viernes, abril 30, 2010

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD EN LA DEMOCRACIA CUBANA

Estimados profesores y demás autoridades universitarias
Queridos alumnos
En esa obra central de la cultura hispana que es El Quijote, Miguel de Cervantes pone en boca del ingenioso hidalgo estas palabras: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida...”

El problema de la libertad, en efecto es uno de los problemas centrales de toda reflexión filosófica. La libertad se considera componente esencial del ser del hombre, ya que da significado a la existencia y especifica y caracteriza el obrar humano; obrar que, por ser libre, se hace moral. Por ser libres, los hombres han sacrificado más de una vez su vida y los poetas han destilado los versos más auténticos. La libertad ha sido sueño, ha sido realidad, y ha sido también fría e inmóvil estatua, noción reducida a proclama, fábula que como el mito de Sísifo en la montaña, empujamos siempre hacia la cima sin alcanzarla plenamente. A nombre de la libertad se ha derrocado a gobiernos dictatoriales, se ha demolido estructuras políticas, económicas y sociales inservibles, pero también se han cometido graves errores; se ha invadido países, se ha derrocado a gobiernos soberanos, o se ha estigmatizado a otros de distinto signo ideológico.
José Martí, apóstol de la libertad y la independencia cubana, y él mismo el libertador más radical que ha dado la historia de Cuba y, sin dudas, uno de los más radicales de Nuestra América, escribía desde su exilio Nueva York: “Terrible es, libertad, hablar de ti para quien no la tiene. Una fiera vencida por el domador no dobla la rodilla con más ira. Se conoce la hondura del infierno, y se mira desde ella, en su arrogancia de sol, al hombre vivo. Se muerde el aire, como muerde una hiena el hierro de su jaula. Se retuerce el espíritu en el cuerpo como un envenenado. Del fango de las calles quisiera hacerse el miserable que vive sin libertad la vestidura que le asienta. Los que te tienen, oh libertad, no te conocen. Los que no te tienen no deben hablar de ti, sino conquistarte”.
Por esa libertad radical, verdadera, amorosa, libre de ataduras que no sean más que las morales, pero sin remilgos, pueblos enteros bregan en la historia como parias, desafiando la furia de los Imperios que se empeñan en ponerles cortapisas económicas, comerciales, financieras, políticas, culturales y de todo tipo. Por ese empeño se les etiquetea o tacha de fundamentalistas, totalitarios, fallidos, mientras se olvida o se oculta conscientemente que la palabra radical viene de raíz, de ir a la raíz de los fenómenos de la realidad, se ignora el origen de sus males, o se les inventan las enfermedades de que carecen porque parecer –y eso es ya el mundo lo virtual-, ha pasado a ser más importante que existir, y quien no acepte el veredicto y el edicto, deberá pagar el precio más impagable. Cuba no es una excepción y ha tenido que demostrarlo.
De ahí la radicalidad de otro libertador cubano, Antonio Maceo y Grajales, quien creía en la visión iluminista de libertad, igualdad y fraternidad como un tríptico indivisible, y que hoy podríamos renombrar igual como libertad, justicia social y solidaridad. Maceo tenía claro que “la libertad cuesta muy caro. Se le conquista, no se mendiga. Hay que resignarse a vivir sin ella o disponerse a comprarla con el filo del machete”. Y para que no quedaran dudas de la voluntad de lograrlo y, además, mantenerla una vez alcanzada –sobre todo por las amenazas norteñas que ya se cernían sobre una Cuba independiente-, advierte a los que se atraviesen en ese camino: “quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la contienda”.
Sin embargo, algunos creen que vivimos un mal momento para la palabra libertad. Se le maltrata, se le abusa como hembra de burdel, se le cerca y encadena con dinero y censura; apenas ni se le nombra y a veces pareciera como que fuera en camino de convertirse en un vocablo arcaico y en desuso. Y aún así nos dicen “sean libres”, “libérense”, “no tengan miedo a la libertad”, “exprésense libremente”. Mal momento para Martí, para la libre expresión del pensamiento; para el pensamiento.
¡Mal momento cuando se habla casi siempre en abstracto de libertad y del derecho a gozarla!, fuera de su contexto y realidad cultural e histórica, como entelequia más allá del razonamiento humano, de las circunstancias del hombre, del tiempo, la época y el lugar concreto donde la libertad se verifica o conculca. Mal momento cuando se calla el sufrimiento de medio siglo de un pueblo al que se le ha hecho la más larga y genocida de las guerras.
Es en estos casos cuando la palabra libertad –que en nuestro mundo real pasa a ser “liberty”- se ahueca, se prostituye y envanece a manos de quienes se proclaman como sus adalides. Es en esos casos en que la afirmación de la libertad como opción vital sin límites conduce paradójicamente a la negación misma de la libertad, a que se abran, en otras palabras, situaciones serias de peligro para su misma existencia.
Pongamos un ejemplo –Internet-, y veamos la reflexión que al respecto nos ofrece el importante investigador argentino Atilio Borón: “Se ha vuelto un lugar común creer que la Internet es por excelencia el ámbito de la libertad de nuestro tiempo. Muchísima gente, y no pocos teóricos, sostienen que se trata de un espacio liberrísimo, en donde las antiguas restricciones que el papel impreso imponía a la producción y circulación de las ideas han quedado definitivamente superadas. Basta con leer algunos pasajes del libro de Hardt y Negri, Imperio; o los tres tomos de Manuel Castells, La Edad de la Información: Economía, Sociedad y Cultura para apreciar la profundidad y ramificaciones de esta creencia: 'la red democrática es un modelo completamente horizontal y desterritorializado. Internet... es el principal ejemplo de esta estructura democrática en red... Un número indeterminado y potencialmente ilimitado de nodos interconectados que se comunican entre sí sin que haya un punto central de control'. ”
Si esto fuese así, ¿por qué Cuba no puede acceder a los canales internacionales de banda ancha, por qué se bloquean las direcciones IP cubanas, por qué Google, Yahoo y Messenger tienen restricciones para Cuba, por qué se financia y estimula el Cyberterrorismo y George W. Bush y el Grupo Prisa reparten premios a quienes estigmaticen digitalmente a la Isla?
Más adelante Borón añadía: “En un pasaje brillante del Dieciocho Brumario, Marx definía al cretinismo parlamentario como 'una enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de memoria, de toda comprensión del rudo mundo exterior.' Esta enfermedad ahora reaparece y se apodera de algunos teóricos de nuestro tiempo, los encierra en un mundo imaginario en el cual la Internet es el reino de la libertad y la democracia, reino edificado, por cierto sobre una sociedad capitalista que a cada paso demuestra su incompatibilidad cada vez más irreconciliable con la libertad y la democracia pero que, gracias al cretinismo –esta vez 'internético'- intenta renovar su deteriorada legitimidad. Este cretinismo es mucho más dañino que el identificado por Marx.”
El redescubrimiento del carácter central del sujeto y del mundo de las necesidades-deseos que están en la raíz de su exigencia de autoafirmación, corre parejo con una creciente toma de conciencia del enredo extremadamente articulado de fuerzas que actúan en él y sobre él, y que determinan continuas limitaciones de su libertad y de sus opciones. Ello, de algún modo nos conduce al significado que vamos a dar a la democracia, otro concepto que viene emparentado con la libertad, aunque históricamente le preceda (lo cual nos aclara que ni una es condición de la otra, ni existe una comprensión única de ambas, y mucho menos, que es posible imponerlas desde afuera de los sistemas nacionales, importarlas en helicópteros o portaviones, invadir con ellas los ciberespacios, las culturas y los imaginarios construidos sobre otros presupuestos.
Recordemos que el concepto mismo de libertad adquiere significados diversos, a veces contrapuestos, según la óptica ideológica desde la que se lo interprete: la libertad del rico para tener y expandir su propiedad a expensas del pobre, nada tiene que ver con la libertad que se le ofrece al pobre de mendigar sus derechos y luego votar por el rico que se va turnar en la presidencia del país o por quienes determinan si un emigrante es legal o ilegal; extrañas formas de libertad ambas que, por cierto, el pobre solo disfrutará en dependencia de a quién conceda su voto.
Ello atañe sin dudas al carácter democrático de la libertad, aunque se obvie que δεμος (demos) es pueblo y no clase, y contradiga aquel precepto de los padres fundadores de la gran Nación del Norte, que se presume antorcha, según la cual, democracia es el gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo, frase revolucionaria que haría expandirse en todas direcciones a la libertad, y no solo en el sentido en que ha resultado, o al que la han reducido.
Junto a la dieciochesca concepción iluminista de la libertad, que hace coincidir ésta con la proclamación abstracta y formal de los derechos individuales –concepción exacerbada hoy por el pensamiento liberal y neoliberal globalizado-, existe otra, más atenta a las posibilidades reales de su ejercicio, mediante la creación de condiciones sociales que garanticen a todos y de manera sustancial el poder real de autodeterminación, y que expande sus bondades de manera justa y solidaria.
Fíjense en este contraste: el Imperio americano que nace proclamando la libertad y la democracia a los cuatro vientos, no resuelve de origen el crucial desafío de la esclavitud que luego devendría segregación y racismo. O si no, de dónde sacó Simón Bolívar aquella telúrica admonición que nos alertaba, con respecto al gigante que crecía al norte del continente y se apropiaba, desde entonces, de la paternidad absoluta de la noción que nos convoca: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar a América de miserias a nombre de la libertad”.
La revolución en Cuba, que de forma más modesta proclama su afán por alcanzar la libertad y toda la justicia posible, nace con la liberación de los esclavos y de la decisión de sus amos blancos de compartir juntos el mismo destino, que devendría en una nación mestiza. Se afana y emprende. Yerra y reencamina. No se cree divina ni mesiánica: es una obra humana, siempre perfectible. Y cuando un mundo de socialistas que se proclamaron reales y comunistas y no resultaron ni lo uno ni lo otro, desaparece, la revolución cubana no naufraga, no se hunde, y sigue navegando con sus perfectibles imperfecciones y protagonistas por los mares de la historia, sin abrogarse la propiedad del futuro, aunque muchos sigan viendo en ella un faro de luz y una bandera en medio de la noche oscura y la mar procelosa.
Fidel Castro, que ha sido sin dudas y después de José Martí, el más grande libertador y demócrata cubano, y que nos ha enseñado en el ejercicio permanente de la insatisfacción, de la autocrítica y del perfeccionismo humano, nos deja este legado sobre la noción misma de Revolución: “es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.”
Fíjense en la dialéctica libertaria de Fidel: “igualdad y libertad plenas”. Una contiene a la otra y viceversa. “Ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”, es decir, reconocerse libre y reconocer al otro también como tal, sin mengua ni ofensa, acto consciente que radica en la base misma del goce de los derechos y en la participación del y los individuos en la sociedad. Libertad, democracia, derechos. Todos van juntos de la mano en esa noción de revolución, que por demás, es una incitación al cambio constante: “cambiar todo lo que deba ser cambiado”. Momento que rescata lo mejor de la dialéctica que Fidel ha aprendido en Martí, en Hegel y en Marx, y que nos pone ante la disyuntiva de entender que los sujetos de esos bienes morales no solo pueden sino que deben compartir deberes entre sí, entre todos, con todos y para el bien de todos, lo que es, en Martí, fórmula que él llama “del amor triunfante”.
Justo en este punto retorno a las reflexiones más generales para insistir que, junto con una concepción de la libertad de matriz liberal-burguesa, que tiende a identificarla –o reducirla- con la libre iniciativa del individuo (¿lo será realmente? –fíjense que no excluyo), existe otra que presta más atención a las exigencias objetivas de la justicia, que deben ser absolutamente tuteladas y promovidas, y en la que la sensibilidad deontológica del ser humano por sus semejantes, lo hace ser mucho más libre y mucho mejor luchador por la libertad humana.
Así, la dialéctica entre el bien personal y el bien colectivo viene a ser hoy más que nunca un asunto de primera actualidad; y eso lo sabe bien el pueblo salvadoreño, que luchó con las armas decenas de años por fundir ambos bienestares, que no se ha cansado de luchar políticamente por lograrlo, que aún masacrado, reprimido, casi exterminado, ha resistido una y otra vez y nada ni nadie ha podido quitarle su risueño espíritu guanaco, su irreverente verbo, su devoción a las creencias –a todas- y ni siquiera, han podido robarle o rendirle a sus pupusas.
Amigos:
En su existencia concreta, el hombre experimenta a un tiempo su doble condición de ser libre y ser condicionado –siempre el eterno regreso a nuestras circunstancias. La filosofía ha reflexionado mucho sobre esta experiencia fundamental, en un intento de ofrecer una interpretación, es decir, de demostrar la existencia de la libertad, indicando también cómo y por qué se desarrolla ésta.
Por eso, todo intento de establecer una libertad que sea fin para sí misma, es decir, sin relación con un valor, se frustra en el preciso instante en que se propone, ya que convierte toda elección en indiferente y, como consecuencia, borra de la actividad del hombre todo carácter de responsabilidad y de riesgo con su medio y circunstancias.
En esta universidad, donde el fantasma del padre Eyacuría sigue revolviendo cátedras y aulas y enrojeciendo conciencias (no en el sentido político, sino en puro sentido ético) ustedes saben mejor que muchos otros que la experiencia moral es experiencia de un valor y, sobre todo, lleva como contraseña la percepción del valor del hombre concreto como persona, el cual procede en conformidad o no con su dignidad irrepetible, con mayor o menor fidelidad al sentido auténtico de su existencia. La experiencia ética, si bien tiene sus raíces en la situación y se alimenta de ella, emerge de ella y aparece cimentada en la profundidad de la persona. Es experiencia del valor, pero no como un dato ya dado de antemano, sino como el objeto de una elección libre que tiende dinámicamente a hacerlo realidad a través de un proceso concatenado e ininterrumpido.
La libertad de elección no lo es, pues, todo. Está en función de la liberación moral entendida como la apertura cada vez mayor del espíritu a los valores y a la plenitud del ser. Una libertad inculta y amoral, que se expande para si en detrimento del otro, una libertad insensible que no sufre como afrenta propia la causada a otros hombres, o siente como propio el idéntico derecho a la libertad de todos los demás, es, si acaso, una revelación del peor instinto del depredador que fuimos –o somos- y nos transforma en salvajes.
Si reflexionáramos a fondo sobre la libertad, podríamos apreciar el desarrollo de la responsabilidad moral en toda su consistencia real. Por una parte, hay que dejar constancia de la existencia de la libertad como dinamismo fundamental del ser y del obrar del hombre; libertad sustentada en el conocimiento y en la voluntad humana (algunos, desde la fe, añaden, en la presencia de Dios).
Pero, por otra parte, no deben olvidarse las dinámicas histórico-concretas que caracterizan a la existencia humana como existencia espacio-temporal ni, consiguientemente, el peso decisivo de los condicionamientos biopsíquicos, históricos y socio-culturales, que se encuentran en la raíz de las opciones y comportamientos del hombre.
Centrémonos en hechos de nuestros días:
Un vulgar delincuente cubano que ha cometido innumerables delitos se autoproclama perseguido político. Los que lo estimulan a hacerlo saben que es “rayado”, como se diría en El Salvador, y que pueden usarlo hasta el final para sus fines. Lo incitan a una huelga de hambre para rendir con ella a un gobierno apoyado por la inmensa mayoría del pueblo. El neodisidente enarbola reclamaciones fútiles: ventilador, cocina, refrigerador y teléfono para su celda. El hombre decide morirse en su protesta. Las convenciones internacionales de derechos humanos dicen que tiene derecho a morirse si quiere y que no se le puede impedir porque mancillaría su dignidad. Se le brinda toda la asistencia médica posible, pero muere.
Un psiquiatra clínico que de tanto curar almas ha enfermado la suya y ha llegado hasta provocar agresiones físicas y lesiones casi mortales a sus pacientes y colegas, además de autolastimarse decide optar también por la conversión ¿política? Y como su antecesor, se proclama igual en huelga de hambre, con el mismo fin de rendir con ella a un gobierno apoyado por la inmensa mayoría de su pueblo. Se declara perseguido y acosado, pero dispone de casa propia, alimentación, médicos y medicinas, y luego hasta de un cuarto de hospital. Desde allí arenga al mundo contra su Patria, y lo hace, además, con libertad plena y pleno acceso a todos los medios de comunicación globalizados, de una forma que cualquier Código Penal del mundo lo castigaría.
El mundo se cae en Cuba, la gente se suicida como gorriones, y nada pasa en las cárceles del Imperio donde más de un millar de personas mueren, las matan, se suicidan o intentan hacerlo cada año. Nada ocurre en Honduras, donde la represión salvaje sigue cobrando vidas. Nada ha pasado en Europa, donde nadie quiere saber de cárceles secretas, torturas, xenofobia y otras libertades. Nada se sabe de la franja de Gaza, donde no hay cuentas ya de niños, mujeres o ancianos masacrados. Nadie quiere ya que se hable de los jesuitas asesinados en este mismo campus, de la ausencia inevitable del padre Ignacio Eyacuría, del silencio al que fue condenado Monseñor Romero por alguien que se creyó más libre que él y, quién sabe, hasta que Dios.
El coro global canta el concierto del pensamiento único que no acepta más que su liberty, su democracy y sus rigths. Hasta las derechas nos dicen cómo debemos ser los de izquierda. Los herejes, que como los primeros cristianos, desafiamos a la Roma de hoy, estamos condenados al silencio. Los que decidimos retar al emperador y cruzar el mar, somos los crucificados. La prensa oligopólica –por oligárquica y monopólica- no da espacios a la razón pura y en cambio, abre sus páginas a la razón violenta, acogiendo acoge firmas de terroristas confesos como Carlos Alberto Montaner, vestido hoy con ropaje de oveja escritora. Y no faltan supuestos defensores de derechos humanos que hasta hoy habían estado ocupados en sus muchos y graves problemas, pero para no faltar al coro que reparte plata y favores, se suman, sin cálculo de daños a su propia historia y deberes, y sin fijarse mucho en que a su alrededor la libertad justa, moral, debida, democrática y verdadera, se mantiene cercenada.
¿Para qué cito estas realidades? Para recordar que la responsabilidad del hombre se debe buscar cada vez más en la compleja trama entre lo privado y lo público, entre lo personal y lo político, entre la historia y la cultura, y entre el respeto a si y a los demás, a sus propias decisiones y a las de los otros.
Una responsabilidad verdadera, real, ineludible, que lleva al hombre a madurar en lo hondo de sí mismo decisiones que van a orientar concretamente su existencia y que se van a manifestar en los actos que él desarrolle, actos, por lo tanto, caracterizados por la presencia de la libertad, actúa por sí misma, como regulador consciente de la libertad.
En ese sentido, la libertad pasa a ser un acto consciente del individuo social, en la que el derecho del uno concluye donde comienza el del Otro, y deja de ser, por consiguiente, un acto animal de albedrío sin límites, o lo que también denominamos, un acto de libertinaje o anarquía.
¿Ha sido la revolución cubana un acto de libertad como pocos en la historia? Nadie lo duda. ¿Fue excluyente? Se sabe, ¡jamás! ¿Se avergüenza de su precio? Bien lo saben sus detractores: no esconde muertos, torturados ni desaparecidos en el escaparate de su historia; no tiene vergüenzas de que ruborizarse o arrepentirse. Las víctimas que se le achacan y de las que sus verdugos se quieren apropiar como mártires, son las de la larga guerra que ha debido librar para resistir, existir y vivir contracorriente: 5577 cubanos víctimas del terrorismo armado, miles de cubanos víctimas del terrorismo migratorio, millones de cubanos víctimas del terrorismo económico, comercial y financiero.
¿Será el huelguista de hambre muerto víctima del Gobierno cubano o de quienes lo empujaron a la automutilación para sacar calculada ganancia política?
¿Ha sido la revolución cubana un acto antidemocrático? Pocos gobiernos del mundo han hecho de la participación libre de sus ciudadanos en la toma de decisiones un acto de democracia. Ninguna de las grandes decisiones de la revolución cubana han sido tomadas de espaldas y sin consultar al pueblo. Si los cubanos no pueden tener la libertad de opción, ¿por qué acuden en masa a los colegios electorales durante las elecciones? ¿Por qué vota más del 90 por ciento de ellos a pesar de que el voto no es obligatorio? ¿Por qué, si son tan totalitarios, tienen que proponer no menos de dos candidatos por cargo público y cumplir con la ley de lograr, además, un adecuado balance de mujeres, negros, mestizos y jóvenes? ¿Por qué –diría Silvio Rodríguez-, si el Gobierno es tan malo, ha forjado en cincuenta años un pueblo tan bueno?
¿Es un problema de falta de libertad de los cubanos, o es que los cubanos no quieren una libertad desenfrenada donde unos pisoteen a los otros según su poder, astucia o suerte? ¿Qué tan antidemocrático es el régimen que sabiendo de la necesidad de una decisión económica de emergencia para enfrentar una crisis, la consulta con el pueblo, el pueblo la veta, y el gobierno se ve obligado a hacer malabares para no lesionar el mandato que se le ha conferido y, a la vez, cumplir con su deber de hacer que la crisis golpee a los menos favorecidos?
Cuando alguien se precipite a condenar a otros, a certificar gobiernos, a poner etiquetas, a presumir de libre y democrático, pregúntense siempre por qué. Duden siempre de quien proponga una libertad sin frenos, porque donde no exista responsabilidad, la libertad será cuando menos inservible y cuando más, será una ficción en la que unos –las mayorías- actuarán como si fueran libres y otros –las minorías que ejercen el poder- se comportarán como si dejaran a los demás disfrutar de su libertad.
Por último, les regalo un acertijo: había una vez un pueblo amenazado por hombres que ponían bombas donde ese pueblo y sus visitantes iban a curarse, a comer y a bailar. Había hombres que compraban hombres-mercenarios en otro país para que pusieran bombas en el propio y en el que los acogía. Había hombres-presidentes que ampararon a los hombres-terroristas en su cruzada contra el pueblo en el que reventaban las bombas. Había hijos del pueblo que viajaron al país de donde procedían los hombres terroristas, el dinero y las bombas para descubrir sus planes y alertar de los peligros que corrían sus ciudadanos y advertir a su pueblo para que no resultase víctima. Los hombres-policías capturaron a los hijos del pueblo víctima y los hombres-jueces del país de acogida los sancionaron por defender a su pueblo. Los hombres-terroristas siguieron libres, cerca de los jueces, haciendo planes, preparando bombas y fusiles. ¿Saben a nombre de qué actuaron todos? A nombre de la libertad. Saque cada quien sus conclusiones.
Termino, y no solo doy las gracias. He filosofado, pero los cubanos llevamos nuestra libertad, independencia y democracia a galope, porque así se nos ha impuesto. Tampoco nos arrepentimos. Esa pelea nos ha dado un ojo más avizor y nos ha permitido ser más justos. Por ello concluyo con el grito que nunca depondremos:
¡Viva Cuba libre!


Conferencia dictada por el Dr. Cs. Pedro P. Prada, Embajador de Cuba en El Salvador, en el Auditorio de la Facultad de Economía de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA). San Salvador, Viernes 30 de abril de 2010.


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