Escribo tarde, en la noche de San
Salvador, con las nubes y el rocío que bajan por las faldas del volcán
Quetzaltepeque para refrescar una ciudad humanamente caliente. Escribo con
prisa y ardor. Reviso los periódicos con angustia. El show mediático anticubano
sigue. Las agencias se desgarran con mentiras inventadas desde Miami y desde La
Habana por los impúdicos asalariados del Imperio. Algunos diputados derechistas
arman su sainete de ocasión y pretenden arrancar condenas a sus compañeros. Las
mentiras van y vienen como las falsas imágenes de la Plaza Verde de Trípoli
filmadas por Al-Jazeera en un suburbio de Doha, Qatar, con decorados que no
cuidaron los detalles, con artistas y extras, y muchos fusiles de utilería y
salvas de pirotecnia. Son como las escalofriantes revelaciones de las torres
gemelas demolidas hace ahora diez años, en aras de la mayor supremacía del
Imperio.
La vapuleada libertad va de un lado a
otro en los medios, en las grandes capitales del mundo desarrollado y en la
cada vez más canija ONU. Las mentiras, con piernas cortas, quedan desnudas,
exhaustas de venderse como verdades: los rebeldes libios celebran que el bien
hecho filme de ficción les haya asegurado el reconocimiento de al menos diez
países en pocas horas, mientras se filtra un acuerdo de intercambio de “apoyos”
por una concesión del 35 por ciento de las riquezas petroleras del país a las
transnacionales energéticas francesas. Las “damas” parecen, de blanco,
fantasmas, cuando Wikileaks las desnuda en sus cobranzas y anhelos de ver
asfixiada a la Isla por el dogal financiero y el humo de las explosiones.
Por si acaso la opción fallara, el
emperador de turno, Barack Obama, repite la cantaleta de sus once predecesores
para que Cuba cambie lo suficiente como para que retorne a su punto de partida
de 1958. Todavía unos congresistas cubanoamericanos se aventuran más lejos y gritan
con impotencia: “si en Libia sí se pudo, por qué no en Cuba”. Pero esas anatemas
ya las escuchamos antes: si Moscú se cayó atrás vendrá La Habana; si Iraq fue
bombardeado hoy, Cuba lo será mañana; si ajusticiamos a Bin Laden, por qué no a
Castro… Pero La Habana no es nunca Moscú, ni Cuba es Iraq, ni cualquiera de los
Castros cubanos tiene que ver con esa creación CIA llamada Osama. Ni el
gobierno cubano obedece órdenes imperiales. Y ni siquiera las damas son tales.
Mientras tanto, la ONU bendice, Ban Ki
Moon exige, y las bombas y cohetes de la OTAN caen sobre las ciudades libias,
mueren miles de mujeres y niños civiles ajenos al conflicto, como mueren
jóvenes en Suramérica, en Centroamérica y en varias ciudades europeas, donde
miles de personas protestan contra la no-vida que se les ha legado, pero de las
cuales casi no se habla, porque hasta twittear
puede ser signo de cárcel y censura, si es contra el Dios-dinero. De todo esto
último solo hay silencio, pues lo que no se ve, ni se oye ni se lee, o se ve,
lee y oye poco, sencillamente no existe. Un silencio tan insondable como el que
encierra más allá de sus prisiones a cinco luchadores antiterroristas cubanos
en cárceles estadounidenses, condenados de un juicio en el que los fiscales se
retractaron, los cargos se retiraron y las pruebas no fueron presentadas; donde
solo el odio, el miedo y el dinero fueron ley. Y solo ahora, Cuba es noticia,
falsa noticia, putativa noticia, puro merchandizing
político, y como en la canción, parece que el cielo se va a caer en la isla “maldita”
y “rufiana”, cuyo pueblo “oprimido” nadie sabe por qué no busca su 15M, su
Puerta del Sol, o su Plaza Tahrir, o su Plaza Verde, para poder conocer al fin la
“libertad” de la que otros pregonan.
En esa obra central de la cultura
hispana que es El Quijote, Miguel de Cervantes pone en boca del ingenioso
hidalgo estas palabras: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones
que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros
que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la
honra, se puede y debe aventurar la vida...”[2]
Pero ¡ay del que a tanto se atreva!
El problema de la libertad, en efecto es
uno de los problemas centrales de toda reflexión filosófica. La libertad se
considera componente esencial del ser del hombre, ya que da significado a la
existencia, y especifica y caracteriza el obrar humano; obrar que, por ser
libre, se hace moral en su más prístino sentido ético.
Por ser libres, los hombres han
sacrificado más de una vez su vida y los poetas han destilado los versos más
auténticos. La libertad ha sido sueño, ha sido realidad, y ha sido también fría
e inmóvil estatua, noción reducida a proclama, fábula que como el mito de
Sísifo en la montaña, empujamos siempre hacia la cima sin alcanzarla plenamente.
A nombre de la libertad se ha impartido justicia a los más necesitados, se han derrocado
gobiernos dictatoriales y se han demolido estructuras políticas, económicas y
sociales inservibles; también se han cometido graves errores; han sido elegidos
diputados corruptos y gobiernos tiránicos; se han construido sistemas políticos
opresores, se ha invadido países, se ha derrocado a gobiernos soberanos, o se
ha estigmatizado a otros de distinto signo ideológico.
José Martí, apóstol de la libertad y la
independencia cubanas, y él mismo el libertador más radical de la historia de
Cuba y, sin dudas, uno de los más radicales de Nuestra América, escribía desde
su exilio de Nueva York: “Terrible es, libertad, hablar de ti para quien no la
tiene. Una fiera vencida por el domador no dobla la rodilla con más ira. Se
conoce la hondura del infierno, y se mira desde ella, en su arrogancia de sol,
al hombre vivo. Se muerde el aire, como muerde una hiena el hierro de su jaula.
Se retuerce el espíritu en el cuerpo como un envenenado. Del fango de las
calles quisiera hacerse el miserable que vive sin libertad la vestidura que le
asienta. Los que te tienen, oh libertad, no te conocen. Los que no te tienen no
deben hablar de ti, sino conquistarte”[3].
Por esa libertad radical, verdadera, amorosa,
libre de ataduras que no sean más que las morales, pero sin remilgos, pueblos
enteros bregan en la historia como parias, desafiando la furia de los Imperios
que se empeñan en ponerles cortapisas económicas, comerciales, financieras,
políticas, culturales y de todo tipo. Por ese empeño se les etiquetea o tacha
de fundamentalistas, totalitarios, fallidos y hasta jacobinos a quienes la
buscan, mientras se olvida o se oculta
conscientemente que la palabra radical viene de raíz, de ir a la raíz de los
fenómenos de la realidad. Se ignora el origen de sus males, o se les inventan
las enfermedades de que carecen porque parecer –y eso es ya el mundo lo virtual,
la creación subjetiva de lo real objetivo-, ha pasado a ser más importante que
existir, y quien no acepte el veredicto y el edicto, deberá pagar el precio más
impagable. Cuba no es una excepción y ha tenido que demostrarlo.
De ahí la radicalidad de otro libertador cubano, Antonio Maceo y
Grajales, quien creía en la visión iluminista de libertad, igualdad y fraternidad
como un tríptico indivisible, y que hoy podríamos renombrar igual como
libertad, justicia social y solidaridad. Maceo tenía claro que “la libertad cuesta muy caro. Se le conquista, no se
mendiga. Hay que resignarse a vivir sin ella o disponerse a comprarla con el
filo del machete”. Y para que no quedaran dudas de la voluntad de lograrlo y,
además, mantenerla una vez alcanzada –sobre todo por las amenazas norteñas que
ya se cernían sobre una Cuba independiente-, advierte a los que se atraviesen
en ese camino: “quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el
polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la contienda”[4].
Sin embargo, algunos creen que vivimos un mal momento para la palabra libertad. Se le
maltrata, se le abusa como hembra de burdel, se le cerca y encadena con dinero
y censura; apenas ni se le nombra y a veces pareciera como que fuera en camino
de convertirse en un vocablo arcaico y en desuso. Y aún así nos dicen “sean
libres”, “libérense”, “no tengan miedo a la libertad”, “exprésense libremente”.
Mal momento para Martí, para la libre expresión del pensamiento; para el
pensamiento.
¡Mal momento cuando se habla casi siempre en abstracto de libertad y del
derecho a gozarla!, fuera de su contexto y realidad cultural e histórica, como
entelequia más allá del razonamiento humano, de las circunstancias del hombre, del
tiempo, la época y el lugar concreto donde la libertad se verifica o conculca. Mal
momento cuando se calla el sufrimiento de medio siglo de un pueblo al que se le
ha hecho la más larga, genocida y antilibertaria de todas las guerras.
Es en estos casos cuando la palabra libertad –que en nuestro mundo real
pasa a ser “liberty”- se ahueca, se
prostituye y envanece a manos de quienes se proclaman como sus adalides. Es en
esos casos en que la
afirmación de la libertad como opción vital sin límites conduce paradójicamente
a la negación misma de la libertad, a que se abran, en otras palabras,
situaciones serias de peligro para su misma existencia.
Pongamos un ejemplo –Internet-, y veamos
la reflexión que al respecto nos ofrece el importante investigador argentino
Atilio Borón: “Se ha vuelto un lugar común creer que la Internet es por
excelencia el ámbito de la libertad de nuestro tiempo. Muchísima gente, y no
pocos teóricos, sostienen que se trata de un espacio liberrísimo, en donde las
antiguas restricciones que el papel impreso imponía a la producción y
circulación de las ideas han quedado definitivamente superadas. Basta con leer
algunos pasajes del libro de Hardt y Negri, Imperio; o los tres tomos
de Manuel Castells, La Edad de la Información: Economía, Sociedad y Cultura
para apreciar la profundidad y ramificaciones de esta creencia: 'la
red democrática es un modelo completamente horizontal y desterritorializado. Internet...
es el principal ejemplo de esta estructura democrática en red... Un número
indeterminado y potencialmente ilimitado de nodos interconectados que se
comunican entre sí sin que haya un punto central de control'. ”[5]
Si esto fuese así, ¿por qué Cuba no
puede acceder a los canales internacionales de banda ancha, por qué se bloquean
las direcciones IP cubanas, por qué Google, Yahoo y Messenger tienen
restricciones para Cuba, por qué se financia y estimula el Cyberterrorismo y
George W. Bush y el Grupo Prisa reparten premios a quienes estigmaticen
digitalmente a la Isla? ¿Por qué no se premian a los escritores cubanos de
verdadera valía cultural y lingüística? ¿Por qué no se permite el ingreso en igualdad
de condiciones de la música y el arte cubano a los circuitos internacionales, se
proscribe a la Filarmónica de Nueva York tocar su música en La Habana, y reciprocar
un concierto o recibir un excepcional Grammy se convierte en una odisea para
los creadores cubanos, para lo cual se les exige además un peaje político ante
la jauría mediática de Miami.
Más adelante Borón añadía: “En un pasaje
brillante del Dieciocho Brumario, Marx definía al cretinismo
parlamentario como 'una enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los
contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de memoria, de
toda comprensión del rudo mundo exterior.' Esta enfermedad ahora reaparece y se
apodera de algunos teóricos de nuestro tiempo, los encierra en un mundo
imaginario en el cual la Internet es el reino de la libertad y la democracia,
reino edificado, por cierto sobre una sociedad capitalista que a cada paso
demuestra su incompatibilidad cada vez más irreconciliable con la libertad y la
democracia pero que, gracias al cretinismo –esta vez 'internético'- intenta
renovar su deteriorada legitimidad. Este cretinismo es mucho más dañino que el
identificado por Marx.”[6]
El redescubrimiento del carácter central
del sujeto y del mundo de las necesidades-deseos que están en la raíz de su
exigencia de autoafirmación, corre parejo con una creciente toma de conciencia
del enredo extremadamente articulado de fuerzas que actúan en él y sobre él, y
que determinan continuas limitaciones de su libertad y de sus opciones. Ello,
de algún modo nos conduce al significado que vamos a dar a la democracia, otro
concepto que viene emparentado con la libertad, aunque históricamente le preceda
(lo cual nos aclara que ni una es condición de la otra, ni existe una
comprensión única de ambas, y mucho menos, que es posible imponerlas desde
afuera de los sistemas nacionales, importarlas en helicópteros o portaviones,
invadir con ellas los ciberespacios, las culturas y los imaginarios construidos
sobre otros presupuestos.
Recordemos que el concepto mismo de
libertad adquiere significados diversos, a veces contrapuestos, según la óptica
ideológica desde la que se lo interprete: la libertad del rico para tener y
expandir su propiedad a expensas del pobre, nada tiene que ver con la libertad
que se le ofrece al pobre de mendigar sus derechos y luego votar por el rico
que se va turnar en la presidencia del país o por quienes determinan si un
emigrante es legal o ilegal; extrañas formas de libertad ambas que, por cierto,
el pobre solo disfrutará en dependencia de a quién conceda su voto.
Ello atañe sin dudas al carácter
democrático de la libertad, aunque se obvie que δεμος (demos, en griego) es pueblo y no clase, y contradiga aquel
precepto de los padres fundadores de la gran Nación del Norte, que se presume
antorcha, según la cual, democracia es el gobierno del pueblo, con el pueblo y
para el pueblo (remember Lincoln),
frase revolucionaria que haría expandirse en todas direcciones a la libertad, y
no solo en el sentido en que ha resultado, o al que la han reducido.
Junto a la dieciochesca concepción
iluminista de la libertad, que hace coincidir ésta con la proclamación
abstracta y formal de los derechos individuales –concepción exacerbada hoy por el
pensamiento liberal y neoliberal globalizado-, existe otra, más atenta a las
posibilidades reales de su ejercicio, mediante la creación de condiciones
sociales que garanticen a todos y de manera sustancial el poder real de
autodeterminación, y que expande sus bondades de manera justa y solidaria.
Fíjense en este contraste: el Imperio
americano que nace proclamando la libertad y la democracia a los cuatro
vientos, no resuelve de origen el crucial desafío de la esclavitud que luego
devendría segregación y racismo hasta los años setentas del siglo XX y aún en
nuestros días, según se percibe en las leyes antiinmigrantes, en el Acta
Patriótica, en otras bulas legislativas de esa nación y en las abultadas cifras
de exclusión social en las que miles de negros y latinos engrosan las filas de
los desposeídos cada año, como ocurrió tras el huracán Katrina. O si no, de
dónde sacó Simón Bolívar aquella telúrica admonición que nos alertaba, con
respecto al gigante que crecía al norte del continente y se apropiaba, desde
entonces, de la paternidad absoluta de la noción que nos convoca: “Los Estados
Unidos parecen destinados por la providencia para plagar a América de miserias
a nombre de la libertad”.[7]
La revolución en Cuba, que de forma más
modesta proclama su afán por alcanzar toda la libertad y toda la justicia
posibles (¡posibles! –siempre lo histórico
concreto y no lo abstracto), nace con la liberación de los esclavos y se
nutre de la decisión de sus amos blancos de compartir juntos el mismo destino,
que devendría en una nación mestiza. Se afana y emprende. Yerra y reencamina.
No se cree divina ni mesiánica: es una obra humana, siempre perfectible. Y
cuando un mundo de socialistas que se proclamaron reales y comunistas modélicos,
y no resultaron ni lo uno ni lo otro, desaparece, la revolución cubana no
naufraga, no se hunde, y sigue navegando con sus perfectibles imperfecciones y
protagonistas por los mares de la historia, sin abrogarse la propiedad del
futuro, aunque muchos sigan viendo en ella un faro de luz y una bandera en
medio de la noche oscura y la mar procelosa.
Fidel Castro, que ha sido sin dudas y después
de José Martí, el más grande libertador y demócrata cubano, y que nos ha
enseñado en el ejercicio permanente de la insatisfacción, de la autocrítica y
del perfeccionismo humano, nos deja este legado sobre la noción misma de
Revolución: “es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser
cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás
como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios
esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito
social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de
cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y
heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni
violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el
mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es
unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y
para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y
nuestro internacionalismo.”[8]
Fíjense en la dialéctica libertaria de
Fidel: “igualdad y libertad plenas”. Una contiene a la otra y viceversa. “Ser
tratado y tratar a los demás como seres humanos”, es decir, reconocerse libre y
reconocer al otro también como tal, sin mengua ni ofensa, acto consciente que
radica en la base misma del goce de los derechos y en la participación del y
los individuos en la sociedad. Libertad, democracia, derechos. Todos van juntos
de la mano en esa noción de revolución, que por demás, es una incitación al
cambio constante: “cambiar todo lo que deba ser cambiado”. Momento que rescata
lo mejor de la dialéctica que Fidel ha aprendido en Martí, en Hegel y en Marx,
y que nos pone ante la disyuntiva de entender que los sujetos de esos bienes
morales no solo pueden sino que deben compartir deberes entre sí, entre todos,
con todos y para el bien de todos, lo que es, en Martí, fórmula que él llama
“del amor triunfante”.
Justo en este punto retorno a las
reflexiones más generales para insistir
que, junto con una concepción de la libertad de matriz liberal-burguesa, que
tiende a identificarla –o reducirla- con la libre iniciativa del individuo (¿lo
será realmente? –fíjense que no excluyo), existe otra que presta más atención a
las exigencias objetivas de la justicia, que deben ser absolutamente tuteladas
y promovidas, y en la que la sensibilidad deontológica del ser humano por sus
semejantes, lo hace ser mucho más libre y mucho mejor luchador por la libertad
humana.
Así, la dialéctica entre el bien
personal y el bien colectivo viene a ser hoy más que nunca un asunto de primera
actualidad; y eso lo sabe bien el pueblo salvadoreño, que luchó con las armas
decenas de años por fundir ambos bienestares, que no se ha cansado de luchar
políticamente por lograrlo, que aún masacrado, reprimido, casi exterminado, ha
resistido una y otra vez, y nada ni nadie ha podido quitarle su risueño
espíritu guanaco, su irreverente verbo, su devoción a las creencias –a todas- y
ni siquiera, han podido robarle o rendirle a sus pupusas, que hoy ponen de
rodillas a las hamburguesas.
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En su existencia concreta, el hombre
experimenta a un tiempo su doble condición de ser libre y ser condicionado
–siempre el eterno regreso a nuestras circunstancias, las de cada individuo,
las de cada grupo humano, las de cada nación. La filosofía ha reflexionado
mucho sobre esta experiencia fundamental, en un intento de ofrecer una
interpretación, es decir, de demostrar la existencia de la libertad, indicando
también cómo y por qué se desarrolla ésta.
Por eso, todo intento de establecer una
libertad que sea fin para sí misma, es decir, sin relación con un valor, se
frustra en el preciso instante en que se propone, ya que convierte toda
elección en indiferente y, como consecuencia, borra de la actividad del hombre
todo carácter de responsabilidad y de riesgo con su medio y circunstancias.
En la Universidad Centroamericana de El
Salvador, donde el fantasma del padre Eyacuría sigue revolviendo cátedras y
aulas y enrojeciendo conciencias (no en el sentido político, sino en puro
sentido ético) se sabe mejor que en muchos otros lugares cómo la experiencia
moral es la experiencia de un valor y, sobre todo, lleva como contraseña la
percepción del valor del hombre concreto como persona, el cual procede en
conformidad o no con su dignidad irrepetible, con mayor o menor fidelidad al
sentido auténtico de su existencia. La experiencia ética, si bien tiene sus
raíces en la situación y se alimenta de ella, emerge de ella y aparece
cimentada en la profundidad de la persona. Es experiencia del valor, pero no
como un dato ya dado de antemano, sino como el objeto de una elección libre que
tiende dinámicamente a hacerlo realidad a través de un proceso concatenado e ininterrumpido.
La libertad de elección no lo es, pues,
todo. Está en función de la liberación moral entendida como la apertura cada
vez mayor del espíritu a los valores y a la plenitud del ser. Una libertad
inculta y amoral, que se expande para si en detrimento del otro, una libertad
insensible que no sufre como afrenta propia la causada a otros hombres –sentir
en mejilla propia el golpe dado en la mejilla de cualquier otro hombre, al
decir del Che Guevara-, o no siente como propio el idéntico derecho a la
libertad de todos los demás, es, si acaso, una revelación del peor instinto del
depredador que fuimos –o somos- y nos transforma en salvajes. Pero aún, una
libertad que se simula, porque ha sido comprada por dinero ajeno, es mercenaria
del bolsillo poderoso que amenaza la vida y existencia de todos tus semejantes,
no es libertad, ni son libres los que la reclaman, ni tiene un ápice de crédito
su voz comprada e indigna, por mucho que a quienes la pretendan, las vistan,
como en el caso cubano, de “damas” o “blogueras”, las coloreen de blanco, les
den premios y les ofrezcan todos los titulares mundiales.
Así, lo ético, lo moral, queda expuesto.
Si reflexionáramos a fondo sobre la libertad, podríamos apreciar el desarrollo
de la responsabilidad moral en toda su consistencia real. Por una parte, hay
que dejar constancia de la existencia de la libertad como dinamismo fundamental
del ser y del obrar del hombre; libertad sustentada en el conocimiento y en la
voluntad humana (algunos, desde la fe, añaden, en la presencia de Dios). Pero,
por otra parte, no deben olvidarse las dinámicas histórico-concretas que
caracterizan a la existencia humana como existencia espacio-temporal ni,
consiguientemente, el peso decisivo de los condicionamientos biopsíquicos,
históricos y socio-culturales, que se encuentran en la raíz de las opciones y
comportamientos del hombre.
Echemos una ojeada a otros hechos del
pasado reciente, que como las compungidas damiselas mediáticas, han servido
para atacar a Cuba por presunta falta de libertades: puede que se recuerde el
caso de un vulgar delincuente cubano que cometió innumerables delitos y se
autoproclamó perseguido político. Los que lo estimulaban a hacerlo sabían que era
“rayado”, como se diría en El Salvador, y que podían usarlo hasta el final para
sus fines. Lo incitaron a una huelga de hambre para rendir con ella a un
gobierno apoyado por la inmensa mayoría del pueblo. El neodisidente enarboló
reclamaciones fútiles: ventilador, cocina, refrigerador y teléfono para su
celda. El hombre decidió morirse en su protesta. Las convenciones
internacionales de derechos humanos dicen que tenía derecho a morirse si quería
y que no se le podía impedir porque mancillaría su dignidad. Se le brindó toda
la asistencia médica posible, pero murió.
Puede que también se sepa del caso de un
psiquiatra clínico, que de tanto curar almas enfermó la suya y llegó hasta
provocar agresiones físicas y lesiones casi mortales a sus pacientes y colegas.
Además de autolastimarse, decidió optar también por la conversión ¿política? Y
como su antecesor, optó por proclamarse frecuentemente en huelga de hambre, con
el mismo fin de rendir con ella a un gobierno apoyado por la inmensa mayoría de
su pueblo. Se declaró perseguido y acosado, enfermo y ultrajado, se dejó
fotografiar casi desnudo para convocar lástima, pero disponía de casa propia,
alimentación, médicos y medicinas, y luego, hasta de un cuarto de hospital.
Desde allí arengaba al mundo contra su Patria, y lo hacía, además, con libertad
plena y pleno acceso a todos los medios de comunicación globalizados, de una
forma que lo castigaría cualquier Código Penal del mundo –el salvadoreño
incluido, según se aprende en sus artículos 350 al 361. No se puede reclamar a
otros países que violen su legislación nacional en función de intereses
políticos ajenos, sobre todo si la legislación propia censura y castiga
similares delitos. Eso es inmoral y antilibertario.
El mundo se cae en Cuba, la gente se suicida
como gorriones, y nada pasa en las cárceles del Imperio donde más de un millar
de personas mueren, las matan, se suicidan o intentan hacerlo cada año. Nada
ocurre en Honduras, donde la represión sigue cobrando vidas a pesar de los
arreglos y reconocimientos. Nada es noticia en otras latitudes donde los
indígenas mueren de huelga de hambre reclamando derechos conculcados y los
estudiantes baleados. Nada ha pasado en Europa, donde nadie quiere saber de
cárceles secretas, torturas, xenofobia y otras libertades. Nada es censurable
en Londres, en Madrid, en Paris, en Nueva York, en San Francisco. Nada se sabe
de la franja de Gaza, donde no hay cuentas ya de cuántos niños, mujeres o
ancianos han sido masacrados, pero donde no faltan condenas por ataques al
pobrecito, desarmado e inerme Estado de Israel. Nadie quiere ya que se hable de
los jesuitas asesinados en ese campus sacro que es la UCA, ni de la ausencia
inevitable del padre Ignacio Eyacuría, y mucho menos del silencio al que fue
condenado Monseñor Romero por alguien que se creyó más libre que él y, quién
sabe, hasta que Dios.
El coro global canta el concierto del
pensamiento único que no acepta más que su liberty,
su democracy y sus rigths. Hasta las derechas nos dicen
cómo debemos ser los de izquierda: moderados, responsables. Y no faltan quienes
visten gustosos el traje. Los herejes, que como los primeros cristianos,
desafiamos a la Roma de hoy, estamos condenados al ostracismo más brutal. Los
que decidimos retar al emperador y cruzar el mar, somos los crucificados. La
prensa oligopólica –por oligárquica y monopólica- no da espacios a la razón
pura y en cambio, abre sus páginas a la razón violenta, acogiendo firmas de
terroristas confesos como Carlos Alberto Montaner, agente de la CIA prófugo de
la justicia que se trasviste con ropaje de oveja escritora. Y no faltan
supuestos defensores de derechos humanos que hasta hoy habían estado ocupados
en sus muchos y graves problemas, pero que, para no faltar al coro que reparte
plata y favores, se suman, sin cálculo de daños a su propia historia y deberes,
y sin fijarse mucho en que a su alrededor la libertad justa, moral, debida,
democrática y verdadera, se mantiene cercenada.
¿Para qué cito estas realidades? Para
recordar que la responsabilidad del hombre se debe buscar cada vez más en la
compleja trama entre lo privado y lo público, entre lo personal y lo político,
entre la historia y la cultura, y entre el respeto a si mismo y a los demás, a
sus propias decisiones y a las de los otros: aquello que José Martí define como
sembrar amor, poner bálsamo, disolver odios, unir, fundar, ¡salvar!
De esa posición brota una responsabilidad
verdadera, real, ineludible, que lleva al hombre a madurar en lo hondo de sí
mismo decisiones que van a orientar concretamente su existencia y que se van a
manifestar en los actos que él desarrolle, actos, por lo tanto, caracterizados
por la presencia de la libertad, actúa por sí misma, como regulador consciente
de la libertad.
En ese punto, Martí emparenta con el hidalgo manchego, al concebir la
libertad no como un poder sin límites capaz de volverse contra el propio ser
humano rebajando el hecho mismo de ser libre a un capricho antojadizo de hacer
lo que venga en gana a la voluntad del individuo. Como el Quijote y muchos más,
Martí elige la razón y la responsabilidad –y lega al pueblo de Cuba- el rechazo
a la distinción entre la posibilidad física y la moral, imponiendo el albedrío
de su inteligencia profundamente emocional.
Esa elección moral martiana, que desde los actuales cánones del
pensamiento neoliberal puede percibida como una coacción a la libertad humana,
había sido también señalada de otro modo por el escritor ruso Dimitri
Dostoievski cuando se preguntó “¿Y
acaso puede una persona fundar su felicidad sobre la desdicha de otra?”[9] En ese sentido,
la libertad pasa a ser un acto consciente del individuo social, en la que el
derecho del uno concluye donde comienza el del Otro, y deja de ser, por consiguiente,
un acto animal de albedrío sin límites, o lo que también denominamos, un acto
de libertinaje o anarquía, para transformarse en un acto de salvación.
¿Ha sido la revolución cubana un acto de
libertad como pocos en la historia? Nadie lo duda y por eso se tema a su
ejemplo. ¿Fue excluyente? Se sabe, ¡jamás! ¿Se avergüenza de su precio? No,
toda revolución es un necesario acto de violencia política. ¿Cometió errores?
Los de una república nueva, los de soñar por encima de las posibilidades, los
que bajo la tradición cultural secular se habrían cometido también bajo otros
signos políticos. Fuera de ello, bien lo saben sus detractores, no esconde
muertos, torturados ni desaparecidos en el escaparate de su historia; no tiene
vergüenzas atenazantes de qué ruborizarse o arrepentirse. Las víctimas que se le
achacan y de las que sus verdugos se quieren apropiar como mártires, son las de
la larga guerra que ha debido librar para resistir, existir y vivir
contracorriente: los 20 mil cubanos caídos en la etapa final de las luchas
libertarias entre 1953 y 1958, las 5577 víctimas del terrorismo armado, los
otros miles de compatriotas víctimas del terrorismo migratorio, millones de
cubanos víctimas del terrorismo económico, comercial y financiero.
¿Serán las damas de blanco, los
cantantes arrepentidos de sus cantos, los periodistas al servicio del dinero, un
huelguista de hambre y cualquiera otro que se sume mañana a esta lista, víctimas
del Gobierno cubano o de quienes los han empujado a la infamia y a la automutilación
para sacar calculada ganancia política y quién duda si financiera también?
¿Ha sido la revolución cubana un acto
antidemocrático? Pocos gobiernos del mundo han hecho de la participación libre
de sus ciudadanos en la toma de decisiones un acto de democracia. Nunca me
cansaré de repetir que ninguna de las grandes decisiones de la revolución
cubana ha sido tomada de espaldas y sin consultar al pueblo. Si como se dice, los
cubanos no podemos tener la libertad de opción, ¿por qué acudimos en masa a los
colegios electorales durante las elecciones? ¿Por qué vota más del 90 por
ciento de ellos a pesar de que el voto no es obligatorio? ¿Por qué, si somos
tan totalitarios, tenemos que proponer no menos de dos candidatos por cargo
público y cumplir con la ley de lograr, además, un adecuado balance de mujeres,
negros, mestizos y jóvenes? ¿Por qué se consultan al pueblo los destinos de la
Nación y millones responden, entregan sus ideas, las debaten, las arropan y
ordenan y le entregan al único y no electoral Partido y al Gobierno elegido en
elecciones libres, directas y secretas, una propuesta de país? ¿Por qué –diría
Silvio Rodríguez-, si ese Gobierno es tan malo, ha forjado en cincuenta años un
pueblo tan bueno?
¿Es un problema de falta de libertad de
los cubanos, o es que los cubanos no quieren una libertad desenfrenada donde
unos pisoteen a los otros según su poder, astucia o suerte? ¿Es un problema de
diversidad de opciones políticas o de un nuevo modelo político que nació del
derrumbe del negocio del partidismo en Cuba y del fin de las prebendas, las
canonjías y las sinecuras, como dice Mamá Grande en sus funerales? ¿Qué tan
antidemocrático es el régimen que sabiendo de la necesidad de una decisión
económica de emergencia para enfrentar una crisis, no la impone sino que la
consulta con el pueblo, el pueblo la veta, y el gobierno se ve obligado a hacer
malabares para no lesionar el mandato que se le ha conferido y, a la vez,
cumplir con su deber de impedir que la crisis golpee a los menos favorecidos?
Cuando alguien se precipite a condenar a
otros, a certificar gobiernos, a poner etiquetas, a presumir de libre y
democrático, pregúntense siempre por qué. Duden siempre de quien proponga una
libertad sin frenos, porque donde no exista responsabilidad, la libertad será
cuando menos inservible y cuando más, será una ficción en la que unos –las
mayorías- actuarán como si fueran libres y otros –las minorías que ejercen el
poder- se comportarán como si dejaran a los demás disfrutar de su libertad.
Por último, les regalo un acertijo:
había una vez un pueblo amenazado por hombres que ponían bombas donde ese
pueblo y sus visitantes iban a curarse, a comer y a
bailar. Había hombres que compraban hombres-mercenarios en otro país para que
pusieran bombas en el propio y en el que los acogía. Había hombres-presidentes
que ampararon a los hombres-terroristas en su cruzada contra el pueblo en el
que reventaban las bombas. Había hijos del pueblo que viajaron al país de donde
procedían los hombres terroristas, el dinero y las bombas para descubrir sus
planes y alertar de los peligros que corrían sus ciudadanos y advertir a su
pueblo para que no resultase víctima. Los hombres-policías capturaron a los
hijos del pueblo víctima y los hombres-jueces del país de acogida los
sancionaron por defender a su pueblo. Los hombres-terroristas siguieron libres,
cerca de los jueces, haciendo planes, preparando bombas y fusiles. ¿Saben a
nombre de qué actuaron todos? A nombre de la libertad. Saque cada quien sus
conclusiones.
Termino, y no solo doy las gracias. He
filosofado, pero los cubanos llevamos nuestra libertad, independencia y
democracia a galope, porque así se nos ha impuesto. Somos un pueblo mambí, un
pueblo guerrillero, una nao en medio de la tempestad, como aquel yate cargado
de ochenta y dos libertadores, que se afanaba asmático entre las olas del
Caribe, un 2 de diciembre de 1956 para llegar pronto y salvo a la tierra que debía
libertar; un arca de la salvación, como la ha pintado en sus cuadros el artista
Esteban Machado, un mazorca de maíz con todos sus granos, cascarón que flota,
aparentemente a la deriva, en medio de un huracán, con todas sus palmas y
frutos y aves y trinos y dolores. Vencedora de mil batallas, su bandera ondea,
restallando al viento. En la oscuridad de la noche su estrella solitaria nos
guía, como la de Belén orientaba a los peregrinos y la Polar a los marineros
errantes. Parecería que ese navegar áspero es nuestro destino. Tampoco nos
arrepentimos. Esa brega nos ha salvado, nos ha curtido, nos ha dado un ojo más avizor
y nos ha permitido ser más justos. Un grito del vigía se escucha, y la masa
responde que nunca lo depondremos, aunque esto se lea en el año 2050: ¡Viva
Cuba libre!
[1] Este artículo es una
versión revisada, reescrita y actualizada para esta revista por el autor,
Embajador de Cuba en El Salvador, de las notas de una conferencia dictada en la
Facultad de Economía de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”
(UCA) el 30 de abril de 2010.
[2] Cervantes, M. El ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha. Capítulo LVIII.
[3] Martí, J. “Fiestas de la Estatua de
la Libertad”, La Nación, Nueva York, octubre 29 de 1886, en OC, T. 11,
p. 100.
[4] Maceo, A. En Carta al patriota cubano José Dolores Poyo, director
del periódico independentista El Yara, de Cayo Hueso, dirigida el 13 de junio
de 1884 desde San Pedro Sula, Honduras, referenciada por Raúl Rodríguez La O.
En Internet: http://www.sld.cu/sitios/infodir/temas.php?idv=15549
[5] Borón,
A. , La Internet no es el reino de la libertad, como muchos creen. En Internet:
http://www.filosofia.cu/site/noticia.php?id=59&r=/default.php
[6] Ibdem.
[7] Bolívar, S.
Carta a Patricio Campbell, Guayaquil, 5 de agosto de 1829.
[8] Castro, F. Discurso del 1 de mayo de
2001 en ocasión del Día Internacional de los Trabajadores. Granma, 2 de mayo de 2001, p.4.
[9] Citado por Rubio, A.
Don Quijote, Hamlet y Turgueniev: visiones de la libertad. En Internet: http://arvo.net/el-valor-de-la-libertad/don-quijote-hamlet-y-turgueniev-visiones-de-la-libertad/gmx-niv397-con16215.htm
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