El
1 de mayo de 2018 pasará a la historia como una prueba de que el misterio de
Cuba sigue siendo insondable si no se es patriota verdadero: en todas las
plazas, en la gran plaza de La Habana, la gente salió a desfilar en la fiesta
del trabajo, que es también jornada de compromiso con el camino elegido y con
los abanderados de la marcha, hayan sido Fidel, Raúl, como lo es hoy
Díaz-Canel.
Muchos
extranjeros y turistas se mezclaron en el gran torrente humano. Querían comprender.
¿Qué? ¿Quién paga?, ¿Qué dan? ¿Los amenazan? ¿Qué pasa si no hubieras estado
aquí? Pero dicen… ¿Qué dicen? No entienden. La gente ríe. La gente baila. La
gente conversa. La gente chismea. La gente se besa y se abraza. Y amanece y el
sol calienta. Y suena el himno y la gente sentada en el asfalto se para y
voltea hacia Martí. ¿Por qué? No ves que están tocando el himno nacional. El
respeto colectivo paraliza.
Con
el último acorde del “…valientes corred” se revuelve la marea humana, se alzan
banderas y carteles y empieza el movimiento. Habla un líder sindical. La gente
escucha y se mueve y habla y se organiza y cuando llegan los vivas, se apretuja
y empuja hasta que arranca la marcha con el himno del día del trabajo en que se
dan la mano los trabajadores. Pero aquí hay estudiantes, artistas, deportistas,
campesinos, periodistas, diplomáticos, empresarios, científicos, militares,
policías, blancos, negros, chinos, mulatos, jabaos, todos mezclados.
Los
que más saben, los que han estado decenas de años reportando esta marcha en La
Habana, los que han visto el desfile en todas las épocas, los que creían
haberlo vivido todo, sienten algo diferente esta vez, algo electrizante, algo
que sube, que sale de la masa y pega en el pecho y más hondo, que cosquillea en
los brazos y acelera el pestañeo. No ocurre la habitual aglomeración frente a
la tribuna que enlentece una senda de manifestantes mientras se vacía y aligera
la otra. La marea humana ocupa maciza, de acera a acera, la ancha avenida, y la
gente grita su confianza en el futuro a quien ha recibido la estafeta. Díaz-Canel
saluda junto a Raúl.
Es
una presión muy grande para un solo hombre sentir ese grito de las entrañas de
una nación. Debió pensar en el Comandante y en el propio General-presidente que
le precedieron. Y confirmar lo que ya sabía: es uno más en aquella multitud a
la que se debe. Esa multitud diversa, no unánime, pero unida y misteriosa que
es Cuba, insondable para sus adversarios. Orgulloso gallito de pelea que no se
rinde ante ningún amenazante matón del gallinero.
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