Necesitamos alzarnos por nuestros pies, derrotar al bloqueo y caminar por nosotros mismos. Tenemos la obligación de salvaguardar y consolidar cada vez más el consenso social que recién quedó plasmado en la Constitución de 2019, y cuidar como niña de los ojos la unidad que enseñó Martí y construyó Fidel, y que hoy lidera nuestro Partido. Solo así seremos dignos de ser el ejemplo que ustedes proclaman; solo así salvaremos a Cuba. Solo así prestaremos un verdadero servicio a la causa de la humanidad...
CONFERENCIA DEL EMBAJADOR DE CUBA EN ARGENTINA, PEDRO P. PRADA, EN EL CENTRO DE ESTUDIOS Y FORMACIÓN MARXISTA HÉCTOR P. AGOSTI, DEL PARTIDO COMUNISTA DE LA ARGENTINA, EN LA PRESENTACIÓN DE ÁREA DE ESTUDIOS SOBRE CUBA. BUENOS AIRES, 13 DE MARZO DE 2025.
Queridos compañeros, buenas noches a todos.
Me traje a una parte del equipo político de nuestra Embajada. Todos son
militantes, jóvenes, además, y uno de ellos es nuestro secretario general del
núcleo del Partido. Compartiré primero algunas ideas y luego intercambiamos con
todos, para que también los escuchen.
Como este va a ser un encuentro y un diálogo entre compañeros, entre
militantes, no vamos a hablar de la épica historia de la revolución cubana, ni
de sus logros incuestionables, que todos ustedes conocen. Les propongo hablar
de nuestros desafíos, que no son pocos.
Para empezar, es imprescindible referirnos al contexto. Cuba inició año
67 de revolución en circunstancias muy especiales: el mundo vive en una crisis múltiple
profundizada por la pandemia de covid-19, por los efectos del cambio climático
y por guerras con secuelas de las que nadie escapa.
Está en marcha una reconfiguración del orden mundial y de varias
regiones de nuestro planeta: vemos la emergencia de nuevas potencias y actores
y somos testigos, en particular del auge de China y de Rusia (a pesar de la guerra).
También vemos el resurgimiento e instalación de ideas fascistas y de gobiernos
ultraconservadores en varios continentes -incluido el nuestro-, del retorno al
neoliberalismo más brutal, y, por si fuera poco, sufrimos el genocidio contra
el pueblo de Palestina y el reordenamiento impuesto en el Medio Oriente tras la
conspiración internacional que permitió el derrocamiento del gobierno de El
Assad Siria y la ocupación parcial de ese país y de parte del Líbano.
Vivimos un retroceso sin precedentes del multilateralismo, del papel de
la ONU, de la Asamblea General y, en particular, del Consejo de Seguridad, donde
cada vez es más nocivo el irritante privilegio de veto que ostentan algunos
países.
Observamos el declive de organismos regionales, empezando por la Unión Europea,
venida a menos, las diferencias dentro de la Unión Africana, el sabotaje de los
gobiernos de derecha a la CELAC y la situación de parálisis en el Mercosur, que
ustedes conocen bien. Incluso la OEA está sumida en su peor crisis y
desprestigio.
El desarme, en especial el nuclear, está cada vez más lejos, y son cada
vez más graves las amenazas a la paz mundial.
En ese escenario, es que existe, resiste y se defiende la revolución
cubana.
Unas semanas antes de dejar la presidencia, el gobierno demócrata de
Biden corrigió cuatro decisiones de la anterior administración respecto a Cuba.
Fueron eventos aislados. No llegó a la amplitud de las medidas de Obama y mucho
menos tocó el bloqueo. Una semana antes del cambio de gobierno, Biden también sacó
a Cuba de la lista de patrocinadores del terrorismo donde nunca debió de estar;
una decisión que blindó con certificaciones de todas las agencias de seguridad
nacional y de aplicación de la ley de EE.UU.
El mismo día de la toma de posesión, Trump derogó 80 decretos de Biden,
incluidas todas las decisiones referidas a Cuba, incluyendo la de devolver a
Cuba a la lista de patrocinadores del terrorismo, sin que le importaran las
opiniones y el prestigio de sus agencias que habían certificado lo contrario. En
un mes, el gobierno republicano de Trump-Rubio ya había adoptado siete disposiciones
lesivas a Cuba. Y hace dos semanas, el Secretario de Estado anunció que serían
privados de visas para ingresar a EE.UU. todos los involucrados en lo que ellos
llaman “trata de personas”, en alusión a los servicios de la salud que Cuba
exporta y a los médicos internacionalistas cubanos.
EE.UU. conoce, porque ha trabajado muy cerca de nuestros médicos, por ejemplo,
en Haití, cuál es su labor humanitaria. Sabe también que son voluntarios, que una
parte de ellos son contratados por gobiernos y entidades privadas para prestar
servicios ante la carencia de personal calificado. Sabe que Cuba protege sus
derechos, garantiza sus honorarios en la Misión y sus salarios y seguridad
social en la isla, y que los recursos financieros que recibe el país son
invertidos en el sostenimiento y desarrollo de su sistema de salud, de los
programas principales, de los hospitales y de las condiciones de vida y trabajo
de esos mismos trabajadores.
Sin embargo, no les alcanzan los más de 5 mil millones de dólares
negados a la economía cubana el pasado año. No les alcanza haber causado daños
económicos por 164 mil millones de dólares en 65 años. No les interesa el
incalculable daño humano. No les interesa tampoco el robo de cerebros
implementado contra esas misiones, como hicieron en los primeros años de la
Revolución.
Buscan cumplir a toda costa el designio del subsecretario de Estado
Léster Mallory en 1960, que les recuerdo: “…el único modo previsible de
restarle apoyo interno [a la Revolución] es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar
económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los
medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción
que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en
la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos
financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el
derrocamiento del Gobierno”.
Esta vez no solo atacan a una de las conquistas más sagradas de la
Revolución: su sistema de salud, garante de un derecho humano básico, que
sufrió pérdidas superiores a 268 M USD en el pasado año, sino a una de las
pocas fuentes de ingresos externos que le han dejado a Cuba. Esta vez pretenden
despojar de atención sanitaria a más de 400 millones de seres humanos en 56
países del mundo, confirmando la extraterritorialidad de su política de bloqueo
contra Cuba.
Cuba no fue sorprendida por este escenario. Martí decía que todo el
arte de gobernar está en prever. Cuba se ha venido preparando los dos últimos
años para enfrentar dicho escenario.
No obstante, la prolongación en el tiempo del bloqueo y las
deformaciones y carencias internas que provoca, unido a los efectos del cambio
climático que generan cada vez más huracanes más devastadores en nuestra área
geográfica, a la batalla global de ideas y cultura, al impacto de las políticas
de cambio de régimen en las que han invertido en los últimos treinta años más
de 300 millones de dólares solo por vía de la USAID, y al efecto de los también
inmanejables fenómenos internacionales, han dejado heridas profundas en nuestra
sociedad, que no son solo los daños físicos y carencias que se observan en la
infraestructura y vida cotidiana de nuestra gente, o en sus angustias, o ni
siquiera en la desesperanza de quien pierde toda o parte de su vida en la
inundación de un huracán o en un terremoto.
Hay un desgaste y un daño ideológico que forma parte del diseño de la
política (recuerden a Mallory) frente al cual, ni el lamento, ni la denuncia y
ni siquiera el sacrificio y la resistencia son hoy suficientes. Los eventos del
27 de noviembre de 2020, del 11 de julio de 2021 y del 17 de marzo de 2024 nos
demuestran que, además, el sistema global de las derechas está articulado
perfectamente con los gobiernos de EE.UU. para actuar en el marco de sus
guerras híbridas y derrocar a los gobiernos que se les oponen o son
alternativas; para mostrar al socialismo como un fracaso, aunque no lo hayan
dejado vivir.
Como les decía, sabemos que el enemigo tiene un plan. Pero nosotros
tenemos otro. Y es una lucha tenaz de un plan contra otro plan, como decía
Martí.
Por otro lado, siempre hemos dicho que no somos una sociedad perfecta.
Lo repetía Fidel, quien además nos enseñó a creer que el día que pensáramos que
todo estaba perfecto, había que revisar y empezar de nuevo, porque la
perfección no existe. Tenemos errores. Tenemos falencias. Los insuficientes
resultados alcanzados en muchas áreas, sobre en la seguridad alimentaria y
energética son hoy la principal insatisfacción y la razón de la más profunda y
severa autocrítica, como recién afirmada el Primer Secretario del Partido, el
compañero Díaz-Canel.
Si bien no es posible juzgar gestiones y resultados ignorando el
contexto, no podemos ocultar que hay zonas del país a las que la Revolución no
ha podido llegar como deseamos o se pensó. Hay grupos humanos que han sufrido
más que otros las limitaciones. Hay individuos y estructuras que no han hecho
sus deberes, o se han equivocado, o se han cansado, o se confundieron en el
tortuoso y difícil camino. Hemos tenido algunas, muy pocas, deslealtades y
deserciones, y esas son las más dañinas, mientras más alto ocurran.
Por otro lado, existe, para el pueblo de Cuba, una vara para medir y
exigirle a todos sus dirigentes políticos y gubernamentales a cualquier nivel.
Esa vara se llama Fidel Castro, su ejemplo de vida, su forma de hacer política
y de gobernar. Su sentido de la justicia. Su optimismo. Es un desafío muy
grande para todos los que tenemos una responsabilidad estar a su altura.
Recuerdo a Raul en el peor momento del período especial, en 1994, cuando
estábamos en el fondo del pozo, reunido con dirigentes partidistas y
gubernamentales del país y de las provincias, explicándoles, ante tantas
preocupaciones, que cuando estuvieran ante una situación difícil, cuando creyeran
que no habían salidas, que pensaran en Fidel, cómo lo entendería Fidel, cómo lo
resolvería Fidel, seguro de que hallarían las respuestas.
Nuestro pueblo es heroico. Ha hecho inmensos sacrificios a lo largo de
su historia. Haber desafiado al Goliat de nuestro tiempo es un empeño de
proporciones bíblicas. No es suficiente. Por eso, Díaz-Canel ponía un ejemplo
en el último período de sesiones del parlamento: “…no podemos aceptar que
existan formas de gestión económica que se mantengan sin operar una cuenta
fiscal. Hasta el magnífico dato de la importante reducción del déficit fiscal
del país pierde valor cuando se nos revelan “huecos negros” tan significativos
en el control real del funcionamiento de la economía a nivel de los municipios”[1].
Estamos ante una cuestión esencialmente ideológica. Martí decía que
había que “ser cultos para ser libres, pero que, en lo común de la naturaleza humana
se necesita ser próspero par ser bueno, por lo que la prosperidad material es
un medio para alcanzar el bienestar y la virtud, pero no un fin en sí mismo”[2].
El ser humano, nos enseñó Marx, piensa como vive, pero su prosperidad no puede
asociarse a la de una elite alienada, sino al bienestar social solidario, algo
que también abrazaba Lenin: prosperidad como objetivo colectivo, fuente de
dignidad y bienestar para todos. Una prosperidad que, siendo compartida,
contribuya a la dignidad de todos y cada uno los individuos y al progreso de la
sociedad, como la definía el Che.
Si el horizonte que el socialismo puede ofrecerle a los cubanos es el
de la pobreza, aunque esta sea provocada por la larga y desigual guerra del más
grande imperio de la historia, estaremos condenados al fracaso. Y no tenemos
derecho a equivocarnos, mucho menos a ser derrotados o rendirnos. Cada error se
convierte en un hecho contrarrevolucionario, en un acto de complicidad con el
enemigo. Varias generaciones de cubanos solo hemos conocido al país bloqueado.
Tenemos derecho y es justo aspirar a un país mejor, pero a costa de qué. ¿De
dejar de pensar como país? ¿De claudicaciones? ¿De ceguera política? ¿De faltar
al deber en el momento más decisivo de nuestra historia?
Recordaba Díaz-Canel, en el discurso de anterior referencia, que “El
reconocimiento de la existencia de desviaciones y tendencias negativas en la
sociedad cubana actual nos ha conducido a promover un enfrentamiento
sistemático a las mismas. La coincidencia de estas problemáticas y su
acumulación en el tiempo han facilitado la presencia de fenómenos y
manifestaciones negativas en la sociedad cubana, incompatibles con los
principios del socialismo. Será siempre tiempo de rectificar.
“Del ideario y las acciones del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y
del General de Ejército Raúl Castro Ruz aprendimos la importancia de la
corrección oportuna ante cualquier situación que pudiese comprometer el futuro
de la construcción socialista… Se ha demostrado la necesidad de que esta sea
una batalla permanente que enaltezca los valores morales del proyecto social, y
evidencie la unidad que existe en el respeto a la legalidad socialista.
“Estos procesos, añadía, deben estar presididos siempre por la
sensibilidad, la preocupación y la consideración al pueblo, con el interés de
preservar a toda costa lo esencial, incluyendo la formación en valores y
virtudes en la ciudadanía en tiempos difíciles y de crisis. Se trata de evitar
un mayor deterioro en el tejido social y favorecer un clima de respeto, orden,
disciplina, decoro, honestidad, generosidad y solidaridad en las relaciones
comunitarias y sociales”[3].
En otra parte de sus palabras, al referirse a temas ampliamente
analizados en el reciente IX Pleno del Comité Central del Partido, Díaz-Canel
recordaba que “en el país tenemos una gran deficiencia controlando los
procesos–, por lo que, como mínimo, debemos tener un sistema de observatorios o
una red de observatorios para esta norma”… y que “En Cuba no puede existir una
persona … que se sienta en desventaja o no se sepa seguro …, porque esa no es
la concepción de nuestro Sistema de Educación en Revolución”[4].
Aquí entroncamos con uno de los mayores desafíos que hoy tienen el
socialismo, las ideas revolucionarias, el progresismo y la defensa de la paz,
que es la manera en que se hace el trabajo ideológico y se conduce la acción
ideológica a través de la comunicación política, institucional y social.
Algunos compañeros renuncian a abordar este importante aspecto ya sea por
cuestiones de edad -aquí casi todos somos prepostmodernos, como diría un
profesor que tuve-, somos analfabetos digitales o cuando más analógicos, vemos
la brecha generacional como un desafío insalvable, somos fundamentalistas de la
cruzada antitecnofeudalismo, o creemos que porque todo esto se inventó en el
capitalismo, debemos repudiarlos.
Recuerdo que en los primeros años de la Revolución, en medio de
aquellas grandes batallas diplomáticas que protagonizaba el canciller Raúl Roa,
el canciller de la dignidad, un delegado internacional se le acercó para
cuestionarlo porque él, que criticaba tanto a EE.UU., fumaba cigarrillos Chesterfield.
Roa le replicó brillantemente con la picaresca cubana, al decirle que sentía un
placer torturante en quemar al enemigo. Y una salida por el estilo tuvo otra
diplomática cubana, joven, criticada por una militante de un partido comunista
amigo, porque en la actividad protocolar que ofrecía Cuba, se tomaba ron con
Coca-Cola. Aquella diplomática dijo: mira el color de la lata. ¿Es roja, no? Es
de los nuestros.
Hay que ponerle más humor cubano a lo que hacemos. Hay que escuchar y trabajar
más con la juventud y enseñarla a alzar vuelo con sus propias alas y con los
códigos de su tiempo. Hay que actuar como guerrilleros y apropiarse de las
armas del adversario y ponerlas a nuestro servicio, como enseñó Fidel. Pero
antes debemos estimular a esos jóvenes a que se sumen y protagonicen; y hay que
reconocer que nuestros procesos de comunicación están plagados, como señalaba
Díaz-Canel, “de errores y vacíos constantes cada vez que se implementan normas
y se aprueban decisiones que se presentan sin la debida información
complementaria o las explicaciones imprescindibles, favoreciendo distorsiones y
mentiras de los medios asociados a la contrarrevolución, lo que termina por
contaminar con mensajes tóxicos en redes a la opinión pública nacional, donde
aparecen lógicas incomprensiones que enrarecen el ambiente alrededor de
cualquier medida de importancia”[5].
Hoy, señalaba el Presidente, “Tener la verdad de nuestro lado no basta.
Como servidores públicos tenemos el deber, la responsabilidad y el compromiso
con el pueblo de explicar el origen, la motivación y los objetivos de cada
decisión o norma. Cuando nos enfrentamos a los vacíos y tergiversaciones detrás
de cada decisión o norma, es lícito preguntar ¿qué papel cumplen los grupos de
comunicación de los organismos si se limitan a ser simples tramitadores de
papeles, a veces intraducibles al lenguaje común? ¿Por qué nuestros medios se
conforman con reproducir la letra de la ley sin explicar sus propósitos?”[6].
Hay que dar la cara –y aquí vuelvo al ejemplo de Fidel-, por más duras
que sean las circunstancias. Casi todas las manifestaciones mencionadas de
2020, 2021 y 2024 comenzaron por errores en la comunicación política, aunque
hayan sido hijas de un plan largamente urdido por el enemigo. Fueron nuestras
faltas las que les abrieron camino. Cuando la revolución y sus nuevos líderes
tomaron las calles para explicar, persuadir, disuadir y ordenar, la gente que
estaba exaltada reflexionó, porque los hechos y el trabajo del enemigo les
habían arrebatado la opción de pensar antes de actuar. Nuestros enemigos
construyen respuestas como reflejos incondicionados de los individuos. Nosotros
sembramos valores e ideas y construimos conciencia, como enseñaba Fidel.
Ahora mismo, en nuestra Embajada, hacemos esfuerzos con las noticias,
los medios y redes; pero no logramos todavía el volumen, la calidad y la
penetración que se necesita para hacer valer nuestras verdades. No es solo que
haya una hegemonía comunicacional de los medios transnacionales y oligárquicos,
o que tengan big data y granjas de bots; o que nosotros no seamos capaces de
asumir todo el protagonismo que se nos demanda en esta lucha de ideas. Es que
tampoco logramos el seguimiento, la articulación y la actuación concertada con
nuestros aliados solidarios y compañeros de batalla. A veces nos falta dominio
de los códigos. Y nos resulta éticamente inaceptable reproducir las fórmulas de
lenguaje con que se nos ataca ideológicamente, por lo cual estamos obligar a
innovar.
Cito de nuevo a Diaz Canel: “En los últimos años y como parte de la feroz
campaña contra la Revolución, hoy no es posible navegar por las redes sin
tropezar con una avalancha de obscenidades, insultos, ofensas y mentiras,
concebidas para denigrar a todo el que asuma una responsabilidad dentro de la
institucionalidad, incluso a todo el que decida vivir dentro del país sin
denigrarlo. Da vergüenza ver a cubanas y cubanos, nacidos, crecidos y
preparados profesionalmente aquí, cómo destilan odio, rabia y desprecio contra
la nación que los formó, como si se sintieran parte del “Norte revuelto y
brutal que nos desprecia”[7].
También recordaba que “hace 135 años, un periódico de Filadelfia osó
burlarse de los cubanos, cargándoles todo tipo de adjetivos denigrantes y
catalogándolos como “deficientes en moral”.
“Desde Nueva York y robando tiempo a su febril actividad política, José
Martí respondió las ofensas con su insuperable Vindicación de Cuba. Nuestra
Patria está necesitando en las redes sociales de hoy otra apasionada defensa
del carácter, el valor y la moral de sus hijos, que limpie la costra tenaz del
servil colonizado capaz de insultar a los suyos por garantizar cobija bajo el
ala del águila que persigue y maltrata a sus compatriotas” [8].
Sabemos que en todas estas batallas se está probando y curtiendo la
nueva hornada de líderes revolucionarios. Ninguno de nosotros, ni siquiera el
mejor de nosotros, le llega hoy a la estatura de Fidel, o del Che, pero hay que
intentarlo todos los días, como nos enseñó Raúl. La inteligencia preclara de
aquellos individuos ha sido reemplazada por el papel del Partido, por la
inteligencia colectiva, que es menos aprensible, más dispersa, pero que puede
ser mucho más potente. Mejor si, además, se apoya en un sistema de ciencia y
tecnología que aquellos fundaron, pero cuyas mieles no pudieron disfrutar como
nosotros hoy. ¿Se imaginan a Fidel enfrentando la pandemia con cuatro vacunas y
una decena de medicamentos propios? Por eso el Presidente habla de que nuestra
resistencia es hoy creativa. Estamos obligados a permanecer, a innovar y
renovar, y eso, en términos dialécticos, es más y mejor revolución, más y mejor
socialismo.
Nuestra gente está dando la batalla. Ese país que todos los días
repiten está quebrado, vive, trabaja y se defiende, gracias a la conciencia y
coraje de la mayoría de sus hijos. Desde todas partes del país llegan señales
de esa resistencia creativa. Ya hay empresas agrícolas que comienzan a mostrar
resultados. Se extienden los parques solares que tejerán una red adicional de
más de 1000 MGW de generación distribuida. Se fortalecen las alianzas
internacionales, aunque las inversiones, como el turismo, demoren en llegar al
ritmo de las necesidades. No aspiramos y no queremos reproducir dependencias,
como en la etapa neocolonial, cuando todo dependía de EE.UU., o en la época soviética, cuando en un año perdimos el 83 por ciento del comercio exterior y el PIB se desplomó en un 36 por ciento. Tampoco lo hicimos cuando Venezuela nos tendió la mano.
Necesitamos alzarnos por nuestros pies, derrotar al bloqueo y caminar
por nosotros mismos. Tenemos la obligación de salvaguardar y consolidar cada
vez más el consenso social que recién quedó plasmado en la Constitución de
2019, y cuidar como niña de los ojos la unidad que enseñó Martí y construyó
Fidel, y que hoy lidera nuestro Partido. Solo así seremos dignos de ser el
ejemplo que ustedes proclaman; solo así salvaremos a Cuba. Solo así prestaremos
un verdadero servicio a la causa de la humanidad.
Sabemos que en esa lucha no estamos solos. Contamos con ustedes, con su
militancia y su solidaridad; cuyas expresiones tendrán que adaptarse a los
tiempos y circunstancias y renovarse creativamente también.
No lo duden, ¡Cuba vencerá!
[1]
Díaz-Canel, M. (2024). Discurso en el IV periodo ordinario de sesiones de las
Asamblea Nacional del Poder Popular en su X Legislatura, La Habana, 20 de
diciembre de 2024. https://www.presidencia.gob.cu/es/presidencia/intervenciones/discurso-pronunciado-por-miguel-diaz-canel-bermudez-primer-secretario-del-comite-central-del-partido-comunista-de-cuba-y-presidente-de-la-republica-en-la-clausura-del-cuarto-periodo-ordinario-de-sesiones-de-la-asamblea-nacional-del/
[2]
Martí, J. (1884). Maestros ambulantes. Obras completas. Volumen VIII. La Habana: Editorial Nacional de Cuba, 1963.
288-92.
[3]
Díaz-Canel, M. (2024). Discurso en la clausura del IX Pleno del Comité Central
del Partido Comunista de Cuba, La Habana, 13 de diciembre de 2024. https://www.presidencia.gob.cu/es/presidencia/intervenciones/discurso-pronunciado-en-la-clausura-del-ix-pleno-del-comite-central-del-partido-comunista-de-cuba/
[4]
Díaz-Canel, M. (2024). Op. Cit. (Discurso en el IV periodo ordinario de sesiones
de las Asamblea Nacional del Poder Popular)
[5]
Díaz-Canel, M. (2024). Op. Cit. (Discurso en el IV periodo ordinario de sesiones
de las Asamblea Nacional del Poder Popular)
[6]
Díaz-Canel, M. (2024). Op. Cit. (Discurso en el IV periodo ordinario de sesiones
de las Asamblea Nacional del Poder Popular)
[7]
Díaz-Canel, M. (2024). Op. Cit. (Discurso en el IV periodo ordinario de sesiones
de las Asamblea Nacional del Poder Popular)
[8] Díaz-Canel, M. (2024). Op. Cit. (Discurso en el IV periodo ordinario de sesiones de las Asamblea Nacional del Poder Popular)
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