martes, julio 26, 2022

PARA UNA LECTURA DE NEOLIBERALISMO Y RESISTENCIAS EN AMÉRICA LATINA (Y EL CARIBE)

Con el neoliberalismo –afirmaba Fidel Castro-, la economía mundial no ha crecido más rápidamente en términos reales, pero en cambio se ha multiplicado la inestabilidad, la especulación, la deuda externa, el intercambio desigual, la tendencia a ocurrir crisis financieras más frecuentes, la pobreza, la desigualdad y el abismo entre el Norte opulento y el Sur desposeído...



Palabras pronunciadas en la presentación del libro Neoliberalismo y resistencias en América Latina. Instituto Patria, Buenos Aires, 25 de julio de 2022.

El libro que nos convoca y espolea las ideas es una feliz compilación de los investigadores Sebastián Pasquarello y Juan Facundo Muciaccia. Pedro Breiger ha tenido el acierto de introducirnos a su lectura. Y yo agradezco a José Campagnoli, uno de los autores, y al Instituto Patria, por invitarme a su presentación en vísperas del 26 de julio, un día que para los cubanos, representa el punto de partida de la lucha por demoler el modelo de dominación heredado.

Digo que convoca y espolea, porque nos entrega herramientas para hacernos preguntas críticas acerca de cómo transformar la realidad en que vivimos y convertir nuestras respuestas en actos.

La primera pregunta que me hago es sobre el origen de la disputa entre el neoliberalismo y la resistencia antineoliberal, que es como la disputa de lo que fue primero: el huevo o la gallina.

Con frecuencia, esta disputa se coloca en el campo de las ideas, de la ideología y la política Y no siempre recordamos, marxistas y no marxistas, una ley del desarrollo establecida por Lenin: “la política es la expresión concentrada de la economía”,  olvidándonos que, sin remover las bases de un sistema económico, no es posible atacar a profundidad los problemas que genera y cambiar las relaciones políticas y sociales que este produce.

Hace 131 años la Argentina encabezó una batalla descomunal contra el intento de Estados Unidos de crear una unión aduanera e implantar un sistema de arbitraje obligatorio que necesariamente colocarían al dólar como eje del sistema económico y financiero del hemisferio.

Hace 18 años la propia Argentina lideró la gesta final para impedir la creación de una Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), en la cual se eliminarían progresivamente las barreras al comercio y a la inversión.

Entre uno y otro evento pasaron más de cien años y dos guerras mundiales. En nuestro hemisferio siguió imperando la Doctrina Monroe, y fuera de sus límites se crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Se sucedieron nuevos intentos de imponer una hegemonía económica y financiera mundial: nacieron el GATT y la UNCTAD, escoltados por nuevas organizaciones encargadas de la aplicación de la ley, como la Asociación Internacional de Fomento, la Corporación Financiera Internacional, el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones y el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones. En Nuestra América aparecieron el BID y la CAF.

Entre idas y venidas, el Plan Marshall, en Europa, y la Alianza para el Progreso, en América Latina y el Caribe –siempre lo incluyo-, fueron epítomes de un movimiento que buscaba expandir un modelo de relaciones económicas avenido a una visión imperial del mundo, que tenía a Estados Unidos como el país líder y centro.

La aparición de pujantes competidores europeos y asiáticos y el surgimiento de nuevas economías y monedas nacionales, resultantes de la descolonización, configuraron un nuevo escenario en el que fueron abandonados los acuerdos de Bretton Woods, conduciendo a una nueva reorganización del modelo económico.

Aunque somos conscientes del ingreso del neoliberalismo a nuestras vidas en los años 90, lo rigurosamente histórico es que las economías, en especial las latinoamericanas y caribeñas, comienzan a desplazarse hacia el neoliberalismo económico, en la época de las dictaduras militares de seguridad nacional de fines de los 70 y durante las democracias neoliberales de los 80.

Este proceso impulsado por la revolución neoconservadora liderada por Ronald Reagan, desplazó la visión keynesiana del Estado por la de la Escuela de Chicago, estableció el absolutismo del mercado, la inutilidad del Estado, y nos hizo creer en una libertad sin fronteras, haciéndonos incapaces de reconocer que nos ataban peores cadenas.

En aquellas condiciones, por ejemplo, se negoció en 1988 la firma del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLCAN).

El proceso alcanzó su apoteosis mundial con el derrumbe del socialismo europeo y el fin de la URSS, entre 1989 y 1991. Ya Nuestra América había perdido una década de desarrollo, no había resuelto la crisis de la deuda externa y dependía como nunca de Estados Unidos.

Estos y otros factores favorecieron que en 1994 Washington lograra fundir todo el sistema de dominación económica global previo en la Organización Mundial de Comercio.

Cuando a comienzos del siglo XXI América Latina y el Caribe despiertan e intentan buscar un camino de desarrollo propio, tienen que enfrentar no solo la herencia económica de dominación, sino la cultura de relaciones económicas que limitan las estrategias de cambios para garantizar la estabilidad macroeconómica, las inversiones en infraestructura productiva, el gasto público social y mejorar la redistribución del ingreso.

Esto podría parecer inmenso, y lo es; pero no toca las relaciones de propiedad, que constituyen los cimientos del modelo neoliberal y determinan toda la superestructura, ni toma en cuenta la necesidad de cambiar la matriz productiva.

Así, muchos de los procesos que se inician en América Latina y el Caribe, aún con su militancia izquierdista, nacionalista, antimperialista e integracionista, enfrentan profundas sacudidas resultantes de la resistencia al cambio. Los gobiernos tienen el poder de las urnas, pero no el poder real, por lo cual hacen lo que pueden y no lo que desean, o sus pueblos aspiran de ellos.

Algunos, los que más se acercaron, debieron lidiar con golpes de Estado, como fue en el caso de Venezuela, al tomar el control de PDVSA; o Bolivia, con el gas primero y el litio después. Y ustedes conocen bien lo que pasa cada vez que un gobierno se aproxima a los hilos que mueven el rentismo agrícola.

Otras resistencias vienen de los ciclos de endeudamiento externo, uno de los más eficaces mecanismos de subordinación, cuyos efectos también se conocen bien aquí.

Por eso, cuando se instala el debate sobre integración y modelos económicos, lo primero que pienso es en las posibilidades reales de abrir, desarrollar, integrar economías que, a resultas de la transnacionalización neoliberal, sus países están entrampados en espirales de endeudamiento externo, en la especulación financiera, la evasión fiscal y la fuga de capitales; sus empresas dejaron de ser activos nacionales, sus bancos centrales no controlan sus reservas, y algunos ni siquiera las guardan en sus bóvedas. Muchas decisiones se toman fuera del poder nacional.

No puedo afirmar cuál es el modelo; ni siquiera el ALBA-TCP, fundado para la cooperación y la solidaridad entre sus miembros, ha tenido éxito en sus empeños económicos. Pero sí puedo asegurar que el modelo que nos ofrecen como ejemplar, no es sino para consolidar el neoliberalismo a escala transnacional, regional y mundial.

No olvidemos que al fracaso del ALCA siguió una epidemia de acuerdos de libre comercio que nos han traído al cuestionado presente económico y social. Un informe del BID de 2017 revelaba por primera vez la estrategia seguida después de Mar del Plata, para subir con TLCs, uno a uno, a los indisciplinados que allí se bajaron del carro.

La Alianza del Pacífico, entre paladines del comercio libérrimo, y utilizada como paradigma de la nueva época, es, si se revisan con rigor crítico los números, un reflejo del estado de cosas: desbalance comercial entre el bloque y el mercado mundial; alta dependencia de la potencia hemisférica; extractivismo consolidado con elevada precariedad social y solo, en su mejor momento, un 15% de comercio entre los países que la integran.

Las ideas del neodesarrollismo y del regionalismo abierto, defendidas por la CEPAL, se hacen trizas ahí.

Por eso, coincido con los autores en que la región tiene el reto de realizar las grandes transformaciones que sus pueblos reclaman, y de construir la unidad que por historia y cultura merece y requiere.

América Latina y el Caribe, están entrampados en criterios económicos que obedecen a la lógica del capital transnacional, con fundamentos ideológicos que han llevado a las víctimas a asumir las ideas y la lógica de sus verdugos.

“Con el neoliberalismo –afirmaba Fidel Castro-, la economía mundial no ha crecido más rápidamente en términos reales, pero en cambio se ha multiplicado la inestabilidad, la especulación, la deuda externa, el intercambio desigual, la tendencia a ocurrir crisis financieras más frecuentes, la pobreza, la desigualdad y el abismo entre el Norte opulento y el Sur desposeído”

El neoliberalismo no solo es neocolonizador y destruye economías, sociedades, medio ambiente, historias, culturas y tradiciones. Al fundarse en el éxito individual, desprecia a la colectividad, y acentúa la división, condición sine qua non de la dominación.

El neoliberalismo expresa de manera sintética la cooptación del imperialismo sobre el sistema mundo y, lo que es más grave aún, se manifiesta con su carga de odio, violencia, egoísmo, desunión y hedonismo entre sus víctimas, arrastradas a la sumisión y culto.

Sin la rebelión del pueblo de Cuba hace 69 años, hoy tendrían sentado aquí, para otro debate, al hijo de un oligarca, y no al nieto de un hojalatero y un bodeguero, cuyos padres adolescentes trataban de entender entonces qué fueron a hacer Fidel Castro y sus compañeros la mañana del 26 de julio de 1953.

Si aquella generación y luego la nuestra, no hubiéramos defendido el camino escogido y hubiéramos fracasado, hoy tendrían aquí a uno de esos personajes podridos de Miami, cantando loas a Friedman y a un jugador de pocker que vendió al FMI a un país hermano nuestro.

Nada de eso ocurrió en Cuba, y aquí estamos hoy en esta fragua de espíritus que es el Instituto Patria, con el honor intacto y las consecuencias a cuestas, proclamando que el neoliberalismo no tiene porvenir y que nos corresponde sembrar ideas, formar conciencia y trazar rumbos de unidad en la lucha, que es la única manera de resistir, contraatacar y vencer al capital transnacional unido. Si resultamos útiles, habrá valido la pena el esfuerzo.

Muchas gracias



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