Las condecoraciones del pasado 1 de mayo a un grupo de cubanos laboriosos e ilustres, dejó ver, entre la fila de héroes, a un dirigente político: Lázaro Fernando Expósito Canto. No es usual ese reconocimiento. Quienes le precedieron habían labrado previamente un camino de luchas revolucionarias por la conquista del poder de los trabajadores que acreditaba su condición, o realizaron un trabajo tan denodado y público en los años fundacionales de la Revolución que reconocerlos era inobjetable.
Expósito,
en cambio, es de los nacidos cuando se anunciaba la gran clarinada, pues tenía
solo 4 años en el amanecer del 1 de enero de 1959, y pudo recibir como muchos
de nosotros los beneficios generosos de las transformaciones que se emprendían.
Quizás porque en su tierra –Villa Clara- se dieron las batallas cruciales de la
alfabetización, y porque su escuela llevaba el nombre del maestro-mártir Conrado
Benítez, él eligió la profesión de educador cuando hizo su opción de vida.
Pronto
los villaclareños descubrieron en el joven a alguien que había abrazado más que
una profesión; un hombre que al mejor estilo martiano se asumía como creador, y
elegía repartir y multiplicar el conocimiento que adquiría, y educar, más con
la conciencia, que con la ciencia, sin que la segunda quedara a la zaga.
En
ese camino se hizo político, sin dejar de educar un solo día y transitó por
todos los escalones imaginables y posibles por los que se abre cauce el mérito
y la justeza en nuestra Patria, para recibir el timón de la vanguardia
revolucionaria –nuestro Partido- en una ciudad y dos provincias
extraordinarias: su natal Santa Clara, la extensa Granma y la rebelde Santiago.
Sus
cotérraneos, que resistieron como pudieron en 2001 su salida para el Oriente
cubano, fueron premiados por la inusual despedida de los granmenses, cuando
marchó a la Ciudad Heróica:
“…Luchó
arduamente por hacer de esta una provincia de referencia en la conducción del
socialismo, consagrándose por entero al impulso de la obra de la Revolución,
concibiendo proyectos renovadores, solicitando cooperación, exigiendo y
controlando que se haga cada día más y que lo alcanzado, perdure. Dedicó horas
a la edificación de cada nueva obra erigida en ciudades y campos, a costa del
desprendimiento de su familia. Por su magisterio y educación, toda una
generación de cuadros, técnicos y pueblo, ha hecho suya la consigna Del esfuerzo al Victoria… Por su
accionar, en el territorio se ha promovido un alto espíritu de trabajo que ha
elevado a planos superiores la autoestima del granmense, el sentido de
pertenencia, su independencia, voluntad de hacer por el bienestar del pueblo y
avanzar”.
Cumplía
tareas lejos de Cuba en 2012 cuando me apretujaron el alma las imágenes de
Santiago, destrozado por la naturaleza. Pero enseguida recuperé la paz y la
confianza. No lo conozco personalmente, pero sabía que allí la revolución tenía
al frente a uno de sus más jóvenes y capaces líderes. Los resultados hoy están
a la vista cuando se han cumplido tres años de la tragedia y sospechamos todos
que es hombre de hazañas mayores.
La
contrarrevolución quiso estigmatizarlo al tacharlo de “mayoral”, pero no saben
que lo han honrado, porque Expósito ha devenido un verdadero mayoral contra la
indolencia, la vagancia, la ineficiencia, la falta de constancia y de
principios, la ausencia de objetivos claros y de sensibilidad por las personas.
El látigo bienhechor de sus palabras y su ejemplo, que como el de Martí, lleva
cascabeles en punta, fustiga todo lo mal hecho, restaura la belleza en los
actos y las cosas, y fortalece la fe en el socialismo por donde pasa.
Sí,
es extraño ver a un dirigente reconocido como héroe del trabajo. Pero es que el
trabajo no es solo manual o intelectual, no solo produce bienes o genera y
ofrece servicios. Dirigir suele ser un trabajo inusual, riesgoso, y a veces
poco reconocido por la sociedad. De quién dirige se exige más que del resto de
los ciudadanos. Se espera entrega infinita; se espera ejemplo y liderazgo
verdadero. No puede ser de otro modo cuando preceden en Cuba las vidas de
Martí, de Fidel, del Che y de Raúl.
Sí, hay que premiar a dirigentes como él que en tiempos turbulentos no
pierden el rumbo, ni les tiembla la mano ni les afloja la bondad en el pecho,
para hacer que otros se suban a su altura. De cubanos como Expósito tiene que
hacerse y debe dirigirse el socialismo en Cuba, para que sea próspero,
sostenible e invencible; para recordarnos a diario la condición de “no hechos”
que nos lleve a buscar la inalcanzable perfección. A fin de cuentas, ¿no hemos
formado acaso cientos, miles, millones de hombres nuevos?
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