sábado, agosto 21, 2021

60 AÑOS DEL CHE EN PUNTA DEL ESTE: ALIANZA PARA EL PROGRESO VS. INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA Y CARIBEÑA

Muchas cosas habrían resultado diferentes en la región si los gobiernos latinoamericanos y de Estados Unidos hubieran prestado una atención más realista y menos ideologizada a las palabras del Che; si la reunión no hubiera estado podrida desde su origen y concepto; si hubieran prevalecido verdaderos objetivos de integración económica solidaria y no sujeta a la dinámica depredadora del capital y los monopolios; si hubiera prevalecido el ánimo de fijar igualdad de trato y disfrute equitativo  de las ventajas de la división internacional del trabajo, aunque no fueran extensivos a Cuba. Si no se hubiera diseñado todo para impedir la participación activa y la contribución de Cuba; si no se buscara, como ocurrió, alinear el pensamiento, someter a los sindicatos e instalar un mercado homogeneizado de medios, cultura e ideas.

PALABRAS DEL EMBAJADOR DE CUBA EN ARGENTINA PEDRO P. PRADA, EN EL COLOQUIO "60 AÑOS DEL CHE EN PUNTA DEL ESTE: INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA Y CARIBEÑA VS. ALIANZA PARA EL PROGRESO". 

Buenos Aires, 20 de agosto de 2021

Queridos Melisa y Norberto:

Querido Jorge, al que me unen tantos años de amistad:

El recuerdo del Che y su presencia hace 60 años en la Conferencia de la OEA de Punta del Este, los cubanos lo invocamos hoy en un país que, siendo sometido a una agresión económica, política y comunicacional bárbara, no se rinde, permanece en paz, sigue su propia agenda nacional, su plan de desarrollo y su estrategia de enfrentamiento a la covid.

Hay tensiones con la producción de alimentos y de medicamentos, así como en la disponibilidad de medios para el sistema de salud, mayormente causados por una combinación del bloqueo económico, comercial y financiero recrudecido hasta niveles inimaginables de sevicia, y por la crisis generada por la covid-19, especialmente por la parálisis del turismo, que aporta un tercio del PIB y que actúa en tiempos normales como locomotora de toda la economía.

Están en menor medida los errores humanos, las fallas administrativas y la burocracia, que irritan más en ese trasfondo, y por lo cual se les persigue y acorrala, porque con ellos algunos pretenden invisibilizar al bloqueo como la principal limitante al desarrollo del país y al triunfo del socialismo.

Repito, hay tensiones, pero no hay hospitales colapsados, ni pacientes sin atención médica, ni muertos en las calles, ni en camiones refrigerados, ni fosas comunes. Y mucho menos hay miedo en la gente. Un nuevo consenso social se construye tras la adopción de una nueva Constitución y un fecundo diálogo democrático recorre todos los niveles de la sociedad, para modelar el país que heredamos de los héroes revolucionarios y que nos merecemos. 

En estas circunstancias, sin importar lo que repitan, Cuba nunca ha estado, ni está sola, como demuestra este abrazo de partidos y pueblos hermanos.

Ese argumento del aislamiento de Cuba, de la soledad, del acorralamiento de la Revolución, ha estado presente a lo largo de toda su historia, y fue parte de lo que combatió con energía el Che en la Quinta Sesión Plenaria del Consejo Económico y Social Interamericano, que sesionó en Punta del Este entre el 7 y el 17 de agosto de 1961.

Hacía para entonces dos años que el gobierno de Estados Unidos trabajaba en la idea del aislamiento político y diplomático de Cuba, pretendiendo extirpar su inevitable ejemplo. A la larga cadena de agresiones, incluida la fallida invasión por Bahía de Cochinos, que culminó con la derrota de Playa Girón, se sumaron las acciones emprendidas dentro de la OEA, con la complicidad de numerosos gobiernos de la región.

La Conferencia de Punta del Este venía a ser el remedial que, después del fracaso de Girón, espantaría todo acercamiento a Cuba, por medio del despliegue de un plan estadounidense de asistencia al desarrollo de la región que se denominó Alianza para el Progreso.

Ya en días previos, el jefe del Comando Sur, entonces localizado en Panamá, reclamaba a los ejércitos de la región apoyar las deliberaciones de Uruguay, mientras que el Departamento de Estado inauguraba la era de los informes unilaterales e injerencistas, publicando un Libro Blanco sobre Cuba, que calificaba a la Revolución de “peligro para la auténtica revolución en América” y llamaba a la subversión y rebelión contra el poder constituido.

Por eso, aquella reunión se inaugura con un mensaje leído del presidente Kennedy, que evidenciaba todo el acento político que enmascaraban los asuntos “económicos y sociales” de la convocatoria, para disipar y espantar el ejemplo de Cuba.

Un documento secreto del Departamento de Estado que la delegación de ese país circuló confidencialmente entre sus socios, llegó solidariamente a manos de la delegación cubana, que lo aireó y lo convirtió en texto oficial del evento. En él se expresaba que “La Alianza para el Progreso pudiera muy bien proporcionar el estímulo para llevar a cabo programas más intensos de reforma, pero a menos que éstos se inicien rápidamente y comiencen pronto a mostrar resultados positivos, es probable que no sean un contrapeso suficiente a la creciente presión de la extrema izquierda… hay que hacer que los países de Latinoamérica crezcan, porque si no viene un fenómeno que se llama castrismo, que es tremendo para los Estados Unidos”.

Recordemos que, en marzo de ese mismo año, después de romper relaciones con Cuba, y cuando ya se preparaba nuestra expulsión de la OEA, Kennedy había anunciado el programa de ayuda económica, política y social de Estados Unidos para América Latina que se conoció como Alianza para el Progreso. El programa duraría 10 años y se proyectó como una inversión de 20 mil millones de dólares canalizados por la Fundación Panamericana de Desarrollo a través de las agencias de ayuda estadounidenses, las agencias financieras multilaterales y el sector privado.

Pero la Alianza para el Progreso tenía un antecedente. En mayo de 1959, dos años antes, Fidel Castro se había adelantado en la Conferencia del Grupo de los 21, celebrada en Buenos Aires, y había instalado en la región el debate del financiamiento al desarrollo de América Latina y el Caribe, como había hecho Estados Unidos con Europa y el Medio Oriente en los años cincuentas.

En aquella reunión en Argentina, Fidel aborda las complejidades ya demostradas en aquella época de avanzar hacia el desarrollo por medio de programas de ahorro o de inversión privada, y defiende una idea que estaba en la mente de muchos y pocos se atrevían a expresar:

“¿Por qué no llegar a la conclusión real de que, en las actuales condiciones, la forma en que mejor se facilita la cooperación es en el financiamiento público? No digo que no haya sido suficiente la buena voluntad, los deseos de ayudar, la espontaneidad con que se haya hecho; pero los recursos con que han contado los organismos internacionales han sido insuficientes, porque si no, ¿por qué no está desarrollada económicamente América Latina, si nuestros pueblos tenían acceso a esas instituciones de crédito? Sencillamente, los recursos aportados, los recursos que la cooperación ha brindado, no son suficientes”.

Así, al reconocer los aportes de Estados Unidos que implicaban sacrificios para el contribuyente y el pueblo de ese país, Fidel demostró también que, por su poderosa economía, podía hacer los sacrificios que los pueblos subdesarrollados de la región no podían. De ahí que se preguntara: “¿Por qué América Latina no puede aspirar a que Estados Unidos le brinde el respaldo y las facilidades que se les han brindado a otros lugares del mundo, si nosotros no planteamos que se nos donen capitales, si nosotros planteamos que se nos financien capitales, si nosotros planteamos la obtención de los capitales necesarios para nuestro desarrollo económico, con el propósito de devolverlos con sus intereses?”

Para rematar sus palabras, Fidel anunció que, según los cálculos de los técnicos de la delegación cubana, el desarrollo económico de América Latina necesitaría un financiamiento de 30 mil millones de dólares en un plazo de 10 años, si se quisiera de verdad producir un desarrollo pleno de América Latina, lo que redundaría en beneficio de la región y de Estados Unidos. Esos mismos números estaban en la cuenta de los expertos de muchas delegaciones, pero callaron.

Cuando Che llega a Punta del Este, Estados Unidos había puesto todas las cartas sobre la mesa, revela los subterfugios tecnicistas y economicistas que enmascaraban el verdadero objetivo de aislar a la Revolución y sacar a Cuba del sistema interamericano.

Recorriendo punto por punto del temario, Che sienta el verdadero tono político de la reunión y expresa las posiciones de Cuba sobre la planificación del desarrollo económico y social en América Latina, la reforma agraria, la industrialización, la inviabilidad de supeditar las condiciones sanitarias al desarrollo, los condicionamientos para la concesión y utilización de ayuda financiera externa, y la confabulación para atacar directamente a Cuba y cerrarle toda oportunidad de acceder a los recursos que se ponían en movimiento.

Che va más lejos. Reconoce el ofrecimiento estadounidense de 20 mil millones de dólares para la región, pero abre los ojos al resto de los latinoamericanos presentes acerca de que, de esa cifra, el gobierno de Estados Unidos solo dispone de 500 millones –apenas el 2,5% del ofrecimiento-, y espera que otros financien el resto, mientras cada aspirante trabaje por cumplir las condiciones –“medidas internacionales necesarias”, como les llamó en su discurso el entonces Secretario del Tesoro Douglas Dillon.

De ahí que invite al Representante de Estados Unidos a precisar números, y le recuerda: “Es nada más que las dos terceras partes de la cifra que nuestro Primer Ministro –Fidel Castro- anunció –en la citada reunión de Buenos Aires, de 1959- como necesaria para el desarrollo de América; un poquito más que se empuje y llegamos a los treinta mil millones. Pero hay que llegar a esos treinta mil millones contantes y sonantes, uno a uno, en las arcas nacionales de cada uno de todos los países de América, menos esta pobre cenicienta –en referencia a Cuba- que, probablemente, no recibirá nada.

En ese punto de su discurso, Che pone de manifiesto uno de los componentes principales de la entonces muy joven política exterior de la revolución cubana, que se mantiene incólume hasta hoy: no romper consensos, ni poner intereses nacionales por encima de los intereses colectivos.

Cuba sabía que no podía ir a Punta del Este a reclamar recursos que jamás se le asignarían, Cuba no llegaba a condicionar su presencia en el acuerdo para alcanzar su aprobación colectiva. Cuba asistía solamente animada por el deseo de trabajar y luchar por el bien común, reafirmar las necesidades, enfocar las prioridades, evidenciar las capacidades y posibilidades reales de la región y alertar de los peligros que la amenazaban. Para Cuba solo pide respeto y reconocimiento a su derecho a vivir en paz y desarrollarse, mientras repite con su cáustica honestidad y típico humor lo que todos los representantes habían reiterado o querido decir en sus discursos:

“…Si la Alianza para el Progreso fracasa, nada puede detener la ola de movimientos populares, nada puede detener las olas de movimientos populares, si la Alianza para el Progreso fracasa; y nosotros estamos interesados en que no fracase, en la medida que signifique para América una real mejoría en los niveles de vida de todos sus doscientos millones de habitantes”.

En otra evidencia de su capacidad previsora, Che delinea un futuro que estaba a la vuelta y muchos se negaban a ver entonces:

“Nosotros hemos diagnosticado y previsto la revolución social en América, la verdadera, porque los acontecimientos se están desarrollando de otra manera, porque se pretende frenar a los pueblos con bayonetas, y cuando el pueblo sabe que puede tomar las bayonetas y volverlas contra quien las empuña, ya está perdido quien las empuña. Pero si el camino de los pueblos se quiere llevar por este desarrollo lógico y armónico, por préstamos a largo plazo con intereses bajos, como anunció el señor Dillon, a cincuenta años de plazo, también nosotros estamos de acuerdo”.

“Lo único, señores Delegados, es que todos juntos tenemos que trabajar para que aquí se concrete esa cifra y para asegurar que el Congreso de Estados Unidos la apruebe…” Como sabemos, eso nunca ocurrió.

Muchas cosas habrían resultado diferentes en la región si los gobiernos latinoamericanos y de Estados Unidos hubieran prestado una atención más realista y menos ideologizada a las palabras del Che; si la reunión no hubiera estado podrida desde su origen y concepto; si hubieran prevalecido verdaderos objetivos de integración económica solidaria y no sujeta a la dinámica depredadora del capital y los monopolios; si hubiera prevalecido el ánimo de fijar igualdad de trato y disfrute equitativo  de las ventajas de la división internacional del trabajo, aunque no fueran extensivos a Cuba. Si no se hubiera diseñado todo para impedir la participación activa y la contribución de Cuba; si no se buscara, como ocurrió, alinear el pensamiento, someter a los sindicatos e instalar un mercado homogeneizado de medios, cultura e ideas.

Sesenta años después, las propuestas del Che siguen siendo hoy medias conquistas o aspiraciones no realizadas de nuestros pueblos:

  • iniciación de negociaciones bilaterales inmediatas para la evacuación de bases o territorios de países miembros ocupados por otros países miembros;
  • estudio de planes racionales de desarrollo;
  • coordinación de asistencia técnica y financiera de todos los países industrializados, sin distinciones ideológicas ni geográficas de ninguna especie;
  • garantías para salvaguardar los intereses de los países miembros más débiles;
  • proscripción de los actos de agresión económica de unos miembros contra otros;
  • garantías para proteger a los empresarios latinoamericanos contra la competencia de los monopolios extranjeros;
  • reducción de los aranceles norteamericanos para productos industriales de los países latinoamericanos integrados;
  • financiamiento externo que sólo se produzca con inversiones indirectas, no sujetas a exigencias políticas, ni a la discriminación contra empresas estatales, asignados de acuerdo con los intereses del país receptor, con tasas de interés no superiores al 3%, y cuyo plazo de amortización no sea inferior a diez años, ampliable por dificultades en la balanza de pagos;
  • proscripción de la incautación o confiscación de naves y aeronaves de un país miembro por otro;
  • iniciación de reformas tributarias que no incidan sobre las masas trabajadoras y protejan contra la acción de los monopolios extranjeros.
  • garantías de precios estables a las exportaciones latinoamericanas;
  • mercados crecientes o al menos estables;
  • garantías contra agresiones económicas, contra la suspensión unilateral de compras en mercados tradicionales, contra el «dumping» de excedentes agrícolas subsidiados, contra el proteccionismo a la producción de productos primarios;
  • y creación de las condiciones en los países industrializados para las compras de productos primarios con mayor grado de elaboración.

Si se analizan los documentos de la reciente IV reunión del Foro de los Países de América Latina y el Caribe sobre el Desarrollo Sostenible, convocada por la CEPAL, en el marco de las Naciones Unidas, y celebrada de modo virtual por la pandemia de COVID-19, nuestra región sigue reclamando a gritos la materialización de aquellas propuestas formuladas hace 60 años por el Che.

En esa reunión de CEPAL, donde se reconoció que la arquitectura global enfrenta momentos de desequilibrio y tensión, todos los participantes expresaron convencimiento de que la solidaridad y la cooperación internacional constituyen la única salida real a la crisis, tanto la sanitaria como la climática y financiera.

Sin embargo, como apuntó la Secretaria Ejecutiva Alicia Bárcena, “…las desalentadoras cifras en materia sanitaria, económica y social registradas durante 2020 son un llamado de atención a la región y a la comunidad internacional sobre el riesgo de que no se logren las metas de la Agenda 2030 en el mediano y largo plazo”.

Barcena recordó que la pandemia ha provocado la mayor contracción económica en 120 años, con una caída del 7,7% del PIB en la región, y aunque se espera un rebote de 3,7% para 2021, esto nos deja aún lejos de recuperar los niveles de actividad económica del 2019. Esto ha supuesto un fuerte impacto sobre el mercado laboral, con una tasa de desocupación del 10,6% en 2020, sumando a 44 millones de personas, lo que equivale a una década perdida.

La pobreza y la pobreza extrema alcanzaron en 2020 en América Latina niveles que no se han observado en los últimos 12 y 20 años, respectivamente. La tasa de pobreza extrema se situó en 12,5% y la tasa de pobreza alcanzó al 33,7% de la población con un total de 78 y 209 millones de personas, respectivamente.

Precisó que en 2020 el coeficiente Gini de ingreso aumentó 2,9% respecto a 2019 y añadió que la pandemia develó las brechas de conectividad digital: más de 42 millones de hogares no están conectados a la Internet.

Hoy la región debe apostar por sectores estratégicos que favorezcan la generación de empleo inclusivo, la innovación tecnológica e impulsen una transformación productiva verde y baja en carbono, pero nada de ello es alcanzable si no se modifican las matrices productivas y energéticas, la movilidad, la participación digital, la industria y las diferentes formas de las economías.

Es alentador que en esos espacios genuinamente regionales, los gobiernos coincidan en que América Latina y el Caribe pueda enfrentar los retos y buscar soluciones conjuntas con base en la unidad. “Solo juntos y juntas podemos salir adelante”, se reafirma. Ello es especialmente dramático en lo concerniente al enfrentamiento a la pandemia, ante el deterioro y la privatización de los sistemas sanitarios y la desigualdad en el acceso a vacunas. Sin embargo, lo terrible es que la mayoría de esos mismos gobiernos no pueden sostener el mismo discurso en el marco del sistema interamericano y en el diálogo bilateral con Estados Unidos.

Se ha dicho que la Alianza para el Progreso fracasó debido a que, tras el asesinato de Kennedy, sus sucesores limitaron la ayuda financiera estadounidense en América Latina, prefiriendo acuerdos bilaterales en los que primaba la cooperación militar. Eso, como se ha evidenciado, no es cierto. Por su concepción y por la evolución del capitalismo de Estado hacia una forma neoliberal transnacional, aún más excluyente y depredadora, la Alianza para el Progreso estaba destinada a morir de muerte natural, y la región, condenada a hundirse en la mayor miseria y desigualdad de todo el planeta.

También se ha querido responsabilizar a Cuba de su fracaso. A pesar del aislamiento que se le imponía, Cuba no lo apoyó, pero tampoco se opuso, rompiendo el consenso. Nunca había pensado en ella, sino en el destino de las naciones hermanas de Nuestra América. Nada mejor que las palabras del Che para desmentir semejante patraña:

“…Hagamos la Alianza para el Progreso sobre esos términos: que crezcan de verdad las economías de todos los países miembros de la Organización de Estados Latinoamericanos; que crezcan, para que consuman sus productos y no para convertirse en fuente de recursos para los monopolios norteamericanos; que crezcan, para asegurar la paz social, no para crear nuevas reservas para una eventual guerra de conquista; que crezcan para nosotros, no para los de afuera. Y a todos ustedes, señores Delegados, la Delegación de Cuba les dice, con toda franqueza: queremos, dentro de nuestras condiciones, estar dentro de la familia latinoamericana; queremos convivir con Latinoamérica; queremos verlos crecer, si fuera posible, al mismo ritmo en que estamos creciendo nosotros, pero no nos oponemos a que crezcan a otro ritmo. Lo que sí exigimos es la garantía de la no agresión para nuestras fronteras”.

“No podemos dejar de exportar ejemplo, como quieren los Estados Unidos, porque el ejemplo es algo espiritual que traspasa fronteras… lo que aseguramos en esta conferencia, a la faz de los pueblos, es que, si no se toman medidas urgentes de prevención social, el ejemplo de Cuba sí prenderá en los pueblos...”

En aquellas trascendentales palabras no solo había hablado el revolucionario e intelectual joven, maduro y lúcido que ya era Ernesto Che Guevara. En el hablaban también un sanmartiniano, un martiano y un fidelista convencido que, curtido en las artes y dolores de la guerra, defendía soluciones de paz, bienestar, democracia y derechos a los problemas de las naciones hermanas; que lograba interpretar como pocos la realidad y prevenía de males mayores con graves secuelas para toda la familia.

Pasaron cincuenta años para que pudiéramos crear la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, y con ella, la aspiración de un espacio regional de concertación política que un día pudiera crecer a un espacio de integración económica, social y política. Se había derrotado el ALCA y mucho se había avanzado en los espacios subregionales de UNASUR, MERCOSUR, CAN, SICA, AEC y CARICOM.

Sin embargo, los capitales transnacionales iban tejiendo lejos de nuestra vista las cadenas del nuevo sometimiento financiero, mientras el Imperio y las oligarquías conspiraban para destruir lo construido. Y hoy, sesenta años después de aquel Foro para anunciar a la Alianza para el Progreso, sentimos vergüenza de no haber escuchado suficientemente a aquel argentino-cubano que habló por todos. No diremos que aramos en el mar, pero hay que volver a tomar el mando de los tiempos. La OEA, ya se ha dicho, está podrida, no nos representa. No solo agotó su papel de ministerio de colonias, sino que no necesitamos un nuevo gendarme.

Con él y en aquel Foro de Punta del Este, los cubanos comprendimos también que aún en las peores circunstancias, Cuba, al salvarse, salva, que no está sola, por lo que su compromiso trasciende sus fronteras; que debe trabajar todos los días para ser una sociedad mejor, de mujeres y hombres nuevos, por ella y por Su América, de la que es hija, y a la que se debe.

Agradezco a los compañeros del Partido Comunista de Argentina y del Partido Comunista del Uruguay por convocar a este espacio de reflexión, así como a todas las amigas y amigos que se nos han sumado desde diferentes rincones de la Argentina, del Uruguay, del continente y hasta de Europa. Nos merecemos pensar el presente y el futuro a partir de las lecciones aprendidas en el pasado. El Che tiene mucho que hacer todavía.

Muchas gracias


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