Señor
Presidente de la Honorable Asamblea Legislativa
Honorables
señoras y señores diputados
Excelencias
Distinguidos
invitados
Hace cincuenta años que un
brutal golpe de Estado y una orden imperial impusieron la ruptura de lazos
diplomáticos entre Cuba y El Salvador. En medio de la barbarie, el cónsul
cubano y la secretaria salvadoreña arriesgaron sus vidas y extrajeron los
documentos y objetos de valor de la misión.
Esa lealtad tenía antecedentes
desde 1821, cuando tras completarse la independencia, un cubano, el doctor
Pedro Barriere, fue reconocido como primer presidente. Se nutre de la defensa
de la causa cubana que hizo antes de morir el general y expresidente Don Manuel
José Arce y, sobre todo, crece con la leyenda de la escolta salvadoreña que se
dice acompañó en su brega independentista centroamericana al general cubano
Antonio Maceo, cuando organizaba la revolución anticolonial.
Esa lealtad se construyó
también en el vínculo solidario que numerosos emigrados de este país tejieron
con la causa cubana en los clubes patrióticos de Nueva York y Tampa, donde José
Martí convocaba a librar la batalla final contra el imperio colonial español y
por la independencia de Cuba.
Ya en el siglo XX y en esa
ruta, quién sabe de los abrazos y apretones de mano que pudieron haber sellado
Agustín Farabundo Martí y Julio Antonio Mella, de haberse reunido en México,
cuando ambos luchaban por construir el movimiento obrero y comunista de la
región; o cómo desconocer la influencia de las ideas de José Martí en Alberto
Masferrer; o los aportes a la escuela cuscatleca de conocidos educadores
cubanos como Elías Entralgo y Aurelio Baldor.
Asimismo, sabemos que en los
años cincuentas, en la hora de la gran rebelión antimperialista en nuestra
Patria, numerosas personalidades salvadoreñas intervinieron en más de una
ocasión en contra de la dictadura militar instaurada en la Isla, mientras que
La Prensa Gráfica fue de los pocos medios continentales que desafió la censura
sobre lo que realmente ocurría en Cuba. En aquellos años, los hogares
salvadoreños acogieron y dieron protección a numerosos perseguidos políticos
cubanos. De esos afectos surgieron amores e hijos que luego fueron héroes, como
Tomás Roberto García Vargas.
Por estas tierras cruzó en
1954 un médico llamado Ernesto Guevara, cuando aún no era el Che de Cuba y del
mundo, y laboriosas manos indígenas calentaron para él en Tazumal, el agua para
el mate con el que alivió su asma, en la ruta que lo conduciría a unirse a la
revolución cubana.
Cómo olvidar que el
manifiesto constitutivo de una de las primeras organizaciones de solidaridad
con Cuba en el mundo, creada el 28 de enero de 1960, se debió a la pluma del
insigne poeta Roque Dalton, cuyos versos marcaron los de nuestros bardos, y que
halló en nuestra Isla a su otra patria!
Están otros, protagonistas de
episodios menos divulgados, como la doctora María Isabel Rodríguez, quien desde
sus tareas en la OPS, ayudó a construir el formidable sistema de salud pública
cubano, del cual se han beneficiado miles de salvadoreños y en el que se han
educado centenares de jóvenes de este país, todos de forma gratuita.
La historia reciente es más
conocida y en esta sala hay numerosos testigos de ella. Todos sabemos también
que en el momento en que los salvadoreños decidieron construir la paz, los
cubanos, que habíamos sido solidarios en los momentos más difíciles, trabajamos
con respeto, en silencio y sin protagonismos para apoyarlos en la
implementación de aquellos acuerdos de Chapultepec con los que se pactó el
retorno de la justicia, la democracia y el decoro humano.
Solo añado que para nosotros,
nada supera al cariño y la lealtad extraordinaria de los salvadoreños hacia los
cubanos, ni menoscaba en lo más mínimo nuestro respeto a esta tierra noble y
heroica, ni la gratitud eterna hacia sus hijos.
Por eso vemos este acto
generoso como un desagravio y un abrazo que ambas repúblicas, al fin con
relaciones plenas, nos damos en el nuevo siglo de la unidad americana.
Venimos a depositar en
custodia, junto con los pabellones de Nuestra América y del mundo que exaltan
esta sala, el símbolo más sagrado de nuestra Nación: la bandera de la Estrella
solitaria, nacida de la rebelión anticolonial, cosida y bordada por las manos de
las mujeres insurrectas, bañada mil veces por la sangre de los combatientes por
la independencia y la libertad.
Por casi 150 años esta
bandera ha sido blasón de guerreros y sudario de mártires, fuente de fe para
los patriotas e inspiración para los artistas y poetas. Jamás ha sido
mercenaria ni invasora. Y la estrella solitaria que refulge en ella, ha llevado
su luz digna tan lejos como ha podido, incluso cuando más han querido aislarla.
Al ponerla en manos del
pueblo al que todos ustedes representan, lo hacemos con la misma confianza con
que Morazán le legó la custodia de sus restos mortales a sus soldados más
aguerridos y leales: ¡a los salvadoreños!
Que su presencia aquí,
honrada junto a las demás repúblicas de Nuestra América, nos recuerde siempre que
la verdadera salvación está en la unidad fraterna, solidaria y diversa de todos
nuestros pueblos y naciones.
Muchas gracias
PALABRAS EN LA CEREMONIA DE ENTREGA EN CUSTODIA DE LA BANDERA DE LA ESTRELLA SOLITARIA, SÍMBOLO NACIONAL DE CUBA, A LA ASAMBLEA LEGISLATIVA DE EL SALVADOR, San Salvador, 18 de agosto de 2011
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