viernes, octubre 18, 2024

CULTOS Y LIBRES, AUNQUE LES DUELA

Escondido en el nombre de un violinista famoso, un libertario de origen cubano, bien conectado con los sectores neoconservadores de su país de adopción, se mudó hace cuatro años de Nueva York a Buenos Aires para apoyar la construcción de la organización y las ideas vencedoras en los últimos comicios argentinos. Proveniente, según se vende, de los sectores contraculturales cubanos de los años setenta, ensaya una diatriba pseudocultural contra Cuba en vísperas del Día de la Cultura cubana, como podrían haberlo hecho quienes se alarmaron en junio de 1868 por la combativa música que se convertiría en octubre en el Himno de los cubanos.

El tanteo no es novedoso: va a la carga contra el marxismo, contra los ideales de la revolución cubana (despojándola de toda su historia y tradición, y del legado de quienes, desde el padre Varela, asentaron las ideas y valores sobre las que se construyó la nación que hoy tenemos y defendemos. Los referentes de tal discurso son nada más y nada menos que reconocidos escribientes de la CIA, soldados del proyecto anticomunista global, que resumen el mundo en un breve período de años, como si los siglos precedentes no determinaran el curso del pensamiento humano, incluso del anarcocapitalismo y del neofascismo. Tanta es la desmemoria o el intento de hacernos desmemoriados.

No hablaré de teorías conspiranoicas que repiten poco probadas y derruidas hace años versiones de que la revolución cubana fue un engendro soviético, que la seguridad cubana fue hija de la KGB, que Cuba entrenó y exportó guerrillas, y que la subversión cultural fue una idea gramsciana abrazada por Castro. La psicología moderna ha demostrado que tras cada conspiranoico hay un estudiante mediocre que no estudio ni hizo a tiempo sus tareas. Además, después del derrumbe del socialismo soviético y euro oriental, y de la revelación de textos de sucesivos gobiernos estadounidenses y occidentales, así como de sus servicios especiales, insistir en semejante tontería puede ser como usar de mingitorio a un ventilador. Basta leer el Arte de la Inteligencia, del fundador de la CIA Allen Dulles, publicado en 1954, para darse cuenta.

Lo cierto es que toda la tradición cultural cubana, desde el siglo XVIII, tiene una inspiración liberal y luego, profundamente independentista, libertaria -¡de verdad, con justicia, igualdad, soberanía, derechos!-, herética, rebelde y abierta a todas las ideas. Todos nuestros grandes pensadores: Luz, Varela, Saco, Céspedes, Agramonte, Martí, Ortiz, Vitier, hasta Fidel, tienen como rasgo común la búsqueda constante de la verdad en el conocimiento y, sobre su base, la construcción de la razón crítica. Por ello, la idea de la libertad es entre nosotros no solo más amplia, sino más inclusiva y más responsable, porque no se erige sobre la exclusión y la explotación de otros, o sobre el ejercicio anárquico del albedrío. Por ello fracasaron intentos endógenos de acotarla dentro de la propia revolución. Nuestra libertad respeta al otro en la suya, tanto como exige respeto para si. Es, por ello, solidaria y digna.

Es en esa parte donde se pierden aquellos que buscan adoctrinadores marxistas en las huestes de médicos que han expandido una medicina humanista y científica en lugares del mundo necesitados de esos servicios. Bien lo saben nuestros colaboradores de la salud y sus pacientes. Jamás habrán oído pronunciar entre ellos una palabra que pretenda convertir al marxismo a un campesino latinoamericano, a un aldeano africano, a un trabajador asiático, incluso a un empleado europeo. Otra cosa es el ejemplo que proyectan allí donde prevalece el egoísmo; la ciencia y conciencia que los acompaña y deslumbra. Y ahí quizás sí cabe admitir que, al comprobarse que el hombre nuevo que soñó el Che Guevara sí fue formado por la revolución de Fidel, y que existe, actúa, se supera y perfecciona a diario, puede ser muy subversiva su presencia, no para los infelices a los que han servido con devoción, sino para los que han erigido su infelicidad a costa de sus obscenas riquezas.

Lo mismo ha ocurrido con los alfabetizadores. Y ahí también pudiera concederles razón: no hay nada más rupturista que abrirle a un pueblo el camino del saber, darle herramientas para comprender el mundo, hacer sus propias elecciones, con cabeza propia, y transformarlo. No olvidamos que el gran ataque contra la revolución cubana se vino tan temprano como a inicios de 1961, cuando el país se propuso erradicar el analfabetismo en un año; cuando miles de jóvenes se lanzaron a alfabetizar a más de millón y medio de compatriotas; cuando Fidel repetía “al pueblo no le decimos cree; sino que le decimos lee”. Devolver a ese pueblo uno de sus derechos más fundamentales, como es la educación, es una manera inteligente de entregarle las claves de su libertad, para que la valore y sostenga.

Cuba importa y mucho. Una de las virtudes de su revolución es haber incorporado todo lo mejor del pensamiento, la historia, el arte y la cultura universal en su más amplia e inclusiva acepción, y haberlo preservado en los cimientos de la Nación, enriqueciéndolos de generación en generación. Hace más de 150 años que España y Estados Unidos han tratado de destruir esos cimientos. Los esclavos encontraron las formas de sincretizar sus credos y valores con los de sus amos europeos y produjeron un criollo que, además, creció amenazado por el poderoso imperio que veía en la anexión del pueblo pujante que nacía al sur de sus costas. Los cubanos del siglo XX crecieron entre la rebeldía y la humillación, cada vez que eran invadidos o sus sueños conculcados por dictaduras corruptas. Los del XXI lo hacemos a contracorriente.

Cuando la libertad se instaló definitivamente entre nosotros, se ingeniaron los modos de asediarla todo el tiempo, de todas las formas posibles. Si la guerra económica, comercial y financiera no triunfó; si el terrorismo y las invasiones no nos vencieron; si el acoso político, diplomático y mediático no nos sometió; si la guerra cultural no ha funcionado; si las mentiras, el desaliento, la corrupción, el odio no se apropiaron de la inmensa mayoría de nosotros, los cubanos, se debe a que desde mucho antes y en el momento de la guerra de los mundos, teníamos claro que lo primero a salvar era la cultura -espada y escudo de la Nación-, porque la guerra peor que se nos hacía era de pensamiento, y esa guerra había que ganarla con ideas.

Por demás, no hay cómo mezclar espionaje y cultura en estas notas, a menos que sea para recordar, con orgullo y sin ingenuidades, que aprender en libertad implica elegir bien y luego preservar mejor la opción escogida. El mundo no es desgraciadamente un barrio de vecinos generosos y gentiles, y a veces, en la propia casa, hay siempre un Judas dispuesto a la puñalada artera. Por eso, si haberse defendido bien, incluso recopilando información sobre los planes del asesino, funcionó para impedir el crimen, es lícito que estén bien molestos ellos y agradecidos nosotros. A fin de cuentas, no somos los agresores, ni los inventores del espionaje, ni los dueños de satélites y redes espías, ni disponemos de dineros para comprar almas -algo que creemos inmoral-, ni creamos enconos para armar guerras, ni nos financia una potencia extranjera para fabricar oposiciones, cortar las cabezas de nuestra gente y servir un país en la bandeja de otro.

Cultos y libres, Martí dixit (aunque les duela).

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