Sr. Presidente (Sigfrido Reyes)
Señores diputados
Excelencias
Distinguidos invitados
El primer deber del diplomático es la lealtad a sus votos de representación y defensa de su Patria, a la honestidad de su conducta y a la dignidad de su pertenencia a un país que se declara amigo del que lo recibe.
El segundo deber es el respeto a esa nación que lo acoge, a su historia, cultura, instituciones y pueblo.
El tercer deber es la prudencia, lo que incluye la oportunidad de ser breve.
Al agradecer el honor que este órgano de Estado y los partidos que lo integran han decidido conferir a quien solo ha pretendido representar lo mejor posible al pueblo, al Gobierno y a las instituciones de Cuba, lo hago con la seguridad de haber honrado esos tres deberes antes mencionados durante mi tiempo de servicio en El Salvador.
Cuando tras 48 años y tres meses de ruptura de relaciones oficiales el gobierno que asumió el poder el 1 de junio de 2009 decidió corregir esa sinrazón, se hacía justicia a una historia común de amores y lealtades interminables, a la que he tenido otras oportunidades de referirme.
Todo lo que juntos hemos hecho cubanos y salvadoreños en estos primeros cuatro años de relaciones ha sido para construir el edificio de unos vínculos cimentados en una hermandad a prueba de todo.
Hemos debido barrer con engaños injustos y hemos sido pacientes para entender confusiones. Jamás se ha escuchado de nosotros una sola palabra que indique lo que los salvadoreños deben hacer, cómo regular su jurisprudencia, cómo debe ser su economía, cómo deben trabajar sus instituciones, como garantizar la seguridad; jamás hemos enlazado la cooperación bilateral con el desempeño de gobernantes, sino con las necesidades de los pueblos, y mucho menos nos habrán visto en los periódicos, indicando a los candidatos a cargos públicos cuál debe ser su programa, como sí hacen otros.
El respeto que profesamos hacia ustedes es el mismo que reclamamos para nuestra Patria.
Por ello, agradezco en nombre de mi pueblo, de mi Gobierno y de mi Patria a todos los que nos acogieron con benevolencia, vencieron prejuicios, y sobre todo, a los que queriéndonos de siempre, apoyaron nuestra gestión y trabajaron también muy fuerte por producir los resultados de los que algún día podamos enorgullecernos.
Cuba y El Salvador somos países pequeños con una historia apasionante y con pueblos heroicos que merecen el destino independiente, libre, justo, democrático y digno por el que han luchado durante años. Fuerzas poderosas de adentro y de afuera han tratado más de una vez de impedir que ese destino se cumpla. Pero, como dice un poeta de mi tierra: “…la historia lleva su carro / y a todos nos montará / por encima pasará / de aquel que quiera negarlo…”
Nos espera una época luminosa: la época de la unidad y la integración latinoamericana y caribeña, en la que debemos probar que esos padres fundadores a los que veneramos, no son simples retratos de oficina, ni piezas de mármol o bronce, sino que sus sueños de ayer son los nuestros de hoy, por los cuales luchamos.
He escuchado muchas palabras nobles y agradecidas en estos días. Sé que no me pertenecen. Como Monseñor Romero, cuyo cumpleaños celebramos hoy, tengo claro que los individuos somos apenas testigos del tiempo y las obras, que son las que trascienden. El que abre un camino es nadie sin los que lo preceden, los que lo acompañan y los que lo continúan, si no convence ni suma.
Así regresamos a Cuba mi compañera y yo, cargados de los amores y la pasión volcánica de los salvadoreños, dispuestos a unirnos con entusiasmo a nuestra gente en sus batallas cotidianas, que no son pocas.
Nada impedirá en lo adelante que como Roque Dalton, nosotros tengamos también dos patrias: El Salvador y la nuestra.
Muchas gracias.
Palabras de agradecimiento del Embajador de Cuba en El Salvador, en la ceremonia de otorgamiento del título de Noble Amigo de El Salvador. Salón Azul (Plenario) del Palacio Legislativo, San Salvador, 16 de agosto de 2013.
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