La noticia nos dejó atónitos a los cubanos, que conmemorábamos el cuarto aniversario de la desaparición física del líder histórico de la revolución cubana y la permanencia de sus ideas: Fidel se nos fue invicto el 25 de noviembre de 2016, a los noventa años de edad y a los sesenta de aquella aventura del siglo –al decir del Che Guevara- que los trajo a Cuba desde México a él y a otros 81 valientes, para reiniciar la lucha por la definitiva independencia nacional. Este 25 de noviembre de 2020 Diego Armando Maradona, el pobre hijo provinciano de la Argentina, que a fuerza de goles y gambetas de una pierna indomablemente zurda ascendió al Olimpo, decidió reunirse con su amigo Fidel.
Abundan las loas y los
homenajes. Casi siempre se asocia a Diego con su refugio en Cuba cuando
enfermo, decide recluirse en la isla para tratar con tranquilidad sus males.
Casi nadie habla de que el gol divino de 1986 fue el que nos lo trajo para
coronarlo como Mejor Deportista de Latinoamérica ese mismo año, momento en que
volcó todo lo humano que llevaba adentro para entender y amar a nuestro pueblo
en sus alegrías y angustias, para descubrir y querer al Gigante de Verde Olivo,
que otros demonizaban. Por eso lo quisimos. Por eso nos duele su partida.
Uno de los panegiristas
de esta ocasión, después de idealizarlo como deportista, ha escrito: “…sus
visitas a Fidel Castro y Hugo Chávez tendrán el sabor amargo de la derrota…”, y
uno se pregunta: ¿derrota de quién? ¿Tan incómodas le resultaban sus ideas y opciones
diferentes al sistema que lo absorbió, lo trituró hasta dejarlo maltrecho y lo escupió
luego?
Sospecho que un Diego dócil,
acogido a los millones que facturaban sus goles, a sus propiedades y a una vida
de socialité no les sabría a derrota. Un Diego neoliberal y no antisistema. Un
Diego al que no le importara el destino de Nuestra América y no aquel otro Diego
de la Cumbre de Mar del Plata, en 2005, respaldando la dignidad de su
presidente Néstor Kirchner y clamando con Hugo Chávez ante un estadio frenético
en Mar del Plata: “ALCA, ALCA, ¡AL CARAJO!”
Un Diego universal y no globalizado, que denunció el
bloqueo, los ataques terroristas y la subversión de Estados Unidos contra Cuba;
un Diego que apoyó sin cortapisas a la revolución bolivariana, que denunció la
guerra contra ese país; un Diego que respaldó al Partido de los Trabajadores de
Brasil, a Lula y a Dilma; que condenó los golpes de Estado en Honduras, Paraguay,
Ecuador y Bolivia. Ese Diego fue sin dudas un grave problema y una gran derrota para la
maquinaria fabricante de estrellas.
Al sistema experto en
fabricar mitos y endiosar seres humanos para hacerlos inaccesibles como
ejemplos, no le interesaba en lo más mínimo ese Maradona humano que era, a la
vez, un atleta sublime y un pecador, un redimido y un leal, que nunca olvidó su
pobre cuna de Fiorito, ni el potrero donde pateó descalzo balones recosidos;
que prefirió siempre el coro ensordecedor de las multitudes a los salones
refinados del Jet Set.
El sistema y sus adláteres
no le perdonaron nunca esa subversiva e irreverente conjunción de que en el hombro de volear la
pelota o evadir al contrario, estuviera tatuado su compatriota Che Guevara –otro
rebelde incómodo-, y que su bendita pantorrilla izquierda, que tantos goles
anotó, llevara marcado el rostro de Fidel.
Dicen solo, como una
disculpa, que fue a tratarse a Cuba su adicción a las drogas, como si la isla
hubiera sido únicamente una cama de hospital en su vida. No saben cuánto se
equivocan. Y aunque solo así hubiera sido, tampoco tendrían razón. No se debe
perder de vista que a esas dolencias fue empujado por los mismos que lo
atacaron, que le negaron la atención requerida cuando más lo necesitaba, y hoy lo endiosan. Fue a todos esos a los que desafió sin miedo y ahora se la cobran. Por eso me quedo con los que
me mandaron este mensaje: “Gracias Cuba por cuidarnos al Diego”.
Me ha dicho un gran amigo
argentino que por todo esto Diego resume como pocos el alma nacional, y que por
eso une al país. Basta ver la interminable fila de gente que se lanzó desde ayer a las
calles y hoy desfila por la Casa Rosada donde su cuerpo reposa en el centro de
la arquería principal de la Argentina. Por como visten y calzan, y por la forma
humilde y sentida como hablan, se ve que son sus verdaderos hinchas, sus
fieles plebeyos, de cualquier color. Le devuelven amor. Como a Fidel hace cuatro años,
son los verdaderos agradecidos los que lo acompañan.
1 comentario:
Que buena reflexión y análisis del Diego Hombre, del Diego Pueblo, porque al sistema le gustan los Pele, los que se olvidan de sus orígenes, pero Diego, en cualquier lugar que estuviera, siempre, por el rabillo del ojo, estaba mirando a los pibes de Fiorito, estaba viendo a los de abajo, se estaba observando a si mismo, porque nunca, nunca, dejó de ser del pueblo, de ese pueblo que fue a despedirlo, y que no todos pudieron, por la tibieza de algunos y por la acción de los Larreta que impulsan el golpe blando ordenado desde la embajada norteamericana, y que no se podían permitir que millones se despidieran de un ídolo, pero también de alguien que les decía permanentemente, no se rindan, luchen contra los poderosos, que Fidel, el Che, Chávez, nos guían
Publicar un comentario