viernes, noviembre 14, 2008

CUBA, LA ELECCIÓN DE OBAMA Y LA PREGUNTA DE LUCAS (II)

Pendiente aún la respuesta a la pregunta de Lucas (¿Están listos?), y ante los asombros, tormentos, provocaciones y desvanecimientos que ha generado la elección del Sr. Barack Obama como presidente de los Estados Unidos, en esa virtualidad mediática que los verduleros de noticias y los obesos mentales insisten en denominar como a mi país, yo, que soy pasional a la historia, convencido de que quien sabe de dónde viene, conoce mejor quién es y elige más claro hacia dónde debe ir, debo recordar algunas perlas del tiempo que nos están siendo escamoteadas para atontarnos las entendederas.

El conflicto entre Cuba y los Estados Unidos no es con la revolución cubana. El conflicto toma su origen en aquellas máximas fatídicas de los padres fundadores Thomas Jefferson y John Quincy Adams, quienes vaticinaron que Cuba sería la más jugosa adición que se podría hacer a la Unión Americana. El conflicto se nutre de su desconocimiento a la República de Cuba en armas, de la desidia ante los esfuerzos independentistas de los patriotas cubanos y de las delaciones de expedicionarios ante las autoridades coloniales españolas, exactamente congruentes con el desconocimiento con que nos premiaron después del Primero de enero de 1959.
Ese conflicto cobró vida en la colonización económica del país, caballería por caballería de tierra, industria por industria, recurso por recurso, y en las deformaciones estructurales que ello comenzó a generar desde mediados del siglo XIX y hasta nuestros días, con el bloqueo. No es casual que nuestra gran trinidad patriótica: Céspedes, Martí y Maceo, en tres momentos históricos diferentes y con idéntica lucidez, nos alertaran para todos los tiempos del peligro que se nos venía encima. Fidel, acaso, ha resultado un ejemplar y leal discípulo de aquellos y un visionario maestro de nosotros.
Cuando se desató la guerra hispanoamericana –por la ocupación militar y conquista de Cuba y otras colonias españolas, verbigracia- no era el fin de nuestros voraces vecinos liberar a Cuba de España, sino ponerla a su servicio. Las primeras constituciones, la Enmienda Platt, la ilegal ocupación militar de un territorio en Guantánamo, las tres intervenciones militares de los marines, los golpes de Estado, las dictaduras, los procónsules, los casinos, la mafia, las víctimas de todo esto, no son más que los lodos de todos esos polvos.
Por rebelarnos los cubanos contra ese Imperio, por haber desafiado al gigante de las siete leguas, por haber hecho en su feudo más cercano lo que nos vino en nuestra real y soberana gana, sin pedirle más permiso y sin humillarnos, se nos condenó al ostracismo –¡esa palabreja que tanto adoran las derechas! Aunque vindicamos desde el Caribe el viejo espíritu de los espartanos, o de los numantinos, del que muchos abdicaron, el telón de acero que fue levantado en torno nuestro, mucho antes que el de Berlín, sobrevivió a aquel, y nosotros a ambos, gracias a una voluntad y coraje a toda prueba, y a que en nuestra resistencia hemos sido el pueblo más acompañado del planeta.
Estas son verdades verdaderas, como diría el inefable Samuel Feijoó. Las podrán ocultar, torcer, disfrazar, pero no las pueden ignorar, ni podemos permitir que nos las escamoteen en nombre de la postmodernidad, del tendido de puentes, de la tolerancia y de la buena voluntad. ¡Esas verdades cuentan!
Es lógico que la elección de una alternativa al señor de la W que durante los últimos ocho años desgobernó el Imperio global, sus principados europeos y alguna que otra encomienda en sus respectivos traspatios (no sin enfrentar las rebeliones de algunos cacicazgos aguafiestas, como este de la Isla de Cuba), llene a muchos de una inefable sensación de respiro y despierte en algunos un optimismo que a veces excede toda moderación.
Está bien informarlo, que sea titular de un día en los noticieros y los periódicos impresos. Está bien que lo comentemos. Pero, ¡hombre!, sin arrastrarse, porque no era nuestro presidente al que elegíamos, ni estaba incluido entre las prioridades que le dejaron al país el bloqueo, el periodo especial, nuestras deficiencias o los huracanes Gustav y Ike. No se debe confundir al pueblo con el puñado de mercenarios que reunidos la noche del 4 de noviembre en la residencia del jefe de la SINA votaron por mayoría contra Obama. Además, no hay que hacerse demasiadas expectativas: W ha dejado la Casa, que era Blanca, ardiente. El nuevo Presidente tendrá que pactar con los magos de Hogwart (los que educaron a Harry Potter) para poner orden adentro y, después, ir a resolver todo el desastre que le dejaron por fuera.
Si pudo llegar hasta ahí: él, inteligente, joven, negro y con una corta carrera política, es porque fue antes el elegido de los dioses (ya se sabe, los de Wall Street, Bretton Woods, Silicon Valley, los de los caucus, lobbies y fundaciones); o de dónde se piensa que sacó la “pasta” el candidato que más recaudó en la historia de los Estados Unidos. ¿De dónde salieron sus más de 700 millones de dólares? ¿A quién se piensan que el Sr. Obama debe responder? ¿A las aspiraciones de los africanos y los caribeños? ¿A los indígenas sudamericanos? ¿A los inmigrantes hispanos o asiáticos? Añado: la situación es tan grave que el nuevo mandatario solo podrá gobernar si construye un sólido consenso bipartidista y logra unidad (incluso con la derecha neoconservadora) para sacar adelante la economía y restablecer el crédito internacional del país.
Por demás, Demócratas y Republicanos estadounidenses han sido siempre, para nuestro país, dos caras de una misma moneda. No se discute si aceptar o no a Cuba como es, sino cómo acabar con Cuba, con garrote o con zanahorias. Entonces, para el candidato del Cambio, cambiar, lo que se dice “cambiar”, aquellas áreas de política exterior que no son prioritarias en su programa, no es un tema que esté en el orden del día. Todo tiene su tiempo y la nueva administración que tome el poder en enero, si fuese sabia y lo decidiera, determinará las formas y modos de hallar entendimiento con quienes su país se ha enemistado y enfrentado con obcecación y fuerza.
Aún en el más idílico de los escenarios, los cubanos –hijos de los principios y la ética- no podríamos acomodar cómodos lazos con el Norte y renunciar a la vez a la solidaridad con nuestros hermanos del Tercer Mundo, callar el injusto e insostenible orden económico internacional, dejar de denunciar las violaciones del derecho internacional, de los derechos humanos, las políticas antidemocráticas, el avasallamiento cultural e informativo y otros males que genera el sistema de poder estadounidense y su modo de vida despilfarrador y destructor del medio ambiente. Es verdad, son muchas las preguntas sin respuesta de Lucas. Dan fe del tramo largo, tortuoso y complejo que aún espera a una recomposición de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, lo que a su vez recomienda apelar al viejo y sabio adagio de los campesinos cubanos: nunca pongas la carreta delante de los bueyes.

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