Los cubanos padecemos de un
hermoso síndrome al que podríamos llamar “de la Caravana”. Pienso en la marcha
sobre Las Villas de Máximo Gómez en la primera guerra de independencia y en la invasión a
Occidente que protagonizó junto con Antonio Maceo en 1896, con aquellas huestes de
soldados descalzos y a caballo, sometidos al acoso enemigo, pero resueltos a
llegar a toda costa a su destino.
Recuerdo otras, como la de la madrugada del 26
de julio de 1953, rumbo al cuartel Moncada para una cita impostergable con la
historia, o aquella, encabezada por Camilo y el Che, que partió por dos rutas,
desde el Jíbaro y El Salto, en la Sierra Maestra, hasta llegar a La Habana el 2
y el 4 de enero de 1959, seguida de aquella inolvidable Caravana de la
Libertad, con Fidel al frente, que inició su ruta en el parque Céspedes de
Santiago de Cuba el amanecer del 1 de enero de 1959 e ingresó triunfal a la
capital cubana una semana después.
La brega colectiva en una misma
ruta es así reiterativa en nuestra historia: la gran marcha de campesinos a
caballo con el Héroe de Yaguajay al frente, que reclamaban el retorno de Fidel
al primer puesto del gobierno revolucionario; los camiones de milicianos,
antiaéreas y tanques ingresando desde Jagüey Grande por la estrecha carretera
de la ciénaga de Zapata, bajo permanente fuego enemigo, hasta mojar las suelas
de las botas y las esteras en las arenas de Playa Girón; las rutas de
alfabetizadores que desde toda la isla convergieron en la Plaza de la
Revolución el 22 de diciembre de 1961 para proclamar a Cuba territorio libre de
analfabetismo; las marchas de milicianos que se entrenaban a lo largo de 62
interminables kilómetros; las formaciones de camiones alineados por las
carreteras que transportaban a los pobladores citadinos, movilizados los fines
de semana a jornadas de trabajo voluntario en la agricultura y en obras del
desarrollo industrial.
Pocas caravanas son tan
inolvidables como las de los combatientes internacionalistas cubanos a lo largo
de las largas y peligrosas rutas angolanas de la guerra, bajo el fuego
sudafricano y las emboscadas de la
UNITA. Muchos vivimos esa inolvidable experiencia, con una escolta de
exploradores y zapadores al frente y con los ojos y el fusil al acecho, las
puertas de los vehículos entreabiertas a veces, listos a saltar. También
recordamos las otras, del retorno, con nuestros héroes y nuestros muertos.
Por
contraste, las asocio siempre con las caravanas de ómnibus alegres que se
movilizan desde la Escuela Latinoamericana de Medicina, cargados de cientos de
médicos latinoamericanos, caribeños y africanos para acompañarnos
solidariamente en actos, protestas o celebraciones cubanas; y también con las caravanas de cubanos emigrados y amigos que cada año han viajado a Washington y a ONU para reclamar la libertad de cinco héroes antiterroristas o el fin del bloqueo contra Cuba.
Ese espíritu de la caravana lo he
visto resurgir y bruñirse en estos días de huracanes, en la gran operación
movilizativa, logística y humanitaria del gobierno y el pueblo revolucionarios,
con Raúl al frente, hacia el oriente cubano, antes de la llegada del monstruo
Matthew, durante su ensañado ataque de más de diez horas en una trayectoria de
apenas 30 kilómetros en línea recta, y después que se marchó. Esas autopistas y
carreteras pobladas de camiones y rastras con postes de electricidad y
teléfono, transformadores, grúas y recursos de la construcción; esas líneas de
ferrocarril estremecidas con el paso de trenes cargados de alimentos, medicinas,
cemento, tejas o maquinaria pesada; esos miles de hombres y mujeres abriéndose
paso por los caminos destrozados, las montañas derruidas, los ríos crecidos y
los bosques y puentes demolidos, avanzando desesperadamente hacia la salida del
sol, para llegar antes que los vientos y la lluvia empezaran o amainaran,
expresan lo mejor del carácter cubano. Una cualidad gregaria, previsora,
unitaria, de apoyarse y protegerse mutuamente para andar todos una misma senda,
compartir un mismo destino y alcanzar un mismo objetivo en la vida.
Tómenlo en cuenta los sociólogos.
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