lunes, octubre 14, 2024

EL DESPLOME DEL PERIODISMO Y LA AGONÍA DE LA VERDAD

Una nueva ola de escribientes sobre Cuba dice poner el foco sobre el ataque multidimensional que enfrenta la isla y que empuja a un número creciente de personas a protestar, emigrar o a interesarse sobre lo que realmente ocurre.

◄ En la foto, un desfile popular en la Plaza de la Revolución, con fotos de Fidel, Raúl y el Che, viralizado como símbolo de protestas masivas antigubernamentales que no ocurren o no llegan a la escala deseada.

Dicen que la crisis cubana es un desangramiento sostenido, un mosaico de ausencias. Y es verdad: desde que en 1960 el subsecretario de Estado de los Estados Unidos Lester Mallory concibió que, para derrocar al poder revolucionario popular había que “…emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba (…) una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”, la sangría no se ha detenido hasta hoy.

Sin una sola fisura en su brutal conducta, Estados Unidos logró impedir el normal desarrollo político, económico, social y cultural de los cubanos y el pleno goce de la libertad y todos sus derechos; atacó de todas las formas posibles el orden establecido, las constituciones aprobadas en referendos populares, las elecciones democráticas masivas. Nada era como ellos querían, sino como nosotros lo concebimos.

Por ello, Washington transgredió el orden internacional para atacar a quienes, a pesar de su prohibición, quieren sostener relaciones normales con Cuba, haciendo lo posible y hasta lo imposible para boicotear los lazos políticos y comerciales, los negocios comunes, los intercambios académicos y culturales y los afectos entre los seres humanos. No ha escatimado ni en producir leyes con pretensiones universales que espanten a los que se resistan (que a pesar de todo los hay, ¡y muchos!).

Ha financiado y organizado sabotajes, terror, invasión, ataques terroristas, atentados políticos, contaminación de cosechas, ganado y seres humanos con enfermedades ignotas. Ha invertido en la educación, formación y premiación de opositores que, como mercenarios dependientes de sus dólares, terminan casi siempre exiliados en Miami, Madrid o Buenos Aires, enfrentados entre sí por la recaudación, o detenidos en la isla, juzgados y sancionados por violar las leyes.

Ha bloqueado la expansión de la poderosa e indomable cultura cubana, cerrando el camino de los científicos, artistas e intelectuales de la isla a los grandes espacios donde se produce ciencia y se consume y comercia cultura; les ha negado recibir los premios otorgados y han correteado hasta lo indecible tras laboratorios, universidades, productores, editores y los mismos creadores para que no compartan sus conocimientos y creaciones con el público isleño, mientras acusa a las instituciones cubanas de practicar la censura. A la vez, ha impulsado el “artivismo” de individuos que no son ni artistas ni activistas, que no tienen obra ni criterio, pero sí presumen de herejes del pensamiento proscrito, que ven crecer sus cuentas en Miami mientras más se victimicen y acusen al “régimen”.

Ha presupuestado y formado (o acogido a los deformados) a cientos de operadores de información, elevados por mérito del negocio al rango de comunicadores o periodistas, de los que se afirma, sin pudor, que hay decenas de ellos presos en la isla, sin que existan evidencias creíbles de su “inocente periodismo”. El siglo de las redes sociales irresponsables les sirve para la mascarada. En realidad, son vertedores profesionales de mentiras, ofensas, odio; propaladores de antivalores que cumplen rigurosamente aquello atribuido desde 1954 al fundador de la CIA, Allan Dulles:

“…De la literatura y el arte, por ejemplo, haremos desaparecer su carga social. Deshabituaremos a los artistas, les quitaremos las ganas de dedicarse al arte, a la investigación de los procesos que se desarrollan en el interior de la sociedad. La literatura, el cine, y el teatro, deberán reflejar y enaltecer los más bajos sentimientos humanos.

“Apoyaremos y encumbraremos por todos los medios a los denominados artistas, que comenzarán a sembrar e inculcar en la conciencia humana el culto del sexo, de la violencia, el sadismo, la traición. En una palabra: cualquier tipo de inmoralidad.

“En la dirección del estado, crearemos el caos y la confusión. De una manera imperceptible, pero activa y constante, propiciaremos el despotismo de los funcionarios, el soborno, la corrupción, la falta de principios. La honradez y la honestidad serán ridiculizadas como innecesarias y convertidas en un vestigio del pasado. El descaro, la insolencia, el engaño, la mentira, el alcoholismo, la drogadicción y el miedo irracional entre semejantes. […] Gracias a su diversificado sistema propagandístico, Estados Unidos debe imponerle su visión, estilo de vida e intereses particulares al resto del mundo, en un contexto internacional donde nuestras grandes corporaciones transnacionales contarán siempre con el despliegue inmediato de las fuerzas armadas, en cualquier zona, sin que le asista a ninguno de los agredidos el derecho natural a defenderse...”.

Este estado de guerra (el gobierno de Estados Unidos dice que está en guerra con Cuba cuando desde 1962, cada año, su presidente promulga la extensión de la aplicación exclusiva del Acta de Comercio con el Enemigo de 1916) ha generado inmensas carencias. Lo de la electricidad y los alimentos no es nuevo, pero hoy hace noticias imbéciles que lesionan nuestras heridas diarias. Pocos se preguntan cómo se puede hacer funcionar un a economía sin combustibles para generar energía, para mover el transporte, movilizar la maquinaria agrícola. Y, sin embargo, se mueve, lenta y dolorosamente.

Basta acceder a sus fuentes y explorar la ruta del dinero, siempre reveladora de lo oculto, para comprender: medios “independientes” alojados en plataformas del Departamento de Estado y el Pentágono, financiados por el gobierno de Washington a través de la NED y la USAID, mediante sus programas de becas y premios, conseguidos estos últimos a través de la red de ONG afines que se esparcieron como plaga desde los años ochentas del pasado siglo. Epígonos del “periodismo alternativo” con nómina salarial en dólares. Son los que hablan de represión, torturas y desaparecidos en una isla que, a diferencia de otros, no guarda esqueletos vergonzantes en el escaparate de su historia reciente.

Para convencer de la “catástrofe” que la “revolución” y el “comunismo” han significado, tienen a sus observatorios “cubanos”, creados por el mismo país que nos asfixia, ofrecen datos de pobreza sin otro crédito que imágenes de edificios destruidos o de personas pobremente vestidas, incluso de deambulantes. Son los ventrílocuos del asesino que vierte veneno y a la vez, te declara enfermo e incapaz por decisión propia, con lo que la reflexión simple sería: cambiemos nuestro mundo para que nos perdonen y vivir bien.

Los versados en difundir esos datos nunca averiguan por qué, como ocurre ahora, un barco cargado de miles de toneladas de harina de trigo lleva 75 días en un puerto cubano a la espera de que algún banco quiera transar esa compra que ha hecho Cuba, por la cual, además, ha asumido riesgo y precios extorsivos.

Como no leen (ni quieren leer) a Mallory, hablan de vaciamiento de los programas sociales y de renuncia del Estado a sus deberes, como culpas de un gobierno, y no como consecuencias de la guerra impuesta. Callan que no hay aulas ni hospitales cerrados ni profesionales expulsados, que nadie va a la cama sin comer (aunque abjuren de ello ante un celular). Y se escandalizan cuando llamamos al crimen por su nombre: ¡guerra! Son los que alborotan con el envejecimiento poblacional -como si fuera pecado y no signo de avance- y la emigración -sin mencionar las causas de fondo y no las superficiales.

Lo escribí una vez y lo repetiré: alguna vez tendremos que colocar en el malecón habanero una tarja que recuerde a las víctimas de la emigración forzosa de los últimos 65 años. No la de los batistianos, mafiosos y violadores de derechos humanos derrocados por la revolución, sino la otra, surgida bajo los efectos del bloqueo genocida y propiciada por regulaciones migratorias en Estados Unidos, dirigidas a estimular el éxodo artificial de cubanos, víctimas o no de sus penurias. Leyes y normas que han desgarrado a familias y hogares cubanos, que facilitan el trato exclusivo a nuestros nacionales si desde las cámaras y micrófonos del sur de la Florida se dirigen a audiencias en la isla para rumiar insatisfacciones o frustraciones personales y fomentar la angustia, la desesperanza, el éxodo… o el odio y la rebelión contra el único supuesto culpable (Mallory dixit).

Afirman que se ha roto el pacto social cubano, en el que, según ellos, el Estado garantizaría los derechos laborales, culturales o sociales a cambio de que los ciudadanos cedieran sus derechos civiles y políticos. Falsedades. Cada palabra disparada apunta a destruir la imagen de la revolución cubana dentro y fuera de la isla; a confundir y desalentar a sus seguidores; a minar el ejemplo que ha sido y aún es de resistencia y dignidad frente al imperio más poderoso de la historia. No quieren hablar de cómo, superado un período histórico, la República y sus ciudadanos, en medio de las más extraordinarias dificultades, vienen construyendo un nuevo pacto social con una renovada institucionalidad política soberana, con nuevos líderes y adaptados a una realidad mundial muy diferente de la de mediados del siglo XX.

Y entonces hablan de ausencias: preferían que todo sucediera en medio de una explosión social que no llega. Convierten a mercenarios y a delincuentes en héroes democráticos. Sufren porque las protestas aisladas ocurridas solo tengan la masividad que le otorgan textos y fotos manipuladas en las redes, y porque la represión brutal y masiva que anuncian, no ocurre. Y buscan en quienes cuentan a Cuba desde afuera, como si fuera desde adentro, la justificación angustiosa para “retornar al ayer como fórmula para salvarnos”, porque la mayoría de los cubanos sabemos que la opción no es “hacer leña con todo y la palma”.

Si es tanta la agonía, por qué no le exigen a Estados Unidos que elimine nuestros pretextos, para que nos muramos solitos sin justificaciones. Falta coraje: la verdadera agonía es que ninguno de nuestros errores es de fondo ni determinante, ni supera al ataque multidimensional que nos hacen. La verdadera agonía es que nos saben viables, capaces y exitosos; que están conscientes tanto de nuestras capacidades como de los límites que nos imponen a su pleno despliegue; que somos competidores pequeños, pero probados, y eso sí es agónicamente inadmisible.

Estamos vivos. ¡Vivos!

 

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