jueves, agosto 18, 2011

UNA BANDERA QUE JAMAS HA SIDO MERCENARIA


Señor Presidente de la Honorable Asamblea Legislativa
Honorables señoras y señores diputados
Excelencias
Distinguidos invitados
 Hace cincuenta años que un brutal golpe de Estado y una orden imperial impusieron la ruptura de lazos diplomáticos entre Cuba y El Salvador. En medio de la barbarie, el cónsul cubano y la secretaria salvadoreña arriesgaron sus vidas y extrajeron los documentos y objetos de valor de la misión.
Algunos llegaron de forma clandestina a La Habana. Otros, como el escudo de la Misión, fueron defendidos con secreto celo hasta el 8 de enero de 2010, cuando se reabrió la sede diplomática cubana y la adarga fue restituida a nuestra Patria.
 Esa lealtad tenía antecedentes desde 1821, cuando tras completarse la independencia, un cubano, el doctor Pedro Barriere, fue reconocido como primer presidente. Se nutre de la defensa de la causa cubana que hizo antes de morir el general y expresidente Don Manuel José Arce y, sobre todo, crece con la leyenda de la escolta salvadoreña que se dice acompañó en su brega independentista centroamericana al general cubano Antonio Maceo, cuando organizaba la revolución anticolonial.
 Esa lealtad se construyó también en el vínculo solidario que numerosos emigrados de este país tejieron con la causa cubana en los clubes patrióticos de Nueva York y Tampa, donde José Martí convocaba a librar la batalla final contra el imperio colonial español y por la independencia de Cuba.
 Ya en el siglo XX y en esa ruta, quién sabe de los abrazos y apretones de mano que pudieron haber sellado Agustín Farabundo Martí y Julio Antonio Mella, de haberse reunido en México, cuando ambos luchaban por construir el movimiento obrero y comunista de la región; o cómo desconocer la influencia de las ideas de José Martí en Alberto Masferrer; o los aportes a la escuela cuscatleca de conocidos educadores cubanos como Elías Entralgo y Aurelio Baldor.
 Asimismo, sabemos que en los años cincuentas, en la hora de la gran rebelión antimperialista en nuestra Patria, numerosas personalidades salvadoreñas intervinieron en más de una ocasión en contra de la dictadura militar instaurada en la Isla, mientras que La Prensa Gráfica fue de los pocos medios continentales que desafió la censura sobre lo que realmente ocurría en Cuba. En aquellos años, los hogares salvadoreños acogieron y dieron protección a numerosos perseguidos políticos cubanos. De esos afectos surgieron amores e hijos que luego fueron héroes, como Tomás Roberto García Vargas.
 Por estas tierras cruzó en 1954 un médico llamado Ernesto Guevara, cuando aún no era el Che de Cuba y del mundo, y laboriosas manos indígenas calentaron para él en Tazumal, el agua para el mate con el que alivió su asma, en la ruta que lo conduciría a unirse a la revolución cubana.
 Cómo olvidar que el manifiesto constitutivo de una de las primeras organizaciones de solidaridad con Cuba en el mundo, creada el 28 de enero de 1960, se debió a la pluma del insigne poeta Roque Dalton, cuyos versos marcaron los de nuestros bardos, y que halló en nuestra Isla a su otra patria!
 Están otros, protagonistas de episodios menos divulgados, como la doctora María Isabel Rodríguez, quien desde sus tareas en la OPS, ayudó a construir el formidable sistema de salud pública cubano, del cual se han beneficiado miles de salvadoreños y en el que se han educado centenares de jóvenes de este país, todos de forma gratuita.
 La historia reciente es más conocida y en esta sala hay numerosos testigos de ella. Todos sabemos también que en el momento en que los salvadoreños decidieron construir la paz, los cubanos, que habíamos sido solidarios en los momentos más difíciles, trabajamos con respeto, en silencio y sin protagonismos para apoyarlos en la implementación de aquellos acuerdos de Chapultepec con los que se pactó el retorno de la justicia, la democracia y el decoro humano.
 Solo añado que para nosotros, nada supera al cariño y la lealtad extraordinaria de los salvadoreños hacia los cubanos, ni menoscaba en lo más mínimo nuestro respeto a esta tierra noble y heroica, ni la gratitud eterna hacia sus hijos.
 Por eso vemos este acto generoso como un desagravio y un abrazo que ambas repúblicas, al fin con relaciones plenas, nos damos en el nuevo siglo de la unidad americana.
 Venimos a depositar en custodia, junto con los pabellones de Nuestra América y del mundo que exaltan esta sala, el símbolo más sagrado de nuestra Nación: la bandera de la Estrella solitaria, nacida de la rebelión anticolonial, cosida y bordada por las manos de las mujeres insurrectas, bañada mil veces por la sangre de los combatientes por la independencia y la libertad.
 Por casi 150 años esta bandera ha sido blasón de guerreros y sudario de mártires, fuente de fe para los patriotas e inspiración para los artistas y poetas. Jamás ha sido mercenaria ni invasora. Y la estrella solitaria que refulge en ella, ha llevado su luz digna tan lejos como ha podido, incluso cuando más han querido aislarla.
 Al ponerla en manos del pueblo al que todos ustedes representan, lo hacemos con la misma confianza con que Morazán le legó la custodia de sus restos mortales a sus soldados más aguerridos y leales: ¡a los salvadoreños!
 Que su presencia aquí, honrada junto a las demás repúblicas de Nuestra América, nos recuerde siempre que la verdadera salvación está en la unidad fraterna, solidaria y diversa de todos nuestros pueblos y naciones.
 Muchas gracias

PALABRAS EN LA CEREMONIA DE ENTREGA EN CUSTODIA DE LA BANDERA DE LA ESTRELLA SOLITARIA, SÍMBOLO NACIONAL DE CUBA, A LA ASAMBLEA LEGISLATIVA DE EL SALVADOR, San Salvador, 18 de agosto de 2011

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