Venir
a hablar de José Martí en un templo de las ideas como es una universidad resulta
una responsabilidad muy alta, porque hablar de Martí en una universidad no es
venir a hablar del poeta precursor del modernismo, aunque podamos hacerlo. No
es venir a hablar del periodista, aunque podamos hacerlo, o del traductor, aunque
podamos hacerlo también. En una universidad hay que hablar de Martí el político
y el revolucionario; del Martí del que nunca se quiere hablar; del Martí que es
incómodo al imperio y a los opresores; del Martí proscrito; del Martí que en
los sistemas de enseñanza de muchos países de América Latina no se habla, por
subversivo.
CONFERENCIA “NUESTRA AMÉRICA DESDE LA PERSPECTIVA MARTIANA: UN DEBATE ACTUALIZADO”, IMPARTIDA EN LA UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA NACIONAL, EN EL MARCO DE LAS JORNADAS DE REFLEXIÓN SOBRE EL PENSAMIENTO MARTIANO CONVOCADAS POR LA RED DE CÁTEDRAS LIBRES “JOSÉ MARTÍ”. RÍO GALLEGOS, SANTA CRUZ, 4 DE ABRIL DE 2023[1]
Señor Rector
Autoridades
universitarias y educacionales de la provincia Santa Cruz
Queridos
estudiantes
Muy
buenas noches a todos.
Venir a hablar de José Martí en un templo de las ideas como es una universidad resulta una responsabilidad muy alta, porque hablar de Martí en una universidad no es venir a hablar del poeta precursor del modernismo, aunque podamos hacerlo. No es venir a hablar del periodista, aunque podamos hacerlo, o del traductor, aunque podamos hacerlo también.
En una universidad hay que hablar de Martí el político y el revolucionario; del Martí del que nunca se quiere hablar; del Martí que es incómodo al imperio y a los opresores; del Martí proscrito; del Martí que en los sistemas de enseñanza de muchos países de América Latina no se habla, por subversivo.
Enseñan los versos de La rosa blanca. Enseñan los Versos sencillos, pero es muy difícil que le den a leer a los alumnos las Escenas americanas publicadas en el diario La Nación de Buenos Aires, donde describe el surgimiento del imperialismo en Estados Unidos y las grandes contradicciones de un país descomunal, opulento, que se erigía sobre la base del saqueo de otros pueblos y la miseria y explotación de millones de seres humanos; donde se iba estableciendo una sociedad que vivía a ritmos trepidantes que no tenían que ver con los ritmos con que se vivía en el resto de América, y que estaba formando a hombres y mujeres despiadados, despojados de sentimientos, movidos por el afán del dinero.
Ese Martí es el Martí que nos convoca hoy. El Martí a que convoca el proyecto José Martí de la UNESCO, porque es el Martí que defiende el humanismo; es el Martí que necesitamos para recuperar los valores que nos convirtieron en seres humanos, los valores que ha acumulado la humanidad a lo largo de su historia y que resumen lo mejor de lo que podemos ser o hemos sido: los principios, la ética, la moral, la virtud, la generosidad, la justicia, la belleza también. No la belleza vana, esa que la que se usa para competir o para establecer modelos de vestir o de cuerpos, sino la otra belleza que nace de la profunda espiritualidad, del disfrute de la condición humana y del engrandecimiento de la condición humana, que va dada en las palabras a las que hacía referencia la profesora[2], que se respira en su poesía, y se respira también en esa prosa deslumbrante, cuando en el ensayo Nuestra América resume en frase bellísima la necesidad urgente que tenemos los pueblos de América de aprendernos nosotros por nosotros y no aprender por las tradiciones o la historia de la antigua Grecia, como si nuestros antiguos incas, mayas, quechuas, guaraníes, o los antiguos pueblos que poblaron los Andes del sur, no fueran suficientemente ilustrados y capaces; o no hubieran creado una civilización que fue ignorada por la otra, que se pretende que se pretende centro del mundo.
Estando en estos días en Tierra del Fuego, yo aprendía con ellos que Ushuaia no es el fin del mundo. Ushuaia es el centro de Argentina y por tanto puede asumirse también como un centro del mundo, porque está ahí, en el mapa bicontinental de este país, marcando el eje de su geografía.
¿Por qué nos han enseñado que la frontera termina a tantas millas de la costa, y esas Islas, que, por geografía, por geología, por historia y por cultura pertenecen a esta nación, tengan que mantenerse colonizadas por aquel que practicó el despojo y prevaleció en la injusta disputa?
Martí se refería con frecuencia a esos americanos malos que imitaban al amo para ganar su favor. Recuerden esa frase inolvidable de Nuestra América: “Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras”.
¿Por qué nos dejamos quitar a ese indio y a ese negro? ¿Por qué prevalecieron los calzones, el chaleco, el chaquetón y la montera ajenos? ¿Por qué, como decía Martí, nos avergonzamos de la madre india, del padre negro, y solo queremos hablar del lado europeo que tenemos en nuestra sangre mestiza? La biología hoy puede demostrarnos asombrosamente que el que se pretenda más puro de nosotros tiene en su genética componentes de todo lo que hemos sido a lo largo del tiempo. Tenemos genes de negros, tenemos genes de indios, genes de españoles, genes de italianos, o genes de alemanes. ¿Por qué pretendernos puros? Todo eso nos ayudó visionariamente a comprender José Martí cuando aún no se hablaba de genética; cuando no se hablaba de genoma. Él ya nos enseñaba a derribar esos muros que levantamos los seres humanos frente a otros para pretender una excepcionalidad que no es de ninguno.
Hay además algo que es central; que la profesora lo mencionó y también los otros profesores, y es el tema de la dignidad humana como centro de las virtudes. En la comprensión y en la asunción de la dignidad humana como brújula de vida, va toda la noción del respeto por el otro y de la identificación con uno mismo. El propio sentido de la solidaridad, el sentido de la justicia, nacen en la comprensión de que todos tenemos derecho a ser respetados y tratados como seres humanos; de que todos tenemos una dignidad que debe ser colocada y venerada en lo más alto. Y esa esa capacidad, que Martí expresó, preside como mandato votivo la Constitución de la República de Cuba: “Yo quiero que la ley primera de la República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”. Este debería de alguna manera ser un voto de la humanidad para que –entrando ya en la tercera década del siglo XXI- no tengamos que avergonzarnos de que haya pueblos sometidos, pueblos ocupados, pueblos que están viviendo en las condiciones más espantosas, o pueblos que son vendidos como si fueran piezas de mercado, endeudándolos por años, a generaciones sucesivas de sus hijos.
Si no hay sentido de dignidad propia, de la dignidad humana que es derecho de todos; si no hay sentido de los derechos del otro –algo que la Doctora Cristina Fernández resumía en una frase: “la patria es el otro”-; si no existe ese sentido, es muy difícil poder tratar a los demás y ser y esperar ser tratados como seres humanos. No por gusto esta última idea pasa como un hilo conductor en el concepto de revolución que Fidel Castro concibió para Cuba, que rompe todos los moldes porque coloca el significado de una revolución más allá del momento en que se produce la rebelión y nos explica que el respeto a la condición humana tiene que ser inherente a la propia necesidad de un cambio permanente para mejorar las condiciones de vida, de trabajo, de relaciones con el medio ambiente y con los demás seres humanos de cada individuo.
Esos conceptos de alguna manera estaban presentes cuando José Martí, siendo Cónsul de Argentina en Nueva York, en 1889, es invitado por el gobierno argentino de la época para formar parte de la delegación argentina a la Conferencia monetaria de Washington, donde se pretendía imponer a las Américas el dólar como moneda común.
Cuba no era una nación independiente. Era la única nación de América hispana que no era independiente, pero estaba representada allí por medio de la Argentina, en la figura de José Martí, quien, siendo parte de ella, pero en particular, en estrecha alianza con quien después sería presidente de este país, el doctor Roque Sáenz Peña, libró una batalla colosal y logró revertir la aspiración de haberle impuesto desde entonces el dólar a todos los países.
Es verdad que después el dólar se convirtió en una moneda internacional de cambio, pero nuestras monedas fueron salvadas en aquella conferencia de Washington y Argentina se quedó sola, se quedó sola como Cuba. En aquel momento, defendiendo la dignidad de América, defendiendo la independencia de América, porque sin economía independiente no hay Independencia política [Aplausos].
Yo creo que eso solo pudo ser posible porque, más allá de cualquier consideración que podamos hacer, de cualquier otra lectura que podamos hacer ahora en el siglo XXI de la conducta de aquellos hombres de fines del siglo XIX, había entre ellos una comprensión del deber que tenían con las futuras generaciones de americanos respecto a su libertad, a su prosperidad, a su independencia; y porque, además, lo demostraron con argumentos bien elaborados, bien razonados; porque uno de los rasgos de los dominadores es sojuzgar a la gente inculta, a las personas que no están instruidas.
Por eso todavía hoy en el siglo XXI tenemos pueblos analfabetos. Por eso hoy todavía en el siglo XXI hay universidades elitistas que impiden que los trabajadores lleguen a sus aulas. Por eso el ejemplo de esta universidad, que nace para instruir a los obreros, suele ser tan urticante, tan corrosivo para otros que fundan sus escuelas de conocimiento en la base del dinero. No es esa la educación que reflejaron aquellos hombres de fines del siglo XIX que aspiraban a que todos los seres humanos fueran educados hay un principio esbozado por Martí en un documento que es la base de su pedagogía, de su visión de la pedagogía. me refiero al escrito Maestros ambulantes, donde él, en una frase muy breve, define la visión que él tiene del Hombre libre en América: “ser cultos para ser libres”; y asocia inmediatamente la cultura con la libertad y con la prosperidad. Pero no una prosperidad que viene de la acumulación de bienes materiales, sino una prosperidad que se funda en el espíritu, en la riqueza del espíritu; que no está sometida a lo vano, a lo superfluo, sino que ve en los bienes las necesidades de vida, pero ve la vida sostenida en el espíritu, quizás por esa parte del pensamiento de Martí que algunos definen como religiosa, otros como metafísica, pero que yo le suelo llamar la parte más virtuosa de su ideología, porque aporta al ámbito de las ciencias sociales una categoría que muy pocas personas incluyen y que es la sensibilidad. Sin sensibilidad no hay economía. Sin sensibilidad no hay política. Si usted no es capaz de sentir por el otro no puede ser un servidor público.
Esa parte del pensamiento de José Martí es quizás una de las más revolucionarias; es una de las cuestiones que en su momento hizo colisionar la escuela del pensamiento político cubano con la escuela del pensamiento del llamado socialismo real. Porque los patriarcas del llamado socialismo real, los que nos prometían y daban lecciones de comunismo científico, no tuvieron esa capacidad de abordar los problemas de la economía y de la política desde esta categoría de la sensibilidad, que está presente en el ideario de Fidel Castro y está presente también en el ideario, sin que sea necesariamente socialista, de muchos otros políticos latinoamericanos. Es algo que es inherente a algunos grandes políticos en la historia, una capacidad exegética que apoyada en el conocimiento empatiza, entiende al otro y lo suma, lo moviliza desde el entendimiento empático, despertando sentimientos identitarios y de compromiso muy fuertes.
Ustedes lo vivieron con Néstor. Esa capacidad que tenían Néstor de lanzarse a la gente, de sentir lo que sentía la gente. Esa capacidad extraordinaria de percibir en el cruce fuerte de discursos en el medio de la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, que había un emperador que no debería venir a dictarle leyes a los que estaban presentes Y tuvo no solo la valentía de enfrentaarlo, sino que tuvo la inteligencia de, en el lenguaje más popular de este país, decirle: “Aquí no vengan a patotear”. [Aplausos] Él no usó esas palabras. No usó palabras elaboradas. No se refugió en retruécanos del lenguaje, ni en tecnicismos de la ciencia. Usó las palabras claves que sabía que iban a entender no solo millones de argentinos, sino millones de latinoamericanos. Y eso me lleva a la otra parte que es clave en Martí.
Cuando José Martí está en vísperas de su caída en combate escribe una carta, que deja inconclusa, a su amigo el mexicano Manuel Mercado, en la que declara que está en riesgo de caer en combate en cualquier momento porque quiere impedir con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América. No era una visión de un Mesías –en ningún momento se consideró como tal. Decía “sé desaparecer”, y muchas veces lo hizo. Era la visión de un hombre que estaba consciente que en esa frontera norte se decidía el destino de todos los que estaban al sur; que ese Imperio que él había visto nacer y había descrito en trazos geniales en esas en esas Crónicas Americanas que reportaba para el diario La Nación, iba a llenar de tragedias a este continente, y veía la única alternativa en unirnos como una gran nación; en integrarnos como una gran nación.
Vean la importancia de la referencia de Juan[3] a la fragmentación de esa gran nación en treinta y tres países, lo cual es un resultado del colonialismo, de los imperios, de las imposiciones. Antes los pueblos recorrían el continente de un lado a otro –bueno, existieron en la antigüedad grandes imperios: el azteca, el inca, el maya; pero Incluso en sus fronteras los pueblos se mezclaban se cruzaban, y en Centroamérica los mayas y los aztecas se abrazaban al principio, se sometían después y se integraban. Ahí están los pueblos pipiles de El Salvador, que son la mejor expresión de esa fusión que empezó sometiéndolos como esclavos primero, después como servidumbre, y finalmente conviviendo los señores mayas y los señores aztecas con ellos. Y lo mismo pasaba en el tapón del Darién, en el istmo de Panamá y en el norte de Colombia.
Entonces alguien piensa que pueblos nacidos para para estar juntos podrían haber sido separados brutalmente como lo fueron. Yo creo que somos acreedores de una gran deuda con todos ellos, pero también con los padres fundadores de nuestra gran nación latinoamericana. Tenemos como dije una historia común y también en el mestizaje nacido del encontronazo con Europa, con África y con otros pueblos del mundo. Hay en todo ello una historia común de sufrimientos, de alegrías de encuentro y de enriquecimiento mutuo. Así como no podemos renegar de la madre india y o del padre negro, no podemos renegar de la madre española o del padre italiano o alemán. Están en nosotros. Se fueron sedimentando en el tiempo y hacen parte de la creación maravillosa que son nuestros pueblos, del gran mestizaje que son nuestros pueblos. Y esa es una fortaleza que no tienen otros países o regiones del mundo.
A nosotros los cubanos nos resulta muy incómodo que alguien venga a querernos hablar de afrocubanos, cuando nosotros nos consideramos un solo pueblo; cuando el primer acto libertario del padre de la independencia Carlos Manuel de Céspedes, un criollo de origen español, en el momento que da el grito de Independencia, es renunciar a todas sus propiedades, incinerándolas en la hoguera de la Revolución y dándole la libertad a sus esclavos africanos declarándolos hombres libres e invitándolos a luchar por su nueva patria. Por qué vamos a considerarlos un segmento aparte de nuestro pueblo, si somos una gran fusión de culturas.
Miren ustedes: la Virgen de Luján como la Caridad del Cobre, no es una virgen blanca rubia de ojos azules. Es una virgen negrita. La trajeron los europeos, los españoles, y la cuidó un negro a la argentina; y a la Virgen del Cobre en Cuba fueron un negro, un blanco y un indio los que los que la encontraron en el mar en medio de una tormenta. Y la Virgen de Guadalupe, en México, ¿no es acaso una india morena? Esa es esa nuestra historia. Eso somos, ¡la mezcla! ¿Por qué tenemos que aspirar a otras imágenes? ¿Qué nos muestran las mejores obras del arte latinoamericano, sino los pueblos que hemos sido, que somos, la manera en que nos hemos amalgamado y nos hemos fundido?
Por eso nuestro destino, nuestra salvación, está en unirnos, en integrarnos, y no en unirnos, en integrarnos con la imposición de unos a otros. Puede que algún día podamos escribir una ley común, una constitución común, una norma común para todos los pueblos de Nuestra América, que borre cualquier trazo de diferencia. Pero hoy, ya que nos fragmentaron, nos dividieron, nos diferenciaron, debemos acercar ese día. Si somos conscientes de la necesidad de la unidad, nuestra responsabilidad más martiana, más bolivariana, más sanmartiniana es la de unirnos en toda nuestra diversidad. ¿No es diverso el mundo, no son diversas las especies, no radica en esa diversidad maravillosa de la naturaleza su mayor riqueza y fortaleza? ¿Por qué vamos a pretender una unicidad que es irreal?
Yo creo que quizás esa sea la última la última parte del mandato de José Martí que más debe acompañarnos en esta hora de América. Ya sabemos las ventajas. Pudimos vivir una década maravillosa en que comenzamos a darnos la mano, a fortalecernos, a armarnos, a crear nuestras propias formas de organizarnos, a darle cuerpo a ideas de comercio, de resolución de conflictos, de búsqueda de oportunidades entre todos, sin bloqueos, sin amenazas, sin terrorismo, sin groseras violaciones de derechos humanos. Aquellos años nos demostraron que la integración y la unidad no eran un imposible, que no eran un sueño, ni una utopía. Que eran una posibilidad real, tangible, y, por tanto, atacada. Tenemos que saber que, como en el mito de Sísifo, será una tarea que debemos emprender y una y otra vez, empujando la roca cuesta arriba, convencidos de que vamos a ponerla de una vez en la cima de la montaña.
Volando hacia acá pude disfrutar el paisaje maravilloso de los Andes. Uno se sobrecoge se sobrecoge ante la inmensidad de la naturaleza, ante la magnificencia del mundo del que somos hijos. Pude entender mejor aquella frase de Martí: “…Unidos como la plata en las raíces de los Andes”. Es impresionante
el
país que somos este continente, el país que somos los que vivimos desde las Antillas
y el Río Bravo hasta la Patagonia. Yo les digo que sería la mejor manera de
honrar a Martí el día que seamos capaces de levantar esa bandera donde se unan
todas: la albiceleste, la tricolor de la estrella solitaria, con las ocho
estrellas
bolivarianas,
con las franjas rojas azules y amarillas de los estados bolivarianos, con las
blanquiazules centroamericanas, con el quetzal guatemalteco, con los volcanes. Esa
es la América que nos merecemos. Por ella tenemos que trabajar. Por ella tenemos
que luchar, aunque nos lleve toda la vida. Es un sueño que nos merecemos y
debemos. Es una aspiración que podemos lograr. Es el mundo posible por el que
hay que luchar.
Muchísimas gracias
[1] Ver el evento íntegro en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=AgVebMKtf_Q
[2] Anabela Castellanos,
filóloga e integrante del equipo del Instituto Provincial “Elsa Barbería”,
de Santa Cruz.
[3] Juan Pastor González,
coordinador de la Red de Cátedras Martianas y docente investigador de la
Universidad Nacional Arturo Jauretche
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