“LA SOBERANÍA ARGENTINA SOBRE
MALVINAS ES UNA BANDERA QUE CUBA JAMÁS VA A ARRIAR”
Carlos Javier Avondoglio, Lic. y
Prof. en Ciencia Política (UBA), Integrante del CEIL Manuel Ugarte (UNLa) y del
Centro de Estudios para el Movimiento Obrero (CEMO), entrevista al Dr. Pedro Prada,
embajador de Cuba en Argentina. Una extensa charla que aborda los hitos fundamentales de la relación
bilateral, el significado de Malvinas y Guantánamo, la integración regional, el
bloqueo norteamericano y más.
Fotos: Carlos Godoy.
NOTA: La entrevista fue realizada en septiembre de 2024, razón por la cual algunos datos sobre el impacto del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba pueden estar desactualizados
Pedro Prada Quintero nació el 21 de octubre de 1959, pocos meses después de la caída del dictador Fulgencio Batista y de la entrada de Fidel Castro a La Habana, acontecimientos que sellaron el triunfo de la Revolución cubana. En 1982 se graduó como licenciado en Periodismo y Filología Rusa en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), formación que luego amplió con estudios de posgrado en la Universidad de La Habana, alcanzando el título de Doctor en Ciencias de la Comunicación. Durante más de una década trabajó en diferentes medios de prensa, incluido el diario Granma, y fue corresponsal en Nicaragua, Angola y la URSS. Su trayectoria en la función pública comenzó en 1994, cuando ingresó al Ministerio de Relaciones Exteriores, donde ocupó diversos cargos. Desde 2019, tras seis años al frente de la Dirección de América del Sur en la Dirección General de América Latina y el Caribe perteneciente a dicha cartera, se desempeña como embajador de Cuba en Argentina. Está casado y tiene una hija y un nieto, quienes, al igual que él, han nacido y vivido bajo el bloqueo norteamericano.
En conversación con Allá Ité, Prada
resalta aspectos nodales de la historia de la relación cubano-argentina, teje
un paralelismo entre Malvinas y Guantánamo, y fundamenta la importancia
estratégica de la integración regional frente a las apetencias del vecino del
norte. Además, explica las raíces y objetivos del bloqueo estadounidense sobre
la isla, y analiza los impactos sociales y políticos de las nuevas tecnologías.
Carlos Avondoglio (CA): ¿Cómo caracterizaría la relación
bilateral entre la Argentina y Cuba en la historia y en el presente?
Pedro Prada (PP): Las relaciones entre Argentina y Cuba son
relaciones de mucha fraternidad, de pueblo a pueblo, basadas en vínculos
entrañables que se abonan desde el siglo XIX, y que tienen expresiones muy
altas como el servicio que prestó José Martí como cónsul general de Argentina
en Nueva York, a fines del siglo XIX, integrando también la delegación
argentina a la Conferencia Monetaria de Washington, junto con quien después
sería presidente de la Argentina, Roque Sáenz Peña. Allí, ambos desempeñaron un
papel extraordinario al revertir el intento de imponer el dólar como moneda
universal en América Latina.
Después, en el en el siglo XX, la expresión más alta podríamos decir que es Ernesto Guevara, el Che. Pero entre uno y otro, hay muchas personalidades de las letras, la política, las artes y el conocimiento científico, dramaturgos, diplomáticos, médicos y profesionales de todo tipo que se movieron entre los dos países y que fueron marcando diferentes etapas. Incluso en periodos oscuros —como fue el de la ruptura de relaciones a principios de la década de los años 60, o durante los años de la dictadura militar— esa relación extraordinaria entre argentinos y cubanos se mantuvo. Por eso estamos hoy aquí, 50 años después del restablecimiento de relaciones.
José Martí y José de San Martín en la embajada de Cuba en Buenos Aires. Oleo sobre lienzo. Autor: Néstor Rosas, 2021. Foto: Carlos Godoy. |
PP: El Che es una figura extraordinaria. Pésele a quien
le pese y duélale a quien le duela, es el argentino más universal. Yo admiro y
respeto mucho al Papa Francisco y sé que es un argentino muy universal, pero es
indudable que el Che ha trascendido el tiempo, las culturas,
las religiones y las épocas, y sus ideas se siguen proyectando hacia el futuro.
Un hombre de una profunda vocación humanista, que no vaciló en poner su vida
por delante para defender las verdades en las que creía. Como lo definió Fidel,
el Che es un paradigma de ser humano. No solo por la
coherencia entre las palabras y los hechos, sino por una ética política y una
ética personal, un sentido de la moral, una comprensión del valor de la cultura
y las ideas como forma de elevación del ser humano.
Nosotros fuimos afortunados en Cuba porque dos
de los principales líderes de la Revolución cubana fueron intelectuales de
talla mayor: Fidel y el Che. Eso quizás contribuyó mucho a que,
desde el principio, las ideas, el programa y los proyectos de la Revolución
tuvieran una visión de futuro y un alcance tan grande, como aún lo siguen
teniendo. El Che es, además, la expresión de la rebeldía
necesaria que, junto con las buenas dosis de reflexión, debe acompañar a los
pueblos. A pesar de que todos los días lo tratan de matar, de que todos los
días tratan de arrojar sobre su figura y sobre su ejemplo montañas de mentiras,
calumnias y ofensas, siempre emerge. Dicen unos versos de Pablo Milanés que “lo
que brilla con luz propia nunca se puede apagar, su brillo suele alcanzar la
oscuridad de otras cosas”.
CA: Una pregunta más sobre la relación bilateral. Por los años que lleva
aquí, con seguridad sabe lo que significa la cuestión Malvinas para los
argentinos, la herida colonial que ésta representa. ¿Se puede trazar un
paralelismo entre Malvinas y Guantánamo?
PP: Vamos por partes. Guantánamo es la consecuencia de los acuerdos que
las potencias de la guerra hispano-estadounidense impusieron al final de la
contienda independentista de Cuba. Cuando ya España estaba derrotada, le abrió
el camino a Estados Unidos para intervenir en Cuba e imponer una neocolonia en
nuestro país. Cuando se proclamó la república (a partir de un acuerdo en París
de espaldas a los cubanos), la Constitución fue redactada en Washington y su
presidente fue designado en Washington. Es decir, no había la menor dosis de
independencia, y a pesar de todo eso, no lo consideraron suficiente, e
impusieron una enmienda constitucional por la cual la nueva república de Cuba
se veía obligada a ceder partes de su territorio para bases navales y
carboneras. Además, se permitía que Estados Unidos pudiera intervenir
militarmente en la isla cuando considerara afectados sus intereses, lo cual
hizo en tres oportunidades durante la primera mitad del siglo XX.
Afortunadamente, solamente ocuparon el territorio de Guantánamo, y muy pronto
la base demostró su ineficacia como enclave militar. Sin embargo, se constituyó
en un centro de apoyo y amparo a las dictaduras militares que sufrió Cuba en la
primera mitad del siglo XX, en un centro de promoción de la prostitución y el
juego en la región de Guantánamo, y en un lugar donde, después de la
revolución, se cometieron muchos crímenes, se facilitó el apoyo a grupos
terroristas y armados que existían en la isla, y se cometieron muchas
violaciones a la soberanía cubana.
La base no sólo es ilegal e ilegítima desde el punto de vista jurídico, en
el sentido de que es el resultado de un tratado espurio impuesto a la fuerza a
Cuba en condiciones de absoluta desventaja, sino que es un acto de
colonialismo, de ocupación del territorio de un país, porque ellos reconocen
que están ocupando. Hasta 1959, incluso pagaban a los gobiernos de Cuba la
ridícula cifra de 4000 dólares anuales por el arrendamiento del territorio.
Obviamente, desde 1959 nosotros nos negamos a cobrar esos cheques. Recuerdo que
alguna vez un periodista norteamericano entrevistó al presidente Fidel Castro.
Estando en el despacho de él, Fidel abrió la gaveta y le mostró los cheques,
colocaditos uno atrás del otro, que nunca habían sido cobrados. Fidel era un
hombre que defendía mucho el valor de la verdad y la honestidad.
Malvinas es también un acto de usurpación, de
piratería, de ocupación ilegal e ilegítima de un territorio que, por geografía
y por historia, pertenece a la Argentina. Entiendo que el Reino Unido ha permanecido
ahí más tiempo y que, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX para acá,
han usado a las Malvinas como una extensión de la OTAN en América Latina para
defender los intereses de Estados Unidos —porque para eso existe la OTAN,
para defender los intereses de Estados Unidos. Por ello no es casual que en la
guerra de las Malvinas, Estados Unidos haya estado del lado de Inglaterra y
haya apoyado la intervención militar a pesar de que decían que no lo hacían,
que estaban buscando soluciones negociadas.
Cuba ha tenido una posición histórica sobre el
tema de Malvinas. Esa posición fue esbozada por primera vez por líderes
políticos y líderes juveniles cubanos a principios del siglo XX. El presidente
de la Federación Estudiantil Universitaria de Cuba y fundador del primer
Partido Comunista, Julio Antonio Mella, cuando organizaba las ideas para crear
una movilización contra las dictaduras en América (en Cuba estaba la dictadura
de Gerardo Machado y en otros países también había situaciones muy complejas para
los trabajadores) y fomentaban la idea del Socorro Rojo Internacional (que era
una coalición de organizaciones solidarias del ámbito de los trabajadores),
defendía siempre la inclusión entre las reivindicaciones de la clase
trabajadora y de los estudiantes de aquella época del derecho de la Argentina a
ejercer soberanía plena sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur.
Cuando se crea la Asociación Cubana de Naciones
Unidas, que es una organización no gubernamental que existe en Cuba hace más de
75 años (es decir, es pre-revolucionaria), esta incluye entre sus banderas y
sus luchas —por las que presionaban a las Cancillerías de turno en nuestro
país— la inclusión de la defensa de los derechos argentinos sobre las
Malvinas. Si se revisa la historia de Naciones Unidas, desde los años 40 y 50
vas a ver a los delegados de Cuba apoyando y defendiendo, en aquellas jóvenes e
incipientes Naciones Unidas, el derecho argentino a la soberanía sobre las
Malvinas.
De más está decir que cuando la Revolución llega
al poder, se formula una nueva política exterior en la que intervienen mucho
las ideas de Fidel y del Che, pues ahí se va a configurar un
reposicionamiento mucho más radical que se observa en el copatrocinio de Cuba a
la resolución 2065 de Naciones Unidas, que instaba a alcanzar una solución
negociada entre Argentina y el Reino Unido a esta problemática colonial. Era el
momento de los grandes procesos de descolonización en África, Asia y el Caribe,
y Cuba no tuvo reparos en defender que la descolonización de Malvinas formara
parte de esa agenda también.
Esa posición se ha mantenido invariable y fue
especialmente evidente durante la guerra de Malvinas, a partir de todo el apoyo
que brindamos. En aquel difícil momento (estamos hablando de los años de la
dictadura cívico-militar), nosotros no tuvimos reparos en invitar a la
Argentina a participar de la cumbre de los No Alineados que tenía lugar en La
Habana. El presidente Fidel Castro se reunió con el canciller argentino de la
época y se mantuvo un intercambio de mensajes con la Junta Militar en el
sentido de la disposición de Cuba de apoyar hasta las últimas consecuencias el
derecho de Argentina, que no era el derecho de los militares: era el derecho
del pueblo argentino, de la nación Argentina, del Estado argentino. Era el
derecho a plantar la bandera albiceleste en las islas Malvinas y a ejercer
plena soberanía, sentida, real, en todos esos territorios. Y hasta hoy esa
posición se mantiene sin una sola fisura. Pueden tener la más absoluta
seguridad de que la soberanía argentina sobre Malvinas es una bandera que
Cuba jamás va a arriar.
CA: Dirigiéndonos al plano regional, ¿qué tan importante es la
integración latinoamericana para Cuba? ¿Qué mecanismos piensa que podrían
propulsarla y afianzarla?
PP: Cuba tiene como legado una visión de su existencia como república
libre, soberana, independiente y democrática integrada al concierto de naciones
de América Latina y el Caribe. Toda la obra de José Martí, cuyo ideario es el
cimiento de la ideología de la Revolución cubana y de la filosofía de vida de
todos nosotros, tiene la idea de ver a América Latina constituida como una gran
nación.
Cuando en el año 1890, Martí se batía en
Washington contra la imposición del dólar, contra la unión aduanera de las
Américas, estaba defendiendo el derecho de ese conjunto de naciones a existir
al margen del gran imperio que estaba surgiendo en el norte del hemisferio. En
vísperas de caer en combate en los campos de Cuba, escribió una carta que se
considera su testamento político y donde dejó bien definido que, con la
independencia de Cuba, él quería impedir que se extendieran por las Antillas
los Estados Unidos y cayeran con esa fuerza sobre nuestras tierras de América.
“Cuanto hice hasta hoy y haré, será para eso”, dijo en aquella oportunidad. Esa
visión es la que llega a nosotros y se siembra en el pensamiento de muchas
generaciones de patriotas cubanos, incluidos los que lideraron y condujeron la
revolución triunfante de 1959, y de aquellos que se sumaron a ella como el
propio Che, quien, en su proceso de formación y maduración como
individuo y como revolucionario, venía de la experiencia de haber recorrido
toda América del Sur y Centroamérica hasta llegar a México, y de haber vivido
las diferentes realidades de nuestros países y adquirido una noción muy madura
de la necesidad de integrarnos.
Durante los primeros años de la segunda mitad
del siglo XX, se trató de confundir esa visión integracionista con una supuesta
expansión soviética en el marco de la Guerra Fría. Todas esas visiones maquiavélicas
lo único que demostraron fue que lo que trataban de asegurar era la división,
la fragmentación, y que no se afectaran los intereses de la potencia dominante
en nuestra tierra. Desde allá hasta hoy, hemos venido experimentando
situaciones análogas, porque se dio un paso muy grande en el año 2005 en
Argentina —tan grande como aquel de Washington en el siglo XIX—, cuando se
le dijo “No al ALCA”. Sin embargo, nuestros adversarios —que para nada son
bobos sino muy inteligentes—, en una era de globalización económica, de
transnacionalización de las economías, empezaron a construir acuerdos de libre
comercio individuales que en la práctica terminaron construyendo ese ALCA que
querían para dominarlos a todos. Y hoy, cuando tú ves la estructura del capital
en cualquiera de las naciones de América Latina, te das cuenta que son las
empresas de Estados Unidos las que están controlando la economía y la política,
porque son las que financian la política, son las que controlan los gobiernos.
Entonces, esa realidad constituye la piedra de toque de por qué hay que avanzar
hacia un proceso diferente.
Durante muchos años, los latinoamericanos hemos
tratado de construir unidad e integración. Está la experiencia del Grupo de
Río, que era un proceso genuinamente latinoamericano; los centroamericanos
tienen la experiencia del SICA (Sistema de Integración Centroamericano), que es
lo más acabado en materia de integración, porque tiene una rama económica, el
SIECA (Secretaría de Integración Económica Centroamericana) y todo un andamiaje
de estructuras que facilita las cosas. Yo diría que es la zona de Nuestra
América mejor integrada.
A fines del siglo XX, comienza a darse un
proceso de maduración de estas ideas integracionistas que tiene su expresión
máxima con el advenimiento, en la división de los dos siglos, de gobiernos de
izquierda o nacionales-populares. Llega Hugo Chávez al poder en
Venezuela, Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Néstor en
Argentina, Evo Morales en Bolivia. Así se van sucediendo un grupo de procesos,
y comienza a imponerse esa nueva realidad. En el año 2008 se convoca a una
cumbre en Brasil, donde están presentes todos los países de América Latina y el
Caribe; los 33 países de América Latina en el Caribe sin exclusión. Y están
presentes todos estos mecanismos de integración que existían desde antes, como
el Pacto Andino. En aquel momento se disuelve el Grupo de Río, que era el más
universal, y, con el empuje de la recién creada UNASUR, se da paso a una nueva
construcción que nos incluye a todos: la Comunidad de Estados Latinoamericanos
y Caribeños (CELAC), cuya conformación se acuerda en una cumbre en Cancún y se
establece en otra cumbre en Caracas en el año 2012.
Aunque la CELAC nace como un mecanismo de
concertación política, que es todavía un proceso muy inicial, se va erigiendo
paulatinamente como un actor relevante de la comunidad internacional, a la que
comienzan a prestarle atención los nuevos polos internacionales de poder que se
consolidan desde comienzos de este siglo. Estamos hablando, en primer lugar, de
los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que empiezan a acercarse
de una manera diferente a nuestra región. A partir de ese momento, vamos a los
organismos internacionales en bloque. Era impresionante que los europeos iban a
las discusiones en bloque a través de la Unión Europea; los asiáticos lo mismo,
con la ASEAN; los africanos unidos mediante la Unión Africana; los islámicos
con la Conferencia Islámica; mientras que a los latinoamericanos y caribeños no
nos permitían ir unidos. Eso es lo que sigue tratando de impedir hoy ese mismo
país que impuso condiciones a la independencia de Cuba, intervino en la guerra
de Malvinas en contra de Argentina, y ha venido sometiendo a la Argentina a
ciclos periódicos de endeudamiento a través del poder que ejercen los
organismos financieros internacionales, de manera que cada vez que Argentina se
levanta, la ponen nuevamente de rodillas, porque están conscientes de que
Argentina es un país con un potencial humano y económico extraordinario, que
realmente compite con las posibilidades del gigante del norte.
Nuestra vocación es defender siempre el
proyecto de la integración latinoamericana y caribeña. Y hoy no nos preocupa
tanto el cómo, sino dar todos los días pasos hacia adelante, a favor de esa
integración. Potenciar todo lo que nos une, y apartar del camino todo lo que
nos divide. Defender la región como una zona de paz, libre de armas nucleares.
Es sintomático que América Latina y el Caribe, a pesar de todos los conflictos
que se han dado, de todos los problemas que hemos tenido y de todas las
dictaduras, es la única región del mundo donde no se han verificado graves o
grandes guerras durante estos últimos 60, 70 años. Alguien me puede decir la
“Guerra del Fútbol” en Centroamérica, el conflicto entre Argentina y Chile,
pero son escaramuzas en comparación con los conflictos que se han vivido en
Europa, en África, en Asia. Por tanto, los latinoamericanos y caribeños tenemos
esa ventaja, esa vocación de haber alcanzado la paz y haberla sabido mantener,
de ser la única región del mundo que tiene tratados firmes, fuertes y
verificables de proscripción de las armas nucleares. Eso que en otros lugares
del mundo es un sueño en el que se le va la vida a las grandes potencias, los
latinoamericanos hace rato lo resolvimos. Por eso nos molesta tanto cuando
meten armas nucleares en Malvinas o en la bahía de Guantánamo.
Por supuesto, hay otras organizaciones y
mecanismos que han surgido para apoyar esos procesos integracionistas, como es
el ALBA-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado
de Comercio de los Pueblos), pero el ALBA tiene más bien un enfoque de
concertación política, cooperación y solidaridad. Queremos llegar más lejos y
ahí es muy importante poder recuperar el papel que desempeñó la UNASUR.
A nosotros no nos ciega la pasión a la hora de
reconocer que la locomotora de la integración latinoamericana está en América
del Sur, y de reconocer, además, que esa locomotora tiene dos grandes máquinas:
en el sur del continente, Argentina, y en el norte de América del Sur,
Venezuela. Fueron los dos centros de la de la lucha de la Independencia: las
huestes de San Martín y las huestes de Bolívar. Se habla siempre de la
discusión de Guayaquil… no hay que preocuparse tanto de si en Guayaquil colisionaron
los dos gigantes; hay que hablar de que los dos gigantes completaron su obra en
el pacto de Guayaquil. Y desde luego, más al norte, México, que es la otra gran
máquina de esa locomotora de la integración. Tenemos ese privilegio: tres
grandes países, con grandes historias, una gran tradición, una gran vocación de
visión continental y que pueden echarse al hombro al resto de los 30 hermanos.
CA: ¿Cuáles son, a su juicio, las principales consecuencias que ha tenido
el bloqueo sobre la sociedad cubana? ¿Qué perspectivas hay de que esto se
revierta en un mundo que va dejando atrás la unipolaridad?
PP: Ante el fracaso de todas las estrategias militares, de la invasión,
de los actos terroristas, de los planes de atentados contra los líderes
revolucionarios y de los sabotajes a la economía, el bloqueo fue concebido como
una manera de rendir al pueblo de Cuba de la peor forma. El documento que da
inicio a esta línea de actuación por parte de los Estados Unidos es un
memorándum del entonces subsecretario de Estado, Lester Mallory, dirigido a sus
jefes, en el cual decía que en Cuba no encontraban una oposición creíble al
gobierno de Castro, y que la única manera de derrotarlo era privándolo de
recursos materiales y financieros, disminuir el valor de los salarios reales,
provocar hambre, sufrimiento y desesperación para que el pueblo derroque al
gobierno. Esto fue escrito en febrero de 1960 y el documento original puede
levantarse en un sitio web que se llama Archivo de Seguridad Nacional, donde se
desclasifican los documentos oficiales del gobierno de los Estados Unidos. Ahí
está, para quien dude del bloqueo, para el que piense que esto es un invento de
los cubanos.
Durante más de 60 años, han estado utilizando
esa política, primero a través de órdenes ejecutivas y luego mediante leyes,
para impedir que en el futuro cualquier gobierno de los Estados Unidos pudiera,
por una decisión administrativa, eliminar el bloqueo. Solamente el Congreso de
los Estados Unidos puede hacerlo, porque es una ley federal. Además, esa ley
prescribe que, para levantar el bloqueo, nuestro país tendría que devolver
todas las propiedades que tenían los estadounidenses en Cuba. Fíjate: en el año
60, cuando empiezan las nacionalizaciones, había empresas de 42 países. Todas
las empresas de 41 de esos países fueron indemnizadas, menos las de Estados
Unidos, pues su gobierno les impidió cobrar las indemnizaciones. Si lo hubiera
permitido, desde el año 82 se habría cerrado ese capítulo, porque Cuba proponía
un sistema de pago de indemnizaciones por diferentes plazos, que era aceptable
de acuerdo a lo que establece el derecho internacional. Nacionalizar empresas
no es un acto ilícito, es un acto de derecho para el cual están facultados
todos los Estados nacionales y que debe respetar ciertas normas, incluyendo las
indemnizaciones. Y Cuba cumplió con las indemnizaciones. El caso de Estados
Unidos es un caso especial, por soberbia y porque, en realidad, para ellos,
Cuba no debería ser un Estado soberano. Eso está en el ADN de la clase política
estadounidense. No es cosa de republicanos o demócratas: los padres fundadores
de los Estados Unidos —Thomas Jefferson, John Quincy Adamas— decían,
desde fines del siglo XVIII, que la isla de Cuba era, acaso, la más jugosa
adición que podían hacer a la Unión Americana. En la visión del país que
querían armar, la frontera sur pasaba por Cuba… Pero nunca contaron con los
cubanos. De manera que el hecho de la existencia de Cuba como un Estado
independiente y soberano es “una Némesis” para ellos. Luego, no pudieron apropiarse
de Cuba al final de la guerra contra España, lo cual, historiadores de hoy, con
una visión imperial y soberbia, le recriminan al presidente William McKinley,
que era el que gobernaba Estados Unidos en 1898, por haber sido un tibio y no
haberse apropiado definitivamente de Cuba para colocar la frontera sur de
Estados Unidos ahí.
Fíjate de dónde vienen las aguas. El bloqueo
expresa hoy la forma más completa de rendir a un país para ponerlo
completamente bajo su dominio, bajo su control. Durante el gobierno de Trump,
se hizo especialmente grave con la aplicación de 243 medidas que habían sido
estudiadas como en laboratorio, no para golpear al gobierno ni a las empresas,
sino para golpear a las familias cubanas. Fueron especialmente diseñadas con
una crueldad extrema. Adicionalmente, una semana antes de abandonar la Casa
Blanca, Trump decidió incluir a Cuba en la lista de países patrocinadores del
terrorismo. Esto es una lista espuria, que excluye a muchos verdaderos
patrocinadores del terrorismo. Pero la inclusión de Cuba no sólo es injusta,
sino que es un acto de una crueldad extrema porque esto pone a Cuba en una
condición de paria del sistema financiero internacional, y le cierra los
accesos a financiamientos y a bancos en todas partes.
Desgraciadamente —aunque esto está cambiando en nuestros días— el
sistema financiero internacional está controlado por la banca estadounidense.
El código Swift, por el cual se mueven todas las operaciones bancarias, es
estadounidense. No hay manera de que ellos no fiscalicen una operación que
realiza Cuba y, desde luego, Cuba tiene prohibido el uso del dólar en todas sus
operaciones.
El bloqueo ha causado daños extraordinarios a
Cuba. En términos numéricos, estamos hablando de miles de millones de dólares:
más de 1.500 millones de dólares anuales, con un acumulado de 140.000 millones
de dólares en todos estos años que, si se calculan al valor del oro, equivalen
a más de un billón, o sea, más de un millón de millones de dólares.
Pero los números son fríos. Los números no te
dicen toda la verdad, y alguien puede querer cuestionarlos, aunque están hechos
sobre la base de un riguroso sistema que tiene Naciones Unidas para calcular
estos fenómenos. Lo más grave es que al menos cinco o seis generaciones de
cubanos han nacido, vivido, sufrido —y muchos ya han muerto— en
condiciones de bloqueo. Yo nací bajo condiciones de bloqueo, mi hija nació bajo
condiciones de bloqueo, mi nieto nació bajo condiciones de bloqueo, por tanto
te puedo decir que ha sido muy duro para nosotros enfrentar esa realidad. Si no
fuera porque nos animan profundas convicciones de la justeza de nuestra causa,
de la justeza de nuestros derechos, de las ideas que animan el proyecto
humanista de la Revolución cubana, y del derecho que tenemos los cubanos para
decidir libremente el sistema político, económico, social y cultural que
deseamos para nuestro país, y de construirlo, de cambiarlo, de perfeccionarlo.
Ese es un derecho que nadie nos lo puede cuestionar, que nadie nos lo puede
quitar. Nosotros tampoco se lo cuestionamos a otros, pero, por favor, que
respeten el nuestro, y que no mientan ni manipulen los hechos ni las verdades
para atacarnos o pretender hundirnos.
Nosotros no tenemos esperanzas de que los
gobernantes de Estados Unidos cambien esa política, ni a corto, ni a mediano
plazo, y difícilmente a largo plazo. El bloqueo lo vamos a derrotar los cubanos
con nuestro trabajo, con nuestra creatividad, con nuestra iniciativa, haciendo
nuestra voluntad, buscando alternativas y salidas al país dentro y fuera de su
frontera, y con la solidaridad, el apoyo, el acompañamiento de millones de seres
humanos de cientos de países que todos los años votan mayoritariamente en
Naciones Unidas para exigirle a Estados Unidos que levante el bloqueo. Yo creo
que es el acto democrático más importante que se da en el seno de las Naciones
Unidas. Ha habido momentos en que han sido 190 países condenando el bloqueo y
demandando ponerle fin, y se han quedado Estados Unidos e Israel solitos
defendiéndolo. En ese sentido, nos sentimos muy acompañados. Pero hay que
recordar todos los días que el bloqueo es una guerra económica, comercial y
financiera que se le hace a los cubanos; es una violación flagrante y masiva de
los derechos humanos de todo el pueblo de Cuba, y es también un acto de
genocidio según la Convención de las Naciones Unidas contra el genocidio, que en
su artículo 1, inciso c, tipifica este tipo de política de bloqueo como una
manera de someter a un grupo humano.
CA: Quizás Estados Unidos no cambie, pero el mundo está cambiando.
Llegando al final, y teniendo en cuenta su formación en la materia, ¿qué relieve
le otorga a los nuevos dispositivos comunicacionales en las disputas de poder
que signan esta era transicional? Y en segundo lugar, ¿cómo afectan esos
dispositivos a Cuba en el marco de las limitaciones que padece fruto de los
condicionamientos de la potencia hemisférica?
PP: Ya en el Rubicón de los dos siglos, se veía venir un cambio de los
paradigmas comunicacionales y de las maneras en que el mundo se iba a comunicar
en el siglo XXI. Recuerdo, a finales de los años 90, con la aparición de
Internet, cómo empezó a modificarse esto. Ya era visible que la relación en las
redes de Internet iba a comenzar a desplazar a otras prácticas
comunicacionales, sociales y culturales, inherentes a la cultura que la
humanidad había construido durante cientos de años. Lo problemático está en que
sectores de propietarios de esas redes comenzaron a diseñar también su uso para
otros fines, para los fines de dominación, de control del pensamiento, sobre
todo después del derrumbe de la Unión Soviética y de la desaparición de los
Estados socialistas europeos.
Fue entonces que se creó la idea peregrina de
una supuesta desideologización que no era más que una reideologización, el
impulso de una colonización cultural y el sometimiento de la humanidad a un
pensamiento único. El imperialismo, en ese momento, vio que aquellos
desarrollos tecnológicos iban a ser el instrumento para lograr esa
homogeneización informativa, cultural e ideológica que querían imponerle a la
humanidad. Esto se expresa en los productos culturales que consumimos como el
cine, el arte, la música y la literatura; en los medios de comunicación; en el
tipo de valores culturales que se venden como universales, glamorosos; en los
ideotipos humanos que nos venden como los ideales, que dicen que hay que ser
alto, rubio, de ojos azules, y si no naciste con los ojos azules, fabrico
lentillas y te las vendo para que te pongas los ojos azules, y tengo tintes
duraderos para que el pelo se te mantenga clarito, y blanqueadores de la piel,
y modas que son para personas que tienen una figura que no es la nuestra. Así,
mediante el desarrollo de las nuevas redes, nos van poniendo todos esos
patrones culturales que traen conflictos a las sociedades.
Este instrumento facilita también la
introducción de prácticas culturales nocivas, como la difusión del odio. Bien
lo decía un personaje de triste recuerdo que fue jefe de la CIA, Allen Dulles,
en el año 54: promover la incultura, el odio y el desprecio al semejante, el
enfrentamiento, el desprestigio, los más bajos valores o contra valores
humanos, la envidia. Esto no es algo que ha brotado de casualidad como la
hierba, como el pasto puede crecer a merced del sol, el aire y la lluvia. Esto
ha sido bien meditado, bien calculado, y no por gusto vemos en nuestros días
los conflictos que se están dando, sobre todo con los dueños de las grandes
redes (como Facebook o X) y la manera en que tratan, desde esas plataformas, de
inducir el pensamiento de las sociedades, de manipularlo, de lograr que ese
pensamiento se convierta en conductas que después son nocivas. Entonces aumenta
la criminalidad, y gente que tú no pensabas que pudiera blandir un arma, un
cuchillo o una pistola para matar a otra, lo hace por un reto que vio en
Internet.
Los que somos comunicadores tenemos una
extraordinaria responsabilidad. En realidad, todos los seres humanos, todos los
profesionales que trabajamos en el campo de las ideas, de la cultura, del
conocimiento, de las relaciones internacionales, tenemos la obligación de
enfrentar esas prácticas. No enfrentar a la tecnología, porque las tecnologías
no son ni buenas ni malas, eso depende del uso que les demos los seres humanos.
Podemos hacer que esas tecnologías contribuyan mucho al bien de la humanidad, a
que, en vez de desunir o de fomentar el odio, fomenten el amor, el
entendimiento entre los seres humanos, la solidaridad, los mejores valores
humanos. Yo creo que es una gran responsabilidad. Puede parecer algo peor que
el desafío de Sísifo, que tenemos que rodar la piedra todos los días cuesta
arriba y cada vez que nos caemos con la piedra abajo, volverla a subir. Pero
hay que hacerlo. Eso somos los seres humanos: luchadores que toda la vida
empujamos piedras cuesta arriba hasta alcanzar la cumbre. Así pues, lucha es lo
que se nos viene.
Publicado originalmente en https://revistaallaite.unla.edu.ar/209/-la-soberan-a-argentina-sobre-malvinas-es-una-bandera-que-cuba-jam-s-va-a-arriar-
Reproducido en https://www.cipi.cu/la-soberania-argentina-sobre-malvinas-es-una-bandera-que-cuba-jamas-va-a-arriar/
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