Queridos
compañeros:
Ante
todo quiero disculparme por haber llegado un poquito tarde. Estábamos haciendo
un recorrido por las comunidades costeras de La Libertad y Sonsonate que
estaban bajo amenaza de tsunami. Terminamos en la planta de combustibles de
Albapetróleos en Acajutla. Tratamos de brindar solidaridad y apoyo a los
compañeros y trasladarles algunas de nuestras experiencias en la prevención de
desastres. Sé que Schafik, que era muy puntual, me habría perdonado esta vez la
tardanza, porque habría compartido esas mismas inquietudes.
Esta
noche es una importante noche de batalla de ideas, no solo por los libros que
se han presentado. Mientras estamos aquí, conmemorando el primer aniversario de
la Casa Museo de Schafik, otra
reunión ha tenido lugar también hoy en San Salvador, que es la contramarcha o
el llamado a la contramarcha. Una reunión convocada por FUSADES, en
la que se ha vestido de gala el pensamiento neoliberal, derechista,
ultraconservador; una fiesta de los apologistas del fin de la historia, de la
desideologización y la despolitización con la presencia en San Salvador de
Francis Fukuyama,
del excanciller mexicano Carlos Castañeda, de
Abraham Lowental,
entre otras bellezas de esa forma de ver el mundo, de lo cual ustedes han sido
víctimas y lo han sufrido como nadie en carne propia.
Y
es importante, decía, porque una de las cosas que nos ha enseñado a creer Fidel a los
cubanos, es que una revolución verdadera tiene que ser hija de la cultura y de
las ideas; y un museo, una casa, un instituto, un partido, un pueblo, que
mantienen vivas las ideas de Schafik Hándal están siendo consecuentes con ese
concepto de preservar ante todo aquello que hace a los pueblos seres pensantes,
revolucionarios y revolucionadores. Sobre todo, a la hora de evaluar los
acontecimientos del mundo en que vivimos y actuar sobre ellos.
Como
decía Schafik en un análisis punzante de los sucesos que condujeron al derrumbe
del socialismo en Europa y en la Unión Soviética: “las ideas son la esencia, lo
que cambia es el fenómeno”. Esta frase, que tiene un laconismo extraordinario,
sirve para plantearnos el tipo de reflexión que debemos hacer quienes sobre
todo no conocimos a Schafik, incluso nosotros, que solo conocimos el Schafik de
la tribuna en la Plaza de la Revolución de La Habana, el Schafik de los
periódicos, y no pudimos gozar del privilegio que disfrutaron muchos de ustedes
de estrechar su mano, de divertirse con su humor y compañía, de sentir su genio
y verlo y escucharlo en la conversación privada y en la polémica, en la clase,
en la persuasión y en el combate de las ideas.
Es esta
inspiración la que me hace plantear, al calor de los libros que se presentan,
cuatro preguntas, referidas a la idea del socialismo, que flota en todas estas
discusiones, y a la idea misma de la revolución: ¿Qué socialismo se derrumbó y
por qué? ¿Qué socialismo no se derrumbó y por qué? ¿Qué socialismo se puede
derrumbar y, también, por qué? ¿Qué socialismo debemos construir para que no se
derrumbe?
Aquí,
indudablemente, hay que pensar en todos aquellos acontecimientos, errores,
cometidos por los partidos comunistas europeos, por el Partido Comunista de la Unión
Soviética, que condujeron a la desaparición de aquel mundo que se nos había
presentado como la Santa Sede de las ideas revolucionarias y comunistas, y que
en determinado momento, incluso, pretendieron apropiarse de ellas, por lo cual
los revolucionarios latinoamericanos, que nos acercábamos al socialismo desde
una perspectiva cultural e histórica totalmente diferente, no la de las
sociedades obreras europeas, o la del feudalismo ruso, como se acercaron los
bolcheviques soviéticos, sino desde el neocolonialismo más feroz, desde la
explotación despiadada, casi esclavista, de las masas de campesinos e indígenas
en nuestro continente, comenzábamos a percibir aquellas ideas desde otro
ángulo, a pasarlas por el subconsciente de nuestras culturas y tradiciones
nacionales y, en algunos casos, a hacerlo, como enseñaba Mariátegui, “una
creación viva” de nuestros pueblos, ni copia ni calco de otros.
Sin
lugar a dudas, uno de los pecados originales en esta historia del derrumbe, fue
el de haber impuesto el socialismo a sociedades bajo el peso de los tanques
soviéticos que liberaban a Europa del fascismo. Bolívar no cometió ese error en
América. Y si se rompe la unidad en el siglo XIX, no fue precisamente por el
pecado soberbio de imponerle a Bolivia, a Ecuador, a Perú el mismo sistema
republicano que se forjaba en Venezuela. Digo esto para subrayar esa vocación
latinoamericana de ser genuinos y auténticos en nuestras creaciones políticas.
Luego
están los demás errores que se han ido conociendo después y que el propio
Schafik devela en el análisis que hace de aquellos acontecimientos, de cómo el
partido aquel, que había sido creación viva de Lenin, se convierte después en
un monstruo burocrático que devora a sus propios militantes, que los enajena y
que en el año 1991 –ya en vísperas de los grandes acontecimientos mortales que
tuve la suerte o quizás la desdicha, ¡o el aprendizaje! de presenciarlos, de
ser testigo excepcional de ellos-, lleva a ese partido a convertirse en alguien
incapaz de llamar a las masas a la calle para defender el socialismo por el que
sus fundadores habían luchado y muerto; porque sus líderes habían ordenado la
represión de esas masas por estar protestando contra las reformas económicas
que iban destruyendo y desmontando el sistema social al que había dado vida ese
mismo partido.
Eso
fue en abril de 1991. Pero en el mes de mayo ocurrían otras cosas más
dramáticas, porque se había aprobado la ley de partidos políticos, del paso al
pluripartidismo, y ocurrieron tres cosas: la primera, una marcha del Primero de
Mayo a la que se podía asistir solo por invitación. ¡Qué pueblo, qué obreros se
convocaban a marchar por cuál sistema, que solo admitía a manifestantes
invitados! Lo segundo; el 9 de mayo, el ejército que puso de rodillas al
fascismo se arrodillaba también ante la bandera de las barras y las estrellas.
Y lo tercero: el partido que había fundado ese país tenía que solicitar permiso
para inscribirse y ser “legal” como partido político. Parecería sacado del
surrealismo más absurdo.
Estos
elementos mencionados, muy breves, ayudan a explicarnos esa primera pregunta
sobre qué socialismo se derrumbó y por qué. Porque al saber qué se derrumbó y
por qué, si tenemos claro que aquel sistema había dejado de ser lo que aspiraba
en sus inicios, y había dejado de ser paradigma, de ser ejemplo, de ser modelo,
y sus líderes, la organización, habían perdido aquel carácter de vanguardia por
el que tanto Schafik siempre se preocupó, nos lleva entonces a preguntarnos:
bueno, y los que no se cayeron, por qué no se cayeron. E indudablemente esto
nos lleva a Vietnam, nos lleva a China y, para hablar de lo que conozco, nos
lleva también a Cuba. Y hay algo que vuelve a ser de nuevo piedra de toque: la
autenticidad.
La
revolución cubana no llegó al poder por la vía de una invasión extranjera, sino
que creció del mismo pueblo, de nuestras propias tradiciones. En el pensamiento,
en la médula, en la misma columna vertebral de la revolución cubana estaban los
pensadores y todas las ideas de todos los revolucionarios cubanos desde el
momento fundacional de nuestra nación en el siglo XIX; pero no solo desde el
momento en que los cubanos se alzaron en armas sino desde el instante en que un
cubano por primera vez le dijo a los otros: somos un pueblo con carácter e
identidad propia y debemos proyectarnos y manifestarnos como tales ante el
mundo y ante la historia, y por tanto, sobra un poder extranjero que nos gobierne
y nos diga cómo comportarnos. Así, desde el padre Félix Varela, que fue maestro
de quien después sería maestro de José Martí, se va tejiendo a lo largo de la
historia de Cuba una historia que encadena hechos y nombres, y que nos conduce
hasta Fidel Castro y aún más, nos trae hasta nuestros días en que cinco
compatriotas y luchadores antiterroristas presos, en nombre de su Patria,
desafían al más grande todos los imperios. Ello ha sido posible justamente por
ese apego a lo cubano, a lo nacional, bebiendo siempre de lo universal, porque
de lo contrario, cometeríamos el pecado del aldeano presuntuoso que cree que el
mundo entero es su aldea, como decía Martí.
Ese
fue un elemento importante. Y otro elemento importante es algo que aparece también
siempre como línea conductora en el pensamiento de Schafik y que los
revolucionarios cubanos hemos tratado en todos los momentos de preservar. Ha
sido justamente el papel de la vanguardia política, del liderazgo político
dentro de la revolución. Un papel que no está otorgado por acuerdos, por
reuniones, por congresos, o por decisiones de dedo e incluso decretos
constitucionales, aunque las coyunturas pudieran determinar que ello se
produzca, sino que se da por un crecimiento de la ejemplaridad de los
revolucionarios, de la lealtad de los revolucionarios a las ideas, de la
fidelidad a los principios y sobre todo, de la capacidad de los revolucionarios
de interpretar a esa gran masa que constituye la conciencia colectiva de la
Nación y es la verdadera protagonista de las revoluciones.
Entonces,
haber logrado esa simbiosis entre el ser vanguardia y ser intérprete de los
sentimientos, de los anhelos, de los valores de todos y cada uno de los
cubanos, estar conscientes que construimos voluntariamente un nuevo país sobre
la base de un consenso nacional –que no significa la unanimidad, que significa
una suma de voluntades puestas de acuerdo en que el camino es ese y no otro- fue
lo que, llegado el momento de la guerra de los mundos, como dijo en algún
momento un poeta cubano, nos permitió mantener la unidad y estar del lado de
los que fundan, de los que aman, de los que construyen, y entender que no
podíamos destruir lo que había costado tantos siglos y años edificar.
¿Que
nos equivocamos en el camino? Sí. En uno de los análisis más lúcidos de Fidel
Castro, de los más electrizantes, por su autocrítica descarnada, el 17 de
noviembre de 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, -a Fidel
siempre le ha gustado utilizarla cuando necesita plantear ante la revolución
cubana, ante los revolucionarios, ante el pueblo, el debate de grandes ideas, y
emplea el podio universitario porque la universidad es la cuna de las ideas y
del pensamiento revolucionarios-, Fidel lanzó dos tremendas diatribas: la de
que los cubanos habíamos cometido el pecado capital de creer que sabíamos cómo
se construía el socialismo y que el socialismo no caería en Cuba víctima de una
agresión externa, sino de nuestros propios errores e inconsecuencias. De un
golpe Fidel nos sacudió y nos puso a pensar de una manera diferente, sobre todo
lo que habíamos hecho, sobre cómo lo habíamos hecho, para qué lo habíamos hecho,
y la necesidad de plantearnos una relectura crítica de nuestro trabajo y de
nuestra acción en función de los nuevos tiempos y rectificar.
¿Se
acuerdan de lo que dije al principio de Schafik? “Las ideas son la esencia. Lo
que cambia es el fenómeno”. Se mantenían vivas en el mensaje de Fidel al pueblo
de Cuba, a los estudiantes, las mismas ideas que ha enarbolado él como líder
revolucionario, pero que también ha enarbolado la revolución cubana a lo largo
de la historia y, al mismo tiempo, Fidel nos hacía ver que había cambiado el
fenómeno, que había cambiado la época, por si acaso alguien no había entendido
su más hondo concepto esencial de los últimos años, que es su concepto de
Revolución, al que ustedes con frecuencia se refieren en sus discursos y en sus
análisis, y que plantea, ante todo, que “Revolución es sentido del momento
histórico”, y a continuación añade un conjunto de razones que desde su punto de
vista deben observarse para que un proceso político genuino no pierda en la
brega cotidiana, en el desgaste extraordinario de la batalla contra el Imperio,
contra los poderosos, aquello que le da el lustre de ser revolucionarios
auténticos, de ser transformadores, de ser ejemplares, de ser actuales todo el
tiempo.
Hay
una vieja teoría política que plantea que las revoluciones tienen una etapa y
después vienen los períodos de estabilización institucional. Y había otra
teoría, atribuida a Trotski, de
la revolución perpetua. En el pensamiento de Fidel no hay ni lo uno ni lo otro,
sino la capacidad de renovarse constantemente, de crecerse constantemente ante
cada desafío que plantea la vida a un verdadero proceso político, sin que
pierdan el filo las virtudes. Y en ese punto entonces entronco con otra de las
preguntas que traía: ¿qué socialismo se puede construir en esas condiciones,
para que no se derrumbe?
Bien.
Yo creo que tanto Nidia como
Paco, al
citar a Schafik, dieron la respuesta. Él lo decía: “nuestro propio modelo y el
papel de la vanguardia”, “nuestro propio modelo y el papel de la vanguardia”.
Con ello Schafik nos demostraba, desde mi punto de vista, su capacidad
extraordinaria para ser profundamente marxista, universal, y ser a la vez
genuinamente latinoamericano, genuinamente centroamericano, genuinamente
salvadoreño. Si uno relee la obra de Schafik –lo he hecho en estos días
tratando de prepararme para este desafío que tan generosamente me planteó Tania-
atisban, por momentos las ideas, los pensamientos, parábolas, vueltas que se
dirigen a lo más preclaro del pensamiento y la cultura salvadoreñas, ya sea
para criticar, para retomar o para diseñar el futuro. Y ahí están Masferrer,
Farabundo,
Mélida,
Roque,
Romero,
poetas, de todo lo que había producido el pensamiento salvadoreño en más de
siglo y medio. Y todo eso Schafik lo mezcla y produce un pensamiento nuevo, con
lo cual nos está revelando su profundo carácter marxista, dialéctico, de dar un
salto en pos de una nueva calidad. Con ello subraya nuevamente aquello a lo que
me referí, basándome en Fidel, de que una revolución verdadera solo puede ser
hija de la cultura y de las ideas.
Por
eso Schafik, con todo su carácter recio que le caracterizaba, hoy estaría dando
las mismas batallas, por ejemplo, por extender la alfabetización a todos y cada
uno de los rincones del país. No solo para cumplir con una meta de campaña
electoral, con una meta de un plan de trabajo político, sino convencido de que
en la medida que todos y cada uno de los salvadoreños puedan leer y escribir y
se eduquen, no los podrán seguir engañando más, porque podrán comprender mejor
el mundo, podrán interpretar mejor las complejidades del tiempo, y sobre todo,
podrán entender mejor a una vanguardia política que siempre tiene que marcar el
paso con ideas avanzadas y necesita explicárselas, pero no rebajándose al nivel
del analfabeto para que las entienda, sino levantándolo, encaramándolo en el
conocimiento, armándolo con esas ideas y llevándolo adelante. Y de ese mismo
modo estaría Schafik en todas las demás batallas que hoy ustedes libran.
En
la medida que lo he ido leyendo y conociendo más. En la medida que me ido
acercando más a Schafik, a su obra, a través de ustedes, entiendo también mejor
por qué las derechas salvadoreñas llevaron a este país a la situación de
indigencia en que lo dejaron, a la situación de abandono, de desamparo; por qué
redujeron el pensamiento y la cultura a apenas meros atributos simbólicos de
poder y, en muchos casos a modas cursis de las familias oligárquicas. Los
empeños que hoy ustedes realizan y que generan la mayor admiración, el mayor
respeto, y que le han granjeado a este partido dentro de la izquierda
continental y dentro de la izquierda mundial un sitial de honor, porque han
sido capaces de actuar en la paz con la misma valentía, heroicidad y modestia
con que actuaron durante doce años de heroica guerra revolucionaria y popular,
son los valores que con toda seguridad permitirán que se fortalezca el proceso
de transformaciones que ustedes han puesto en marcha.
En una oportunidad, en uno de los momentos más duros de
los años noventas, cuando por todas partes se contaban los días que le quedaban
a la revolución cubana, cuando nadie daba un chícharo, como decimos los
cubanos, por nuestra supervivencia, cuando entre los pocos que iban a La Habana
a reafirmar su compromiso y su solidaridad con Cuba estaban los revolucionarios
salvadoreños, muchos de los cuales están aquí presentes, y que fueron a La
Habana a decirnos que habían estado con nosotros en las buenas y estaban con
nosotros en las más duras circunstancias, a sabiendas que corrían grandes
riesgos con el proceso de paz que se había echado a andar en El Salvador; en
aquel momento, en una de las reuniones de esa época, cuando contábamos los
barriles de petróleo que nos quedaban para iluminar cuatro horas a nuestras
ciudades, o repartíamos lo poco que producía la tierra en ese momento, Raúl
tuvo la lucidez de decirnos a los cubanos algo que él practicaba desde mucho
antes y que nos proponía fuera una brújula en nuestra conducta: nos dijo Raúl
que cada vez que estuviéramos en una situación difícil, cada vez que nos
enfrentáramos a un problema, cada vez que nuestras fuerzas fallaran, cada vez
que sintiéramos que no podíamos con el camino que teníamos por delante,
pensáramos y nos preguntáramos qué haría Fidel en esas condiciones, qué habría
hecho Fidel. Y con la respuesta, que de antemano la sabíamos, porque la única
alternativa de Fidel siempre ha sido la victoria, retomaríamos el camino,
encontraríamos la ruta y actuaríamos a favor de las mismas ideas que necesitaban
ser replanteadas para no perdernos en la búsqueda del sol que habíamos fijado.
Trazando entonces una parábola. Sabiendo que más que
amigos, que más que compañeros de lucha, Schafik y Fidel fueron entrañables
hermanos que se profesaron respeto y admiración mutua y extraordinaria. Que
llegaron a confiarse los pensamientos más íntimos y las reflexiones más
profundas sobre el destino de nuestros pueblos y la lucha revolucionaria en
América Latina y en el mundo, me atrevería, con idéntico cariño y respeto y sin
el menor asomo de presunción, a proponerles similar desafío: cada vez que estén
ante una situación difícil. Cada vez que las fuerzas fallen. Cada vez que el
camino parezca que se hace imposible. Cada vez que alguien los traicione,
piensen –como nosotros en Fidel-, en cómo lo haría Schafik. Piensen cómo lo
habría hecho Schafik.
Yo estoy convencido que este partido extraordinario, con
una historia que asombraría a los más legendarios pueblos de la humanidad, con
una devoción, con una honestidad que ahora cuando algunos se rasgan vestiduras
en la Corte de Cuentas y en las cuentas de los políticos y de los empresarios,
descubren que estos políticos y los empresarios que hay dentro de este partido
no viven en los caserones de El Escalón, sino que siguen viviendo en sus
casitas de Soyapango y de Mejicanos, del centro de San Salvador, de los barrios
populares; que todo eso que los hizo grandes con las armas durante veinte
difíciles años de construcción de la democracia, de la paz, haciendo aquello que
decía Schafik, cambiando el sistema por dentro, sin que el sistema los haya
logrado cambiar, que siga siendo el blasón, el orgullo del pueblo salvadoreño;
que siga siendo esa estrella que los guió a la extraordinaria victoria del 15
de marzo del 2009, y que los siga guiando en los años por venir, para el bien
de este pueblo, de esta patria pequeña y valerosa.
Muchas
gracias
PALABRAS EN EL COLOQUIO CON MOTIVO DEL PRIMER ANIVERSARIO DE LA CASA-MUSEO DE SCHAFIK HÁNDAL, San Salvador, 11 de marzo de 2011.