En el año 15 de su injusto encarcelamiento, René González –ya redimido de las rejas físicas- ha reclamado junto con miles de cubanos y con sus artistas la libertad conculcada de sus otros cuatro hermanos luchadores contra el terrorismo, hermanos de hazaña y martirio. No pidió nada para él. Millones lo secundaron en Cuba y en todo el planeta y vistieron y cantaron Yellow ribbons por ellos. René se fundió luego entre la gente y en sus abrazos y amores. Los medios transnacionales oligárquicos silenciaron sus palabras. Las redes sociales no se inquietaron por el destino de aquellos que nos defendieron.
Un buen músico que actuó en aquella larga jornada usó el mismo micrófono de René para reclamar una agenda política y personal, pedir la liberalización de la marihuana y de paso, para la simpatía y ocasión, clamar libertad para los cinco. Al músico le concedieron todos los titulares, las redes discutieron hasta la prolijidad la pertinencia o no de sus parlamentos, lo correcto o incorrecto de las reacciones gubernamentales, y hasta de sus merecidos derechos y cómo proceder con indulgencia, si en nombre de la libertad, se abusa de la responsabilidad.
En un país donde tirios y troyanos hablan hoy de valores, pocos, muy pocos, se detuvieron a razonar sobre la eticidad de los dos discursos. Desde luego, sus intentos estarían condenados al silencio, como las palabras de René, como lo han estado todo este tiempo Gerardo, Antonio, Fernando y Ramón. Sentí, siento, pena ajena. ¿Qué tendrán que ver la casi inmolación en defensa de una nación y un pueblo atacados de cinco compatriotas, y la música, las drogas, los carros y los gustos electorales de una persona?
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