Señor
Rector
Honorables
autoridades universitarias
Queridos
estudiantes salvadoreños
Amigos
incómodos todos
Quiero ante todo referirme al informe del
periódico británico The Times, que el maestro Guillermo Campos ha comentado al
iniciar este acto, sobre una lista de las supuestas cien mejores universidades
del mundo, en las que América Latina y el Caribe están muy pobremente
representados; y añadir, a sus dos importantes razonamientos sobre los factores
que determinan esa supremacía, y que sin dudas tienen que ver con la prioridad
gubernamental a la educación y con los recursos que se invierten en el
conocimiento, otro elemento que, desde mi punto de vista, a veces se nos
escapa:
Ante todo, les digo sinceramente que guardo
profundas reservas hacia esa visión del mundo desde los centros de poder; una
visión colonial, hegemónica, que nos relega a la periferia, que nos coloca en
plan de súbditos, de aprendices, y que casi siempre nos mide solo por los
gastos que hacemos en formar conocimiento y no por su alcance real. Cuando
escucho de esas listas pienso en la forma en que esas universidades elitistas y
esas sociedades supuestamente superiores nos roban los cerebros de nuestros
países, nos roban nuestros resultados científicos, o silencian intencionalmente
nuestros adelantos, como si no existieran.
Pregúntense por qué en el siglo XIX quisieron
despojar al cubano Carlos Juan Finlay de su descubrimiento sobre el agente
transmisor de la fiebre amarilla. Averigüen
por qué, tan pronto el colombiano Manuel Patarroyo descubrió la vacuna contra
la malaria, se lo querían llevar a formar parte de grandes instituciones
académicas y médicas estadounidenses. ¿Por qué el profesor Rafael Cedillos,
autoridad mundial en enfermedad de Chagas, lo aclaman en Atlanta y es casi un
desconocido en su patria, El Salvador? Estoy seguro que muy pocos saben que
hace apenas veinte años, una cubana, la doctora Conchita Campa, descubrió la
vacuna contra la Meningitis B. Sencillamente, no existe.
Busquen además las razones por las que nos
roban nuestros médicos, nuestros ingenieros, nuestros maestros, endeudan a
nuestros países, les imponen recortes en gastos públicos –es decir, también en
educación- y después nos dicen con jactancia que somos “incapaces”, y que no estamos
aptos para producir conocimiento.
También cabría hacerse otras preguntas:
¿Conocen ustedes que la primera y más grande
universidad agraria del hemisferio occidental y una de las más importantes del
mundo está en Chapingo, México, y tiene uno de los bancos de germoplasma más
importantes del planeta y, sin dudas, el banco de germoplasma de maíz más
relevante del mundo, creado por científicos mexicanos?
¿Dónde se educaron Rubén Darío, Domingo
Sarmiento, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Gabriel García
Márquez?, por solo mencionar algunas de las figuras cimeras de las letras
hispánicas. ¿Dónde surgió y se educó el genio tecnológico de Oscar Nieméyer? Ninguno
de ellos se fue a Madrid o a Lisboa a estudiar la lengua o la arquitectura.
Puedo decir además que, sin excepción, todos
los nombres mencionados se formaron, además, en escuelas y universidades
públicas latinoamericanas y no en colegios privados y mucho menos en esos
templos elitistas de que presume ese periódico.
Querido Guillermo, hermanos; les digo
sinceramente que desconfío de esas listas que nos excluyen desde su orgullosa y
prepotente superioridad, que olvidan que su gloria también nos la deben, que
los recursos humanos y económicos que nos robaron a lo largo de la historia los
ayudaron a encumbrarse. Tengo la más absoluta convicción de que quizás con
menos recursos, pero con dosis extraordinarias de talento y sacrificio, las
universidades de Nuestra América y nuestros pueblos, no les ceden un ápice en
genialidad y gloria a esos señores.
Dicho esto, vamos a lo que veníamos:
Primero, agradezco al Rector, al Vicerrector,
al Maestro Guillermo las cálidas palabras hacia mi país cuando hablaron del
valor del conocimiento emancipado.
Honra a Cuba, a su Educación Superior y a sus
universidades haber sido invitados a este acto en el marco de los festejos por
el 170 aniversario de La Universidad de El Salvador, concebida desde sus inicios como un centro de
estudios superiores para la juventud salvadoreña, cuando la joven y más pequeña
de las repúblicas centroamericanas se aprestaba a conmemorar sus primeros
veinte años de existencia.
Por eso, también, muchas y muy especiales gracias
al doctor David Hernández por la advocación martiana bajo la cual ha colocado
esta conmemoración y por el renovado compromiso que siempre nos ha demostrado con
la idea de que un pueblo culto invariablemente será libre.
Desde la década de 1950, la Universidad de El
Salvador, como toda verdadera Alma Máter nacional que se precie de serlo, se
convirtió en el principal referente de pensamiento de avanzada salvadoreño, que
concentraba la mayor parte de la comunidad intelectual de El Salvador y uno de
los más importantes núcleos de oposición a los gobiernos autoritarios y
militaristas del país.
Según consta en varios documentos históricos
que he revisado para poder cumplir con esta amable solicitud, centenares de
estudiantes y catedráticos de la UES fueron víctimas de la represión militar a
tal punto que, ante la imposibilidad de vencerlos, los sectores conservadores
de la sociedad salvadoreña idearon la creación de varias universidades privadas
con el fin de competir con la que constituía la raíz cultural de la Nación,
destrozarla y finalmente hacerla desaparecer, lo que no pudieron lograr.
Aquellos actos de barbarie, y aquel intento
ridículo por acallar a la fragua de la conciencia nacional salvadoreña no tenían
futuro por una sencilla razón: las raíces no se destruyen y mucho menos, si los
pueblos están dispuestos a preservarlas a cualquier precio.
Ahora, la historia de la Universidad de El
Salvador no es diferente de la de otras grandes universidades de Nuestra
América. ¿Podríamos imaginar el mundo latinoamericano de hoy sin la rebelión
que se inició en Córdoba, Argentina, y condujo a la más profunda reforma
educacional y de ideas que hasta aquel momento habíamos conocido? ¿Dónde
estaríamos si los estudiantes latinoamericanos no se hubieran dado cita en 1948
en la Universidad de Bogotá para articular la estrategia de resistencia continental
frente al nacimiento de la Organización de Estados Americanos, tutelada por
Washington? ¿Qué sería la historia de Bolivia sin las luchas estudiantiles de
la Universidad de San Andrés en apoyo a los reclamos de los mineros de ese
país? ¿Acaso los acontecimientos de Tlatelolco, en 1968, pasaron al margen de
esa inmensa forja de mexicanos lúcidos que ha sido la UNAM? ¿Y qué habría sido
de los venezolanos si su Universidad nacional no hubiera estado en primera línea
cuando el Caracazo, y de sus filas no hubieran surgido varios de los mártires
de aquella jornada?
En mi patria, las luchas universitarias
vienen desde el momento fundacional de la propia escuela superior en 1728,
cuando los padres Félix Varela y José de la Luz y Caballero enseñaban a sus
discípulos el amor a la tierra en que habían nacido y la aspiración de verla
libre del yugo español. De ese alumnado salieron los grandes patriarcas de la
independencia: Céspedes, Agramonte, Cisneros y tantos otros. Salió Rafael María
de Mendive, el preceptor de José Martí, quien sembró en el corazón y mente de
aquel joven superior tantas estrellas, que ni la universidad de su destierro
posterior pudo apagar. Fue en las aulas de la que hasta 1950 era la única
academia nacional, donde se forjaron los nuevos héroes del siglo XX cubano: Varona,
Ortiz, Mella, Guiteras, Villena, Marinello, Roa, Trejo, Pablo de la Torriente,
Chibás, Fidel, Echevarría… y otros tantos.
De su escalinata, edificios y plazas, donde
se debatían teoremas, fórmulas, células, leyes y cometas, también bajaban los
estudiantes a enfrentarse a las tiranías. En su aula magna, donde se encumbraron
los más altos lauros del saber, fueron veladas las constituciones de la
República cada vez que había golpes de Estado y los líderes políticos,
sindicales y estudiantiles se inmolaban en la lucha. En los mismos bancos de
sus parques, donde surgieron grandes amores y amistades, se organizó el
movimiento revolucionario que lanzó el asalto final por la conquista de la
verdadera y definitiva independencia.
Fue en la universidad cubana donde nació como
fraternidad primero, y se cultivó después y defiende aún hoy con fiereza y
pasión la que ha devenido joya principal de la revolución cubana: nuestro
consenso político nacional y la unidad inquebrantable de los cubanos; esa arma
invencible contra la que se han estrellado todos los apátridas, los
anexionistas, los agresores, los falsos intelectuales y los traidores.
Esa universidad, que tras el triunfo
revolucionario de 1959 se multiplicó en 65 nuevas casas de altos estudios,
entre las que incluyo con orgullo a la Escuela Latinoamericana de Medicina, y
que son las responsables de que en 51 años Cuba haya graduado a un millón de
profesionales de todas las ramas del conocimiento y a más de doscientos mil
especialistas altamente calificados para 129 países hermanos del Tercer Mundo,
en primer lugar para América Latina y el Caribe; de los cuales, cien mil se
recibieron como médicos en los últimos diez años.
En un país donde los gastos de la educación equivalen a un
22,7 por ciento del PIB y que en el actual curso escolar 2011-2012 tiene matriculados
a medio millón de estudiantes universitarios, de los cuales 30 mil son de nuevo
ingreso, existe hoy una de las mayores concentraciones de fuerza técnica
calificada del planeta, una intelectualidad pujante, creativa y vigorosa y un
acopio de conocimientos que sintetizan 10 300 Doctores en Ciencias (o PhD, como
les dicen en inglés) y 45 mil Maestros en Ciencias, cifras todas impensables
para una población de apenas 11,2 millones de habitantes y que avergüenzan a
aquellos poderosos de las listicas, que mientras dilapidan recursos en guerras,
lujos y en la destrucción del planeta, niegan a otros la resurrección cultural
y educacional.
¿Para qué queremos
ese gigantesco andamiaje educativo y cultural?
Lo necesitamos
para que la universidad sea en verdad un pivote del desarrollo social y garante
de la educación continua que preconiza la UNESCO. La necesitamos para endosar
un desempeño de la educación acorde con la misión y los objetivos
institucionales, de modo que dé respuesta a la creciente necesidad de preservar
la cultura, generar nuevos conocimientos y contribuir al desarrollo de las
fuerzas productivas y las relaciones de producción.
La necesitamos para que la pertinencia,
la calidad y la eficiencia en la formación de mejores seres humanos sean cualidades
indispensables de los procesos docentes, de investigación y de extensión de los conocimientos. Y la
requerimos para potenciar la participación activa de todos los cubanos en la
construcción de la nueva sociedad en que estamos empeñados, a la vez que
podemos abrirnos al mundo y compartir de forma solidaria con millones de
personas nuestros saberes y avances, ayudándolos a alzarse por ellas mismas.
La Universidad nos es indispensable
para recordar en todo momento que en la unidad estudiantil nacieron también la
unidad de todos los trabajadores y luego la de todo el pueblo, que entendía al
fin y más allá de toda diversidad o miseria humana, que solo unidos jamás
seríamos vencidos. A la universidad la necesitamos también para armar de ideas
nuestra resistencia, para vencer el bloqueo genocida, para superar la rabia y
el dolor por el terrorismo y sus víctimas, para rescatar del silencio cómplice
y de la cárcel injusta a los cinco graduados universitarios que luchaban con el
terror y los criminales dentro del propio Imperio.
La urgimos además para que sea coraza
de la Nación y para que la sociedad del conocimiento que creamos nos provea de
todo aquello de lo que nos han privado durante decenas de años el subdesarrollo
heredado y la irracional política de aislamiento impuesta por los Estados
Unidos. Nos apremia alcanzarlo para no ser un pueblo paria, que ande colgado de
la falda o el pantalón de otros, peor si son poderosos, sino para caminar con voluntad
y pies propios por un mundo en el que se impone un irracional pensamiento
único, nos homogeneízan cultural e informativamente, se destruye de forma
suicida el hábitat y donde la genuflexión de los cerebros reblandecidos no
acepta más ley ni credo que los que vienen del Norte.
De ahí que no haya sido extraordinario
que en noviembre de 2005 Fidel Castro haya utilizado el Aula Magna de la Universidad
de La Habana para convocar a sus estudiantes, profesores y a todo el pueblo, al
proceso de reflexión sobre el socialismo que durante cinco años ha ocupado a
nuestra nación, con el fin de perfeccionar el país que tenemos y aproximarlo
aún más al de nuestros sueños.
En la conferencia nuestra que
generosamente la revista La Universidad ha incluido en este número, y que
impartimos como parte del ciclo de lecturas sobre los Bicentenarios americanos,
hago referencia de forma somera a ese proceso, que gana efervescencia a partir
del año 2007 y que ha entrado desde el pasado 1 de diciembre en su momento
culminante, cuando desde entonces hasta la fecha, más de seis millones de
cubanos, reunidos en más de 100 mil asambleas del Partido, sindicales,
estudiantiles, femeninas, de intelectuales y artistas, o simplemente de
vecinos, se han pronunciado por las 291 propuestas de lineamientos económicos y
sociales que nacieron de aquella fecunda cosecha de millones de planteamientos
reunidos entre los años 2005 y 2008.
Una bullente dinámica de
transformaciones ha sido puesta en marcha desde el conocimiento y la cultura.
No es la capitulación del socialismo, como dicen el Imperio, los oligarcas y
sus corifeos. No es tampoco una perestroika tropical para suicidarnos, como
temen otros. No la pueden entender aquellos que inspiran los wikicables
vergonzantes de la Oficina de Intereses yanquis en La Habana, guiados más por
sus deseos y odios que por la comprensión de una realidad a la que la
diversidad, complejidad y profusión de ideas han vuelto cada vez más
indestructible e inexplicable para aquellos que organizan revueltas con el fin
de derrocar gobiernos que no les satisfacen.
Mucho menos va a encontrarse en
mercenarios aupados desde el exterior, sin legitimidad interna ni la más mínima
moral, pseudointelectuales sin academia ni obra, patéticos parásitos de los
multimillonarios fondos que sin conocimiento del contribuyente estadounidense y
europeo, son destinados cada año para subvertir el orden constitucional cubano
y poner fin a ese faro de esperanza que desde hace medio siglo ilumina el
corazón del hemisferio occidental.
Por mucho que lo intenten y lo pidan
los apologistas del juicio final, no serán nunca las universidades cubanas y
sus cientos de miles de estudiantes los que se lanzarán a la calle para
derrocar la revolución, sino que salen y saldrán a ellas para defenderla, arroparla,
enriquecerla en ideas y soluciones, para poner la crítica necesaria, lúcida y
sanadora donde se requiere y, con ella, proponer la alternativa a cada problema
¡y arrimar luego el hombro, para que se haga realidad!
Tampoco lo lograrán desde la supuesta
clarinada tecnológica de Internet. Si de verdad creyeran en la infalibilidad de
sus inventos, por qué se le ha negado a las universidades cubanas acceder a
cualquiera de los 32 cables con canales de Internet de banda ancha que pasan
frente a nuestras costas. ¿Por qué nos bloquean sitios web, blogs y cuentas en
Google, en You Tube, en Twitter, en Facebook, mientras promueven, premian y
ensalzan a otras, apócrifas, alojadas en servidores del Departamento de Estado
y la CIA? ¿Para qué puede querer un país más de tres millones de personas
entrenadas y capacitadas por nuestras universidades y escuelas en las
tecnologías de las infocomunicaciones, sino es para poder entrar con audacia,
libertad y responsabilidad en los grandes caminos de Internet, cuando quebremos
al fin el bloqueo que nos lo impide? ¡Qué tontos!
Construir y no destruir: ese ha sido el
destino sagrado de la universidad cubana a lo largo de la historia, y no vamos
a renunciar a ello.
Lo sorprendente para muchos es que los
principales impulsores de esas transformaciones revolucionarias que están
teniendo lugar en mi Patria son aquellos mismos jóvenes rebeldes de ayer, que
como Fidel y Raúl, dejaron las aulas para hacer la revolución necesaria, y que
educando con el ejemplo, se nos revelan una vez como los verdaderos disidentes
de Cuba, y le piden a los universitarios de hoy, y a sus padres, a sus
familias, que reinventen los caminos y hagan, con lealtad, de acuerdo a los
nuevos tiempos, lo que ellos hicieron ayer y ahora mismo hacen-habrían hecho,
demostrándonos que siempre se puede ser joven mientras el corazón lata al ritmo
de cada época que nos toca vivir.
Ello explica ese ejercicio democrático
e intelectual ejemplar, que sacó a las calles a todos nuestros economistas,
sociólogos, politólogos e historiadores y a sus alumnos –es decir, a nuestros
claustros universitarios- para conducir las discusiones. Cuba se compromete una
vez más con su vocación de educación, cultura y libertad, que está prendida en
el alma de la Patria desde que nos alzamos por primera vez contra los opresores
y escogimos tener no solo tierra propia, sino himno, bandera y dignidad también
propias.
Y, por si ello fuera poco, asumimos que
la Isla-Patria con la que nos identificábamos, solo cabía unida y dentro del
haz de pueblos mestizos que desde el Río Bravo hasta la Patagonia y sobre el
gran arco de islas del Caribe, se había levantado para iluminar al mundo, a la
humanidad entera.
Nada más debo agregar. Lean, que es un
placer, aviva el músculo gris y es la mejor hormona del crecimiento humano.
Muchas gracias.
Palabras en la presentación del Número 13 de la revista La Universidad, con motivo del 170 aniversario de la Universidad de El Salvador, San Salvador, 17 de febrero de 2011
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