En la mañana del sábado 24 de febrero de 1996, Hermanos al Rescate
había solicitado autorización para volar en una ruta planificada y
luego, contraviniendo todas las normas, las avionetas se desviaron
completamente hacia Cuba para ejecutar su provocación. El supervisor del Control de Tránsito Aéreo (ATC) en el aeropuerto de
La Habana estableció comunicación con su homólogo del ATC de Miami a
fin de esclarecer cuál era la situación de esas aeronaves, quien
contestó a los ocho minutos y dijo textualmente lo siguiente:
“Que había
consultado con el servicio de guardacostas de Estados Unidos y otras
personas, y no se tenía información alguna con respecto a este vuelo.”
Esa es otra prueba de que este fue un viaje deliberado. Aquel día,
desde bien temprano, el propio Departamento de Estado solicitó
información a la torre de control del aeropuerto de Opalocka acerca de
si los aviones de Hermanos al Rescate habían salido o iban a salir y
requirió que lo mantuvieran informado. Washington supo ese día, minuto a
minuto, todos los movimientos de Basulto y su gente y lo que harían,
pero no hizo nada por impedirlo.
A las 10 y 12 de la mañana, las estaciones radiolocalizadoras cubanas
detectaron tres objetivos aéreos desconocidos dentro de los límites de
las fronteras, los cuales tenían desconectados el código respondedor,
mientras realizaban un vuelo paralelo a las costas cubanas en una amplia
extensión. Cazas interceptores de la guardia cubana despegaron con la
misión de persuadir a las aeronaves violadoras para que desistieran de
su actitud, y a las 11 y 30 de la mañana lograron que cesara esa
provocación.
Hermanos al Rescate retiró las tres naves y aterrizaron en el
aeropuerto miamense de Opalocka sin el más mínimo llamado de atención
por parte de las autoridades norteamericanas. Almorzaron, volvieron a
pedir permiso a la ATC de Miami para despegar, dieron de nuevo una ruta
falsa, y a pesar de todo lo que había pasado esa mañana del 24 de
febrero y de las alertas dadas por Cuba directamente desde La Habana al
controlador aéreo de Miami, Basulto y sus pilotos recibieron la
autorización de vuelo.
Justo después de que José Basulto y otros dos aviones de este grupo
despegaron desde el aeropuerto de Opalocka, el controlador de la torre
del aeropuerto le deseó por radio: “buena suerte.” y la respuesta de
Basulto fue: “la necesitaremos”.
Ese sábado en la tarde el Malecón de la ciudad habanera comenzó a
inundarse de personas por los festejos del carnaval. Los grupúsculos
contrarrevolucionarios pretendían aprovechar la ocasión para el show
mediático, de manera que los corresponsales -muchos de los cuales
estaban confabulados con la acción-, reportaran de inmediato a sus
agencias para desinformar con “las manifestaciones multitudinarias que
apoyaban a Concilio Cubano”.
Mientras, Basulto y sus piratas volaban sobre la zona, como ya creía
él que podía hacerlo impune, lanzándoles cosas a los cientos de miles de
personas, lo que ya había hecho con sus octavillas y medallas
religiosas en otra oportunidad. Eso es pensando que tiraran volantes,
porque ya se sabe que estuvo concibiendo lanzar artefactos explosivos.
La Habana, en realidad, esa tarde era un hervidero de
acontecimientos. Además de las fiestas carnavalescas, estaba
celebrándose el acto de conmemoración por el 40 aniversario de la
creación del Directorio Revolucionario 13 de Marzo en las áreas del
antiguo Palacio Presidencial; otro foco de atención mediático era una
importante reunión del clero católico. También en esa jornada se
efectuaría el juego final de Villa Clara e Industriales en uno de los
campeonatos más candentes de béisbol que ha habido en Cuba.
Dos horas después del despegue en Miami, los radares cubanos
detectaron nuevamente a las tres naves avanzando hacia la Isla. A las
2:57 de la tarde, el controlador de vuelo del ATC de La Habana informa a
los pilotos de estas aeronaves que estaban penetrando en una zona
militar peligrosa, activada, y que su vuelo corría peligro. Ante la
advertencia, Basulto contesta: “Estamos conscientes del peligro cada vez
que cruzamos el área al sur del paralelo 24, pero estamos dispuestos a
hacerlo en nuestra condición de cubanos libres”.
A las 3 y 15 uno de los pilotos informa a Basulto que se dirige a La
Habana, y el otro lo sigue, siguen rumbo hacia la zona de la playa
Baracoa, al oeste de la capital cubana. Cuando las dos avionetas se
encontraban entre ocho y cinco millas de la costa fueron interceptados
por dos aviones Mig, los cuales les hacen varios pases y giros para que
desistan, les lanzan las bengalas como llamado de atención. Los pilotos
de Hermanos al Rescate hacen caso omiso a los requerimientos y persisten
en proseguir su vuelo hacia La Habana. No dejan otra alternativa que
interrumpirles el vuelo y son derribados.
Por los comentarios entre otra furibunda contrarrevolucionaria,
Silvia Iriondo, que va de pasajera junto a su marido y Basulto, se supo
que tenían a la vista la ciudad de La Habana, según se constató por las
cintas de audio y un video que el jefe de Hermanos al Rescate hizo para
testimoniar la tragedia a la que estaba lanzando a sus compañeros de
viaje.
Basulto vio a los Migs con sus giros de advertencia, “nos van a
tirar”, dijo, y entonó una risita continua de “ji ji ji ji… como de
cierta complacencia, (aunque años después expresaría en el juicio de los
Cinco Héroes que era por nerviosismo), e inmediatamente le dijo al
copiloto Arnaldo Iglesias que tomara los mandos pues iba a dedicarse a
filmar con la cámara de video.
Su misión provocativa se aprecia mucho más cuando nunca dio la orden
de retirada a los pilotos de las otras dos naves, pese a las
advertencias que recibía del ATC de La Habana y luego los vuelos de los
aviones militares cubanos con sus exhortaciones a desistir de la grosera
violación del espacio aéreo que desde su avión percibe y comenta con
sus pasajeros. También lo hace con uno de los pilotos de los otros dos
aviones: hablan de la presencia de los Migs, las bengalas y mencionan
una columna de humo que tienen enfrente (el primer avión derribado). A
esta tripulación tampoco le dijo que saliera de allí y retornara. Con
total desenfado dejó que los aviones siguieran su vuelo desafiante hasta
ser derribados.
Como el “capitán araña”, cuando vio que las otras dos avionetas no
eran más que dos columnas de humo en el horizonte, y que logró su
fatídico propósito, en la cinta se escucha a Basulto decir a sus
acompañantes: “Bueno, nos parece que nos tenemos que ir pa’l carajo…”
En su retorno, Basulto vuelve a probar que él tiene patente de corso.
Recibió orden del ATC de Miami de aterrizar en Cayo Hueso, y respondió
que no, que aterrizará en Opalocka. Ha ocurrido un grave incidente, y
este hombre todavía desobedece a las autoridades. Tiene que sentirse
realmente muy respaldado y de hecho así lo es, porque, de nuevo, por
esta violación no le pasará nada, por el desacato nadie le exige ninguna
responsabilidad.
Cuando llegó a este aeropuerto se le ordenó dirigirse hacia la
Aduana, y respondió que no, que iría a su hangar, como siempre hacía. Le
reiteran que no, que vaya para Aduana, y dice de nuevo lo mismo: “Iré
para mi hangar, como siempre lo he hecho.”, con lo cual se demuestra que
Basulto y Hermanos al Rescate nunca estuvieron sometidos a las normas
de control. Podían haber entrado cocaína, armas, personas, que a nadie
le rendían cuenta, porque campeaban por su respeto.
Solo cuando le dijeron por tercera vez: “Venga para Aduana”, y punto,
es la orden, se dirigió hacia allí, y ocurrió, entonces, el hecho
insólito de que no entrega la cinta, porque aduce un tecnicismo: Aduana
no tiene cómo copiarla. Eso no se lo cree nadie .Fue parte de la
componenda. Sólo por orden judicial tuvo que entregarla durante el
proceso contra los Cinco, y pudo conocerse la verdad de lo que realmente
ocurrió ese fatídico día.
La mentira se hace verdad
La primera escaramuza informativa ocurrió el propio sábado 24 cuando
las grandes cadenas de televisión propalaron al mundo la versión de que
aviones de guerra cubanos habían abatido dos avionetas civiles
estadounidenses en aguas internacionales y que murieron sus cuatro
tripulantes. Ante cámaras, el presidente Bill Clinton condenaba “de la
forma más enérgica” la acción y ordenaba a las fuerzas militares de su
país que protegieran las operaciones de búsqueda y rescate en las aguas
del estrecho de Florida.
La manipulación mediática de los hechos y las presiones ulteriores,
incluso, sobre el equipo investigador de la Organización Internacional
de la Aviación Civil (OACI) fueron muy burdas con el propósito de
convertir la mentira en una verdad.
Las avionetas de Hermanos al Rescate no cumplían los requisitos
establecidos por la propia OACI para ser consideradas como aviones
civiles en transporte de pasajeros, carga o correo y sí tenían todas las
características para ser consideradas como aeronaves que cumplían
acciones piratas, diversionistas o subversivas contra el Estado cubano.
A la hora de la determinación del lugar, ocurrió que Estados Unidos
dijo que se perdieron los registros de los radares que, una semana antes
y con tanto celo, desde Washington habían ordenado que se documentaran
con todo lujo de detalles. Todavía, a 20 años del hecho, se haN negado a
entregar las imágenes satelitales de la fecha y lugar de los
acontecimientos para corroborar los datos de los radares de Cuba, donde
sí quedaron probados los sitios exactos donde fueron derribadas las
avionetas.
Quizás ninguna demostración mayor de que la acción se desarrolló en
aguas jurisdiccionales de Cuba es que las autoridades norteamericanas
ese mismo 24 de febrero solicitaron participar en la búsqueda dentro de
las aguas y el espacio aéreo territorial cubano, y recibieron esa
autorización. Ya nuestro país tenía helicópteros y embarcaciones de
guardafronteras en esas labores. De la misma manera, la evidencia de que
Basulto, como jefe del grupo violador, no fue derribado, porque se
movió de manera veloz hacia las aguas internacionales.
Luego, hay muchas cosas que fueron retorcidas por parte de las
autoridades norteamericanas para evitar reconocer la violación ocurrida
aquel 24 de febrero. Por ejemplo, presentaron como testigos a la
tripulación del crucero Majesty of the Seas, que al día
siguiente fue que escribieron —según ellos— lo que había ocurrido,
después que las autoridades norteamericanas se entrevistaron con ellos.
Para localizar la ubicación donde cayeron las avionetas se basaron en
las observaciones humanas del piloto del buque sobre su cálculo de dónde
vio la columna de humo en el lugar supuesto del derribo. La objetividad
de ese testimonio ha sido puesta en duda durante estos años, pues esa
empresa de cruceros financiaba a la Fundación Nacional Cubano Americana
(FNCA) y el segundo al mando del buque es miembro de esa organización
acusada de actividades terroristas contra Cuba.
El otro testigo del incidente que los norteamericanos presentaron
ante la OACI fueron los tripulantes de una embarcación pesquera, quienes
entregaron sus testimonios por escrito con una coincidencia exacta
desde la a hasta la z en lo que escribieron. Sin embargo, cuando se les
preguntó qué estaba haciendo la embarcación pesquera frente a las costas
de La Habana, dijeron que estaba pescando…atún. Si Cuba tuviera túnidos
frente a sus costas, quizás nuestra industria pesquera estaría
compitiendo con el turismo.
Brutus se desencadena
Horas después de la tragedia, el presidente Bill Clinton reunió al
general John Shakikashvili, presidente de la Junta de jefes de estados
mayores de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, con miembros de la
Agencia Central de Inteligencia (CIA) y funcionarios del Departamento de
Estado, donde se ofrecieron varias opciones para responder a la acción
cubana, incluidos un ataque con misiles Crucero y bombardeos aéreos a
varios puntos seleccionados en el occidente de Cuba. Al día siguiente,
domingo 25, el presidente reunió al Consejo de Seguridad Nacional de la
Casa Blanca para evaluar la situación.
Los jefes del Pentágono no recomendaron los ataques militares a la Isla. “Dijeron que era mala idea”, señaló el Nuevo Herald
el primero de octubre de 1996, con la aclaración del entonces consejero
de seguridad nacional, Anthony Lake. Según se ha ido filtrando con el
paso de los años, la posición del Departamento de Defensa partía de la
situación operativa al valorar que Cuba tiene alto sentido de orgullo
nacional, capacidad y preparación militar defensiva, una posición
geográfica a solo 90 millas, además de una comunidad asentada en
territorio estadounidense que no se podía medir cómo reaccionaría ante
ataques que de manera inevitable causarían destrucción en áreas muy
pobladas.
Al Palacio de la Revolución en Cuba comenzaron a llegar los
alarmantes mensajes de los ataques y bombardeos, cuyo potencial peligro
fue una amenaza desde el momento en que la Administración de Ronald
Reagan había llegado al poder en 1981 y en la plataforma neoconservadora
republicana, conocida como Programa de Santa Fé, se había dejado en
claro la intención de “hacerle pagar un costo muy caro a La Habana por
el desafío a los Estados Unidos”. Desde entonces, nuestra nación
emprendió intensamente su preparación para la defensa en tiempo de paz e
hizo refugios y túneles para proteger a la inmensa mayoría de la
población, sus recursos fundamentales y sus fuerzas de defensa.
Mientras el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz leía aquellos
informes sobre la posible agresión que le entregaban en la secretaría
del Consejo de Estado, algunos compañeros se inquietaron por su manera
calmada de asumir los riesgos y quisieron inducirlo a tomar las medidas
de protección para tiempos de guerra. El Jefe de la Revolución paralizó a
todos los presentes: ¿De veras creen que yo me voy a meter en un
refugio, cuando mi pueblo va a estar sometido a ese peligro? Dijo una
mala palabra fuerte y agregó ¡yo estaré siempre junto al pueblo, pase lo
que pase y asumiré todos los riesgos con ellos!
Tras desistir del ataque, Clinton y sus asesores electorales
utilizaron el incidente con total oportunismo político y, para
desembarazarse de las presiones domésticas con el tema cubano, dieron
luz verde a la peor versión de la Ley Helms-Burton, que ya desde el mes
de noviembre de 1995 estaba conciliada por el Congreso e iba a ser
aprobada de todas maneras.
En todos los debates del Congreso estadounidense siempre fue aprobado
el neocolonialista contenido de los dos primeros capítulos de esta Ley,
donde esencialmente definen la política de agresión hacia Cuba y los
intereses norteamericanos acerca del futuro político de la Isla, bajo el
supuesto de que harán colapsar a la Revolución.
Clinton hizo lo que ni los “halcones” Reagan y George Bush padre
hubieran aceptado: renunció y les quitó a los venideros presidentes
norteamericanos la facultad de decidir la política hacia Cuba y modificó
el contexto del litigio entre las dos naciones, dejando su posible
solución en el limbo, como ahora lo apreciamos.
“El presidente está feliz de haber podido llegar a un acuerdo con el
Congreso”, dijo el entonces vocero presidencial Michael McCurry, pero la
felicidad completa la tuvieron los ultraconservadores. El representante
Dan Burton, uno de los coauspiciadores de la macabra ley, afirmó que el
refuerzo al bloqueo le dará un golpe de gracia al gobierno del
presidente comunista cubano, Fidel Castro. “Yo creo que este es el
último clavo en su ataúd”, manifestó jubiloso.
Era de esperar tanta jactancia. Para los políticos norteamericanos de
esa camada, que viene desde el presidente Eisenhower, como alguien
dijo, cuando nada más se les menciona el nombre de Fidel Castro se
transforman como los lobos aullándole a la luna.
(Tomado de Lázaro Barredo Medina, en Bohemia)
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