Nunca tuve el privilegio de estrechar la mano del revolucionario salvadoreño Schafik Hándal. Pero durante mis años de servicio en El Salvador, me tocó la suerte de conocerlo a través de su familia, de sus hermanos y compañeros de lucha y, sobre todo, desde la visión profundamente emotiva que el pueblo se construyó de aquel a quien también llamaban “comandante Simón” o, simplemente, “El Viejo”.