sábado, octubre 20, 2012

LA GUERRA DE HOY ES DE IDEAS Y REPETIRLO NO ES UN LEMA

Queridos compañeros y compañeras
Hemos escogido la jornada de hoy, en vísperas del Día de la Cultura Cubana, para cumplir con una encomienda muy especial de nuestro Partido y de nuestro Ministerio de Cultura: presentarles el documental Luneta Nº 1, de la muy comprometida cineasta cubana Rebeca Chávez. Subrayo esto último porque Rebeca, además de una gran artista, fue una de las adolescentes que luchó en la clandestinidad de Santiago de Cuba antes de 1959, junto con Vilma Espín y Frank País, por tanto, su obra es esencialmente honesta y comprometida.

Escoger el contexto de la celebración del Día de la cultura cubana para compartir con ustedes estas reflexiones no es un comodín, sino un acto alevoso y premeditado, como dirían los juristas: el 20 de octubre de 1868, los patriotas cubanos que se habían alzado en armas contra España diez días antes y que ya habían sufrido su primera derrota, experimentaron su primera victoria. Ese día, entre humo de fusiles, gritos de júbilo y repique de campanas de la catedral de Bayamo, se escribieron y cantaron por primera vez los versos de un himno ya popular, semejante a La Marsellesa, compuesto por el líder de los rebeldes.
Meses después, cuando la primera asamblea constituyente se reúne en Guáimaro y crea la República en Armas, con Constitución, Congreso y Presidente, uno de los primeros actos fue adoptar los símbolos de la nueva nación: así, La Bayamesa, el himno de los insurrectos de Bayamo, fue designada como Himno Nacional de Cuba, y con este, la bandera y el escudo que hoy reverenciamos.
De esta manera, cultura, identidad y nación están en los cimientos mismos de nuestra libertad e independencia y en toda nuestra ruta como pueblo combatiente. La revolución misma es hija de la cultura y de las ideas, pues sin estas no habrían existido un José Martí, un Fidel Castro, un Che Guevara, un Moncada, un Granma, un Primero de Enero… Por eso, en 1993, cuando todo lo arriesgamos y estuvimos a punto de perderlo todo, Fidel hizo aquella proclama que nos alertó cuál era la prioridad: lo primero a salvar, ¡la cultura! Desde luego, Fidel no se refería a un arte y ni siquiera a todas las bellas artes, sino a la cultura como la armadura ideológica y antropológica de la Nación, nacida de su historia y tradiciones.
La experiencia que hoy queremos compartir con ustedes hoy parte de nuestra convicción de que, con frecuencia en las luchas populares y revolucionarias de la humanidad, los combatientes revolucionarios no hemos sido capaces de entender que las expresiones culturales son parte de nuestros empeños libertarios y reivindicaciones y que, al percibirlas solo como manifestaciones de lo material, olvidamos que cada acto, cada gesto, lo que se dice y lo que no se dice, lo que se hace y lo que se deja de hacer, lo que discutimos y lo que evadimos, expresan ideas y convicciones.
Lo que verán a continuación es un resumen apretado de aciertos y desaciertos, búsquedas, extravíos, encuentros y encontronazos que los cubanos hemos tenido en nuestro camino, enriquecido con las ideas de muchos, pero forzados a desarrollar las propias, pues ya sabemos que no hay nada más antirrevolucionario que la pereza intelectual, el seguidismo ideológico y la incultura; pero también, que no hay nada más contrarrevolucionario que la pobreza de ideas, la imposición de ideas y el desprecio a las diferentes expresiones culturales, incluidas aquellas asociadas a la conducta humana, como son la disciplina, la organización, la unidad.
Una frase de Fidel resume esta visión: dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada. Es decir, dentro, el yo individual convertido a la majestad del nosotros colectivo sin renunciar a ser “yo”, la máxima pluralidad en la unidad, o como en una orquesta: la suprema armonía de los sonidos diferentes, fuera… ¿Qué puede existir fuera?: dispersión, egoísmos, ruidos, incoherencia, desunión, en una palabra: derrota. Fidel no impone, sino propone otra estrategia: la del consenso en torno al proyecto común de Nación, el consenso, que no es unánime, pero sí mayoritario. Esa visión está inspirada en Martí: “fracasa lo que un grupo ambiciona; perdura lo que un pueblo quiere”. Solo así, la victoria puede ser siempre.
Cuando se van a cumplir 55 años, uno suele sentarse a pensar en el camino: aquí verán a algunos de los fundadores de ayer abrir heridas viejas, muy viejas, a los jóvenes de hoy aportar nuevas visiones de las verdades que creíamos eternas. Todo se renueva y eso nos hace crecer. Por eso, verán aquí el huracán creativo desatado a partir de la alfabetización – primero y siempre la alfabetización, para liberar el pensamiento de las cadenas a que ha estado sometido por siglos- y luego, con la creación de las instituciones productoras y reproductoras de cultura e ideología, y de los medios de comunicación imprescindibles para la toma, sostenimiento y consolidación del poder.
Luego verán el despliegue de la vocación patriótica, latinoamericanista y universal de una revolución enfrentada a los dogmas ideológicos del socialismo que se creía real, sin conciencia de que esos mismos dogmas actuaban como retardatarios del proceso, al igual que los caprichos de personas, asociados al afán de protagonismos que no querían delegar ni compartir.
Percibirán la colisión entre los que habían unido a todas las fuerzas revolucionarias en un solo gran partido y los que intentaban apropiarse de la organización, pretendiendo desplazar para ello, incluso, al Jefe de la Revolución, a quien consideraban apenas un demócrata-popular, incapaz de encabezar la construcción del socialismo, porque lo entendía diferente a la línea política de Moscú.
Se sorprenderán con los encontronazos sectarios entre los que provenían del Movimiento 26 de Julio, los que provenían del Directorio Estudiantil y los que procedían de las filas del antiguo partido comunista llamado Socialista Popular, al punto que, como dice un entrevistado, para salvar la obra, Fidel coloca a la revolución y su supervivencia por encima de los partidos.
Observarán a víctimas y victimarios: los inevitables y también los evitables. Episodios de necesaria y lúcida limpieza y otros de injustas críticas y acosos, basados en extremismos, gustos, celos y hasta preferencias filosóficas, estéticas y sexuales. Y cómo, a cada herida a la unidad, corrían Fidel y otros muchos a curar y encaminar soluciones que no siempre se apuraron, y dieron origen a dolorosas desorganizaciones, fracasos, deserciones y pérdidas. Lo más interesante es que aquellos supuestos guardianes del templo y de la fe, que se creían dueños de la verdad absoluta, a los que Fidel se enfrentó, terminaron comulgando, casi siempre, del lado del enemigo.
Están también explicaciones pendientes a los cubanos de hoy, incluso a los de mi generación, nacida después de 1959: los silencios y mea culpas del llamado caso del escritor Heberto Padilla, y los enfrentamientos entre un escritor pequeñoburgués, brillante y polemista como Guillermo Cabrera Infante y otro talentoso, amargado y oportunista como Carlos Franqui; la evasión del debate y la polémica en los medios y el establecimiento de un discurso monocorde del que todavía no nos recuperamos… el documental no pretende ser enciclopédico ni mucho menos exorcista. No es nuestra vocación la autoflagelación, lo he dicho muchas veces. Solo es saludablemente autocrítico e inspirador.
Si compartimos estas reflexiones íntimas, nuestras, con ustedes, nuestros hermanos salvadoreños, los más leales, los que siempre y en cualquier momento han estado al lado de Cuba, es para que sepan que el sol de la revolución cubana también tiene manchas, aunque por generosidad martiana bien aprendida solo hablemos de la luz. Lo hacemos para mostrarles dónde erramos, fracasamos y atrasamos el camino, y dónde acertamos. La época cambió y nadie tiene el patrimonio del socialismo en Nuestra América, porque éste hizo justicia al Gran Amauta José Carlos Mariátegui y ha demostrado ser creación viva.
La guerra de hoy es de ideas, y repetirlo no es un lema. En Cuba y aquí, sus frentes, están en el gobierno central y en los territorios, en el parlamento y en la sociedad civil, en los medios de comunicación, en las plazas, campos, cines, teatros, museos, donde las burocracias o las elites oligárquicas no dejan entrar al pueblo. Y los imperios no nos perdonan: ni los europeos que nos colonizaron, ni los yanquis que nos han dominado de mil maneras después.
Por traiciones hijas de mezquindades o sectarismos dentro de sus filas, la izquierda latinoamericana ha sufrido la pérdida de muchos de sus mejores hijos: Julio Antonio Mella, Fructuoso Rodríguez, Camilo Cienfuegos en Cuba; Jorge Ricardo Massetti en Argentina, Ernesto Guevara en Bolivia; Roque Dalton, Mélida Anaya, o Felipe Peña en El Salvador… No repitamos los errores de ayer.
Hacemos la revolución, el cambio, la transformación de una sociedad no para un día, meses o un año, no para una, ni dos generaciones. Nos proponemos llegar a la raíz, y sin ideas y cultura no podemos. Ellas son las que nos ayudan a entender por qué elevamos nuestro espíritu, por qué sentimos como pueblos y no como individuos aislados, y, sobre todo, por qué debemos andar unidos, organizados y actuando a una voz, aunque latan millones de corazones diferentes. Solo eso, solo eso, garantiza la victoria.
No me queda más que desearles que se acomoden en estas estrechas “lunetas” que les hemos preparado y después, saquen sus propias conclusiones, mejor si les resultan útiles para las próximas batallas.
Muchas gracias.

PALABRAS EN VELADA POR EL DÍA DE LA CULTURA CUBANA, PARA PRESENTAR EL FILME LUNETA 1, DE LA REALIZADORA REBECA CHÁVEZ. SAN SALVADOR, 20 DE OCTUBRE DE 2012

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