He leído casi todo el periodismo y la literatura de Marta Rojas. Lo hago desde niño, por la obligada lectura de su apasionante historia del Juicio del Moncada, testimonio único del proceso judicial contra los jóvenes que el 26 de julio de 1953 asaltaron el cuartel del Oriente cubano con Fidel Castro al frente, del cual ella fue privilegiada y comprometida testigo.
A los libros llegué años después. Por eso no me sorprendió cuando Alejo Carpentier dijo que Marta era –cito- “una novelista por instinto. Ágil y talentosa escritora, de profunda vocación periodística, mirada sagaz y estilo directo y preciso, tiene el don de mostrar muchas cosas en pocas palabras”.
Sin
embargo, Marta ha escrito otras obras:
Recuerdo
ahora mismo Los refugiados de la cueva del muerto (sobre la
odisea de los sobrevivientes del Moncada el día del asalto, que tiene mucho de
las odiseas griegas -o de las odiseas mambisas cubanas- y que inspiró el único
filme de ficción del cineasta cubano Santiago Álvarez),
Tampoco
olvido la delirante historia de El Harén de Oviedo (una
sorprendente porfía de descendientes por heredar la capacidad procreadora de un
conquistador prolífero, en la que Marta hace gala de todo su humor de
santuiaguera), o Inglesa por un año (una evocación histórica
de la ocupación de La Habana por Inglaterra a fines del siglo XVIII con todo el
huracán de pasiones que desató), Santa Lujuria (acerca
de la original sexualidad del mestizaje en la formación de nuestra nacionalidad), El
Columpio del Rey Spencer (que es una traviesa incursión al Caribe
desde su natal Santiago de Cuba y un homenaje a la caribeñidad de nuestro país)
y El equipaje amarillo (para mí, una apasionante historia
sobre los culíes chinos introducidos como esclavos en Cuba).
El libro Las campanas de Juana la Loca, que convoca a esta
presentación on line o virtual -sorprendente señal de los nuevos ritos de un
mundo en pandemia-, cuenta con maestría sobre el descubrimiento de minas de
cobre en Cuba, la visión de la reina de España Juana –que no tenía nada de
loca-, la fe de los aventureros españoles y la creación de las imágenes
marianas en el nuevo mundo. No por gusto en las minas está el santuario de la
virgen María de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, hallada por tres
pescadores flotando sobre las aguas de la bahía de Nipe.
Cuesta trabajo creer cómo en unas cuatrocientas páginas Marta viaja del
siglo XVI hasta el XIX, dándonos una muy original versión de la relación entre
españoles, indígenas y negros con que formaron sus primeras colonias, a través
de amores apasionados, engaños e intrigas políticas y
descubrimientos.
En cuanto
a Juana, ella quería las Minas del Cobre de Santiago de Cuba, que fueron las primeras que
se descubrieron en el Nuevo Mundo, para fundir las campanas de iglesias y
cabildos de las nuevas tierras que se descubrieran en América. Pero su hijo,
Carlos V, quería el cobre para la artillería de guerra. Vean que
forma tan astuta de contraponer dos visiones del mundo: la de la paz y la
guerra, que, a la vez, iban de la mano juntas en el proceso de colonización y
evangelización de Nuestra América.
Uno de los recursos más
llamativos de la novela es el personaje del lector de tabaquería, por su
genuino carácter cubano y por el sello indeleble que ese oficio dejó en la
creación de la cultura y la conciencia social popular, en particular de los
obreros. En no pocos pasajes sentí el golpear de las chavetas y el aroma de las
hojas arrugadas que manos sedosas estiran y enrollan hasta lograr con
perfección absoluta su pieza de arte.
Algo que
también admira durante la lectura es la pluralidad y polisemia del discurso, a
través del desfile de referentes importantes como la primera bolsa financiera
en Amberes, el Cantar de los Cantares y versos de Silvio Rodríguez. Para
los argentinos debió ser una sorpresa encontrarse con la imagen de Nuestra
Señora de Luján y con un personaje que algunos aseguran podría ser o es,
Cristina Fernández de Kirchner, de quien Marta es admiradora.
Para críticos españoles
Marta Rojas es la «Benito
Pérez Galdós» de Cuba, al creer ver en esta novelista la impronta del célebre
escritor. Otros dirían que su prosa es de inspiración Garcíamárquiana. Yo creo
en el aserto de Lenin, de que las comparaciones siempre cojean. Marta es ella,
tan suya como esa imagen realmaravillosa, absurda y posible a la vez, de la
carabela de Cristóbal anclada en un árbol después de un huracán bíblico, que marca
el inicio del saqueo de la madera, y la palma real –alter ego de Cuba- clavada
como lanza taína en la popa de la nao ibérica.
Para no extenderme y no caer en las trampas de la crítica literaria, en la
que no soy experto, yo solo puedo asegurarles que Marta es una maestra de la
intertextualidad, del laconismo y del lenguaje directo. Usa admirablemente el
punto y seguido, y detesta las oraciones de estructura compleja. Creo que paga
así su deuda con el periodismo, desde el que creció a la literatura.
Por último,
debo confesarles que Marta Rojas es mi colega. Me brindó inolvidables consejos
cuando fui corresponsal de guerra y tutor académico de estudiantes de
periodismo en mi otra vida. También fue mi maestra y crítica en el
periódico Granma (yo venía de hacer revistas, mucho más narrativas, y ella, que
se había iniciado en las páginas de la revista Bohemia, se había consagrado
años después en el diarismo de Revolución y Granma y
en la colaboración con la agencia Prensa Latina). Hoy es mi amiga y
sigue siendo mi maestra y mi crítica.
Marta no
esconde su edad, pero la disfruta con esa sabia delectación con que se degusta
un ron añejo santiaguero, un buen Malbec mendocino, ¡o sus propios libros!
Por eso
coincido con Stella Calloni, maestra y amiga también desde mi juventud, y
prologuista del libro, que en Las campanas... Marta
concentró todos los saberes e historias aprendidas, devolviéndonoslas de modo
transgresor, bello y depurado, cual una escriba.
Me han
contado que cuando la obra se presentó en la FILBA de 2016, a muchos argentinos
les pareció extraño que sus libros no estuvieran en manos de grandes casas
editoras hispanoamericanas. La verdad es que Marta detesta vender y prefiere
escribir, compartir sus ensoñaciones y disfrutar tertulias en veladas de amigos
No deben
desperdiciar esta oportunidad de lujo que brinda Punto de Encuentro para
encontrarse con una de las más destacadas voces de la literatura contemporánea
de Nuestra América.
Y a ti,
querida Marta, una vez más muchas gracias por estas campanadas de santa locura.
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