sábado, marzo 30, 2019

VENEZUELA: GUERRA AVISADA… HACE AÑOS


Después del silencio grosero y la burda manipulación mediática de las maquinarias transnacionales y oligárquicas, comienza a abrirse paso la verdad sobre lo que ocurre con el sistema electroenergético de Venezuela. Bastó la orden ejecutiva del presidente Trump que urge a la comunidad científico-militar estadounidense a reforzar los sistemas defensivos en torno a las “tecnologías e infraestructuras críticas” de Estados Unidos, en caso de ataques electromagnéticos que podrían “interrumpirlas, degradarlas y dañarlas”.
Aunque el pudor de los mentirosos no alcanza para darle ahora la razón al presidente venezolano Nicolás Maduro cuando denunció el ataque electromagnético a las redes eléctricas de su país –además del cibernético y el físico, con armas y explosivos-, los decidores si comienzan a filtrar información y describir la “nueva amenaza” que se cierne sobre todos los países del mundo, frente a este “nuevo” tipo de arma no convencional para librar guerras no convencionales.
Washington trabaja desde hace años para desarrollar sistemas de apantallamiento de sus mecanismos de defensa y seguridad e impedir a lo que ha denominado un “Pearl Harbor” digital, en alusión al gran desastre del ejército yanqui en la Segunda Guerra Mundial. En esa carrera, las fuerzas armadas no se verían muy afectadas, pero la infraestructura civil sí podría quedar devastada. Los programas de protección son demasiado costosos, por lo que no se han extendido en la economía y la sociedad.
Sin embargo, ni la “amenaza” ni el “arma” son tan “nuevas”. Desde la Segunda Guerra Mundial las infraestructuras energéticas son un objetivo clave en las contiendas. La informatización de la sociedad y la cuarta revolución industrial han impulsado formas más sofisticadas como el ataque con virus, troyanos y programas diseñados para actuar específicamente sobre los sistemas de control empleados. Así, un apagón local, regional o total inesperado que paralice además los sistemas de acuerdo y telecomunicaciones, impediría, por su carácter asimétrico, las represalias ante la imposibilidad de determinar el responsable.
Los primeros ensayos de uso de armas para hacer colapsar los sistemas electroenergéticos de un país, paralizándolo, se desarrollaron a partir del desarrollo del arma nuclear, utilizando los pulsos de radiación electromagnética generados por la explosión capaces de afectar líneas conductoras y otros elementos eléctricos a grandes distancias de hasta miles de kilómetros, y provocando el bloqueo de las redes y la destrucción de sus componentes.
Se recuerda una anécdota de cómo una explosión nuclear de prueba realizada en el Pacífico por Estados Unidos en 1962 inutilizó cientos de farolas del alumbrado público y parte de la red telefónica de las islas Hawai, a más de 1300 kilómetros de distancia de la explosión. Aquel experimento, conocido como Starfish Prime, generó picos de tensión 5 y 7,5 veces más intensos que los que causarían daños a los componentes electrónicos del sistema.
Luego fueron empleadas armas similares por el ejército de EE.UU. durante la guerra del Golfo, en 1991, aunque apenas el 4% de ellas eran de precisión, sin embargo, además esparcir láminas conductoras sobre sistemas energizados para estropearlos, generaron colapsos del sistema inmune en los militares que participaron y el aumento exponencial e inexplicable de malformaciones, abortos espontáneos y cánceres infantiles en sus descendientes, lo que hasta hoy se conoce como “síndrome de la Tormenta del Desierto”.
Le siguieron las bombas de grafito, más inocuas respecto a las fuerzas vivas, pero pensadas para atacar las redes eléctricas mediante la dispersión de filamentos del mencionado mineral, desconectando la energía, sin provocar la destrucción completa de los equipos o de las infraestructuras, ni daños al personal. Fueron profusamente empleadas por la OTAN en 1999, durante la guerra de los Balcanes, y se diseñaron para usarlas al inicio del ataque, con el fin de caotizar las defensas yugoslavas y paralizar el país.
«El hecho de que el 70% del país se quedara a oscuras demuestra que la OTAN tiene su dedo puesto en el interruptor de la luz en Yugoslavia», afirmó en una ocasión el portavoz civil de las fuerzas de la OTAN, Jamie Shea, y añadió: «Cortaremos la luz cuando lo necesitemos y cuando queramos». Aquellos bombardeos provocaron serios cortocircuitos que neutralizaron los sistemas de defensa del Ejército yugoslavo. Pocos años después, nuevos y perfeccionados modelos de armas electromagnéticas fueron utilizados en la guerra de Iraq, en 2003 para destruir sistemas de mando digitales.
Es el escenario del ‘Pearl Harbor digital’ que tanto esgrimen algunos analistas y empresas, sobre todo las dedicadas a la seguridad informática: un posible ataque que provoque un apagón local, regional o total que resulte inesperado e imposibilite la represalia al resultar imposible determinar quién es el responsable.
Según expertos militares como el español José Cervera, con ataques como el que hackers internacionales lanzaron en 2010 con el gusano Stuxnet, quedó demostrado que es posible destruir infraestructuras industriales físicas con armas cibernéticas. “Desde entonces, dice Cervera, la posibilidad de un ataque a la red de distribución eléctrica ha pasado del reino de la teoría a la demostración práctica; en las navidades de 2015 las luces se apagaron en varias regiones de Ucrania dejando a oscuras a más de 250.000 personas, mientras que en la nochebuena de 2016 una quinta parte de la generación de electricidad en la zona de Kiev quedó fuera de servicio provocando apagones en la capital”.
“En ambas ocasiones, continúa el especialista, el análisis posterior demostró que los responsables eran programas de ataque específicamente diseñados que habían penetrado las redes de empresas eléctricas ucranianas mediante ataques de ‘spear fishing’: troyanos que se hacen pasar por correos ordinarios abiertos por empleados y no detectados por software antivirus”.
El caso de Venezuela, denunciado por sus autoridades, añade componentes novedosos adicionales, pues los ataques a las redes son presuntamente híbridos: informáticos, electromagnéticos y físicos (con armas y explosivos), y ocurren en un trasfondo de guerra no convencional que dura ya varios años. A sus resultados han contribuido el deterioro de la infraestructura, tanto por las acciones opositoras, como por los factores económicos asociados a la caída de los ingresos petroleros y su impacto en la industria, como en los ingresos del país para hacer frente a todas sus necesidades, entre otros elementos.
Entonces volvamos a la orden ejecutiva de Trump. Estados Unidos ha destapado la caja de Pandora a sabiendas que sus diabólicos inventos pueden volverse en su contra. Saben perfectamente que nadie es suicida ni elige autoflagelarse. Como país, no tienen un nivel de integración federal de red, sino subsistemas heterogéneos estatales, muchas veces pobremente interconectados, que dificultan las ayudas de emergencia interestatales en caso de necesidad, como se comprobó en el gran apagón de 2003.
En consecuencia, Venezuela es hoy un gran laboratorio de las nuevas armas para la guerra no convencional donde, además de los efectos, se estudia la resiliencia y la resistencia del país afectado, las reacciones de su población y de la comunidad internacional ante la barbarie: armas convencionales, armas caseras, armas informáticas y electromagnéticas, armas políticas, diplomáticas, económicas, comunicacionales, sicológicas…
De todo eso son cómplices la marioneta de Guaidó y el poderoso lobby financiero y empresarial venezolano que reparte dinero entre las oficinas del Congreso en Washington y del Parlamento Europeo en Estrasburgo. Nada nuevo bajo el sol, solo cambian los métodos y los instrumentos. Pero son suficientes evidencias para estar alertas, porque lo único que no cambia es prepararse desde la paz.

No hay comentarios: