Tras estudiar y conocer mejor las formas de lucha no convencional del poderoso adversario, he albergado las sospechas de que aquello pudo ser un desmoralizante montaje, hecho con alevosía y premeditación, para golpear el orgullo nacional del gran país euroasiático, así como se han coreografiado después la represión y las manifestaciones en Libia, Siria, Venezuela, Nicaragua...
El
modo guarda similitud con los simbólicos derribos de monumentos dedicados a los
soldados soviéticos en los países de Europa del Este que aquellos ayudaron a
liberar del fascismo. Va en paralelo con los empeños de universidades
estadounidenses y europeas donde anida lo más rancio del pensamiento
conservador contemporáneo, que se esfuerzan en reescribir la historia y lo
difunden con la participación de los medios transnacionales.
Las
respuestas ante hechos semejantes suelen ser diversas y heterogéneas, pero
ninguna supera a lo que nace de las entrañas del pueblo. En 2012, hace seis
años, la población de la ciudad rusa de Tomsk dio el ejemplo. La gente sacó de
sus paredes, altares y baúles las fotos de sus padres y abuelos, se puso sus
medallas, desplegó juntas las banderas tricolor y roja, y marchó por la calle
cantando los himnos y melodías gloriosas de los años de lucha contra el
fascismo.
No
pidieron permiso a ningún partido, no se organizaron con ningún gobierno.
Simplemente, salieron a reivindicar su historia y su derecho a la paz. “El
Regimiento Inmortal”, llamaron a aquella masa de cinco mil rusos que levantaban
como testimonio los rostros de sus seres queridos acompañados de una tela que
proclamaba, como las letras de bronce de la tumba del soldado desconocido del
Kremlin: “Nadie está olvidado, nada se ha olvidado”. Sacudieron a toda Rusia.
La
iniciativa fue secundada inmediatamente por decenas de ciudades rusas y luego
por todo el país. Hombres y mujeres de diversas ideas políticas la abrazaron, y
ello unió aún más a toda la nación. Se le unieron los pueblos de Ucrania, Bielorrusia,
Kazajstán y Kirguistán. El ejemplo ha sido imitado por los descendientes de
rusos y por sus amigos en decenas de países del mundo.
En
Moscú, el gran desfile militar que cada año celebra la histórica victoria, es
seguido por la marcha del pueblo, que ha sido en todas las épocas el gran
defensor de la capital rusa. El presidente Putin acude a ella como uno más, con
la foto de su padre, marino defensor de Leningrado. Otra imagen que da vida a
los 27 millones de caídos.
El
Regimiento Inmortal ha vuelto a salir hoy 9 de mayo de 2018 a las calles de
Moscú, de toda Rusia y del mundo. Los millones de rostros que se asoman entre
la multitud son una advertencia para quienes atizan guerras, creídos de su
mesianismo y excepcionalidad, como aquellos que hace 73 años se rindieron en
Berlín. Los pueblos siempre son sabios.
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