Mucho antes de que Adolfo Pérez Esquivel recibiera el Premio Nobel de la Paz por su destacada labor como defensor de los derechos humanos durante la dictadura cívico-militar que azoló Argentina a fines del pasado siglo, y de la cual él mismo fue víctima, comenzó a dibujar rostros y escenas de los conventillos de San Telmo, el barrio de Buenos aires donde nació y creció. Eran rostros adustos, obreros, donde se adivinaba el mestizaje nacional.