba en el corazón, y no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado los españoles: lo habían echado del país. El se fue a una isla, a ver su tierra de cerca, a pensar en su tierra.
“Un negro generoso lo ayudó cuando ya no lo quería ayudar nadie. Volvió un día a pelear, con trescientos héroes, con los trescientos libertadores. Libertó a Venezuela. Liberto a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medios desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural. Era un ejército de jóvenes. Jamás se peleo tanto, ni se peleo mejor, en el mundo por la libertad. Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre. Los envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar murió de pesar del corazón, más que de mal del cuerpo, en la casa de un español en Santa Marta. Murió pobre, y dejo una familia de pueblos…”
Como pueden ver, en esas palabras martianas se resume la devoción cubana por Venezuela, que tiene raíces muy profundas en nuestra historia. Cuando el 13 de diciembre de 1994, el teniente coronel Hugo Chávez llegó a La Habana, invitado por la Casa Simón Bolívar, ni él, ni ninguno de los pasajeros podía salir del asombro al descubrir, al pie de la escalerilla de la aeronave, la figura verde olivo de Fidel Castro, marcando el inicio de una amistad entrañable.
Chávez ha narrado que antes de aquel diciembre había viajado muchas veces en sueños a Cuba y que en esos viajes, casi todos a través de lecturas de Fidel, había sacado varias conclusiones, entre ellas, una que a la postre resultaría definitoria: “…hay que mantener la bandera de la dignidad y los principios en alto, aún a riesgo de quedarse solo” . Por eso, al primer abrazo, se produjo la química precisa que fundía a ambos líderes.
Chávez ha descrito esa jornada de intensos diálogos: “…Después de los primeros minutos me seguía impresionando la manera en que Fidel me examinaba cuidadosamente… Parecía que había agarrado una ametralladora y estaba dispuesto a coserme a preguntas… Envueltos en la historia, comenzamos a hablar de Bolívar…Yo me preguntaba: «¿cómo es posible que sepa tanto?»… Ese día me dijo: «Aquí a la lucha por la libertad, la igualdad y la justicia la llamamos socialismo; si ustedes la llaman bolivarianismo, estoy de acuerdo, si la llamaran cristianismo, también estoy de acuerdo».
Y es entonces que evoca un momento del diálogo que va a marcar su destino.
Fíjense en el año: 1994; annon horrendum. Hacía solo tres que se había desplomado la URSS. Chávez recuerda a Bolívar en una costa peruana, solo, enfermo, sin ejército y su reacción fulminante frente a las preguntas de un colaborador: «¿Cómo que qué vamos a hacer ahora, Mosquera? ¡Triunfar! ¡Triunfaremos!» y compara esta respuesta con la que Fidel da a Tomás Borge cuando le pregunta por el destino de Cuba tras el derrumbe del socialismo europeo. “Fidel, cuenta Chávez, reaccionó como Bolívar: «Vendrá una nueva oleada en América Latina, vendrá una nueva oleada». Solo él podía ver entonces hacia dónde íbamos y dónde estamos ahorita mismo”.
Fue en ese instante iluminador, bajo la emoción de aquel encuentro intenso, donde Chávez prepara las notas de su conferencia sobre Bolívar en el aula Magna de la Universidad de La Habana, y, según relata su entonces ayudante, Rafael Isea, esboza el proyecto político bolivariano cuyo objetivo esencial define como “la transformación de la sociedad venezolana a través de un proceso revolucionario con el pueblo a la cabeza, como protagonista”. Al día siguiente, da riendas a las palabras que se le ha ido agolpando en el pecho: “Nosotros estamos convencidos de que en Venezuela hay que hacer una revolución en lo económico, en lo social, en lo político, en lo moral” …
Eusebio Leal, el historiador de La Habana, recuerda así aquel momento: “Ante la personalidad de Chávez todos los líderes latinoamericanos que habían pasado por La Habana en ese entonces, palidecían. El tiempo lo demostró. En este viaje a La Habana empezó esta relación de amistad con Fidel que va a ser modeladora de su expectativa y que se va a fortalecer a medida que se van conociendo más profundamente. Yo nunca vi un cariño por Fidel, una devoción por Fidel, una lealtad a Fidel como esa. Años después, en Venezuela, y siendo Chávez Presidente, nos despedimos en Miraflores. En privado, solo con su escolta, me dijo: “No vamos a fallarle”, y eran aquellas palabras las de un hombre extraordinario, palabras difíciles de escuchar en ningún tiempo. ¡Y mira que hemos visto líderes revolucionarios y amigos!, pero nadie como él” .
Aquellas palabras de quien sin consultar a nadie, decidió invitarlo a La Habana para hablar sobre Bolívar, sabedor de sus conocimientos históricos y de su encantadora oratoria, eran las del mismo que había explicado antes en Caracas, con elocuencia y gracia proverbial, la profunda razón venezolana que anima la historia de Cuba como punto de partida de la patria propia y grande que se consuma en Martí, y desde donde se dicta años más tarde una de las solidaridades más valientes e intensas con la revolución cubana cuando esta era solo un sueño en las montañas de la Sierra Maestra, pero que también va de la mano en la raíz cubana de Sucre, en la rama cubana de la familia Bolívar, en Cedeño, en los cubanos que participan en el ejército internacionalista bolivariano y los venezolanos que se integran a las filas del ejército Libertador cubano.
Era un deseo que se justificaba en la hazaña alfabetizadora conjunta que proclamaba en 2005 a Venezuela como la segunda nación libre de analfabetismo en América, victoria estratégica que marcaría el inicio de la era revolucionaria de las misiones, entre ellas, Milagro, que hoy se enorgullece de seis millones de humanos cuyos ojos fueron devueltos de las tinieblas a la luz.
Era un deseo que venía también de la mano del propio Chávez, cuando perseguido por la DISIP de Caldera, apenas salido de prisión y sin nada más que ofrecer que sueños e ideas, el teniente coronel retirado se ofrece a ayudar a Cuba en lo que fuese necesario y sin prejuicio alguno, frente a las embestidas terribles que sufría la Isla en aquel ya mencionado año terrible de 1994, cuando desplomada la economía y acrecentado el bloqueo yanqui, nadie apostaba por nuestro futuro y algunos, como el entonces presidente Rafael Caldera, conspiraban abiertamente contra la revolución cubana.
Lo demás se conoce más, a grandes trancos o cortos destellos. Episodios como las visitas de Fidel a Chávez –desde la primera, a su toma de posesión sobre los restos de una constitución moribunda, hasta las que le hizo en el hospital habanero donde fue tratado-, o las visitas de Chávez a Fidel, como aquel desvío de ruta del avión que lo llevaba de vuelta a Caracas en el año 2002, cuando supo del accidente de Santa Clara; o las otras visitas de los días angustiosos de 2006, cuando Fidel se debatía entre la vida y la muerte.
He ahí hermandad verdadera entre dos hombres “de todos los tiempos y de todos los lugares”, como dijo Aquiles Nazoa de José Martí. Hombres que, como diría el propio Chávez, “…andamos como el viento tras esa semilla que aquí cayó un día y aquí, en terreno fértil, retoñó y se levanta como lo que siempre hemos dicho —y no lo digo ahora aquí en Cuba, porque esté en Cuba y porque, como dicen en mi tierra, en el llano venezolano, me sienta guapo y apoyado, sino que lo decíamos en el mismo ejército venezolano antes de ser soldados insurrectos; lo decíamos en los salones, en las escuelas militares de Venezuela—: Cuba es un bastión de la dignidad latinoamericana y como tal hay que verla."
Palabras leales que resumen la bolivarianidad sentida en ambos –en Fidel y en Chávez- y que llega a su culmen cuando en una llamada telefónica la noche del 11 de abril de 2002, Fidel y María Gabriela, la hija del venezolano, quiebran la conjura golpista y de silencio que había puesto en riesgo la vida de Chávez y la permanencia de la revolución bolivariana.
Esa misma emoción los reúne la noche del 4 de diciembre de 2004 en La Habana, cuando se preparan los festejos del 180 aniversario de la batalla de Ayacucho y de la convocatoria al Congreso anfictiónico de Panamá, y hace que cuaje la fundación de la Alternativa Bolivariana para las Américas, propuesta por el Presidente Chávez en ocasión de la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe, celebrada en la isla de Margarita en diciembre del 2001, que traza los principios rectores de la verdadera integración latinoamericana y caribeña, basada en la justicia, y el compromiso por hacerla realidad.
En la declaración fundacional quedan registrados los principios cardinales que resumen el ideario integracionista bolivariano de ambos líderes y que deben guiar el ALBA. Entre ellos destaca uno esencial: “…la solidaridad más amplia entre los pueblos de la América Latina y el Caribe, que se sustenta en el pensamiento de Bolívar, Martí, Sucre, O’Higgins, San Martín, Hidalgo, Petion, Morazán, Sandino y tantos otros próceres, sin nacionalismos egoístas ni políticas nacionales restrictivas que nieguen el objetivo de construir una Patria Grande en la América Latina, según la soñaron los héroes de nuestras luchas emancipadoras” .
Ambos coinciden en aclarar “que el ALBA no se hará realidad con criterios mercantilistas ni intereses egoístas de ganancia empresarial o beneficio nacional en perjuicio de otros pueblos. Sólo una amplia visión latinoamericanista, que reconozca la imposibilidad de que nuestros países se desarrollen y sean verdaderamente independientes de forma aislada, será capaz de lograr lo que Bolívar llamó «…ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y gloria», y que Martí concibiera como la «América Nuestra», para diferenciarla de la otra América, expansionista y de apetitos imperiales” .
Hugo y Fidel fijan claras las metas de la nueva oleada, o la nueva época latinoamericana: transformar “las sociedades latinoamericanas, haciéndolas más justas, cultas, participativas y solidarias y que, por ello, está concebida como un proceso integral que asegure la eliminación de las desigualdades sociales y fomente la calidad de vida y una participación efectiva de los pueblos en la conformación de su propio destino” . Las conquistas revolucionarias de la Venezuela bolivariana lo atestiguan, por más que se empeñen en ocultarlas. El ALBA, devenida alianza y Tratado de Comercio de los Pueblos lo confirma. La CELAC, fruto superior de este febril parto no deja lugar a dudas de cuál es el camino señalado por los dos estadistas.
Por ello no había que extrañarse de que cada vez más las ideas y las venidas se hagan frecuentes entre La Habana y Caracas. Hasta varios Aló Presidente se trasmiten desde Cuba y varias Mesas Redondas desde Venezuela. Como Miranda el pionero, quería dar todo de sí por nosotros y por los demás; y Fidel debía contenerlo, Raúl debía explicarle, y la gente nuestra debía demostrarle que podíamos resistir, porque para eso habíamos sido hechos, pero que él nos necesitaba más a nosotros para subir la escarpada cuesta de los Andes con todos nuestros pueblos a cuestas, porque ese y no otro era el destino de Venezuela… y el nuestro.
Entonces Cuba, que sabe bien que honrar, honra, lo condecora agradecida. Ninguno de nosotros olvida lo que Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, dijo un día de la tierra de Bolívar: "Venezuela, que abrió a la América española el camino de la independencia y lo recorrió gloriosamente hasta cerrar su marcha en Ayacucho, es nuestra ilustre maestra de libertad…"
Por eso, cuando el amigo parte en marzo último, Cuba se aprieta y no llora. Cuba ya se ha contagiado y se ha entregado a su amor, a sus cantos y a su risa, a su épica, sus sueños y desvelos. Ha vivido también sus angustias y dolores. En una carta histórica el Gigante lo despide, convencido que esta vez el adiós es postrero: “…Viviremos siempre luchando por la justicia entre los seres humanos sin temor a los años, los meses, los días o las horas, conscientes, humildemente, de que nos tocó vivir en la época más crítica de la historia de nuestra humanidad…”
A alguien muy cercano a esta verdadera leyenda de bolivarianidad y lealtades mutuas, al ya mencionado historiador Eusebio Leal, le correspondió dejar para la historia un testimonio insuperable de lo que significan la amistad, la lealtad y el deber mutuos entre revolucionarios verdaderos como Fidel y Chávez:
“En muy poco tiempo Chávez se convirtió en uno de los discípulos más sinceros de Fidel. No es el único, pero sí uno muy especial. Es un discípulo que considera a Fidel –y lo ha dicho–, como un padre, hasta el extremo de darle el arma con que luchó; hasta el extremo de ser fiel a su amistad y, en el momento terrible del golpe de Estado, de haberlo llamado y de haber sido consecuente con lo que Fidel le dijo. Y hasta el extremo de haber logrado sembrar él también lo suficiente para que fuese su propio pueblo quien lo sacara del encierro y le devolviera lo que legítimamente había conquistado.
“Algún día nos preguntaremos si en estos años difíciles que hemos vivido, podríamos haber existido sin la Venezuela bolivariana, sin el espíritu de solidaridad de ese país. Una solidaridad que no ha sido solo para Cuba, porque en medio del egoísmo y de las tonterías con que a veces se analizan la probable concertación latinoamericana, por lo general no se hace nada concreto. Sin embargo, el gobierno de Chávez ha apoyado a los pueblos más pobres, a los más desgraciados. Como lo ha hecho Cuba. A mí me han comentado por ahí: «Bueno, pero a Cuba le cuesta mucho esa solidaridad», por los miles de médicos que tiene en los lugares más recónditos de Venezuela. Y les digo: «Nadie podría reproducir lo suficiente de una sola noche de insomnio de un médico, de un solo ginecólogo, de un estomatólogo... Nadie sabe mejor que ellos lo que es el dolor huma-no, y lo que significa ese otro maravilloso sentimiento que es la gratitud. Si fuéramos a contar todo en dólares –que sería fatídico–, entonces nuestra deuda no sería pagada. Pero si lo vamos a contar en términos de lo que Cuba y Venezuela han hecho por el ser humano que sufre y por el amigo que lo necesita, está suficiente-mente pagada. Y eso nada más lo entiende el que siente que debe y puede hacer algo por la humanidad” .
Al despedirme de ustedes, mis hermanos salvadoreños, les comparto la convicción de Fidel, expresada a Chávez, de que en un punto de la vida “los individuos pueden tener un privilegio... [y sentirse] felices en ese minuto por el esfuerzo hecho en favor de los seres humanos”. Como Fidel y como Chávez creo que “Debimos haber hecho mucho más, pero no sabíamos lo suficiente para hacerlo, ni podíamos haber madurado en tan alto grado la conciencia del deber y la necesidad de hacerlo…”. “No tenemos méritos, somos privilegiados por haber nacido en esta excepcional época en que los cambios son no solo posibles, sino también indispensables, una condición elemental de supervivencia” .
Si por estas palabras alguien por ahí vuelve a soltar la vulgaridad de la cubanización de Venezuela o la venezolanización de Cuba, y vuelven a nombrarnos Cubazuela o Venecuba, o peor aún, si se le ocurre estigmatizar al pueblo salvadoreño por su devoción y lealtad a Cuba y Venezuela, y acusarnos de que por decir estas verdades estaríamos cubanizando o venezolanizando a los salvadoreños, ¡nada menos que a los salvadoreños, que son bolivarianos y morazanistas de los primeros en Centroamérica!, y lo dijeran como si ello fuera una ofensa, nosotros los desafiaríamos y elevaríamos la parada para decir: ¡Patria grande! Y si alguien aún chista, añadir: por Nuestra América, ¡hasta la victoria, siempre!
Muchas gracias.

Conferencia dictada por el Embajador de Cuba en El Salvador, Dr. Pedro P. Prada, en la V Cátedra Bolivariana de la Universidad de El Salvador, Salón del Consejo Universitario, San Salvador, 15 de julio de 2013.

REFERENCIAS
1 Fidel Castro: Discurso pronunciado por el Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en la Plaza aérea del Silencio, en Caracas, Venezuela, 23 de enero de 1959. En Internet (15.07.13) http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f230159e.html
2 Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez: El encuentro. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2005: 18.
3 Idem: 29.
4 Idem: 38.
5 Idem: 47.
6 Idem: 48.
7 Declaración conjunta cubano-venezolana para la creación de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA). La Habana, 4 de diciembre de 2004. En Internet (15.07.13): http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2004/esp/d141204e.html
8 Idem.
9 Idem.
10 Fidel Castro: Palabras pronunciadas por el Presidente de la República de Cuba en el acto de condecoración con la Orden "Carlos Manuel de Céspedes" al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, en el X Aniversario de su primera visita a Cuba. Teatro "Carlos Marx", 14 de diciembre de 2004. En Internet (15.07.13): http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2004/esp/f141204e.html
11 Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez: El encuentro. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2005: 69.
12 Fidel Castro: Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba en el acto de entrega del Premio Internacional “José Martí”, de la UNESCO, a Hugo Chávez Frías, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, efectuado en la Plaza de la Revolución, el 3 de febrero del 2006. En Internet (15.07.13) http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2006/esp/f030206e.html

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