viernes, mayo 31, 2024

CUBA: EL ÚLTIMO ESTALLIDO Y EL PRÓXIMO COMBATE

Europa se desangra en una guerra preparada durante ocho años e impuesta desde el otro lado del Atlántico y prevenida tempranamente como un disparate por el ex Secretario de Estado Henry Kissinger. El mundo asiste imperturbable a un monstruoso genocidio en Palestina. Crisis y estallidos proliferan por todas partes con la complicidad y el silencio de políticos, gobiernos, medios y sus redes digitales. Mientras, para Cuba se cocina y anuncia una catástrofe -siempre a conveniente distancia y con todos los recursos del siglo XXI.

Al cabo de 65 años de silenciosa guerra de los Estados Unidos contra la pequeña nación caribeña, la revolución cubana prevalece a pesar del cumplimiento riguroso de aquel convenientemente silenciado memorando del subsecretario de Estado Lester Mallory a sus jefes, del 6 de abril de 1960, donde propuso “…restarle apoyo interno [al Gobierno] mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Los Estados Unidos lanzaron las primeras medidas coercitivas en junio de 1959. Le siguieron actos de sabotaje económico y sanciones comerciales y financieras, agresiones armadas, una invasión militar, el financiamiento, organización y ejecución de actos terroristas, la estructuración de un denso sistema de radiodifusión enfilado contra la isla, con transmisiones semanales de más de 3 mil horas por diferentes canales. Crearon decenas de organizaciones políticas, armadas y civiles, disidentes, publicaciones “independientes”, repartieron manuales de revoluciones de colores y otorgaron premios a los “opositores pacíficos”.  Apelaron a la fragmentación, la división y la deserción comprada. Inventaron el aislamiento diplomático.

Así como en los años sesenta protegieron a los miembros y testaferros de la dictadura militar exiliados en la Florida, usando sus recursos robados para el florecimiento de la atrasada península; detectaron que la idea del “exilio” era una buena propaganda contra el “régimen”, y crearon leyes y regulaciones para estimular la migración ilegal, desordenada e insegura de cubanos. No importó el secuestro de 14 500 niños, ni convertir el estrecho de la Florida en un cementerio: las imágenes de balsas de los “desesperados” cubanos, trasmitidas en vivo por televisión, eran más redituables para sus fines, mientras enlutaban familias y empobrecían nuestras vidas.

De esas experiencias, los antiguos batistianos y sus allegados sacaron la idea del cabildeo, emulando las corruptas prácticas políticas estadounidenses. El dinero aportado a las campañas en Washington y la inclusión de cubanoamericanos en ellas contribuiría a devolver favores en forma de más guerra, sanciones y mentiras contra Cuba. El bloqueo, que hasta entonces era un andamiaje de cientos de órdenes ejecutivas, directivas y decisiones administrativas, se transformó en un aberrante sistema de leyes, enmiendas legislativas y compromisos entre la Casa Blanca y el Congreso, contrarios al derecho nacional e internacional, que despojó al presidente de sus prerrogativas ejecutivas: el más completo sistema de sanciones jamás creado contra un país, según reconoció recién un portavoz del Departamento de Estado.

Nada ha sido suficiente. Tampoco les funcionó la estrategia de las fichas de dominó, cuando se derrumbó la Unión Soviética y casi todo el sistema socialista tras ella. Fracasados los más de 600 intentos de asesinato contra Fidel, Raúl y otros líderes revolucionarios, se resignaron a la “solución natural” -su partida física o apartamiento del poder. Y mientras, estudiaron, planificaron y crearon 243 medidas que, bajo la comprometida firma de Donald Trump, golpearían con precisión quirúrgica a las familias y a los emprendedores públicos, cooperativos y privados. La llegada al poder de los hijos y nietos de la revolución les resultó demasiado. Les endilgaron epítetos peores que los del carnicero de Gaza. Y espantados por la coraza que exhibían, concibieron algo más macabro, ya ensayado antes.

No bastaba declarar a Cuba como país que no colaboraba con los esfuerzos antiterroristas de Estados Unidos. Había que tacharla, además, de patrocinador del terrorismo, a sabiendas que así transformaban a la isla, a su gobierno y ciudadanos en parias del sistema financiero internacional, al que, por las reglas del GAFI, todos les cerrarían las puertas. Así Cuba, que perdió a 3478 de sus hijos, donde otros 2099 quedaron discapacitados y miles viven amenazados, pasó de víctima a victimario (no se sabe de quién).

Esta larga contienda ha significado el despilfarro infructuoso de miles de millones de dólares del contribuyente estadounidense. Puede parecer exagerado, pero son más de sesenta años. En este 2024, solo para operaciones político-comunicacionales y de subversión política, destinaron públicamente 50 millones de dólares. Faltarían sumar las cantidades no declaradas, asignadas a actividades encubiertas -probablemente terror y crimen-, que también financian a espaldas del ciudadano estadunidense. Mucho dinero termina extraviándose en las cloacas de Miami.

Con los efectos a la vista, hoy dicen -y casi obligan a creerlo-, que, a pesar de los más de 150 mil 410 millones de dólares en daños causados por ellos, el socialismo “fracasó”, que el estado “le falló al pueblo”, que el sistema, en “profunda crisis”, está “al borde del colapso”, y exhiben ruinas sin explicar su origen, u ocultándolo. Es como si a un corredor le cementaran los pies y luego, al no poder correr, lo acusaran de no saber hacerlo. Hasta ponen fecha al velorio. No es la primera vez. En Miami todos los años decían que la próxima Navidad era en La Habana y hasta armaban maletas. Hubo un plumífero que vaticinó en 1990 la hora final de Castro y pasaron 26 años para que Fidel se marchara motu proprio, dejándolo en el más profundo ridículo.

El adversario implacable y sus execrables lacayos y gusanos no descansan. Sus acciones, cuales bombas y misiles silenciosos, siguen cayendo sobre los cubanos, causando estragos materiales y humanos. Han pretendido sin pudor que caigan las de verdad, para “que corra sangre”. Recientemente aprovecharon el impacto de la pandemia para poner nuevas fechas en 2020, 2021, 2022, 2023. Ahora preparan la celebración de este año. Con su ataque híbrido, intentan lograr un resultado paradójico e inquietante: que las víctimas se rindan y asuman la lógica de su verdugo. Para eso trabajó y dejó abundante legado uno de los creadores de la CIA, Allen Dulles.

Aprovechan la crisis energética y alimentaria que sus acciones han provocado en la isla, porque saben, además, que el más grande error que haya cometido el gobierno no produciría jamás el desastre a que nos pretenden conducir (por eso son tan graves, costosas y condenables las faltas propias). Mandan y pagan enviados a colarse en oficinas de gobiernos extranjeros a contar una inverosímil parodia de presos, torturados, muertos y desaparecidos; un Déjà vu del batistato con etiqueta “castrista”. Tratan de sembrar en lo público argumentos para obtener la “justicia” manipulada que reclaman.

En los últimos días han salido a anunciar regalías para los empresarios privados que cumplan sus condiciones políticas, con la improbable promesa de darle acceso a los bancos donde igual se proscribe a cualquier cuenta cubana por “patrocinar el terrorismo”, mientras el país coopera con sus esfuerzos antiterroristas. Todo vale para dividir a la isla que ha resistido unida la más larga de las guerras.

Naciones Unidas ha calificado la actuación de los Estados Unidos como “genocidio” y desde hace más de treinta años exige su fin. Ellos siguen empeñados en lograr que todo estalle en Cuba siguiendo la fórmula de Mallory que debe reiterarse: “…reducirle [al Gobierno] sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”. Recuérdese siempre esa expresión. Está en el ADN de su clase política y de los cubanos proanexionistas desde el siglo XVIII, que Cuba debe ser la más jugosa adición a la unión americana o el estado 52, o cualquier otra cosa que no sea un estado independiente, libre y soberano. No es el socialismo, ni la guerra fría, y ni siquiera la democracia liberal. La isla rebelde, su némesis, debe ser solo de ellos, toda para ellos.

Pero Cuba es siempre como aquel pequeño yate que en medio de una tempestad surcaba mares procelosos con sus crujientes maderos, llevando la libertad a bordo. Siempre al borde del estallido, preparando el próximo combate. Siempre sus hijos tienen un plan contra el “otro” plan. Y mientras, y siempre, se refugian en las estrellas durante el apagón forzoso, hacen pan de yuca y boniato a falta de trigo, y usan la última carga del celular para hacer el amor al ritmo de un bolero. Así ríen, bailan y defienden la vida ganada en diaria epopeya.

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