Nunca tuve el privilegio de estrechar la mano del revolucionario salvadoreño Schafik Hándal. Pero durante mis años de servicio en El Salvador, me tocó la suerte de conocerlo a través de su familia, de sus hermanos y compañeros de lucha y, sobre todo, desde la visión profundamente emotiva que el pueblo se construyó de aquel a quien también llamaban “comandante Simón” o, simplemente, “El Viejo”.
Hijo de emigrantes palestinos procedentes de
Belén, que se dedicaron al comercio en la centro-oriental ciudad de Usulután,
Schafik, que ahora tendría 85 lúcidos años, fue un típico joven de su tiempo,
pero con una capacidad para beber conocimientos y una disciplina para el
estudio y para las tareas de cualquier orden que, inmediatamente lo
distinguieron dentro de su grupo, convirtiéndolo, por la fuerza de su ejemplo y
atractiva personalidad, en un líder nato.
Las primeras noticias que tuvimos los cubanos
de este revolucionario latinoamericano, parte de cuya obra presenta hoy la Editorial de Ciencias Sociales en
alianza con el salvadoreño Instituto
Schafik Hándal, no corresponden siquiera al período posterior al triunfo de
la Revolución. En un fragmento del libro Sombrero azul con estrella, en
preparación, sobre los amores cubano-salvadoreños, cuento desde dónde corren
estas aguas:
Schafik Hándal estaba en septiembre de 1952
con su familia en Santiago de Chile. Había llegado exiliado, a consecuencia de
una brutal operación represiva contra toda la estructura de dirección del
Partido Comunista Salvadoreño y su ala juvenil… La familia había logrado
rescatarlo en Usulután y sacarlo del país por los caminos de Honduras,
localizaron a los parientes en Chile para que lo recibieran, y contactaron a
sus vínculos en el Partido Comunista de Chile para ayudarlo a buscar trabajo y
rematricular Derecho en la universidad local... Chile no ofrecía muchas
alternativas al joven… Pero en julio del siguiente año (de 1953) las noticias
de una rebelión armada en la vecina a El Salvador isla de Cuba, el 26 de julio,
lo pusieron en aviso de que se avenían cambios trascendentales en la región y
empezó a informarse…
La isla caribeña se había convertido en un
motivo de atracción para él, desde que en el primer año de ingreso a la
Universidad de El Salvador escuchara una conferencia del profesor Roberto
Agramonte, catedrático del Alma Máter habanera, sobre el tema de la democracia,
José Martí y la lucha independentista del pueblo cubano. Schafik sentía que
entre Cuba y El Salvador había una deuda moral pendiente. Era de los tiempos que
el Dr. José Gustavo Guerrero, canciller de su país, encabezó la delegación
salvadoreña a la Conferencia Interamericana que se celebró en 1928 en La
Habana, y durante sus deliberaciones fue líder de la defensa de la soberanía
latinoamericana frente al agresivo intervencionismo yanqui y ante el servilismo
de algunas delegaciones, como la de Cuba.
Bajo presiones de la Embajada norteamericana,
el presidente salvadoreño le envió cables instruyéndole que ablandara o
depusiera su posición. La respuesta del Dr. Guerrero fue ejemplar. Contestó que
no lo llamara a aceptar un acto antipatriótico, que él terminaría su obra y al
regresar a San Salvador renunciaría a su cargo de Canciller. Y renunció, pero
en La Habana no claudicó en su enfrentamiento con el Jefe del Departamento de
Estado de los Estados Unidos. Las delegaciones de la mayoría de los demás
países latinoamericanos apoyaron la posición de Guerrero y el tema quedó
pendiente para una próxima Conferencia Interamericana…
También había otra razón para la inquietud
creciente de Schafik por los sucesos de Cuba: en marzo de 1952, pocos días
después de un golpe militar, debía recibir y atender en su calidad de
presidente de la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños
–AGEUS- a un cubano que llegaría en nombre de la Federación Mundial de
Juventudes Democráticas, a preparar la participación de los jóvenes cuscatlecos
en una conferencia mundial sobre los derechos de la juventud. Jorge Risquet
Valdés Zaldaña hacía un recorrido que incluía México, Guatemala y Honduras,
pero su estancia en El Salvador fue especialmente dilatada e intensa por cuenta
de Schafik. El salvadoreño, con su contagiosa capacidad de motivar, lo
involucró en los debates universitarios, compartió con él sus escritos para el
periódico semanal de la AGEUS y juntos tejieron los hilos de una amistad que
perduraría en el tiempo con la hibridación humorística de los nombres de ambos
–Jorges Bistek- por Schafik Jorge y
Jorge Risquet. Pronto se disipó entre ellos el velo del clandestinaje,
reconocieron su militancia en las juventudes comunistas de ambos países y sostuvieron
intensos diálogos…
En 1953, el día 1 de mayo, con el mandato
recibido en la capital austriaca de preparar el Festival Mundial de la Juventud
y los Estudiantes, Jorge Risquet viajó desde Paris hacia Argentina y Chile. Los
jóvenes comunistas chilenos se hicieron cargo de Risquet, lo llevaron a sus
actos y tribunas, también le ofrecieron espacios de discusión. Fue invitado al
parlamento nacional, en Viña del Mar, y una tarde le abrieron las puertas de la
asamblea estudiantil de la Universidad Católica de Santiago de Chile, a donde
el cubano llegaría a exponer la idea del Festival e invitar a los jóvenes a
hacerse presentes. Fue un debate duro, según recordaba aún Risquet...
De repente, un vozarrón de alzó del fondo del
paraninfo. Risquet no lo veía bien, pero apoyaba sus ideas. Se tensó el debate,
la voz respaldaba y razonaba la iniciativa y surgió el acuerdo: los estudiantes
de la Universidad Católica enviarían observadores al Festival que comenzaría el
2 de agosto. Risquet lo buscó al final. La voz le sorprendió por la espalda:
“¡Jorges Bistek!”. Y se produjo el segundo encuentro: el salvadoreño le contó
cómo escapó de su país a Chile, compartieron unas horas más de aquella jornada,
pero el cubano debía seguir y volvieron a despedirse. No se reencontrarían
hasta muchos años después, pero Schafik, que había comenzado a informarse mejor
sobre lo que ocurría en Cuba, estaría entre los que piqueteros y manifestantes
frente a la embajada de Cuba en la capital chilena, al conocer el llamamiento
mundial de la FMJD, que pedía salvar la vida de los jóvenes implicados en la
rebelión de Santiago de Cuba, de julio de ese año, y de su joven líder, Fidel
Castro.
Se iniciaba 1956 cuando alguien de los
comunistas chilenos hizo llegar a sus manos un folleto pequeño. Era el discurso
de autodefensa en el juicio que se le siguió en Santiago de Cuba al jefe de los
rebelados. Fue la primera vez que Schafik Hándal se “encontró” con Fidel
Castro, cuyo programa político le causó vivo interés, pero cuyo alcance no
alcanzó a comprender de inmediato, a partir de la visión estrecha y
estereotipada de la lucha revolucionaria que tenían los comunistas
latinoamericanos de la época, fuertemente influidos por las ideas del Partido
Comunista de la Unión Soviética.
A fines de 1956, cuando finalmente pudo
regresar a su patria…, encontró noticias confusas de la mayor de las Antillas:
un desembarco, una insurrección, decían que los habían matado a todos, Batista…
y de nuevo el mismo nombre, las declaraciones serenas y la seriedad de palabras
refrendadas en los actos de aquel Fidel Castro que lo había impresionado con su
alegato de 1953. Schafik empezó a buscar con mayor interés todas las noticias
de Cuba.
Volvió a su universidad para concluir los
estudios de Derecho y a las actividades políticas de los estudiantes. Con
algunos de ellos reemprendió la lectura y discusión de La Historia me absolverá, mientras seguía con meticulosidad las
noticias de los combates en la Sierra Maestra y en las ciudades cubanas que La Prensa Gráfica reportaba con rigurosa
frecuencia y en ocasiones, con evidente parcialidad a favor de los
revolucionarios cubanos. A veces se coló en las reuniones de la Junta
Revolucionaria de Exiliados Cubanos en El Salvador y pudo informarse
directamente de los sucesos en Cuba por jóvenes cubanos, perseguidos por la
dictadura.
Hay testimonios diversos y confusos que lo
ubican el 3 de enero de 1959 en la ocupación simbólica de la misión diplomática
cubana, apoyando a los patriotas de la isla. Se habla de su arenga el 30 de
julio de aquel mismo año, en la clausura de la primera semana estudiantil de
solidaridad con Cuba, y cómo llegó apurado y tarde a la reunión del 28 de enero
de 1960 en la que se constituía la primera organización salvadoreña de
solidaridad con Cuba, para estampar su firma de primero, en la portada del
documento que Roque Dalton y otros habían firmado disciplinadamente al dorso…
La lucha política y revolucionaria lo llevó
al exilio nuevamente en el verano de 1960, expulsado del país por los
militares. El propio Schafik narró cómo llegó hasta allí: “En esos días se
estaba preparando la invasión a Bahía de Cochinos. Ya la revolución había
triunfado en Cuba, en el año 1959. En Guatemala había campos de entrenamiento,
en una hacienda de Idígoras Fuentes, a quien la CIA le pagaba grandes sumas por
prestarse él y su territorio para preparar mercenarios. Había otras bases en
Nicaragua, albergadas por Somoza. Y cuenta Schafik: “Se había traslucido y se
inventaron que nosotros, los seis que echaron primero de El Salvador, éramos
cubanos. Nos entregaron como a la una y media de la madrugada, en San
Cristóbal, en la frontera, departamento de Santa Ana. Allí nos llegaron a traer
los militares guatemaltecos. Nos quitaron las esposas que llevábamos desde El
Salvador y nos pusieron las de ellos. Nos subieron a un camión que no era
militar, era un camión para transportar arena y materiales de construcción, al
que le habían puesto unas tablas, como para sentarse… Llegamos a Jutiapa...
Allí nos enteramos que nos habían entregado como si fuéramos cubanos con la
misión de asesinar a Idígoras Fuentes”…
Schafik siempre recordaría con cariño aquel
evento en el que estuvo en peligro su vida, pues había sido la primera vez que
caía preso y era por causa de Cuba, país a donde llegaría al fin en junio de
1962, invitado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, ICAP… Cuando
regresó, traía una idea mucho más clara del significado y el alcance de la
revolución cubana, y de las particularidades del socialismo que los cubanos
construíamos, así como de la estatura política y moral de nuestros líderes. Por
eso, cuando como él mismo reconoce, muchos comunistas se desmoralizaron en el
momento en que el primer ministro soviético Nikita Krushov retiró los cohetes
que defendían a Cuba de la amenaza de desaparecer por un ataque imperialista
con armas nucleares, el discurso de Fidel alivió dudas, esclareció hechos y le
dio herramientas para su propia lucha.
Luego sucedió otra época de grandes debates,
asociados al surgimiento de movimientos armados en la región, inspirados en la
lucha guerrillera cubana de fines de los años cincuentas. La muerte del Che en
Bolivia, en 1967, puso sobre el tapete las diferencias de las respectivas
realidades nacionales, que no eran Cuba; ni sus luchadores políticos habían
seguido el mismo proceso de formación y maduración de los cubanos. Schafik
volvió ese año a la Isla, acompañado de otros valiosos compañeros...
Recorrieron Santiago de Cuba para conocer de cerca la historia cubana y
entenderla. Allí conoció… el ejemplo extraordinario de nobleza, lucidez y valor
de Frank País García. La impronta del joven héroe cubano lo marcó tanto que al
regreso fundó un destacamento de aguerridos y consagrados médicos y patriotas
salvadoreños, vinculados al Partido Comunista, que sería decisivo en los
venideros años de lucha y que llevó el nombre de Frank País.
Un momento clave en los encuentros fue durante
la celebración en La Habana, en agosto de 1967, de la conferencia de la
Organización Latinoamericana de Solidaridad, OLAS, compuesta por diversas
agrupaciones revolucionarias y antiimperialistas de América Latina, que tuvo en
aquel momento un importante impacto en los movimientos de Izquierda de la
región. La OLAS, que había sido una iniciativa del senador socialista chileno
Salvador Allende –a quien Schafik conocía de su exilio en aquel país- era hija
de la Primera Conferencia
Tricontinental efectuada en enero de 1966 en la capital cubana.
El objetivo de la reunión era pasar balance
sobre las estrategias aplicadas hasta el momento y apostar por la lucha armada
y la guerra de guerrillas como mecanismo para extender la revolución a toda
Latinoamérica, a la vez que alcanzar la unidad de las fuerzas revolucionarias
participantes. Obviamente, los comunistas y ortos revolucionarios salvadoreños
no podían aislarse de aquel esfuerzo. Sin embargo, las discrepancias entre esos
partidos –aún demasiado apegados a los lineamientos de Moscú- y las
organizaciones no comunistas, así como la tendencia a simplificar la
experiencia cubana por el impacto de su Revolución, condujeron al traste con
aquel esfuerzo, según reconoce Schafik en sus reflexiones.
En la delegación cubana estaba sentado Jorge
Risquet. Había engordado y se había dejado barba. Ya llevaba lentes. Schafik
solo mostraba algunas canas en sus sienes. Su voz, corpulencia y claridad de
pensamiento permanecían intactas. Risquet escuchó al salvadoreño y comentó al
Comandante en Jefe Fidel Castro la historia de sus encuentros en 1952 y 1953.
Fidel le pidió a Risquet que se acercara a Schafik y a la delegación de El
Salvador e intercambiara con ellos. La coincidencia de ideas pudo hacer avanzar
la discusión, que parecía estancada. Una hora después, el debate tomó su buen
curso. El abrazo entre los dos revolucionarios –Schafik y Risquet- había sido
notorio y la conversación esencial. La identificación, respeto y simpatías por
la revolución cubana no se discutían. Y como colofón, el primer diálogo
personal con Fidel.
Mientras cubanos y salvadoreños entraban en
aquellos años en etapas cruciales de sus luchas, las visitas se sucedían con
más frecuencia y comenzó a discutirse con más fuerza el vital asunto de la
unidad revolucionaria en el que insistía la dirección cubana... El tema
aparecía en reuniones con el PCUS y en eventos en Moscú, en visitas a Vietnam y
en congresos del Partido Comunista Francés en los que Schafik y Risquet
volvieron a coincidir en múltiples ocasiones. Para los cubanos el tema de la
unidad era un asunto en el que diferían bastante los compañeros salvadoreños y
en el que se iban revelando distintas posiciones sectarias… Y como el propio
Schafik cuenta en delicioso diálogo con el lector, Fidel Castro se convirtió en
su moderador, como anfitrión de reuniones informales en las que abogaba por la
unidad, pero sin entrar a una discusión formal., con respeto por ellos, sin
imponer…
Luego del triunfo de la Revolución Popular
Sandinista, en Nicaragua, los encuentros se mudaron a Managua. Los cubanos
guardábamos con amargura los recuerdos dolorosos y las justas reservas hacia
los integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP, en particular
hacia quienes habían participado en el asesinato de Roque Dalton. No obstante,
nuestra recién abierta Embajada en Managua acogió a los revolucionarios salvadoreños,
Schafik entre ellos, para que se produjeran las necesarias discusiones que
entre revolucionarios debían conducir a la unidad, a la comprensión del alcance
y profundidad de la crisis política en su patria tras el golpe de Estado de
octubre de aquel año, y cuáles debían ser las estrategias de lucha para El
Salvador...
Fue en esas condiciones que se celebró una histórica
reunión en La Habana en diciembre de 1979, en la cual se pactaron los primeros
pasos en función de la unidad revolucionaria. Se estableció una Coordinación
Político Militar (CPM) a la que siguió la creación de la Dirección
Revolucionaria Unificada (DRU). Schafik solo faltó a la cita del 10 de octubre
de 1980 en la capital cubana, en la que reunidos el Partido Comunista, las FPL,
el ERP y la RN, acordaron el nacimiento del Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional. El estaba cumpliendo otras importantes tareas en el frente
internacional, recogiendo armas para la nueva etapa de lucha…
Cuando en los años noventas el socialismo se
derrumbó en la URSS y muchos revolucionarios latinoamericanos se desconcertaron
ante aquellos acontecimientos, temiendo la desaparición de Cuba, Schafik estuvo
en condiciones de explicar con claridad a sus compatriotas las diferencias. Él
había sostenido fuertes colisiones con altos funcionarios del PCUS por Cuba,
pues sentía que los soviéticos, o no le hacían caso, o le daban órdenes. Cuando
se celebró el último Congreso del PCUS, en 1989, ya en plena guerra e
iniciándose las conversaciones de paz, Schafik y el FMLN fueron invitados a la
reunión, pero a condición de guardar silencio. Fueron una vez más Fidel Castro
y la delegación del Partido Comunista de Cuba, según recuerdan agradecidos los
salvadoreños, quienes les tendieron la mano en aquellas frías jornadas. Años
después reciprocaría ese gesto, pero con Hugo Chávez, al cederle su turno en la
tribuna de una sesión del Foro Social de Sao Paulo, que tras la superación de
las dictaduras militares de los ochentas y noventas en la región, se negaba a
recibir a un uniformado rebelde, cuyo pensamiento y objetivos de lucha solo muy
contados y esclarecidos revolucionarios habían logrado entender.
Cuando lean estas memorias, les sorprenderá cómo
explica Schafik a su pueblo y a sus militantes, el significado de la revolución
cubana y de Cuba para El Salvador y sus luchas. Sus palabras se apoyan en un
profundo conocimiento de la historia de ambas naciones y en un pormenorizado
estudio de sus respectivas realidades, de lo cual conversaba en prolongadas
veladas con Fidel. Quienes fueron testigos de aquellos intensos diálogos hasta
el amanecer en el Palacio de la Revolución de La Habana, dan fe del respeto, la
confianza y la honestidad con que se cruzaba cada palabra, y del afán
impertinente de ambos por saber más el uno del otro, de sus respectivas
historias, de lecturas realizadas y anécdotas escuchadas. Ráfagas de preguntas
o preguntas en ráfaga, y respuestas acuciosas, dilatadas, siempre sazonadas de
humor.
Pero no es de esto último de lo que trata Legado
de un Revolucionario, aunque se mencione, sino de la revelación, como
señalan sus compañeros del FMLN, de “la riqueza y autenticidad de Schafik”, y
de la historia desconocida de las luchas obreras, indígenas, campesinas y
estudiantiles en El Salvador, y del parto durísimo de la unidad revolucionaria,
con el atractivo de que se lee como si se conversara con el líder, que tuvo la
honradez como virtud, y que murió incorruptible, por capricho del corazón, que
se insubordinó al descender de los 4000 metros de altura de la capital
boliviana, a donde había acudido en enero de 2005 para acompañar al líder
indígena Evo Morales en su histórica llegada al poder.
Es un deber revolucionario leer a Schafik
Hándal en tiempos de contraofensiva oligárquica e imperialista en nuestra
América, cuando la capacidad camaleónica de nuestros adversarios seduce a
pueblos que cambiaron para mejor su condición social por las transformaciones
ocurridas en los últimos quince años en la región y que no entendieron cómo eso
ocurrió; cuando las debilidades de unidad de las fuerzas revolucionarias, las disputas
intestinas por protagonismos y cargos, la ausencia o poca claridad de programas
de lucha, el electoralismo y sus vicios, y otras debilidades humanas, heredadas
del sistema a través del cual han accedido al poder, amenazan a los procesos de
cambio y a sus protagonistas.
Para los cubanos también ha de ser muy útil este
libro; para comprender los hechos históricos y reafirmarnos en nuestra ruta,
para entender los desafíos de nuestro tiempo y del porvenir, para razonar sobre
los caminos y errores que pueden conducir a que se malogren la sangre, el sudor
y los esfuerzos de muchas generaciones, y para advertir –sobre todo nuestros
hijos y nietos- la responsabilidad heredada de sus abuelos y padres, con
respecto al papel de Cuba en los destinos de América Latina y el Caribe.
Hay que agradecer a su partido, el FMLN, a su
viuda, Tania, y a sus hijos Jorge Schafik, Anabella y Erlinda, que en el año
2011 firmaron un documento dirigido al Instituto Cubano del Libro, por el cual nos
entregaban el texto digital de la obra y donaban al pueblo de Cuba y a su
Partido Comunista los derechos de reproducción. Hay que agradecer a la
editorial de Ciencias Sociales por tan cuidado volumen, a su editor, el
experimentado editor Ricardo Barnet, cuyo celo y profesionalidad están detrás
de este título, y al politólogo cubano Roberto Regalado, que dio impulso final
al proceso.
Gracias a ellos, hoy podemos acceder a la
historia y a las ideas de uno de esos soñadores esperanzados y tenaces,
incansable servidor de su pueblo, que como nuestro Comandante en Jefe, no
conoció ni permitió jamás la rendición ni la derrota, que vivió y murió ligero
de equipaje, y que aún en los momentos más difíciles, no desfallecía en su
entusiasmo y arengaba: “¡La lucha continúa”.
Muchas gracias.
PALABRAS EN LA
PRESENTACIÓN DE LA EDICIÓN CUBANA DEL
LIBRO LEGADO DE UN REVOLUCIONARIO, DE
SCHAFIK HÁNDAL, EN LA XXV FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE LA HABANA,18 DE FEBRERO DE 2016
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