Cuba y Estados
Unidos anunciaron ayer un acuerdo para mejorar las relaciones migratorias entre
los dos países, animados ambos por el interés de seguridad nacional, el bien
común de las personas y las relaciones pacíficas, de respeto y colaboración
entre estados vecinos: Estados Unidos puso fin a la política de "Pies
Secos-Pies Mojados" que estimulaba la emigración ilegal, desordenada e
insegura de cubanos y el parole que
estimulaba la deserción de médicos cubanos el robo de cerebros; Cuba
acogerá a los excluibles de la oleada migratoria de los años ochentas y a otros
cubanos que son objeto de deportación por violar las leyes estadounidenses. La
reacción de otros gobiernos y de millones de personas habría sido de
satisfacción, porque el acuerdo es justo.
En los grupos
de cubanos varados en distintos lugares del mundo hay desconcierto. Son
víctimas de una política, de la propaganda, de los espejismos, de las películas
sobre el American Way of Life. Son
personas también con aspiraciones diferentes a la mayoría de los cubanos, con
un horizonte de bienestar distinto. Son inadaptados de una sociedad
tercermundista que a pesar de todos los esfuerzos por lograr justicia y
prosperidad para todos, no lo ha logrado por la pesada herencia del capitalismo
subdesarrollado que vivió, por la prolongada guerra económica, comercial y
financiera a que ha sido sometida y por los errores propios cometidos en una
ruta de aprendizaje, resistencia y defensa. Son finalmente, los familiares de los
que se fueron antes. Y son también los detritos sociales, que creen posible
vivir del cuento -o del delito- y no del trabajo.
En América Latina
y el Caribe, donde las redes de tráfico y trata de personas pulularon, creando
graves problemas de orden interior y seguridad nacional a numerosos países, hay
alivio. Ya el año pasado, ocho cancilleres reclamaron al gobierno de Washington
poner fin a sus excluyentes prácticas migratorias anticubanas. Las reuniones
iberoamericanas, las foros centroamericanos y la Cumbre de CELAC se
pronunciaron sin dudarlo en contra de las políticas estadounidenses que
favorecían indebida y politizadamente a los migrantes cubanos, mientras que
discriminaban a los de otras naciones, generando innecesarios sentimientos de
rechazo a cualquiera de nuestros connacionales
Solo en Miami
el odio se revuelca. Allí, entre los compungidos defensores de los derechos
humanos, muchos enriquecieron con el cabildeo de estas políticas
discriminatorias e injustas que hoy hallaron fin. Muchos han vivido del negocio
de la migración salvaje. Muchos han engrosado sus cuentas bancarias vociferando
ante micrófonos y cámaras para que "cubanos desesperados" se lancen a
un mar poblado de tiburones, atraviesen desiertos y selvas, roben, secuestren, delincan,
asesinen incluso, con tal de mostrar ante los ojos del mundo que la revolución
cubana no ha valido la pena, que la gente huye y que hay que destruirla. Obama
ha detenido el flujo de caja. Trump, que ha adelantado credenciales
antiinmigrantes, tendrá que pronunciarse en el futuro.
Algún día,
insisto, en el malecón habanero, junto a los cañones del acorazado Maine, que
nos recuerdan la ocupación de este país por Estados Unidos, habrá que colocar
una tarja que recuerde a las numerosas víctimas de la política migratoria yanqui
contra Cuba. Antes, el Congreso norteamericano deberá hacer lo suyo y derogar
la Ley de Ajuste Cubano de 1966, que fue el punto de partida de toda esta
locura. Lo demás son justificaciones revanchistas y odio.
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