viernes, marzo 06, 2020

SESENTA AÑOS DE FORJA COMÚN

En el lugar de estudio y trabajo en mi casa cuelga desde hace años una esquelita escrita a mano por una persona muy querida: “Sin el glacial invierno, sin el duelo y la muerte,/¿Quién apreciar podría. Primavera, tu gloria?/Son un crisol las penas que mi espíritu templan/y con acero puro el corazón me forjan”. Se afirma que estos versos fueron escritos por Ho Chi Minh cuando estaba preso en las llamadas jaulas de tigre donde los colonialistas franceses castigaban a los revolucionarios vietnamitas en los años cincuentas.

Me han acompañado como amuleto para forjar mi propio carácter, para aprender a enfrentar los desafíos. Valen tanto como la sempiterna insistencia del líder de la revolución cubana Fidel Castro de que en nuestro vocabulario –y filosofía de lucha- no caben las palabras rendición ni derrota. Pesan idéntico que aquellas otras ideas de nuestro héroe nacional José Martí, respecto al valor de alzarse sobre el de caerse y que todo triunfo solo puede ser resultado de un gran sacrificio.

Para mi generación, los cubanos nacidos después de la victoria del 1 de enero de 1959 y crecidos y educados a lo largo de sesenta años de luchas revolucionarias, Vietnam forma parte de nuestro imaginario, de nuestros aprendizajes éticos, políticos y de lucha. Parecería que así estaba predestinado cuando en fecha tan lejana como 1889 Martí publicó en una revista para niños un cuento al que denominó Un paseo por la tierra de los anamitas y con ello prendió para siempre en nuestros corazones la admiración y el respeto por esa nación de seres laboriosos, pequeños de estatura y grandes de espíritu y bondad.

Sin embargo, fue el heroísmo sin límites de enfrentar al mismo imperio que nos agredía y las imágenes desgarrantes de la tragedia impuesta, lo que definitivamente nos puso en el camino de la hermandad. Tan distantes por la geografía y desesperados por el crimen que se cometía ante los ojos de la humanidad, no nos bastó con protestar en cuanto foro internacional se convocaba, ni con enviar azúcar, constructores, médicos, diplomáticos, artistas, barcos. Fidel, que tenía la capacidad de interpretar aquellos sentimientos populares, lo expresó para todos los tiempos: “Por Vietnam estamos dispuesta a dar hasta nuestra propia sangre”. Luego rubricó aquella voluntad cruzando a riesgo de su vida el prohibido paralelo 17º para enarbolar la bandera del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur, allí donde todavía se combatía.

Las historias de aquellos años recorrieron toda nuestra vida: el fusilamiento de Nguyen Van Troi, la masacre de Mi Lai –nombre que adoptaron muchas niñas en Cuba, en homenaje-, las torturas a Vo Thi Tang y su imperturbable sonrisa de victoria, los bombardeos de Hanoi retratados por la cámara de Santiago Álvarez. Raúl Valdés Vivó abriendo una embajada en la selva y Alicia Alonso y nuestro ballet danzando entre los escombros de la metralla. Los mercantes cubanos rehenes de las minas en el puerto de Haiphong, la ofensiva del Tet cuyos días contábamos, las leyendas de la construcción del hotel Victoria y la carretera y los puentes, y el enigma de la ruta Ho Chi Minh, abierta en la selva de forma secreta a lo largo de miles de kilómetros. Y finalmente, para todos los tiempos, aquella imagen de la estampida invasora que hicimos propia, cuando los tanques vietnamitas derribaban las verjas del palacio presidencial de Saigong.

Las vivencias más recientes nos siguen encontrando en la renovación del socialismo que cada pueblo eligió como destino. Lo hacemos con una mezcla asombrosa de complicidad y respeto mutuo; a nuestras respectivas maneras y modos, enfrentados a colosales adversarios y a nuestros propios fantasmas, pero empeñados en proporcionar la mayor suma de prosperidad y felicidad posible a nuestra gente y construir a la vez y en paz patrias “diez veces más hermosas”. Con su humildad y tenacidad proverbial los vietnamitas nos han mostrado más de una vez el camino y han celebrado nuestros avances como propios. Ambos países han intercambiado la formación profesionales en sus escuelas y universidades, y han compartido solidariamente la riqueza de sus culturas. En los momentos más aciagos para Cuba, no ha faltado en nuestra mesa el arroz lejano y hoy son los primeros decididos a quebrar definitivamente el bloqueo.

En mi pasado estudiantil compartí aula con jóvenes “veteranos” de guerra que aprendían a hacer periodismo y nos hablaban de las hazañas del general Giap y de sus compañeros como simples páginas de sus vidas. En mi otra vida como periodista, cuando trabajaba en el diario Granma, del Partido Comunista de Cuba, fui testigo en los diálogos con delegaciones del Partido Comunista de Vietnam de la calidez y compromiso de los encuentros. En esta vida como diplomático he tenido el honor de conocer a hombres y mujeres extraordinarios que combinan el arte de la negociación más refinada con la fidelidad a los principios, la firmeza y la prudencia. Y que, por si fuera poco, añaden toques de humor y simpatía que otras escuelas diplomáticas del mundo envidiarían.

Hace sesenta años que Cuba y Vietnam decidieron oficializar su relación. No es que el amor requiera papeles para legitimarse, pero en política y en relaciones internacionales esos reconocimientos cuentan. Y vamos a celebrar los abrazos, aunque sea de modo virtual en tiempos de pandemia. Lo haremos en medio del combate, como nos ha ocurrido siempre a lo largo de nuestras respectivas historias nacionales. El recrudecimiento del acoso político y diplomático y de la guerra económica, comercial y financiera de Estados Unidos contra Cuba restringe las posibilidades de expandir las virtudes del socialismo que han podido catalizarse en Vietnam. Como los vietnamitas, los cubanos nos hemos  forjado en las luchas cotidianas. Nuestros partidos no son maquinarias electoreras que gastan dinero, mienten y reparten dádivas a los votantes, sino que rinden cuenta constantemente por la conducción política y moral de nuestros pueblos. Nuestros líderes de hoy no participaron en las epopeyas redentoras de ayer, pero sí en la compleja construcción del socialismo. Saben que esta construcción humana es también una ciencia de ejemplo y virtud, y todos los días se empeñan en alcanzar su altura.

Mi edad es la misma que la de nuestras relaciones diplomáticas. En sueños yo he visitado Anam. He caminado por el borde del lago de las carpas. He visto la cabaña sencilla donde se soñó el presente y reconocido los lugares sagrados aprendidos por fotos viejas. Me ruborice al descubrir las quemaduras de la anciana que era niña en la foto de la guerra y me hundí jorobado en el túnel subterráneo donde se sobrevivió en un tiempo. Comí arroz recién cosechado, pescado fresco y adiviné fauces de dragones en unos arrecifes emergidos. Melba Hernández, la heroína del Moncada, que tan cerca estuvo de Vietnam y pudo hacer todo eso y más, explicaba siempre que esa capacidad de soñar los cubanos la aprendíamos de Martí y de Fidel, pero que también nos la inspiraban las ideas del tío Ho, ese que nos enseñó que “Cuando más alta pone su meta el corazón,/Tanto más ha de estar mejor templado”.

Palabras del Embajador de Cuba en Argentina Pedro P. Prada, en encuentro fraternal con la Embajada de Vietnam en Argentina, en ocasión del 60 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Vietnam. Buenos Aires, 5 de marzo de 2020.


No hay comentarios: