Hemos
escogido la jornada de hoy, en vísperas del Día de la Cultura Cubana, para
cumplir con una encomienda muy especial de nuestro Partido y de nuestro
Ministerio de Cultura: presentarles el documental Luneta Nº 1, de la muy
comprometida cineasta cubana Rebeca Chávez. Subrayo esto último porque Rebeca,
además de una gran artista, fue una de las adolescentes que luchó en la
clandestinidad de Santiago de Cuba antes de 1959, junto con Vilma Espín y Frank
País, por tanto, su obra es esencialmente honesta y comprometida.
Escoger
el contexto de la celebración del Día de la cultura cubana para compartir con
ustedes estas reflexiones no es un comodín, sino un acto alevoso y premeditado,
como dirían los juristas: el 20 de octubre de 1868, los patriotas cubanos que
se habían alzado en armas contra España diez días antes y que ya habían sufrido
su primera derrota, experimentaron su primera victoria. Ese día, entre humo de
fusiles, gritos de júbilo y repique de campanas de la catedral de Bayamo, se escribieron
y cantaron por primera vez los versos de un himno ya popular, semejante a La
Marsellesa, compuesto por el líder de los rebeldes.
Meses
después, cuando la primera asamblea constituyente se reúne en Guáimaro y crea
la República en Armas, con Constitución, Congreso y Presidente, uno de los
primeros actos fue adoptar los símbolos de la nueva nación: así, La Bayamesa,
el himno de los insurrectos de Bayamo, fue designada como Himno Nacional de
Cuba, y con este, la bandera y el escudo que hoy reverenciamos.
De
esta manera, cultura, identidad y nación están en los cimientos mismos de
nuestra libertad e independencia y en toda nuestra ruta como pueblo combatiente.
La revolución misma es hija de la cultura y de las ideas, pues sin estas no
habrían existido un José Martí, un Fidel Castro, un Che Guevara, un Moncada, un
Granma, un Primero de Enero… Por eso, en 1993, cuando todo lo arriesgamos y
estuvimos a punto de perderlo todo, Fidel hizo aquella proclama que nos alertó
cuál era la prioridad: lo primero a salvar, ¡la cultura! Desde luego, Fidel no
se refería a un arte y ni siquiera a todas las bellas artes, sino a la cultura
como la armadura ideológica y antropológica de la Nación, nacida de su historia
y tradiciones.
La
experiencia que hoy queremos compartir con ustedes hoy parte de nuestra
convicción de que, con frecuencia en las luchas populares y revolucionarias de
la humanidad, los combatientes revolucionarios no hemos sido capaces de entender
que las expresiones culturales son parte de nuestros empeños libertarios y
reivindicaciones y que, al percibirlas solo como manifestaciones de lo
material, olvidamos que cada acto, cada gesto, lo que se dice y lo que no se
dice, lo que se hace y lo que se deja de hacer, lo que discutimos y lo que
evadimos, expresan ideas y convicciones.
Lo
que verán a continuación es un resumen apretado de aciertos y desaciertos,
búsquedas, extravíos, encuentros y encontronazos que los cubanos hemos tenido
en nuestro camino, enriquecido con las ideas de muchos, pero forzados a
desarrollar las propias, pues ya sabemos que no hay nada más antirrevolucionario
que la pereza intelectual, el seguidismo ideológico y la incultura; pero
también, que no hay nada más contrarrevolucionario que la pobreza de ideas, la
imposición de ideas y el desprecio a las diferentes expresiones culturales,
incluidas aquellas asociadas a la conducta humana, como son la disciplina, la
organización, la unidad.
Una
frase de Fidel resume esta visión: dentro de la revolución, todo; fuera de la
revolución, nada. Es decir, dentro, el yo individual convertido a la majestad
del nosotros colectivo sin renunciar a ser “yo”, la máxima pluralidad en la unidad,
o como en una orquesta: la suprema armonía de los sonidos diferentes, fuera… ¿Qué
puede existir fuera?: dispersión, egoísmos, ruidos, incoherencia, desunión, en
una palabra: derrota. Fidel no impone, sino propone otra estrategia: la del
consenso en torno al proyecto común de Nación, el consenso, que no es unánime,
pero sí mayoritario. Esa visión está inspirada en Martí: “fracasa lo que un
grupo ambiciona; perdura lo que un pueblo quiere”. Solo así, la victoria puede
ser siempre.
Cuando
se van a cumplir 55 años, uno suele sentarse a pensar en el camino: aquí verán
a algunos de los fundadores de ayer abrir heridas viejas, muy viejas, a los
jóvenes de hoy aportar nuevas visiones de las verdades que creíamos eternas.
Todo se renueva y eso nos hace crecer. Por eso, verán aquí el huracán creativo
desatado a partir de la alfabetización – primero y siempre la alfabetización,
para liberar el pensamiento de las cadenas a que ha estado sometido por siglos-
y luego, con la creación de las instituciones productoras y reproductoras de
cultura e ideología, y de los medios de comunicación imprescindibles para la
toma, sostenimiento y consolidación del poder.
Luego
verán el despliegue de la vocación patriótica, latinoamericanista y universal
de una revolución enfrentada a los dogmas ideológicos del socialismo que se
creía real, sin conciencia de que esos mismos dogmas actuaban como retardatarios
del proceso, al igual que los caprichos de personas, asociados al afán de
protagonismos que no querían delegar ni compartir.
Percibirán
la colisión entre los que habían unido a todas las fuerzas revolucionarias en
un solo gran partido y los que intentaban apropiarse de la organización,
pretendiendo desplazar para ello, incluso, al Jefe de la Revolución, a quien
consideraban apenas un demócrata-popular, incapaz de encabezar la construcción
del socialismo, porque lo entendía diferente a la línea política de Moscú.
Se
sorprenderán con los encontronazos sectarios entre los que provenían del
Movimiento 26 de Julio, los que provenían del Directorio Estudiantil y los que
procedían de las filas del antiguo partido comunista llamado Socialista Popular,
al punto que, como dice un entrevistado, para salvar la obra, Fidel coloca a la
revolución y su supervivencia por encima de los partidos.
Observarán
a víctimas y victimarios: los inevitables y también los evitables. Episodios de
necesaria y lúcida limpieza y otros de injustas críticas y acosos, basados en extremismos,
gustos, celos y hasta preferencias filosóficas, estéticas y sexuales. Y cómo, a
cada herida a la unidad, corrían Fidel y otros muchos a curar y encaminar
soluciones que no siempre se apuraron, y dieron origen a dolorosas
desorganizaciones, fracasos, deserciones y pérdidas. Lo más interesante es que aquellos
supuestos guardianes del templo y de la fe, que se creían dueños de la verdad
absoluta, a los que Fidel se enfrentó, terminaron comulgando, casi siempre, del
lado del enemigo.
Están
también explicaciones pendientes a los cubanos de hoy, incluso a los de mi
generación, nacida después de 1959: los silencios y mea culpas del llamado caso
del escritor Heberto Padilla, y los enfrentamientos entre un escritor pequeñoburgués,
brillante y polemista como Guillermo Cabrera Infante y otro talentoso, amargado
y oportunista como Carlos Franqui; la evasión del debate y la polémica en los
medios y el establecimiento de un discurso monocorde del que todavía no nos
recuperamos… el documental no pretende ser enciclopédico ni mucho menos
exorcista. No es nuestra vocación la autoflagelación, lo he dicho muchas veces.
Solo es saludablemente autocrítico e inspirador.
Si
compartimos estas reflexiones íntimas, nuestras, con ustedes, nuestros hermanos
salvadoreños, los más leales, los que siempre y en cualquier momento han estado
al lado de Cuba, es para que sepan que el sol de la revolución cubana también
tiene manchas, aunque por generosidad martiana bien aprendida solo hablemos de
la luz. Lo hacemos para mostrarles dónde erramos, fracasamos y atrasamos el
camino, y dónde acertamos. La época cambió y nadie tiene el patrimonio del
socialismo en Nuestra América, porque éste hizo justicia al Gran Amauta José
Carlos Mariátegui y ha demostrado ser creación viva.
La
guerra de hoy es de ideas, y repetirlo no es un lema. En Cuba y aquí, sus
frentes, están en el gobierno central y en los territorios, en el parlamento y
en la sociedad civil, en los medios de comunicación, en las plazas, campos, cines,
teatros, museos, donde las burocracias o las elites oligárquicas no dejan
entrar al pueblo. Y los imperios no nos perdonan: ni los europeos que nos
colonizaron, ni los yanquis que nos han dominado de mil maneras después.
Por
traiciones hijas de mezquindades o sectarismos dentro de sus filas, la izquierda
latinoamericana ha sufrido la pérdida de muchos de sus mejores hijos: Julio
Antonio Mella, Fructuoso Rodríguez, Camilo Cienfuegos en Cuba; Jorge Ricardo
Massetti en Argentina, Ernesto Guevara en Bolivia; Roque Dalton, Mélida Anaya,
o Felipe Peña en El Salvador… No repitamos los errores de ayer.
Hacemos
la revolución, el cambio, la transformación de una sociedad no para un día,
meses o un año, no para una, ni dos generaciones. Nos proponemos llegar a la
raíz, y sin ideas y cultura no podemos. Ellas son las que nos ayudan a entender
por qué elevamos nuestro espíritu, por qué sentimos como pueblos y no como
individuos aislados, y, sobre todo, por qué debemos andar unidos, organizados y
actuando a una voz, aunque latan millones de corazones diferentes. Solo eso,
solo eso, garantiza la victoria.
No
me queda más que desearles que se acomoden en estas estrechas “lunetas” que les
hemos preparado y después, saquen sus propias conclusiones, mejor si les
resultan útiles para las próximas batallas.
Muchas
gracias.
PALABRAS EN VELADA POR EL DÍA DE LA CULTURA CUBANA, PARA PRESENTAR EL FILME LUNETA 1, DE LA REALIZADORA REBECA CHÁVEZ. SAN SALVADOR, 20 DE OCTUBRE DE 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario