Agradezco mucho a Ocean y a Limia* por la
presentación y por sus palabras. También agradezco a todos los amigos presentes
que llegaron en medio de las limitaciones de combustible y bajo este sol abrazador
a este lugar. Y doy muchas gracias al Memorial y a su directora Enith Alerm por
acogernos.
No hay nada como leer en retrospectiva tu propia vida.
El colega Juan Marrero, jefe de la redacción internacional y uno de mis maestros en Granma, me dio un empujón final cuando en la presentación del primero de los libros sobre el derrumbe, afirmó –¡el maestro a su discípulo!- que había extraído una lección del libro: “el periodismo no solo es útil en la inmediatez, sino que también lo puede ser mucho tiempo después de los acontecimientos”.
Yo solo puedo asegurarles que estas páginas están
entre las más auténticas de mi vida, porque son hijas de una gran desgarradura
y del consiguiente aprendizaje.
Todas y cada una fueron marcadas por las vivencias del
derrumbe soviético como corresponsal del diario Granma, entre 1990 y
1992. Y aunque fueron escritas a partir del regreso de Moscú y hasta 2006, explícita o
implícitamente, son el resultado de las lecciones y reflexiones a que me
arrastraron aquellos sucesos excepcionales.
Nunca fueron pensadas como un conjunto, sino como las
tareas de un reportero de la realidad cubana que, aun cuando publicó algunas y
otras no tuvo dónde publicarlas, fiel al oficio, siguió y sigue escribiendo.
Con el paso del tiempo he descubierto en estos
escritos a un ser humano que luchaba por reafirmarse, por decir sus
inconformidades, desesperado por defender cosas que para algunos parecían
vencidas, o por alertar a tiempo de los males que pudieran avenirse de arriar
banderas; que humanamente dudó, pero que había aprendido ya a pensar con cabeza
propia y había hecho una elección madura y definitoria.
Mis padres aseguran que de niño disfrutaba armando
rompecabezas. Se me antoja que cada una de estas pequeñas piezas que hoy
comparto, hacen parte del rompecabezas vital de mi generación. Contrastan lo
vivido como joven, como estudiante y como profesional en un país que ya no
existe, con la vida real de los que en Cuba vencimos la guerra impuesta en
bicicleta, con cerelac y azoteas en noches de apagón, y también con la de los
que no resistieron.
Hago una salvedad. Aquí no encontrarán regodeos en lo
nauseabundo del derrumbe allá y en lo dramático del período especial aquí. No
se promueven actitudes suicidas o sadomasoquistas; ni se exaltan exorcismos
ideológicos, y mucho menos se conmina a stripteases o travestismos políticos,
como sí lo hacen los grandes coros mediáticos transnacionales y sus envilecidos
“departamentos ideológicos” de oligarcas multimillonarios. Tampoco igualan lo
desigual y diferente. Son, como se les nombra, un contrapunteo.
Títulos como La economía de la marimba
–sobre el surgimiento de “lucha” y los “luchadores”-, Alguna gente se
cansó de pensar –sobre la pereza mental y la molicie
burocrática-, Limpiar los cristales –sobre la indiferencia
ante los problemas y la ligereza ante los detalles cotidianos-, El
síndrome de la vidriera –sobre la invasión de los símbolos
imperiales y del consumismo- o Conceptos –publicado antes, sobre
las órdenes y las conductas de un piloto soviético en Afganistán y de un
oficial cubano en Kangamba- fueron escritos hace 25 años y no han perdido
vigencia crítica.
Lo nuestro
primero es un desafío al egoísmo instalado en la cultura de
nuestro tiempo, en nuestra sociedad y en nuestras instituciones, al que hay que
combatir con solidaridad. Generó un enfrentamiento de Bohemia –que lo publicó-
con la empresa cubana patrocinadora del slogan que lo motivó.
El consuelo de
que Consuelo esté aquí, Nieves
y soles, Sincretismos, El primer amor, son
todos votos por la moralidad, la decencia, la fidelidad, contra la exclusión y
por la unidad nacional.
Invitaciones
cerebrales, escrita en el estreno del Carril II durante el
primer gobierno de Clinton, fustiga el robo de cerebros y el reformateo de
cerebros, algo que tan bien practica el gobierno de Estados Unidos a través de
sucesivas convocatorias a sus becas, sus entrenamientos y sus cursos para
prefabricarnos los lidercillos que la sociedad civil cubana no quiere darse, y
que está ocurriendo en este mismo momento que hablo, mientras niegan visas a
quien desee hacerlo hasta por cuenta propia.
Ese comentario emparenta con el artículo ¿Entrará
Gorbachov a la Universidad de La Habana? que resultó escandaloso
en 1998, y no se publicó sino hasta mucho después, cuando a pesar de los
millones de sus contribuyentes gastados, el gobierno de Estados Unidos se
desesperaba porque no había aparecido aún el Gorbachov cubano.
Nosotros, los
dolidos… fue escrito en medio de la algarabía internacional
por las firmes decisiones judiciales frente a la ola de secuestros de
embarcaciones y aeronaves cubanas en 2005, y se siente como una bofetada a los
que no saben qué cosa es sufrir el terrorismo, ni defenderse del terrorismo, y
alardean de inmaculados para justificar su deshonestidad política y cultural,
cuando se ha actuado en legítima defensa de la Patria.
Habanicidio está hecha, desde el siglo XX, para aquellos que en el siglo XXI, e
ignorando los sesenta años de guerra enfrentados, son incapaces de deslumbrarse
con esta ciudad maravillosa que cumple medio milenio en medio de la batalla.
Hasta El rugido, publicado en la revista
Jit, se lee hoy como una vindicación temprana frente al dolor que sentimos al
ver carente de fe y pasión a nuestra pelota y a algunos incapaces de dejar la
piel en el terreno por su equipo.
Revisados, depurados y ordenados los manuscritos, y ya
en manos de la editorial, su jefe, David Deutschmann, me volvió a provocar con
sus interrogantes, como había hecho cuando editó el primero de mis libros sobre
el derrumbe soviético. América Latina entraba en una fase frenética de
neomonroismo, restauración neoliberal y política judicializada. Hacía poco que
Obama había realizado su pasarela habanera y yo había participado en debates
sobre el centenario de la Revolución de Octubre.
Así surgió el ensayo El futuro de la revolución
socialista, la lucha por el poder y el empoderamiento de los cubanos,
que dialoga sobre la peculiaridad del momento actual: “el problema del poder”
(decía Lenin) –el material y el ideológico- (aclaraba Marx), y fustiga, de
paso, al burocratismo, la corrupción, el reformismo, las traiciones y los
desvaríos (nos apuntarían Fidel y el Che).
En resumen, el Contrapunteo… propone un
fresco sobre nosotros, los cubanos. Pretende tocar fibras, mostrar valores e
invitarnos a actuar como dueños responsables de Cuba y del socialismo, y no
como sus usufructuarios; se empeña en demostrar por qué debe hacerse lo
contrario a lo que nos aparte de nuestro camino, a contrapelo y a
contracorriente. Alerta de nuestros defectos y expone virtudes y conquistas en
el paisaje áspero en que florecieron y nos mantuvieron en pie durante aquellos
años. Y se presenta en una nueva coyuntura nacional compleja y luminosa.
Como hace 30 años, vuelven a levantarse grandes y
procelosas olas de tormenta en nuestro navegar. Al mismo tiempo, Cuba, nuestra
arca de salvación, exhibe junto con las cicatrices del tiempo, sus recias y
reequipadas cuadernas, un motor afinado, tripulación entrenada, y lleva al
mando a un hijo generacional de aquellos timoneles fundadores, de los que
aprendió a mantener firme el rumbo y el ojo avizor en medio de la tormenta, y
que hoy nos convoca a capear el temporal como mejor sabemos:
“Una nación –cito- es una familia de grandes
dimensiones, cuyos miembros habitan una casa única, que formalmente es un país
y entrañablemente es la Patria. ¿Cómo hacer de ella el hogar al que soñamos
llegar? ¿Qué podemos hacer y qué debemos hacer de ella en pos de la prosperidad
colectiva? ¿Qué necesita Cuba de sus hijos para alcanzarla?”
Con estas palabras se nos conmina a pensar como país,
a fijar nuestra cuota de entrega al crecimiento colectivo, a sacar provecho de
nuestra fuerza más formidable y poderosa: la unidad.
Si bien el libro fue concebido antes de este llamado,
quisiera que el Contrapunteo cubano del derrumbe soviético fuera
mi modesto aporte, tanto como unos versos de Silvio Rodríguez que elegí de
colofón, de epílogo o de epitafio, como más les guste, y que resumen mis
propios sentimientos:
…mundo feroz, lo digo en juramento:
enterrarme le va a roncar el cuero.
Muchas gracias.
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*Ernesto Limia, historiador cubano y Vicepresidente primero de la UNEAC.
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