El genio y el imberbe, mientras,
juegan con el balón, ¡juegan! ¡Qué felices seríamos los seres humanos si al
crecer siguiéramos jugando a alimentar, curar, educar, construir y hacer felices a los
demás! En el genio son sus pies los que sonríen. El rostro siempre va adusto.
Han llegado a tacharlo de autista, para ofenderlo, pero sus pies sueltan carcajadas. El
imberbe es el más irritante, como todos los de su edad: juega con luz en el
rostro, se le encienden los ojos tras el balón y su cara anuncia una fiesta
cuando lo corretea.
El imberbe sigue al genio con
ojos pícaros y dientes al aire. El genio no mira: siente, huele, pareciera que
tiene un sonar en su cabeza que, como los delfines, registra todas las
posiciones del campo y no yerra en el pase. Entonces, el imberbe se apropia de
Al Rihla, tan bella y técnica ella, y finalmente tan común, dejándose seducir por
una patada que la lanza al fondo de la portería. Esa es la felicidad. Gritar
¡Gaaaaaaaaaall!, con ganas, con la boca bien abierta, y no ¡Goooooooooool!, “poniendo
cara de orto” –dicen aquí.
Es el instante de la catarsis, de
la explosión. Una alegría gigantesca como un orgasmo recorre a la Argentina y a
todos esos oscuros lugares del mundo, que un imperio disputa como patio trasero
y otro imperio como su jardín, y donde la gente no sabe de clubes, venta de
atletas, jets, bellas modelos y mafias. La gente solo sabe o quiere saber que los
buenos futbolistas vienen de patear balones cocidos y con parches en potreros y
terraplenes. Y los aprecia más si no cambian su nacionalidad por jugar en otros
lados. Siempre los tendrán abanderando su camiseta, lo cual, contrariamente al
deseo de los mercaderes, las universaliza más que las de los clubes
sempiternos. Por eso, ahora, la Albiceleste es la camiseta de todos.
Hay irritados, fanáticos de
llevar el odio al deporte, que tratan de “indios y negros” al genio, al imberbe
y a su equipo. Insisten en que todo son golpes de la suerte, porque no saben
jugar, porque los que saben son ellos. Al equipo francés también le cae lo
suyo. Ha accedido al partido final, poblado de brillantes hijos de inmigrantes
africanos y magrebíes, símbolos de una nueva Francia cuyos dueños niegan e insisten
en blanquear. Están los de aquí, al sur del mundo, que no quieren que su equipo
nacional gane. Ya se sabe, el capital no tiene patria. Dicen que un triunfo será
utilizado por el oficialismo para hacer política. Claro: la escuadra
albiceleste une al país fragmentado, pospone los dolores de la inflación, los
odios y los desencuentros. Hace a la gente feliz, ¡feliz!
Mientras más despotrican los apocalípticos
voceros del fracaso argentino, mejor juegan sus futbolistas. En los barrios
porteños, donde al mal tiempo se le pone buena cara y aún se masculla lunfardo, esgrimen un sortilegio contra las
mufas –las malas suertes- y contra un magnate local que ocupó cargos públicos y
se pasea en Qatar entre los barones de la FIFA y los jeques árabes: Macri Mufa,
le dicen al que porta la mala suerte, como apartándola de sí. Las redes
explotan de memes, el aludido y sus
adláteres se quejan supersticiosamente, y Argentina acumula goles, partidos
ganados y felicidad.
Hoy sábado, todo está en calma. En
el aire se respira la nostalgia de las viejas milongas. Unos dicen que es miedo
a ganar de verdad. Otros creen que es el aplomo común del gaucho que otea la
pampa para salvar sus reses antes de la tormenta. Todo un país y la mayor parte
del mundo están expectantes por el destino que se sellará mañana en el estadio
Lusail. Hacía 36 años que los argentinos no acudían a las puertas del cielo que
ya una vez les abrió, en épica venganza contra los invasores ingleses, otro
petiso –como le llaman acá a los pequeños. Unos pocos aun apuestan a la
derrota. La mayoría quiere y merece la gloria.
La Albiceleste ha sido grande en
la cancha, en el vestuario y en las calles, con esa irritante hidalguía y sencillez
que tanto molesta a quienes se creen superiores. Por eso incomoda que el genio,
erigido ya en un líder nacional y universal, exhiba orgullosamente toda su argentinidad
para despachar a la arrogancia, la envidia y la violencia. Le han dicho “vulgar”
y “grosero”, pero aunque pasó casi toda su vida en Europa, chupa mate, disfruta
el asado familiero y espeta “¡Qué mirás!” al que lo desafía. Hay quienes pasan
su vida en el terruño, pero dicen “Wow”, hacen “shopping”, juegan "soccer", se dicen “Darling” y hasta pueden amenazar a un gobierno para que no se atreva a reconocer a unos héroes nacionales.
Mañana puede pasar cualquier
cosa, pues el deporte es eso: jugar, ganar, perder, aunque haya ciencia, aunque
haya dinero, aunque hayan mafias. De nuevo aparecerán sortilegios y suertes
malas y buenas, y habrá culpas en los dos bandos. Pero de qué vale todo eso si
la gente ha sido feliz. Feliz jugando, feliz riendo y feliz sufriendo. ¡Feliz!... Como en esa
foto que pone al amor y la alegría por encima del odio y del riesgo. Un beso
argentino que nos besa a todos y nos da ganas inmensas de besar a otros.
Dicen los que creen en esas cosas
que desde el cielo el pibe morocho de 1986 los observa y sonríe. Diego estará
hinchando en las tribunas, cantará el coro del himno y voceará las murgas respondonas. Su trono de “el
más grande” está listo para que lo ocupe el genio, y lo cederá con orgullo. Lo
valiente no quita lo cortés.
1 comentario:
No sabía que tenías un Blog. Leí el artículo (¡genial!) en Cubadebate y me dió por revisar la fuente original. Muchas verdades que les duelen a los de siempre. Casualmente hoy leí uno, de un ex militar español que escribe en RT, que, aunque dice algunas verdades, me dejó un mal regusto, me sonó a lamento porque ganó Argentina. Nada, que por muy "progre" que se catalogan, a veces se les sale el pasado colonial. Qué carajo, hay que ser muy mala leche para no haberse comido las uñas ayer cuando los franceses empataron, y no haber saltado y aplaudido (y hasta pestañar un poco los ojos aguados) con el parón del Dibu y el gol definitivo de Montiel. Nada, felicidades por el pedacito que nos toca a todos los latinoamericanos con esta victoria, es tan grande que alcanza para todos y hay para más. Y también por tan buen artículo. Un abrazo. Zeruto
P/S: Por si falla la memoria (a los más de 60 es normal): Pedro Cabrera Zeruto, EMCC Baracoa, curso 1971 - 1977 (aunque yo me fui para Bakú, URSS, en 1975)
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