Miles de cubanos van y
vienen por el mundo. Para la falsimedia simplemente se van y no vuelven. Otros
asumen como cubanos a los descendientes como si las leyes de ciudadanía cubanas
no existieran y en nuestra casa primaran las suyas. Nadie busca estadísticas
serias verdaderas, ni siquiera en Naciones Unidas. Basta con invocar el santo,
mas no la seña. Solo en Estados Unidos, principal destino de los migrantes
cubanos, hay 1 343 960 cubanos nacidos en Cuba, según el censo de 2018. Esos
son los que reconoce la ley cubana… ¡y la de Estados Unidos! Pero prefieren
hablar de un estimado de 2,3 millones para inflar el paquete con los
descendientes nacidos allá, que no son cubanos, sino descendientes de cubanos.
Ese número suele ser un comodín conveniente para magnificar lo que pretenden
demostrar, del escape en masa.
Aun así, toda la
matemática es irrelevante ante la política: los cubanos son los únicos migrantes
del mundo que disfrutan del raro privilegio de tener una ley de acogida –de “ajuste”,
le dicen- que les confiere lo que no conceden a ningún otro migrante del planeta
(y esto no es un retruécano). Los cubanos gozan del favor de embajadas y
diplomáticos ajenos que les organizan el viaje. ¿Por qué? Porque es necesario,
según consta en documentos oficiales de Estados Unidos, alentar el éxodo, robarse
cerebros, traficar seres humanos, mostrar la imagen de un país que se vacía a
consecuencia de una dictadura. Sin una mirada a todas estas verdades, glosa el
Clarín argentino la última novedad editorial, y cita para subrayarse a uno de
los personajes: “Cuba es un país maldito y los cubanos somos su peor maldición”.
La ficción y el cinismo aguantan todo, hasta blasfemias contra la dignidad
propia.
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