Europa se desangra en una guerra preparada durante ocho años e impuesta desde el otro lado del Atlántico y prevenida tempranamente como un disparate por el ex Secretario de Estado Henry Kissinger. El mundo asiste imperturbable a un monstruoso genocidio en Palestina. Crisis y estallidos proliferan por todas partes con la complicidad y el silencio de políticos, gobiernos, medios y sus redes digitales. Mientras, para Cuba se cocina y anuncia una catástrofe -siempre a conveniente distancia y con todos los recursos del siglo XXI.
Al cabo de 65 años de
silenciosa guerra de los Estados Unidos contra la pequeña nación caribeña, la
revolución cubana prevalece a pesar del cumplimiento riguroso de aquel
convenientemente silenciado memorando del subsecretario de Estado Lester
Mallory a sus jefes, del 6 de abril de 1960, donde propuso “…restarle apoyo
interno [al Gobierno] mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del
malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente
todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea
de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores
avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus
recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el
derrocamiento del Gobierno”.
Los Estados Unidos lanzaron
las primeras medidas coercitivas en junio de 1959. Le siguieron actos de
sabotaje económico y sanciones comerciales y financieras, agresiones armadas,
una invasión militar, el financiamiento, organización y ejecución de actos
terroristas, la estructuración de un denso sistema de radiodifusión enfilado
contra la isla, con transmisiones semanales de más de 3 mil horas por
diferentes canales. Crearon decenas de organizaciones políticas, armadas y
civiles, disidentes, publicaciones “independientes”, repartieron manuales de revoluciones
de colores y otorgaron premios a los “opositores pacíficos”. Apelaron a la fragmentación, la división y la
deserción comprada. Inventaron el aislamiento diplomático.
Así como en los años sesenta
protegieron a los miembros y testaferros de la dictadura militar exiliados en
la Florida, usando sus recursos robados para el florecimiento de la atrasada
península; detectaron que la idea del “exilio” era una buena propaganda contra
el “régimen”, y crearon leyes y regulaciones para estimular la migración
ilegal, desordenada e insegura de cubanos. No importó el secuestro de 14 500
niños, ni convertir el estrecho de la Florida en un cementerio: las imágenes de
balsas de los “desesperados” cubanos, trasmitidas en vivo por televisión, eran
más redituables para sus fines, mientras enlutaban familias y empobrecían nuestras
vidas.
De esas experiencias, los
antiguos batistianos y sus allegados sacaron la idea del cabildeo, emulando las
corruptas prácticas políticas estadounidenses. El dinero aportado a las
campañas en Washington y la inclusión de cubanoamericanos en ellas contribuiría
a devolver favores en forma de más guerra, sanciones y mentiras contra Cuba. El
bloqueo, que hasta entonces era un andamiaje de cientos de órdenes ejecutivas,
directivas y decisiones administrativas, se transformó en un aberrante sistema
de leyes, enmiendas legislativas y compromisos entre la Casa Blanca y el
Congreso, contrarios al derecho nacional e internacional, que despojó al presidente
de sus prerrogativas ejecutivas: el más completo sistema de sanciones jamás
creado contra un país, según reconoció recién un portavoz del Departamento de
Estado.
Nada ha sido suficiente.
Tampoco les funcionó la estrategia de las fichas de dominó, cuando se derrumbó
la Unión Soviética y casi todo el sistema socialista tras ella. Fracasados los
más de 600 intentos de asesinato contra Fidel, Raúl y otros líderes
revolucionarios, se resignaron a la “solución natural” -su partida física o
apartamiento del poder. Y mientras, estudiaron, planificaron y crearon 243
medidas que, bajo la comprometida firma de Donald Trump, golpearían con
precisión quirúrgica a las familias y a los emprendedores públicos,
cooperativos y privados. La llegada al poder de los hijos y nietos de la
revolución les resultó demasiado. Les endilgaron epítetos peores que los del
carnicero de Gaza. Y espantados por la coraza que exhibían, concibieron algo
más macabro, ya ensayado antes.
No bastaba declarar a Cuba
como país que no colaboraba con los esfuerzos antiterroristas de Estados
Unidos. Había que tacharla, además, de patrocinador del terrorismo, a sabiendas
que así transformaban a la isla, a su gobierno y ciudadanos en parias del
sistema financiero internacional, al que, por las reglas del GAFI, todos les
cerrarían las puertas. Así Cuba, que perdió a 3478 de sus hijos, donde otros
2099 quedaron discapacitados y miles viven amenazados, pasó de víctima a
victimario (no se sabe de quién).
Esta larga contienda ha
significado el despilfarro infructuoso de miles de millones de dólares del
contribuyente estadounidense. Puede parecer exagerado, pero son más de sesenta
años. En este 2024, solo para operaciones político-comunicacionales y de
subversión política, destinaron públicamente 50 millones de dólares. Faltarían
sumar las cantidades no declaradas, asignadas a actividades encubiertas
-probablemente terror y crimen-, que también financian a espaldas del ciudadano
estadunidense. Mucho dinero termina extraviándose en las cloacas de Miami.
Con los efectos a la vista, hoy
dicen -y casi obligan a creerlo-, que, a pesar de los más de 150 mil 410
millones de dólares en daños causados por ellos, el socialismo “fracasó”, que
el estado “le falló al pueblo”, que el sistema, en “profunda crisis”, está “al
borde del colapso”, y exhiben ruinas sin explicar su origen, u ocultándolo. Es
como si a un corredor le cementaran los pies y luego, al no poder correr, lo
acusaran de no saber hacerlo. Hasta ponen fecha al velorio. No es la primera
vez. En Miami todos los años decían que la próxima Navidad era en La Habana y
hasta armaban maletas. Hubo un plumífero que vaticinó en 1990 la hora final de
Castro y pasaron 26 años para que Fidel se marchara motu proprio,
dejándolo en el más profundo ridículo.
El adversario implacable y sus
execrables lacayos y gusanos no descansan. Sus acciones, cuales bombas y
misiles silenciosos, siguen cayendo sobre los cubanos, causando estragos
materiales y humanos. Han pretendido sin pudor que caigan las de verdad, para “que
corra sangre”. Recientemente aprovecharon el impacto de la pandemia para poner
nuevas fechas en 2020, 2021, 2022, 2023. Ahora preparan la celebración de este
año. Con su ataque híbrido, intentan lograr un resultado paradójico e inquietante:
que las víctimas se rindan y asuman la lógica de su verdugo. Para eso trabajó y
dejó abundante legado uno de los creadores de la CIA, Allen Dulles.
Aprovechan la crisis
energética y alimentaria que sus acciones han provocado en la isla, porque
saben, además, que el más grande error que haya cometido el gobierno no
produciría jamás el desastre a que nos pretenden conducir (por eso son tan
graves, costosas y condenables las faltas propias). Mandan y pagan enviados a
colarse en oficinas de gobiernos extranjeros a contar una inverosímil parodia
de presos, torturados, muertos y desaparecidos; un Déjà vu del
batistato con etiqueta “castrista”. Tratan de sembrar en lo público argumentos para
obtener la “justicia” manipulada que reclaman.
En los últimos días han salido
a anunciar regalías para los empresarios privados que cumplan sus condiciones
políticas, con la improbable promesa de darle acceso a los bancos donde igual se
proscribe a cualquier cuenta cubana por “patrocinar el terrorismo”, mientras el
país coopera con sus esfuerzos antiterroristas. Todo vale para dividir a la
isla que ha resistido unida la más larga de las guerras.
Naciones Unidas ha calificado
la actuación de los Estados Unidos como “genocidio” y desde hace más de treinta
años exige su fin. Ellos siguen empeñados en lograr que todo estalle en Cuba siguiendo
la fórmula de Mallory que debe reiterarse: “…reducirle [al Gobierno] sus
recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el
derrocamiento del Gobierno”. Recuérdese siempre esa expresión. Está en el
ADN de su clase política y de los cubanos proanexionistas desde el siglo XVIII,
que Cuba debe ser la más jugosa adición a la unión americana o el estado 52, o
cualquier otra cosa que no sea un estado independiente, libre y soberano. No es
el socialismo, ni la guerra fría, y ni siquiera la democracia liberal. La isla
rebelde, su némesis, debe ser solo de ellos, toda para ellos.
Pero Cuba es siempre como aquel pequeño
yate que en medio de una tempestad surcaba mares procelosos con sus crujientes
maderos, llevando la libertad a bordo. Siempre al borde del estallido,
preparando el próximo combate. Siempre sus hijos tienen un plan contra el “otro”
plan. Y mientras, y siempre, se refugian en las estrellas durante el apagón forzoso, hacen
pan de yuca y boniato a falta de trigo, y usan la última carga del celular para
hacer el amor al ritmo de un bolero. Así ríen, bailan y defienden la vida ganada
en diaria epopeya.
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