Una nueva ola de escribientes sobre Cuba dice poner el foco sobre el ataque multidimensional que enfrenta la isla y que empuja a un número creciente de personas a protestar, emigrar o a interesarse sobre lo que realmente ocurre.
Dicen que la crisis cubana es un desangramiento sostenido,
un mosaico de ausencias. Y es verdad: desde que en 1960 el
subsecretario de Estado de los Estados Unidos Lester Mallory concibió que, para
derrocar al poder revolucionario popular había que “…emplear rápidamente todos
los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba (…) una línea de
acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores
avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus
recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el
derrocamiento del Gobierno”, la sangría no se ha detenido hasta hoy.
Sin una sola fisura en su brutal conducta, Estados Unidos logró impedir el normal desarrollo político, económico, social y cultural de los cubanos y el pleno goce de la libertad y todos sus derechos; atacó de todas las formas posibles el orden establecido, las constituciones aprobadas en referendos populares, las elecciones democráticas masivas. Nada era como ellos querían, sino como nosotros lo concebimos.
Por ello, Washington transgredió el orden internacional para atacar a quienes,
a pesar de su prohibición, quieren sostener relaciones normales con Cuba,
haciendo lo posible y hasta lo imposible para boicotear los lazos políticos y
comerciales, los negocios comunes, los intercambios académicos y culturales y los
afectos entre los seres humanos. No ha escatimado ni en producir leyes con
pretensiones universales que espanten a los que se resistan (que a pesar de
todo los hay, ¡y muchos!).
Ha financiado y organizado sabotajes, terror, invasión, ataques
terroristas, atentados políticos, contaminación de cosechas, ganado y seres
humanos con enfermedades ignotas. Ha invertido en la educación, formación y
premiación de opositores que, como mercenarios dependientes de sus dólares,
terminan casi siempre exiliados en Miami, Madrid o Buenos Aires, enfrentados
entre sí por la recaudación, o detenidos en la isla, juzgados y sancionados por
violar las leyes.
Ha bloqueado la expansión de la poderosa e indomable cultura
cubana, cerrando el camino de los científicos, artistas e intelectuales de la
isla a los grandes espacios donde se produce ciencia y se consume y comercia cultura;
les ha negado recibir los premios otorgados y han correteado hasta lo indecible
tras laboratorios, universidades, productores, editores y los mismos creadores
para que no compartan sus conocimientos y creaciones con el público isleño,
mientras acusa a las instituciones cubanas de practicar la censura. A la vez,
ha impulsado el “artivismo” de individuos que no son ni artistas ni activistas,
que no tienen obra ni criterio, pero sí presumen de herejes del pensamiento
proscrito, que ven crecer sus cuentas en Miami mientras más se victimicen y
acusen al “régimen”.
Ha presupuestado y formado (o acogido a los deformados) a
cientos de operadores de información, elevados por mérito del negocio al rango
de comunicadores o periodistas, de los que se afirma, sin pudor, que hay decenas
de ellos presos en la isla, sin que existan evidencias creíbles de su “inocente
periodismo”. El siglo de las redes sociales irresponsables les sirve para la
mascarada. En realidad, son vertedores profesionales de mentiras, ofensas, odio;
propaladores de antivalores que cumplen rigurosamente aquello atribuido desde
1954 al fundador de la CIA, Allan Dulles:
“…De la literatura y el arte, por ejemplo, haremos
desaparecer su carga social. Deshabituaremos a los artistas, les quitaremos las
ganas de dedicarse al arte, a la investigación de los procesos que se
desarrollan en el interior de la sociedad. La literatura, el cine, y el teatro,
deberán reflejar y enaltecer los más bajos sentimientos humanos.
“Apoyaremos y encumbraremos por todos los medios a los
denominados artistas, que comenzarán a sembrar e inculcar en la conciencia
humana el culto del sexo, de la violencia, el sadismo, la traición. En una
palabra: cualquier tipo de inmoralidad.
“En la dirección del estado, crearemos el caos y la
confusión. De una manera imperceptible, pero activa y constante, propiciaremos
el despotismo de los funcionarios, el soborno, la corrupción, la falta de
principios. La honradez y la honestidad serán ridiculizadas como innecesarias y
convertidas en un vestigio del pasado. El descaro, la insolencia, el engaño, la
mentira, el alcoholismo, la drogadicción y el miedo irracional entre
semejantes. […] Gracias a su diversificado sistema propagandístico, Estados
Unidos debe imponerle su visión, estilo de vida e intereses particulares al
resto del mundo, en un contexto internacional donde nuestras grandes
corporaciones transnacionales contarán siempre con el despliegue inmediato de
las fuerzas armadas, en cualquier zona, sin que le asista a ninguno de los agredidos
el derecho natural a defenderse...”.
Este estado de guerra (el gobierno de Estados Unidos dice
que está en guerra con Cuba cuando desde 1962, cada año, su presidente promulga
la extensión de la aplicación exclusiva del Acta de Comercio con el Enemigo de
1916) ha generado inmensas carencias. Lo de la electricidad y los alimentos no
es nuevo, pero hoy hace noticias imbéciles que lesionan nuestras heridas diarias. Pocos
se preguntan cómo se puede hacer funcionar un a economía sin combustibles para
generar energía, para mover el transporte, movilizar la maquinaria agrícola. Y,
sin embargo, se mueve, lenta y dolorosamente.
Basta acceder a sus fuentes y explorar la ruta del dinero,
siempre reveladora de lo oculto, para comprender: medios “independientes”
alojados en plataformas del Departamento de Estado y el Pentágono, financiados
por el gobierno de Washington a través de la NED y la USAID, mediante sus
programas de becas y premios, conseguidos estos últimos a través de la red de
ONG afines que se esparcieron como plaga desde los años ochentas del pasado
siglo. Epígonos del “periodismo alternativo” con nómina salarial en dólares. Son
los que hablan de represión, torturas y desaparecidos en una isla que, a
diferencia de otros, no guarda esqueletos vergonzantes en el escaparate de su
historia reciente.
Para convencer de la “catástrofe” que la “revolución” y el “comunismo”
han significado, tienen a sus observatorios “cubanos”, creados por el mismo país
que nos asfixia, ofrecen datos de pobreza sin otro crédito que imágenes de
edificios destruidos o de personas pobremente vestidas, incluso de deambulantes.
Son los ventrílocuos del asesino que vierte veneno y a la vez, te declara
enfermo e incapaz por decisión propia, con lo que la reflexión simple sería: cambiemos
nuestro mundo para que nos perdonen y vivir bien.
Los versados en difundir esos datos nunca averiguan por qué,
como ocurre ahora, un barco cargado de miles de toneladas de harina de trigo lleva
75 días en un puerto cubano a la espera de que algún banco quiera transar esa
compra que ha hecho Cuba, por la cual, además, ha asumido riesgo y precios
extorsivos.
Como no leen (ni quieren leer) a Mallory, hablan de
vaciamiento de los programas sociales y de renuncia del Estado a sus deberes,
como culpas de un gobierno, y no como consecuencias de la guerra impuesta. Callan
que no hay aulas ni hospitales cerrados ni profesionales expulsados, que nadie va
a la cama sin comer (aunque abjuren de ello ante un celular). Y se escandalizan
cuando llamamos al crimen por su nombre: ¡guerra! Son los que alborotan con el
envejecimiento poblacional -como si fuera pecado y no signo de avance- y la
emigración -sin mencionar las causas de fondo y no las superficiales.
Lo escribí una vez y lo repetiré: alguna vez tendremos que
colocar en el malecón habanero una tarja que recuerde a las víctimas de la
emigración forzosa de los últimos 65 años. No la de los batistianos, mafiosos y
violadores de derechos humanos derrocados por la revolución, sino la otra,
surgida bajo los efectos del bloqueo genocida y propiciada por regulaciones
migratorias en Estados Unidos, dirigidas a estimular el éxodo artificial de cubanos,
víctimas o no de sus penurias. Leyes y normas que han desgarrado a familias y
hogares cubanos, que facilitan el trato exclusivo a nuestros nacionales si
desde las cámaras y micrófonos del sur de la Florida se dirigen a audiencias en
la isla para rumiar insatisfacciones o frustraciones personales y fomentar la
angustia, la desesperanza, el éxodo… o el odio y la rebelión contra el único
supuesto culpable (Mallory dixit).
Afirman que se ha roto el pacto social cubano, en el que,
según ellos, el Estado garantizaría los derechos laborales, culturales o
sociales a cambio de que los ciudadanos cedieran sus derechos civiles y
políticos. Falsedades. Cada palabra disparada apunta a destruir la
imagen de la revolución cubana dentro y fuera de la isla; a confundir y desalentar
a sus seguidores; a minar el ejemplo que ha sido y aún es de resistencia y
dignidad frente al imperio más poderoso de la historia. No quieren hablar de
cómo, superado un período histórico, la República y sus ciudadanos, en medio de
las más extraordinarias dificultades, vienen construyendo un nuevo pacto social
con una renovada institucionalidad política soberana, con nuevos líderes y adaptados
a una realidad mundial muy diferente de la de mediados del siglo XX.
Y entonces hablan de ausencias: preferían que todo sucediera
en medio de una explosión social que no llega. Convierten a mercenarios y a
delincuentes en héroes democráticos. Sufren porque las protestas aisladas
ocurridas solo tengan la masividad que le otorgan textos y fotos manipuladas en
las redes, y porque la represión brutal y masiva que anuncian, no ocurre. Y
buscan en quienes cuentan a Cuba desde afuera, como si fuera desde adentro, la
justificación angustiosa para “retornar al ayer como fórmula para salvarnos”,
porque la mayoría de los cubanos sabemos que la opción no es “hacer leña con
todo y la palma”.
Si es tanta la agonía, por qué no le exigen a Estados Unidos
que elimine nuestros pretextos, para que nos muramos solitos sin justificaciones.
Falta coraje: la verdadera agonía es que ninguno de nuestros errores es de
fondo ni determinante, ni supera al ataque multidimensional que nos hacen. La
verdadera agonía es que nos saben viables, capaces y exitosos; que están conscientes
tanto de nuestras capacidades como de los límites que nos imponen a su pleno despliegue;
que somos competidores pequeños, pero probados, y eso sí es agónicamente
inadmisible.
Estamos vivos. ¡Vivos!
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