De nuevo es la lección de
Agramonte al rescate de Sanguily, con Reeve y un puñado de valientes desnudos y
casi sin armas. Es Ángel en custodia de Martí en Dos Ríos y Gómez desesperado
abriéndose camino entre el fuego para llegar a tiempo. Es San Pedro y un grupo
de patriotas evacuando a Maceo y a Panchito bajo un aguacero de balas. Es Fidel
que ordena una maniobra de riesgo al frágil Granma en medio de olas tormentosas
para sacar del agua a Roque, caído por accidente. Es Cuba buscando al Che y a
todos sus combatientes internacionalistas por el mundo, para traerlos de vuelta
a casa.
Las historias de estos días nos
devuelven a esa tradición marcada con fuego en nuestras vidas de que la Revolución,
en cualquiera de sus etapas, no ha dejado nunca abandonados a sus hijos. Es
expresión de una ética pública asentada en una tradición de
maternidad-paternidad que consagramos en un proyecto político, económico y
social al que, con frecuencia, se le achacan defectos reales e inventados que palidecen
ante las virtudes inmensas que prevalecen y se exhiben en circunstancias como
las actuales.
La convicción martiana de que
Patria es humanidad y de que Cuba, al salvarse, salva, nos ha conducido además
en esta pandemia, a salir no solo al rescate de los cubanos desperdigados por
el mundo, sino a acudir de forma masiva en auxilio de otros pueblos que
reclaman la proverbial solidaridad de esta Isla. Cuando se afirma que la
industria biomédica y farmacéutica garantiza la producción de medicamentos y
que en una semana se prepararon 14 brigadas médicas para igual número de
países, con todo el despliegue humano y logístico que ello convoca, muchos reconocen
y celebran, y no faltan los enojados, esos que nos bloquean y atacan.
La certeza que nos acompaña a
todos de que nunca seremos abandonados por nuestro país es, al mismo tiempo,
cuestionadora de nuestras respectivas nociones de Patria y del aporte que
hacemos a su resistencia y prosperidad. Y nos enciende la conciencia y el
sentido de responsabilidad individual respecto a lo que cada uno de nosotros
podemos aún dar por ella, en nuestras respectivas tareas.
Por
eso, una y otra vez vienen a mi memoria los recuerdos de Kangamba: el
salvamento desesperado de un puñado de combatientes cubanos batiéndose
aferrados a la vida en un “terreno de futbol”, que a su vez, defendían el
derecho de los angolanos a considerarlo como patria. Todo por la humanidad.
Todo por Cuba. Esa es hoy la divisa. Y a quienes toca buscar, informar,
acompañar, auxiliar o recibir, no olvidar, como Martí, que “nosotros no somos aquí más que el corazón de Cuba, en
donde caben todos los cubanos”. "Los buenos", añadió el Apóstol.
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