viernes, abril 12, 2013

EL DÍA DE LA PATRIA

Estimado Alvarenga[1], amigos todos:
Si algo admiro de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, es su búsqueda tenaz de la verdad y construcción de un credo propio en sus discípulos. Donde quiera que han existido o hay confrontaciones: en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y el mensaje cristiano, allí han estado y están los jesuitas, especialmente los de El Salvador. Por ello agradezco la invitación para hablar en su claustro, en una jornada muy especial para nosotros.
La revolución cubana sigue siendo en nuestros días un acto de polémica infinita, y eso nos enorgullece, porque habla de su vitalidad, de que es una construcción humana viva que no pretende ser políticamente correcta ni acomodarse a modelo alguno, que no se guía por nortes ideológicos ni geográficos, sino que, consciente de su pertenencia universal, tiene, a la vez, una brújula muy propia, fijada el día en que Cuba nació como patria. Ese día es el de hoy, 10 de abril, pero de 1869.
Los patriotas cubanos que seis exactos meses antes, el 10 de octubre de 1868, habían proclamado el fin de la esclavitud, la igualdad y la libertad entre los hombres, y el inicio de la guerra por independizarse de España, se convocaron en el pueblo liberado de Guáimaro para poner las piedras fundacionales de la nueva república.
Ninguno de los procesos revolucionarios e independentistas, durante todo el siglo XIX, tuvo esa visión civilista de los cubanos, incluso cuando, a diferencia de aquellos, fueron sus líderes los marqueses, hacendados y terratenientes, los doctores, maestros, poetas y abogados. José Martí lo advierte: “!…esto fue lo singular y sublime de la guerra en Cuba; que los ricos, que en todas partes se le oponen, en Cuba la hicieron!”[2].
¿Cuál era el credo de aquellos patriarcas? Martí nos lo revela: “Tienen los pueblos como los hombres, horas de heroica virtud, que suelen ser cuando el alma pública, en la niñez de la esperanza, cree hallar a sus héroes, sublimados con el ejemplo unánime, la fuerza y el amor que han de sacarlos de agonía; o cuando la pureza continua de un alma esencial despierta, a la hora misteriosa del deber, las raíces del alma pública… Dejan caer la pasión los pechos más mezquinos, y la porfía es por vencer en la virtud. Manos heladas, del poco uso, se dan con vehemencia: los hombres no se murmuran los méritos, ni se los picotean…”[3]
Y a continuación, enumera los rasgos evidentes del país que crece: levantar la ley sin que las guerras paren en abuso, o derrota, o deshonor; no habrá casas con puertas, ni asambleas sin concordia, ni dudas del triunfo, ni idólatras, ni ídolos. Los poderes constituidos elegirán a los más capaces y sacrificados, o los revocarán de los cargos, si faltan a sus deberes, y serán flagelo de aquellos que quieran alzarse sobre la república por la fama ganada en su servicio. El fuego de la libertad y el ansia del martirio no calentarán con más viveza el alma del hombre que la de la mujer cubana; se someterá la ambición noble a la voluntad general y se acallará ante el veto de la Patria la convicción misma, fanática o previsora, del modo de salvarla. La Asamblea –Cámara entonces- será la única y suprema autoridad para los cubanos todos, y una vez constituida, elegirá de su seno al Presidente, y éste jurará, no para destruir, sino para dar mil veces la vida en el sostenimiento de la República y rendir su espada solo en el capitolio de los libres, o en el campo de batalla, al lado de su propio cadáver[4], como acaba de jurarlo Raúl Castro, al ser reelecto jefe del Estado en los últimos comicios generales.
A la vez, hay una advertencia lúcida: “En los modos y en el ejercicio de la carta se enredó, y cayó tal vez, el caballo libertador; y hubo yerro acaso en ponerles pesas a las alas, en cuanto a formas y regulaciones, pero nunca en escribir en ellas la palabra de luz”[5], para explicar, a continuación, que el exceso de idealismo llevó a una forma republicana que, desde la propia Constitución, cortó las alas al desarrollo de la guerra, al conferir a la Cámara de Representantes la potestad de interferir en los asuntos militares, y de nombrar y deponer tanto al presidente de la República de Cuba en Armas, como al general en jefe, lo cual, a la postre, resultó nefasto para la propia empresa libertadora y dejó una lección valiosa sobre la defensa futura del poder conquistado.
Así, la aventura de las armas, la rebelión de Cuba, se adentró por severos caminos y se erigió en revolución, en patria y en república. Las ideas que movieron a los hombres a liberar a sus esclavos, hacerlos iguales, renunciar a las riquezas y dar la vida, se hicieron ley y se convirtieron en poder legítimo. De las almas locales perniciosas se compuso espontánea el alma nacional, y entró la revolución en la república, dijo Martí, y califica la primera Constitución escrita como “…un código donde puede haber una forma que sobre, pero donde no hay una libertad que falte…”[6]
Solo restaba a aquel acto público del 10 de abril de 1869 ante los pobladores de Guáimaro, una legitimación, y esa oportunidad se dio un mes más tarde, el 10 de mayo, cuando ante el peligro de caer en manos del enemigo, según el ejemplo dado en enero de aquel año por la ciudad cuna de la revolución, Bayamo, los habitantes de Guáimaro prendieron fuego a su querida ciudad, reubicando la sede del poder de la República en Armas en una hacienda en territorio liberado. Esa opción teleológica recogía dos ideas esenciales de la política y la ética cubanas:
La primera, que el poder del nuevo Estado cubano no requiere de un asiento fijo, aunque así lo proclamen la ley y las prácticas, sino que reside en el corazón y el alma de los hombres y mujeres que lo enarbolan y ostentan, donde quiera estén, ya sea en el territorio nacional o fuera de el.
Y la segunda idea, que se reproduce en los lemas cubanos de Independencia o Muerte en el siglo XIX, Libertad o Muerte en la primera mitad del XX, y a partir de 1960, en el conocido Patria o Muerte: es la determinación de no ceder, ni claudicar, ni rendirse. Como dice un poeta: “…hundirnos en el mar, antes que traicionar[7]”. Solo que en todos los casos, la única opción admitida es la victoria, expresada en los gritos optimistas de ¡Viva Cuba Libre! y ¡Venceremos!

Estimados amigos:

La estatalidad, el sistema político-democrático, la constitución y las leyes cubanas, el gobierno y sus formas, así como la ética y el civismo que los sustentan, tienen su punto de partida en Guáimaro y en los acontecimientos de aquel 10 de abril de 1869. Y encuentran sus precedentes en las rebeliones de esclavos a lo largo de ese siglo y en la insurrección general del 10 de octubre de 1868.
No es casual. Repito; no es casual que la primera palabra que los esclavos del ingenio La Demajagua escucharan de los labios de su amo, Carlos Manuel de Céspedes, aquel amanecer luminoso, fuera la palabra “ciudadanos”. “Después le oyeron decir que eran hombres libres y escucharon su invitación a unírsele, si querían libremente hacerlo, para luchar por la libertad de los demás y por la de la Patria que en ese instante comenzaba a nacer.”[8]. Y no es casual que en la primavera, seis meses después, esa misma palabra –ciudadanos- fuera la que presidiera la constitución de la República, sus poderes, símbolos y atributos, en una asamblea polícroma, tanto por la piel, como por la edad, el sexo y el vestuario de sus participantes.
El corazón, el eje y el alma de esa estatalidad nueva están en la unidad de los cubanos. Esa unidad nace de reemplazar en lo político y cultural el yo por el nosotros, el concepto de Nación por el de Patria, que, como Martí decía, era humanidad, y de definir el ascenso al poder en Cuba como condición no adquirida, sino ganada en el servicio virtuoso a esa unidad, en el culto a la dignidad humana, y en la práctica generosa de la solidaridad.
La unidad se expresa además en el propio concepto unitario de la revolución: al abolir la esclavitud y proclamar como ciudadanos iguales –de hecho y de derecho- a los amos y a sus esclavos, al español que se ha asumido cubano, al criollo, que es su hijo, al mulato, obra del mestizaje racial y cultural, al negro africano y al negro criollo nacido en la esclavitud, al rico y al pobre, la revolución cubana y el nuevo Estado, en su propia cuna, borran las razas, las sangres y los dones, y alzan solo una condición humana: la de ser cubano.
De aquí, por cierto, lo ajeno que nos resulta el concepto “afrocubano”, que es en sí mismo una burda cubanización de otro, segregacionista y racista: “afroamericano”, el cual se empeña en demarcar el origen de pueblos, que les guste o no, son también mestizos, aunque de otro tipo de mezcla, porque la verdad verdadera, como se dice, es que ninguno de nosotros es puro y que las conductas racistas que practicamos son expresión cultural de relaciones económico-sociales y de poder construidas al margen.
A los cubanos no nos interesa tanto saber quiénes son nuestros padres, como dónde crecemos y quiénes y qué ambiente han determinado quienes somos. En otras palabras: nuestra Patria.
A la unidad, le sigue la ética, pues no hay Patria, mucho menos unida, sin virtud. En unas notas Al Lector, que acabamos de preparar para un libro que queremos publicar con esta universidad, sobre el sacerdote cubano Félix Varela, nuestro santo popular y primer guía espiritual de la nación, para decirlo con palabras salvadoreñas, escribí:
 “Los cubanos insistimos siempre que para entender a la revolución cubana en su carácter radical, en su apogeo y complejidad, es preciso no reducirla al ideario y la acción de Fidel Castro, Raúl Castro o Ernesto Che Guevara, aunque es imposible analizarla sin ellos… (Ellos) no son seres iluminados aislados sino el resultado de un aprendizaje generacional (en el) que… todos (somos), a su vez, coetáneos, discípulos directos, indirectos o sentidos de un sacerdote que inicia su trayectoria vital a fines del siglo XVII y pone la piedra fundacional: Félix Varela y Morales, el primero que nos enseñó a pensar, como decimos en Cuba; el autor del milagro de hacer que un pueblo se reconociera a sí mismo como un nuevo conglomerado humano surgido de una evolución histórica, de los cruces de civilizaciones y culturas, con vocación y voluntad de identidad propia y con la aspiración de ser, de derecho y de hecho, libre, independiente y soberano.
 “Sin entender la siembra disciplinada, gradual y metódica del Padre Varela, tan llena de referencias a la moderación y la conciliación patriótica independentista, sin comprender cómo los caminos reformistas, políticos y civilistas fueron agotados primero en la colonia y en la segunda república (neocolonial) después; sin conocer su rechazo a los puritanismos y fanatismos, en los que veía la fuente de la esclavitud de los hombres de su tiempo y la causa del desamor y las actitudes antipatrióticas, se queda corto el conocimiento de la Historia de Cuba; es imposible entender la dualidad inmensa de José Martí como poeta y humanista y como político, conspirador y guerrero; es difícil comprender por qué se le tiene como un artista de la palabra sin ataduras, por qué le aclaman en los campos de Cuba como Presidente y Mayor General, y por qué se le proclama cien años después de su nacimiento como Apóstol y autor intelectual de un hecho de armas (el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953), destinado a lograr la definitiva y tantas veces postergada independencia verdadera.
 “Los enemigos de la revolución cubana y sus mercenarios han querido usar su nombre –el de Félix Varela- para dar riendas a fingidas engañifas de retorno al estado liberal burgués y anexionista, fundado sobre la injusticia, el crimen y la exclusión social de millones de cubanos, así como la sumisión al Imperio cuyos padres fundadores nos consideraron desde entonces la más jugosa adición que podría hacerse a la Unión americana. A los que los adversamos, nos acusan de radicales, intransigentes y fundamentalistas.
 “Radical es ir a la raíz de los problemas, y a ella vamos, sin dudas. En cuanto a la intransigencia (“terminito cubano”- como solía decir el Padre Varela), esta no era piedra angular del pensamiento de aquella generación iniciadora, más dada a la prudencia que a la manifestación de la verdad, sino herencia gloriosa surgida del cierre de los opresores a todos los caminos de nuestra libertad. Pero intransigencia, para los adoradores del verbo “transigir”, no significa fundamentalismo, aunque ahora se le reduzca al repudio a la renuncia a los principios, a lo fundamental. Visto desde una hermenéutica libertaria, no seríamos los revolucionarios cubanos los únicos persistentes a lo largo de la historia, solo que nosotros defendemos principios éticos y otros hacen valer principios monetarios. Nuestra intransigencia es moral. La de los otros tiene que ver con el dinero.
 “Puesto a elegir frente a la verdad, cuyos caminos de avance habían sido cerrados en Cuba, no cabe la menor duda que el sacerdote Varela habría apartado a un lado la prudencia y optado por honrar sus más profundas convicciones, como lo había demostrado ya en su cátedra de Filosofía y Derechos del Hombre del Seminario habanero de San Carlos y San Ambrosio, en sus últimas actuaciones en las Cortes españolas y en sus escritos y correspondencias postreras. No me caben dudas que, de haber sobrevivido a los años cincuentas del siglo XX, cuando el país sufría la temible tiranía de Fulgencio Batista, en ese momento en que los cubanos morían por millares, víctimas de la más brutal represión, Varela habría invocado también a Martí y, religioso al fin, habría actuado como Monseñor Romero, sin transigir en uno solo de sus principios morales.
 “Es justamente esa opción radical por la verdad y la virtud que lo acompañó a lo largo de su vida y lo recluye hasta la muerte en el exilio de San Agustín de la Florida, lo que hace que el legado espiritual y moral del padre Varela trascienda su tiempo y se radique en los cimientos de la nación cubana, así como los restos del apóstol Pedro están sembrados bajo el baldaquín dorado de la Basílica de San Pedro, en Roma, por lo cual Varela merecería desde hace tiempo un lugar más que venerable en los altares. No en balde en su cenotafio de mármol blanco una inscripción reza: «Aquí descansa Félix Varela. Sacerdote sin tacha, Eximio Filósofo, Egregio Educador de la Juventud, Progenitor y defensor de la Libertad Cubana. Quien viviendo honró a la Patria y a quien muerto sus conciudadanos honran…»”[9].
Esa Patria que Varela “descubre”, se nutre ante todo de comprender cuál es la naturaleza de lo cubano, la cubanía (y no la cubanidad, que no está en las palmas reales, ni en la música, ni en los frijoles negros, el cerdo asado, el ron y el tabaco y mucho menos en esa vulgar jerga miamera en la que algunos creen que hablamos los cubanos de la Isla –¡oie, chico!).
Es una Patria que Varela, como Martí, solo conciben en el alcance o la encarnación de “toda la justicia”, inspirada en ideales muy propios sin dejar de ser universales, “una corriente de pensamiento que aspiraba, nada menos, que a crear «una sophia cubana que fuera tan sophia y tan cubana como lo fue la griega para los griegos». Ese pensamiento cubano en formación nació de una reflexión universal, humanista, que trascendía la isla como prueba la gran polémica filosófica de 1838-1839, cuyo protagonista central fue (José de la) Luz (y Caballero), discípulo y portador de las ideas de Varela; polémica que fue definida en su momento como el suceso más original en la historia del pensamiento latinoamericano. 
Este pensamiento cubano surgido de hombres que eran beneficiarios del régimen esclavista tuvo sus cimientos en la ética y el ejercicio libre del criterio, el pensar con cabeza propia que permitió imaginar a Cuba “tan isla en lo político como lo es en la geografía” y una sociedad fundada en la justicia y la solidaridad. Lo plasmó Luz en memorable juicio: “Antes quisiera, no digo yo que se desplomaran las instituciones de los hombres -reyes y emperadores-, los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral”.[10] 
El simple hecho de que Céspedes, el padre de la Patria, mostrara a sus esclavos su natural calidad de hombres libres, los incitara a ejercitar su personalidad con toda amplitud, a gozar de los mismos derechos civiles y políticos que los demás ciudadanos con perfecta igualdad, y los dotara además de los medios para alcanzarlos, llevó a que los anexionistas del siglo XIX cubano, en fecha tan temprana como el 24 de octubre de 1868, proclamaran aterrorizados: “Nunca se ha encontrado Cuba más cerca de una verdadera revolución social y socialista”[11]. Para entonces, Marx acababa de publicar El manifiesto comunista, sus ideas no habían sido aún traducidas al inglés y mucho menos al español y Lenin no había nacido.
Moralidad, justicia y libertad, unidas además con la verdad y la belleza: he ahí la fórmula de lo cubano, quizás la más cercana a la visión idealista –por perfecta- y a la vez radical de Varela y de Martí. Por eso, el sistema político que se constituye no atiende la división de los ciudadanos en partidos electorales, porque ya ha visto que estos destruyen, fragmentan, corrompen, reforman para que todo siga igual y, a veces, optan por aliarse o anexionarse al más poderoso, como las rémoras a los tiburones.
Por el contrario, el pueblo libre de Guáimaro, al que no se podría tachar de totalitario, prefiere a una vanguardia política y moral que abandere el proyecto alternativo de país proclamado en la Constitución. Para Martí, esto es un solo Partido Revolucionario Cubano, revolucionario, insisto, y no solo independentista. Para Fidel, un solo Partido Comunista de Cuba, porque comunista es la forma de ser revolucionario en los siglos XX y XXI, con todos los derechos y deberes (y no hablo de los modelos y símbolos caídos).
Esas opciones colocaron a la revolución cubana en las filas del disenso mundial en el siglo XIX y en el siglo XX. Ya habían visto nuestros patriotas en qué habían terminado las independencias de España en muchos lugares de nuestra América. Ya sabían nuestros padres, en la primera mitad de ese siglo, que para poder ser libres e independientes, de verdad, había que ser necesariamente antimperialistas, y fundir lo mejor de nuestro acervo, con las ideas más avanzadas del mundo. Pero además, hacerlo desde el pueblo y con el pueblo, y no sobre el pueblo, como los populistas, que venden demagogia deslumbrante mientras protegen su elitismo, practican la doble moral y expresan su desprecio por las masas.
Frente a esos  hechos y sin ánimo de instrumentalización, cabe recordar en esta casa de estudios al rector y filósofo Ignacio Ellacuría, cuando definió que “En definitiva, la realidad histórica, dinámica y concretamente considerada, tiene un carácter de praxis que, junto a otros criterios, lleva a la verdad de la realidad y también a la verdad de la interpretación de la realidad...” y que “la realidad histórica es, además, la realidad abierta e innovadora por antonomasia.[12]"
La realidad cubana fundada el 10 de abril de 1869 fue innovadora, dinámica y se asentó en una praxis –necesaria e inevitablemente antianexionista y antimperialista para poder sobrevivir- que nos condujo a su verdad. Praxis histórica, que puede explicarse, según Ellacuría, en “el hombre entero –en este caso el cubano- quien toma sobre sus hombros el hacerse cargo de la realidad... una praxis real sobre la realidad, y éste debe ser el criterio último que libere de toda posible mistificación: ... de una espiritualización que no tiene en cuenta la materialidad de la realidad y... de una materialización que tampoco tiene en cuenta su dimensión trascendental”[13].
Así, por la ruta de Ellacuría, “la consideración unitaria de todos los dinamismos que intervienen en la historia muestra a las claras la complejidad de la praxis histórica y los supuestos requeridos para que sea plenamente praxis histórica”. De ahí que la única forma posible de gobierno resultante de aquella estatalidad fundacional sea revolucionaria. Un gobierno a contracorriente, como dice el historiador cubano Enrique Ubieta; disidente “de la cultura dominante, oficial, contrarrevolucionaria, en un mundo que todavía (no tenía y) no dispone (aún) de una cultura alternativa, bien estructurada”[14] por la que bogaron aquellos intelectuales “bien estructurados” a los que se refería Roque Dalton:

Los que
en el mejor de los casos
quieren hacer la revolución
para la Historia para la lógica
para la ciencia y la naturaleza
para los libros del próximo año o del futuro
para ganar la discusión e incluso
para salir por fin en los diarios
y no simplemente
para eliminar el hambre
para la eliminar la explotación de los explotados

Es natural entonces
que en la práctica revolucionaria
cedan sólo ante el juicio de la Historia
de la moral el humanismo la lógica y las ciencias
los libros y los periódicos
y se nieguen a conceder la última palabra
a los hambrientos, a los explotados
que tienen su propia historia de horror
su propia lógica implacable
y tendrán sus propios libros
su propia ciencia
naturaleza
y futuro.[15]

Por eso la revolución cubana y su Estado no son, como con frecuencia acuñan los políticos, los intelectuales y los periódicos del main stream,  unos sobrevivientes de la era de las ideologías, de la guerra fría y del derrumbe soviético, ni son unos desalineados de esa izquierda, que a fuerza de palos han vuelto dócil, “responsable” y políticamente correcta, sino rebeldes adelantados que perduran al paso del tiempo, en la idea y en la praxis, porque el Estado cubano del siglo XXI es la encarnación moderna y avanzada de aquella República originaria que proclamó en su Constitución las aspiraciones esenciales de 1869, y que han perdurado hasta la fecha: “…un Estado socialista de trabajadores, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos, como república unitaria y democrática, para el disfrute de la libertad política, la justicia social, el bienestar individual y colectivo y la solidaridad humana”[16].
Cuba y su Estado permanecen porque con sus conquistas y su ejemplo, por encima de cualquier defecto humano, han desafiado al Imperio más poderoso de los tiempos sin degenerar ni traicionar a las ideas que les dieron origen, sin divorciarse de la historia y tradiciones cubanas; y porque ese ejemplo, vigilado y defendido por millones, es sedicioso, contagia e inspira a que otros busquen por caminos propios, un buen vivir posible.
De ahí que presuntos y no tan presuntos contrarrevolucionarios, disidentes, opositores, terroristas, y también historiadores, políticos, economistas, comunicadores, ideólogos, teólogos y hasta empresarios de toda laya, aventuren constantemente análisis, interpretaciones y pronósticos en su afán por separar a la revolución cubana de sus raíces, destruirla como alternativa posible y desmontarla como ejemplo, privándola de su gran día.
En el caso cubano, en tanto porción inalienable de este hemisferio, la solución a sus problemas y desafíos, si bien es parte de un ámbito geopolítico ancho y de otro menos amplio, aunque más común entre sus pares – la América Latina y el Caribe-, pasa, siempre, por la admisión de su singularidad frente a su vecino mayor y por la imposición de modelos hegemónicos a los que como pequeña nación insular y subdesarrollada, ha estado sometida por siglos. Nuestras claves siguen lejos de las reformas. El reformismo es mediocre, positivista, conservador y antinacional siempre; se funda en la desconfianza y aliena a la masa. La revolución siempre es creadora, optimista, propone la utopía que es motor del cambio y como confía, suma al pueblo y llega tan lejos como los sueños.
Cada vez que los caminos se cruzan, se confunden o se tuercen, oímos las disputas sobre las soluciones a la llamada “situación cubana”. Ninguna por cierto reconoce que de los millones de niños que mueren en el mundo por enfermedades curables, ninguno es cubano; ni que entre los millones de analfabetos y hambrientos no hay cubanos, ni que en las horribles escenas de crímenes, de desaparecidos y de represión que sacuden a las llamadas sociedades modelos, ni las víctimas ni los victimarios son cubanos.
Ninguna solución menciona que nueve millones de cubanos se reunieron en miles de democráticas asambleas  para analizar el país que tenían, el que querían y el que podían tener, y propusieron cómo trazar y recorrer ese camino. Ninguna alternativa menciona que esas recientes asambleas aprobaron una hoja de ruta para ordenar la economía, la sociedad y la política insulares. Ninguna habla del consenso construido, ni de las leyes y políticas adoptadas como resultado de un parto nacido en las entrañas del pueblo deliberante, que antes que nacionalista, es solidario e internacionalista, porque su esencia es bolivariana y martiana, y su espectro de derechos consagrados y gozados, incomparablemente más amplio.
Las soluciones a la “situación cubana” de que nos hablan, ya sabemos de dónde vienen. Se escriben en Washington y en Miami, aunque las retoquen y publiquen en cualquier otro lugar, y vienen cargadas de terror verbal, físico y económico. Siguen siendo en esencia monroistas y panamericanistas. A ellas puede caberles aquello que también advertía Ellacuría para El Salvador, pero aplicable del mismo modo a todos nuestros países hermanos: “…La solución que ofrece EE.UU..., tomada en bloque, no es buena. Y no lo es por un principio absolutamente kantiano: una solución no universalizable para todo el mundo no es una solución humana..., no es una solución humana, no sirve para la humanidad. Si todo el mundo tuviera los niveles de consumo de EE.UU. (de carne, de electricidad, de petróleo, etc.) acabaríamos en veinte años con los recursos existentes. Luego, desde un punto de vista concreto, medible, ecológico de la realidad del mundo, esa no es ni puede ser la solución. En el mejor de los casos es una solución para ellos... (y bien mala, apuntaría) Mientras, nosotros y todo el Tercer Mundo, lo que tenemos, lo que nos han dejado, es un problema[17].

Estimados compañeros y compañeras:

Podría poner fin aquí a esta conferencia, pero como me han precedido eventos y acontecimientos sorprendentes, que involucran a mi pueblo digno y heroico, y emulan con la curiosidad de Julio Verne o con el destino del mentiroso Pinoccio, aunque en ambos casos van de patéticas faldas, cito, desde la historia, dos referencias ajenas a toda duda, que explican de dónde venimos, por qué celebramos el Día de la Patria y por qué no queremos los cubanos optar por la contramarcha y los mea culpa a los que algunos mal nacidos en la isla se pliegan con vergonzosa mansedumbre.
Las primeras palabras son de John F. Kennedy. Fueron pronunciadas el 6 de octubre de 1960, en un banquete del Partido Demócrata, en Cincinnati, Ohio, en plena campaña electoral por la presidencia de los EE.UU. Son un agrio y cínico reproche a los republicanos y explican, quizás, por qué había terroristas cubanos en Dallas aquel fatídico 3 de noviembre de 1963: 
 “…En 1953 la familia cubana tenía un ingreso de seis pesos a la semana. Del 15 al 20 por ciento de la fuerza de trabajo estaba crónicamente desempleada.
 “Sólo un tercio de las casas de la Isla tenían agua corriente y en los últimos años que precedieron a la revolución de Castro este abismal nivel de vida bajó aún más al crecer la población, que no participaba del crecimiento económico.
 “Sólo a 90 millas estaban los Estados Unidos –su buen vecino- la nación más rica de la Tierra, con sus radios, sus periódicos y películas divulgando la historia de la riqueza material de los Estados Unidos y sus excedentes agrícolas…
 “…De una manera que antagonizaba al pueblo de Cuba usamos la influencia con el Gobierno para beneficiar los intereses y aumentar las utilidades de las compañías privadas norteamericanas que dominaban la economía de la Isla. Al principio de 1959 las empresas norteamericanas poseían cerca del 40 por ciento de las tierras azucareras, casi todas las fincas de ganado, el 90 por ciento de las minas y concesiones minerales, el 80 por ciento de los servicios y prácticamente toda la industria del petróleo y suministraba dos tercios de las importaciones de Cuba.
 “El símbolo de esta ciega actitud está ahora en exhibición en un museo de La Habana. Es un teléfono de oro sólido obsequiado a Batista por la Compañía de Teléfonos. Es una expresión de gratitud por el aumento excesivo de las tarifas que autorizó el Dictador cubano a instancias de nuestro Gobierno. Y a los visitantes del museo se les recuerda que Estados Unidos no dijo nada sobre otros eventos que ocurrieron el mismo día que se autorizó el excesivo aumento de las tarifas cuando 40 cubanos perdieron su vida en un asalto al Palacio de Batista.
 “…Quizás el más desastroso de nuestros errores fue la decisión de encumbrar y darle respaldo a una de las dictaduras más sangrientas y represivas de la larga historia de la represión latinoamericana. Fulgencio Batista asesinó a 20 000 cubanos en siete años, una proporción de la población de Cuba mayor que la de los norteamericanos que murieron en las dos grandes guerras mundiales
 “…Voceros de la Administración elogiaban a Batista, lo exaltaban como un aliado confiable y un buen amigo, en momentos en que Batista asesinaba a miles de ciudadanos, destruía los últimos vestigios de libertad y robaba cientos de millones de dólares al pueblo cubano.
 “Aumentamos una constante corriente de armas y municiones a Batista justificándola en nombre de la defensa hemisférica cuando en realidad su único uso era aplacar la oposición al Dictador y todavía, cuando la guerra civil en Cuba estaba en todo su apogeo –hasta marzo de 1958- la Administración continuó enviando armas a Batista, que usaba contra los rebeldes...
 “…Aún cuando nuestro gobierno detuvo el envío de armas, nuestra misión militar permaneció para adiestrar a los soldados de Batista para combatir a los revolucionarios y se negaron a irse hasta que las fuerzas de Castro estaban en las calles de La Habana”[18].
La segunda cita es del 6 de abril de 1960 y pertenece a Lester D. Mallory, subsecretario adjunto de Estado para los Asuntos Interamericanos en el gobierno del general Dwight Eisenhower. En estas palabras, Mallory recuerda en un memorando a Roy R. Rubottom Jr., entonces subsecretario de Estado para los Asuntos Interamericanos, el objetivo de las sanciones económicas contra Cuba:
 “La mayoría de los cubanos apoya a Castro. No hay oposición política eficaz… El único medio posible para aniquilar el apoyo interno (al “régimen”) es provocar el desencanto y el desaliento por la insatisfacción económica y la penuria... Se deben emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba... Una medida que podría tener un fuerte impacto sería negar todo financiamiento o envío a Cuba, lo que reduciría los ingresos monetarios y los salarios reales y provocaría el hambre, la desesperación y el derrocamiento del gobierno”[19].
El cinismo de esta actitud hacia Cuba, que ha dejado un doloroso saldo de más de un billón de dólares en daños materiales (medidos en precios constantes del oro) e incontables sufrimientos humanos, tiene su expresión en lo que hizo entonces Rubottom Jr., cuando al recibir el memorando de Mallory estampó al margen del papel esta lacónica respuesta: "Yes".
Algo similar a lo que hace Obama cuando, a pesar de reconocer el fracaso de la política anticubana y la necesidad de un cambio, firma cada año la prolongación de la aplicación a Cuba del Acta de comercio contra el enemigo –con lo que extiende por doce meses más el bloqueo genocida y la Ley Helms-Burton; o cuando sanciona cada dólar de los 205 millones destinados en los últimos años a subvertir el orden constitucional cubano o de los 30 millones anuales que presupuesta el Gobierno para la agresión radial y televisiva contra Cuba, mientras los contribuyentes estadounidenses sufren la peor crisis económica de la historia.
Es el mismo cinismo con el que aprehendieron a cinco heroicos luchadores antiterroristas y los sancionaron a castigos inconstitucionales, ilegítimos, absurdos e inmorales, mientras se brindó protección a infames terroristas que, como alertan también las últimas noticias, andan desbocados para intentar cobrar en Caracas, a los venezolanos, lo que no pudieron arrebatarles hace doce años; la misma dignidad que no han podido reducirle a los cubanos.
Todo esto viene a nuestra mente este 10 de abril, que evoca el día en que se aspiró a lo máximo y se tuvo bríos para asegurarlo; cuando se pusieron las piedras fundacionales del panteón. ¡Día de la Patria!, parece llamarlo José Martí, cuando escoge la fecha para fundar y aportar, convencido de que en lo esencial, la guerra principal de Cuba ha sido, es y será de pensamiento, y que debe hacerse como un acto voluntario, de amor, donación o dedicación a la causa, acaso como un gesto altruista. Por ello, nos recuerda desde su siglo y para todos los tiempos:
 “…ningún hombre tiene derecho al deshonor. Se es libre, pero no para ser vil: no para ser indiferente a los dolores humanos; no para aprovecharse de las ventajas de un pueblo político, del trabajo creado y mantenido por las condiciones políticas de un pueblo, y negarse a contribuir a las condiciones políticas que se aprovechan. Dígase que no otra vez. El hombre no tiene la libertad de ver impasible la esclavitud y deshonra del hombre, ni los esfuerzos que los hombres hacen por su libertad y honor”.[20]
No somos impasibles, ni “insecteamos por lo concreto”, al estilo de aquellos a quienes Martí fustigó en su tiempo. Como dijo el gran intelectual y laico cubano Cintio Vitier, “La nación ya es inseparable de la revolución que desde el 10 de octubre de 1868 la constituye, y no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto. Si la revolución fuera derrotada caeríamos en el vacío histórico que el enemigo nos desea y nos prepara, que hasta lo más elemental del pueblo olfatea como abismo. A la derrota puede llegarse, lo sabemos, por la intervención del bloqueo, el desgaste interno, y las tentaciones impuestas por la nueva situación hegemónica del mundo”.
 “Estamos, añade, en el momento más difícil de nuestra historia… obligada a batirse con la insensatez del mundo a que fatalmente pertenece, amenazada siempre por las secuelas de oscuras lacras seculares, implacablemente hostilizada por la nación más poderosa del planeta, víctima también de torpezas importadas o autóctonas que nunca en la historia se cometen impunemente, nuestra pequeña isla se aprieta y se dilata, sístole y diástole, como un destello de esperanza para sí y para todos”[21]. 

Muchas gracias


EL DÍA DE LA PATRIA: REVOLUCIÓN, JUSTICIA Y DERECHOS
Conferencia del Embajador de Cuba Dr. Pedro P. Prada en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, San Salvador, 10 de abril de 2013



[1] Luis Alvarenga, doctor en Filosofía. Catedrático de la UCA y estudioso de la obra de José Martí.
[2] Martí, J. El 10 de abril, publicado en Patria, el 10 de abril de 1892. En Obras completas, T.IV. Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1975.
[3] Idem.
[4] Idem
[5] Martí, J. Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868, en Hardman Hall, Nueva York, el 10 de octubre de 1890. En Obras completas, T.IV. Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1975.
[6] Martí, J. El 10 de abril, publicado en Patria, el 10 de abril de 1892. En Obras completas, T.IV. Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1975.
[7] Milanés, P. Cuando te encontré. En el disco Proposiciones, EGREM, La Habana, 1988. En Internet: http://www.musica.com/letras.asp?letra=838379
[8] Alarcón, R. Reseña del libro "Ese sol del mundo moral" de Cintio Vitier. En Internet: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=72006 (9.04.13)
[9] Prada, P. Al Lector salvadoreño. En Félix Varela y Morales: el milagro de pensarse un pueblo. (En preparación)
[10] Alarcón, R. Reseña del libro "Ese sol del mundo moral" de Cintio Vitier. En Internet: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=72006 (9.04.13)
[11] Idem (citado por...)
[12] Ellacuría, I. Filosofía de la realidad histórica, UCA Editores, San Salvador, 1990.
[13] Idem
[14] Ubieta, E. Las antítesis de la guerra. En Enrique Ubieta; Cuba: ¿revolución o reforma? Casa Editora Abril, La Habana, 2012.
[15] Dalton, R. La pequeña burguesía (una de sus manifestaciones). Poemas clandestinos. En Roque Dalton, No pronuncies mi nombre, Poesía Completa III, DPI, CONCULTURA, San Salvador, 2008.
[16] Constitución de la República de Cuba, 2001. En Internet: http://www.parlamentocubano.cu/index.php?option=com_content&view=article&id=1418&Itemid=83 (9.04.13)
[17] Ellacuría, I. Filosofía de la realidad histórica, UCA Editores, San Salvador, 1990.
[18] Kennedy, J. Discurso en banquete de recaudación de fondos del Partido Demócrata, Cincinnati, Ohio, 6 de octubre de 1960. En Internet: http://www.presidency.ucsb.edu/ws/?pid=25660 (4.04.13)
[19] Mallory, L. citado por Granma, La Habana, lunes 8 de abril de 2013. Año 17 / Número 99. El texto original de Memorando puede leerse en su totalidad en el Proyecto Web Archivo de Seguridad Nacional.
[20] Martí, J. El día de la Patria, publicado en Patria, el 10 de abril de 1893. En OC, T. IV: 435.
[21] Vitier, C. Discurso de la Intensidad. En Lo cubano en la poesía. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1998. En Internet: http://www.cubaliteraria.com/autor/cintio_vitier/ensayo.html (9.04.13)

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