Queridos
hermanos salvadoreños y latinoamericanos todos que nos reunimos hoy, aquí, en
El Salvador, en ocasión del Bicentenario de la Carta de Cartagena
Estoy
aquí como ciudadano de Nuestra América, cumpliendo el llamado que nos hizo el
Presidente Hugo Chávez, cuando ante los quebrantos de salud que le impedían
seguir capitaneando en este momento la batalla por la segunda y definitiva
independencia de nuestros pueblos, reclamó, con pasión tan bolivariana como
martiana, que nos uniéramos.
Hace más de cincuenta años y a solo 23 días del triunfo del 1 de
enero de 1959, Fidel se presentó en la inmensa Plaza del Silencio de Caracas y
ante más de un millón de personas dijo, sin temor, que los venezolanos y los
cubanos éramos hermanos gemelos en la desgracia y en el dolor, pero también que estábamos hermanados en la
hazaña de la liberación definitiva de nuestros pueblos.
Aquella inmensa
multitud solidaria reconocía en el Jefe de la revolución cubana a un pueblo noble y heroico y a una idea justa, que mostraban que las
naciones de América ya estaban demasiado despiertas, en guardia, y no podían ser
engañadas de nuevo.
“Estos pueblos, subrayaba Fidel, han adquirido una conciencia
demasiado grande de su destino para que vayan a resignarse otra vez al sometimiento
y a la abyección miserable en que hemos estado viviendo…”.
Han pasado ya casi 54 años, y
como él dijera entonces, los pueblos de América saben que su fuerza interna
está en la unidad y que su fuerza continental también depende de ella.
“Estos pueblos de América saben
que si no quieren ser víctimas de nuevo de la tiranía, si no quieren ser
víctimas de nuevo de las agresiones, hay que unirse cada vez más, hay que
estrechar cada vez más los lazos de pueblo a pueblo...” (y dentro de los
pueblos).
En ese formidable Manifiesto de
Cartagena, cuyo bicentenario recordamos hoy, Bolívar señaló a la desunión como
una de las principales causas de la caída de la Primera República. En aquella Caracas
de 1959, Fidel hacía a venezolanos y cubanos similares cuestionamientos, como
si se adelantara a los acontecimientos que viviríamos después:
“¿Hasta cuándo vamos a permanecer
en el letargo? ¿Hasta cuándo vamos a ser piezas indefensas de un continente a
quien su libertador lo concibió como algo más digno, más grande? ¿Hasta cuándo
los latinoamericanos vamos a estar viviendo en esta atmósfera mezquina y
ridícula? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos? ¿Hasta cuándo vamos a ser
víctimas de intereses poderosos que se ensañan con cada uno de nuestros
pueblos? ¿Cuándo vamos a lanzar la gran consigna de unión? Se lanza la consigna
de unidad dentro de las naciones, ¿por qué no se lanza también la consigna de
unidad de las naciones?
Y como si de verdad viajara al
futuro para regresar a contárnoslo, Fidel expresó a continuación un sueño que requirió
44 años para convertirse en realidad: “…ojalá que el destino de Venezuela y el
destino de Cuba y el destino de todos los pueblos de América sea un solo
destino, ¡porque basta ya de levantarle estatuas a Simón Bolívar con olvido de
sus ideas, lo que hay que hacer es cumplir con las ideas de Bolívar!”
Ese día ya llegó, hermanos. Ese
día llegó el 14 de diciembre de 2004, hace justo ocho años, cuando dos
libertadores: Chávez y Fidel, fundaron en La Habana la Alianza Bolivariana para
los pueblos de Nuestra América, ALBA.
¡ALBA, también de amanecer! Un
propósito histórico y por tanto, radical, que desafió al monroísmo con el
bolivarianismo. Una construcción propia y original, sin modelos previos,
“creación heroica, ni calco ni copia”, como diría el gran peruano José Carlos
Mariátegui. Sostenido por las inmensas potencialidades de nuestros pueblos y
naciones, por tanto endógeno e independiente para producir en el ámbito de la
economía, de nuestros recursos y producciones, la independencia que todavía nos
debemos, y que debe ser destinada a generar más justicia, solidaridad y equidad
no solo entre personas, sino en las relaciones económicas y comerciales
compensadas que podemos construir para beneficio común y no de unos pocos.
El ALBA es un proyecto que en
tanto único, es a la vez humanista, universal, común y diverso como lo son
nuestras expresiones culturales. Un plan que no impone, sino propone, que
planea y no sorprende, que enamora y no asusta. Por todo ello, porque se afina
en un ideal profundamente liberador, es, a la vez, un orgulloso disidente y
subversivo del actual orden mundial.
El parto del ALBA, en aquel
diciembre, fue la gran clarinada para nuestros pueblos. Juntos fuimos todos
entonces a la gran batalla contra el ALCA en Mar del Plata y de allí, no
paramos más. A los fundadores se unieron más países del sur, de Centroamérica y
del Caribe. El razonamiento de Fidel, en la Plaza del Silencio, el 23 de enero
de 1959, una vez más cobró vigencia:
“Si la unidad dentro de las
naciones es fructífera y es la que permite a los pueblos defender su derecho,
¿por qué no ha de ser más fructífera todavía la unidad de naciones que tenemos
los mismos sentimientos, los mismos intereses, la misma raza, el mismo idioma,
la misma sensibilidad y la misma aspiración humana?
“Cuando todos estamos pensando
igual, cuando todos estamos sufriendo igual, cuando todos estamos aspirando a
lo mismo, cuando no nos diferenciamos en nada, cuando somos absolutamente
iguales, ¿no parece sencillamente absurdo que unos se llamen cubanos y otros se
llamen venezolanos y parezcamos extranjeros unos ante otros, nosotros que somos
hermanos, nosotros que nos entendemos bien?
“¿Y quiénes deben ser los
propugnadores de esa idea? –preguntaba Fidel insistiendo en el concepto bolivariano
de la unidad-. Los venezolanos, porque los venezolanos la lanzaron al
continente americano, porque Bolívar es hijo de Venezuela y Bolívar es el padre
de la idea de la unión de los pueblos de América”.
Por eso, añadía, con palabras que
hoy hacemos nuestras:
“Venezuela es el país más rico de
América, Venezuela tiene un pueblo formidable, Venezuela tiene dirigentes
formidables, tanto civiles como militares; Venezuela es la patria de El
Libertador, donde se concibió la idea de la unión de los pueblos de América.
Luego, Venezuela debe ser el país líder de la unión de los pueblos de América;
los cubanos los respaldamos, los cubanos respaldamos a nuestros hermanos de
Venezuela”.
Y añado ahora: los cubanos
respaldamos a su Presidente, al compañero Hugo Rafael Chávez Frías, a quien nuestro
Presidente Raúl Castro Ruz dedicó ayer emocionadas palabras, con la seguridad
de que saldrá fortalecido de esta
nueva prueba para celebrar juntos la victoria en las elecciones regionales de
mañana 16 de diciembre y en las batallas que nos depare el futuro.
Como Fidel lo estuvo hace más de
medio siglo, hoy también nosotros estamos seguros que no hay quien se atreva a
intentar arrebatarle los derechos al pueblo de Venezuela. Y si lo intentan ese pueblo y los pueblos de
América los vencerán.
Somos tan bolivarianos como
martianos, porque sin Simón Bolívar no habría existido un José Martí. “No es
entonces mera retórica nuestra bolivarianidad”, diría Chávez. “¡Tenemos
Patria!”, proclamó él también. Y no solo la chica donde nacimos, la Isla
rebelde o este paisito volcánico. ¡Tenemos, al fin, a Nuestra Madre América!
Entonces salvadoreños y
latinoamericanos que me escuchan, convoquemos al Apóstol Martí, que preveía
todos los peligros, tanto como nos anunciaba la senda del triunfo: “¡Los
árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete
leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en
cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.
Desde el Pulgarcito de América, con
su pueblo sencillo y su historia gigante, los cubanos le decimos al Presidente
Chávez que viviremos y venceremos.
¡Hasta
la victoria, siempre!
DISCURSO EN EL ACTO DE SOLIDARIDAD CON VENEZUELA Y EL PRESIDENTE CHÁVEZ, EN OCASIÓN DEL BICENTENARIO DE LA CARTA DE CARTAGENA, Plaza Schafik Hándal, San Salvador, 15 de diciembre de 2012
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