Ayer los presidentes de Cuba, Raúl Castro Ruz, y de Estados Unidos, Barack Obama, decidieron en una acción conjunta abrir una nueva etapa en la relaciones entre los dos países que, a pesar de sus profundas e irreconciliables diferencias, habían decidido conversar de forma discreta pero comprometida durante los últimos 18 meses, y hallaron formas de avenencia sin renunciar a uno solo de sus principios y valores. En el caso de Cuba, sin menguar en un ápice la soberanía nacional, la independencia, la libertad y la dignidad nacional de nuestra Patria y su heroico pueblo.
Ambos presidentes anunciaron su acuerdo de restablecer relaciones diplomáticas y trabajar en un conjunto de iniciativas para fomentar la cooperación bilateral en temas de interés mutuo como el narcotráfico, la seguridad, los vertimientos de hidrocarburo, meteorología y sismología, las migraciones y el tráfico de personas, entre muchas otras oportunidades identificadas, incluidos e esa lista los ofrecimientos que en cantidad superior a la docena, Cuba colocó sobre la mesa de conversaciones migratorias bilaterales durante el último decenio.
Se inicia un proceso que debería conducir a la normalización de relaciones, pero cuyo principal escollo sigue intacto: el bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos, que ha causado daños materiales a la Isla por más de un billón de dólares, y sus fundamentos políticos y legales, como la inclusión de Cuba en la espuria lista de estados patrocinadores del terrorismo y las leyes Helms-Burton y Torricelli, entre otras.
Cuba, el país agredido, se presenta a las negociaciones con la moral en alto. El desafío es grande. El sacrificio mayúsculo. La preparación de los cubanos mayor y la lucidez de su vanguardia y liderazgo infinitas. No es una puja por coronas de laurel. Pese a las diferencias, se puede convivir en paz y respeto.
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