MENSAJE DEL EMBAJADOR DE CUBA EN ARGENTINA
CON MOTIVO DEL DÍA NACIONAL DE CUBA, 24 DE FEBRERO DE 2022
Estimados Amigos
Compatriotas
Así como la Argentina se concita cada año en ocasión del 25 de mayo para honrar en La Habana a José Martí, no podíamos los cubanos, hijos de la gratitud, dejar de rendir honores en nuestro Día Nacional al Libertador José de San Martin, aquel que –cito al Apóstol- “trabajó con plan y sistema por la independencia de América, y su felicidad, obrando con honor y procediendo con justicia”.
Peculiares circunstancias impidieron celebrar este acto cerca del 1 de enero. Por ello optamos por la fecha del 24 de febrero, porque es la víspera del natalicio del Libertador, y porque la celebración y defensa de nuestra libertad es diaria.
La elección de la jornada tampoco es casual: hace 127 años se alzó unido el pueblo cubano contra el dominio colonial, e hizo la guerra necesaria para “lograr la independencia de Cuba e impedir a tiempo con ella que se extendieran por las Antillas los Estados Unidos y cayeran, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”, como afirmó en carta póstuma Martí, cuyos 170 años festejaremos.
Cuba ha celebrado el 63 aniversario del triunfo de la revolución popular, nacional, liberadora y antimperialista que completó en el siglo XX la epopeya emancipadora del XIX; trunca por una ocupación militar que dejó como herencia una oprobiosa base naval militar, varias intervenciones armadas, absoluta subordinación económica y política, y luego, una política fracasada, dañina y criminal que dura más de 60 años, contra un país que quiso elegir su propio destino.
¿Cuál es el legado de ese empeño en destruir el socialismo en Cuba? Cientos de millones de dinero del contribuyente estadounidense dilapidados, 5577 víctimas cubanas, 181 mil millones de dólares en daños por actos terroristas, y un bloqueo económico, comercial y financiero, cuyo impacto suma más de un billón 98 mil 8 millones de dólares, si se toma en cuenta la depreciación del dólar frente al oro en el mercado internacional.
Cuba se desarrolla y vive en esas condiciones gracias al esfuerzo heroico de nuestra gente noble, alegre y trabajadora. Bajo esas condiciones la economía comienza a recuperarse y crecer, mientras el pueblo ha decidido seguir revolucionando nuestro sistema político, económico y social; hacerlo cada día más democrático, más justo y más digno, donde cada cubano pueda disfrutar a plenitud sus derechos sin presiones, sin injerencias, sin amenazas.
Doscientas cuarenta y tres medidas dirigidas a golpear a las familias cubanas, a las empresas públicas, cooperativas y privadas, y a las transacciones financieras internacionales del país, aplicadas criminalmente durante la pandemia, evidencian lo que la ONU califica como “genocidio”. El fin es el mismo de 1960: rendirnos por hambre, sufrimiento y desesperación, como escribió Lester Mallory. No lo logran a pesar del daño que causan.
El peor ataque ha sido contra la cultura nacional, cimiento tutelar de la Nación, su espada y su escudo. Y aun cuando cargamos las cicatrices de la furiosa embestida, hemos resistido.
Los amigos y los observadores ven con sorpresa y hasta irritación cómo proliferan denuestos que confunden a unos y entusiasman a otros. Los cibernautas y los diplomáticos se sorprenden con la manera descarada en que el Departamento de Estado y su embajada en La Habana, han incorporado a su rutina diaria la emisión de juicios y opiniones sobre la realidad interna cubana, que publican y reiteran sin pudor, violando normas y principios del derecho internacional.
Las carencias provocadas por esa guerra infinita y nuestros propios errores de república y pueblo joven, potenciados por la pandemia y un entorno internacional caótico, propiciaron los sucesos del pasado año, concebidos como un plan, que algunos creyeron era el fin.
En realidad, solo se escenificaba un episodio conflictivo de la guerra del más poderoso de los imperios contra un pequeño país empeñado hoy en la refundación de su consenso nacional, tras la aprobación mayoritaria de una nueva Constitución, la elección de un gobierno a cargo de los hijos de la Revolución y la aplicación de complejas medidas económicas y sociales demandadas por la población.
Como su bandera, que tremola erguida ante el huracán, así está Cuba:
Orgullosa de que el sistema político, económico y social que creamos, nos ofrezca a diario nuevos aprendizajes democráticos, como el de conformar entre todos un audaz Código de las Familias que revolucionará el Derecho y los derechos de todas las personas.
Orgullosa de exhibir las fortalezas y potencialidades de un sistema de salud y ciencia que logró una de las más bajas tasas de mortalidad por covid y en tiempo récord desarrolló y aplicó tres vacunas, decenas de nuevos medicamentos y otras tecnologías de salud, que convirtieron a nuestro pueblo en el tercero más protegido del mundo.
Amigos, compatriotas:
Nada seríamos si nuestro valor no hubiera contado con la solidaridad del mundo y si, a pesar de nuestras carencias, actuáramos como aldeanos vanidosos y preserváramos todos los logros solo para sí.
En nombre de nuestros valores, y en cumplimiento del llamado de las Naciones Unidas, Cuba, siempre agradecida, puso todo a disposición de una humanidad donde las transnacionales y grandes poderes controlan la vacunación de las personas para ganar su sumisión.
Jamás renunciaremos a ser solidarios y a cooperar por la vida, especialmente en estos momentos de graves riesgos para el mundo, cuyas consecuencias fueron alertadas reiteradamente por el gobierno cubano a la comunidad internacional durante los últimos ocho años.
Quienes hoy se erigen en defensores del derecho a la autodeterminación de los pueblos, deberían recordar que hace más de 60 años pisotean el del pueblo cubano con bloqueo, agresiones y sanciones.
Cuba aboga por soluciones diplomáticas a los conflictos, a través del diálogo constructivo y respetuoso. Llama a preservar la paz y seguridad internacionales.
Argentina nos conoce bien. Casi medio siglo de relaciones restablecidas, respeto mutuo a la libre determinación; intensos lazos políticos, económicos, culturales y de solidaridad, cimentados en una impresionante historia común, dan fe.
Hemos celebrado juntos nuestros triunfos. Hemos sufrido juntos ofensas y terror. Hemos defendido juntos nuestros derechos: el de Cuba, a vivir sin bloqueo y sin base militar extranjera en su territorio; el de Argentina, a ejercer plena soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y los mares adyacentes, y a no cargar ominosas deudas externas que restringen su independencia y autodeterminación.
Ahora ambas repúblicas vamos juntas con nuestras hermanas del resto de América Latina y el Caribe, en ese haz de Estados y pueblos que es la CELAC, cuyo liderazgo temporal se ha fijado aquí, en este Buenos Aires querido, donde confiamos que no faltará sensibilidad y justeza, para que el empeño unitario prevalezca en su diversidad, y logre su fin, como aquel mítico ejército de los Andes.
La porfía para todos
es dura. No lo es menos para nosotros. Solo aseguro, como Fidel Castro en su
última alocución, que “¡el pueblo cubano vencerá!”.
¡Viva Cuba libre!
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