martes, diciembre 06, 2011

LAS NOTICIAS, LA LIBERTAD Y EL ARCA DE LA SALVACIÓN

Escribo tarde, en la noche de San Salvador, con las nubes y el rocío que bajan por las faldas del volcán Quetzaltepeque para refrescar una ciudad humanamente caliente. Escribo con prisa y ardor. Reviso los periódicos con angustia. El show mediático anticubano sigue. Las agencias se desgarran con mentiras inventadas desde Miami y desde La Habana por los impúdicos asalariados del Imperio. Algunos diputados derechistas arman su sainete de ocasión y pretenden arrancar condenas a sus compañeros. Las mentiras van y vienen como las falsas imágenes de la Plaza Verde de Trípoli filmadas por Al-Jazeera en un suburbio de Doha, Qatar, con decorados que no cuidaron los detalles, con artistas y extras, y muchos fusiles de utilería y salvas de pirotecnia. Son como las escalofriantes revelaciones de las torres gemelas demolidas hace ahora diez años, en aras de la mayor supremacía del Imperio.
La vapuleada libertad va de un lado a otro en los medios, en las grandes capitales del mundo desarrollado y en la cada vez más canija ONU. Las mentiras, con piernas cortas, quedan desnudas, exhaustas de venderse como verdades: los rebeldes libios celebran que el bien hecho filme de ficción les haya asegurado el reconocimiento de al menos diez países en pocas horas, mientras se filtra un acuerdo de intercambio de “apoyos” por una concesión del 35 por ciento de las riquezas petroleras del país a las transnacionales energéticas francesas. Las “damas” parecen, de blanco, fantasmas, cuando Wikileaks las desnuda en sus cobranzas y anhelos de ver asfixiada a la Isla por el dogal financiero y el humo de las explosiones.
Por si acaso la opción fallara, el emperador de turno, Barack Obama, repite la cantaleta de sus once predecesores para que Cuba cambie lo suficiente como para que retorne a su punto de partida de 1958. Todavía unos congresistas cubanoamericanos se aventuran más lejos y gritan con impotencia: “si en Libia sí se pudo, por qué no en Cuba”. Pero esas anatemas ya las escuchamos antes: si Moscú se cayó atrás vendrá La Habana; si Iraq fue bombardeado hoy, Cuba lo será mañana; si ajusticiamos a Bin Laden, por qué no a Castro… Pero La Habana no es nunca Moscú, ni Cuba es Iraq, ni cualquiera de los Castros cubanos tiene que ver con esa creación CIA llamada Osama. Ni el gobierno cubano obedece órdenes imperiales. Y ni siquiera las damas son tales.
Mientras tanto, la ONU bendice, Ban Ki Moon exige, y las bombas y cohetes de la OTAN caen sobre las ciudades libias, mueren miles de mujeres y niños civiles ajenos al conflicto, como mueren jóvenes en Suramérica, en Centroamérica y en varias ciudades europeas, donde miles de personas protestan contra la no-vida que se les ha legado, pero de las cuales casi no se habla, porque hasta twittear puede ser signo de cárcel y censura, si es contra el Dios-dinero. De todo esto último solo hay silencio, pues lo que no se ve, ni se oye ni se lee, o se ve, lee y oye poco, sencillamente no existe. Un silencio tan insondable como el que encierra más allá de sus prisiones a cinco luchadores antiterroristas cubanos en cárceles estadounidenses, condenados de un juicio en el que los fiscales se retractaron, los cargos se retiraron y las pruebas no fueron presentadas; donde solo el odio, el miedo y el dinero fueron ley. Y solo ahora, Cuba es noticia, falsa noticia, putativa noticia, puro merchandizing político, y como en la canción, parece que el cielo se va a caer en la isla “maldita” y “rufiana”, cuyo pueblo “oprimido” nadie sabe por qué no busca su 15M, su Puerta del Sol, o su Plaza Tahrir, o su Plaza Verde, para poder conocer al fin la “libertad” de la que otros pregonan.
En esa obra central de la cultura hispana que es El Quijote, Miguel de Cervantes pone en boca del ingenioso hidalgo estas palabras: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida...”[2] Pero ¡ay del que a tanto se atreva!
El problema de la libertad, en efecto es uno de los problemas centrales de toda reflexión filosófica. La libertad se considera componente esencial del ser del hombre, ya que da significado a la existencia, y especifica y caracteriza el obrar humano; obrar que, por ser libre, se hace moral en su más prístino sentido ético.
Por ser libres, los hombres han sacrificado más de una vez su vida y los poetas han destilado los versos más auténticos. La libertad ha sido sueño, ha sido realidad, y ha sido también fría e inmóvil estatua, noción reducida a proclama, fábula que como el mito de Sísifo en la montaña, empujamos siempre hacia la cima sin alcanzarla plenamente. A nombre de la libertad se ha impartido justicia a los más necesitados, se han derrocado gobiernos dictatoriales y se han demolido estructuras políticas, económicas y sociales inservibles; también se han cometido graves errores; han sido elegidos diputados corruptos y gobiernos tiránicos; se han construido sistemas políticos opresores, se ha invadido países, se ha derrocado a gobiernos soberanos, o se ha estigmatizado a otros de distinto signo ideológico.
José Martí, apóstol de la libertad y la independencia cubanas, y él mismo el libertador más radical de la historia de Cuba y, sin dudas, uno de los más radicales de Nuestra América, escribía desde su exilio de Nueva York: “Terrible es, libertad, hablar de ti para quien no la tiene. Una fiera vencida por el domador no dobla la rodilla con más ira. Se conoce la hondura del infierno, y se mira desde ella, en su arrogancia de sol, al hombre vivo. Se muerde el aire, como muerde una hiena el hierro de su jaula. Se retuerce el espíritu en el cuerpo como un envenenado. Del fango de las calles quisiera hacerse el miserable que vive sin libertad la vestidura que le asienta. Los que te tienen, oh libertad, no te conocen. Los que no te tienen no deben hablar de ti, sino conquistarte”[3].
Por esa libertad radical, verdadera, amorosa, libre de ataduras que no sean más que las morales, pero sin remilgos, pueblos enteros bregan en la historia como parias, desafiando la furia de los Imperios que se empeñan en ponerles cortapisas económicas, comerciales, financieras, políticas, culturales y de todo tipo. Por ese empeño se les etiquetea o tacha de fundamentalistas, totalitarios, fallidos y hasta jacobinos a quienes la buscan, mientras se olvida o se oculta conscientemente que la palabra radical viene de raíz, de ir a la raíz de los fenómenos de la realidad. Se ignora el origen de sus males, o se les inventan las enfermedades de que carecen porque parecer –y eso es ya el mundo lo virtual, la creación subjetiva de lo real objetivo-, ha pasado a ser más importante que existir, y quien no acepte el veredicto y el edicto, deberá pagar el precio más impagable. Cuba no es una excepción y ha tenido que demostrarlo.
De ahí la radicalidad de otro libertador cubano, Antonio Maceo y Grajales, quien creía en la visión iluminista de libertad, igualdad y fraternidad como un tríptico indivisible, y que hoy podríamos renombrar igual como libertad, justicia social y solidaridad. Maceo tenía claro que “la libertad cuesta muy caro. Se le conquista, no se mendiga. Hay que resignarse a vivir sin ella o disponerse a comprarla con el filo del machete”. Y para que no quedaran dudas de la voluntad de lograrlo y, además, mantenerla una vez alcanzada –sobre todo por las amenazas norteñas que ya se cernían sobre una Cuba independiente-, advierte a los que se atraviesen en ese camino: “quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la contienda”[4].
Sin embargo, algunos creen que vivimos un mal momento para la palabra libertad. Se le maltrata, se le abusa como hembra de burdel, se le cerca y encadena con dinero y censura; apenas ni se le nombra y a veces pareciera como que fuera en camino de convertirse en un vocablo arcaico y en desuso. Y aún así nos dicen “sean libres”, “libérense”, “no tengan miedo a la libertad”, “exprésense libremente”. Mal momento para Martí, para la libre expresión del pensamiento; para el pensamiento.
¡Mal momento cuando se habla casi siempre en abstracto de libertad y del derecho a gozarla!, fuera de su contexto y realidad cultural e histórica, como entelequia más allá del razonamiento humano, de las circunstancias del hombre, del tiempo, la época y el lugar concreto donde la libertad se verifica o conculca. Mal momento cuando se calla el sufrimiento de medio siglo de un pueblo al que se le ha hecho la más larga, genocida y antilibertaria de todas las guerras.
Es en estos casos cuando la palabra libertad –que en nuestro mundo real pasa a ser “liberty”- se ahueca, se prostituye y envanece a manos de quienes se proclaman como sus adalides. Es en esos casos en que la afirmación de la libertad como opción vital sin límites conduce paradójicamente a la negación misma de la libertad, a que se abran, en otras palabras, situaciones serias de peligro para su misma existencia.
Pongamos un ejemplo –Internet-, y veamos la reflexión que al respecto nos ofrece el importante investigador argentino Atilio Borón: “Se ha vuelto un lugar común creer que la Internet es por excelencia el ámbito de la libertad de nuestro tiempo. Muchísima gente, y no pocos teóricos, sostienen que se trata de un espacio liberrísimo, en donde las antiguas restricciones que el papel impreso imponía a la producción y circulación de las ideas han quedado definitivamente superadas. Basta con leer algunos pasajes del libro de Hardt y Negri, Imperio; o los tres tomos de Manuel Castells, La Edad de la Información: Economía, Sociedad y Cultura para apreciar la profundidad y ramificaciones de esta creencia: 'la red democrática es un modelo completamente horizontal y desterritorializado. Internet... es el principal ejemplo de esta estructura democrática en red... Un número indeterminado y potencialmente ilimitado de nodos interconectados que se comunican entre sí sin que haya un punto central de control'. ”[5]
Si esto fuese así, ¿por qué Cuba no puede acceder a los canales internacionales de banda ancha, por qué se bloquean las direcciones IP cubanas, por qué Google, Yahoo y Messenger tienen restricciones para Cuba, por qué se financia y estimula el Cyberterrorismo y George W. Bush y el Grupo Prisa reparten premios a quienes estigmaticen digitalmente a la Isla? ¿Por qué no se premian a los escritores cubanos de verdadera valía cultural y lingüística? ¿Por qué no se permite el ingreso en igualdad de condiciones de la música y el arte cubano a los circuitos internacionales, se proscribe a la Filarmónica de Nueva York tocar su música en La Habana, y reciprocar un concierto o recibir un excepcional Grammy se convierte en una odisea para los creadores cubanos, para lo cual se les exige además un peaje político ante la jauría mediática de Miami.
Más adelante Borón añadía: “En un pasaje brillante del Dieciocho Brumario, Marx definía al cretinismo parlamentario como 'una enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de memoria, de toda comprensión del rudo mundo exterior.' Esta enfermedad ahora reaparece y se apodera de algunos teóricos de nuestro tiempo, los encierra en un mundo imaginario en el cual la Internet es el reino de la libertad y la democracia, reino edificado, por cierto sobre una sociedad capitalista que a cada paso demuestra su incompatibilidad cada vez más irreconciliable con la libertad y la democracia pero que, gracias al cretinismo –esta vez 'internético'- intenta renovar su deteriorada legitimidad. Este cretinismo es mucho más dañino que el identificado por Marx.”[6]
El redescubrimiento del carácter central del sujeto y del mundo de las necesidades-deseos que están en la raíz de su exigencia de autoafirmación, corre parejo con una creciente toma de conciencia del enredo extremadamente articulado de fuerzas que actúan en él y sobre él, y que determinan continuas limitaciones de su libertad y de sus opciones. Ello, de algún modo nos conduce al significado que vamos a dar a la democracia, otro concepto que viene emparentado con la libertad, aunque históricamente le preceda (lo cual nos aclara que ni una es condición de la otra, ni existe una comprensión única de ambas, y mucho menos, que es posible imponerlas desde afuera de los sistemas nacionales, importarlas en helicópteros o portaviones, invadir con ellas los ciberespacios, las culturas y los imaginarios construidos sobre otros presupuestos.
Recordemos que el concepto mismo de libertad adquiere significados diversos, a veces contrapuestos, según la óptica ideológica desde la que se lo interprete: la libertad del rico para tener y expandir su propiedad a expensas del pobre, nada tiene que ver con la libertad que se le ofrece al pobre de mendigar sus derechos y luego votar por el rico que se va turnar en la presidencia del país o por quienes determinan si un emigrante es legal o ilegal; extrañas formas de libertad ambas que, por cierto, el pobre solo disfrutará en dependencia de a quién conceda su voto.
Ello atañe sin dudas al carácter democrático de la libertad, aunque se obvie que δεμος (demos, en griego) es pueblo y no clase, y contradiga aquel precepto de los padres fundadores de la gran Nación del Norte, que se presume antorcha, según la cual, democracia es el gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo (remember Lincoln), frase revolucionaria que haría expandirse en todas direcciones a la libertad, y no solo en el sentido en que ha resultado, o al que la han reducido.
Junto a la dieciochesca concepción iluminista de la libertad, que hace coincidir ésta con la proclamación abstracta y formal de los derechos individuales –concepción exacerbada hoy por el pensamiento liberal y neoliberal globalizado-, existe otra, más atenta a las posibilidades reales de su ejercicio, mediante la creación de condiciones sociales que garanticen a todos y de manera sustancial el poder real de autodeterminación, y que expande sus bondades de manera justa y solidaria.
Fíjense en este contraste: el Imperio americano que nace proclamando la libertad y la democracia a los cuatro vientos, no resuelve de origen el crucial desafío de la esclavitud que luego devendría segregación y racismo hasta los años setentas del siglo XX y aún en nuestros días, según se percibe en las leyes antiinmigrantes, en el Acta Patriótica, en otras bulas legislativas de esa nación y en las abultadas cifras de exclusión social en las que miles de negros y latinos engrosan las filas de los desposeídos cada año, como ocurrió tras el huracán Katrina. O si no, de dónde sacó Simón Bolívar aquella telúrica admonición que nos alertaba, con respecto al gigante que crecía al norte del continente y se apropiaba, desde entonces, de la paternidad absoluta de la noción que nos convoca: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar a América de miserias a nombre de la libertad”.[7]
La revolución en Cuba, que de forma más modesta proclama su afán por alcanzar toda la libertad y toda la justicia posibles (¡posibles! –siempre lo histórico  concreto y no lo abstracto), nace con la liberación de los esclavos y se nutre de la decisión de sus amos blancos de compartir juntos el mismo destino, que devendría en una nación mestiza. Se afana y emprende. Yerra y reencamina. No se cree divina ni mesiánica: es una obra humana, siempre perfectible. Y cuando un mundo de socialistas que se proclamaron reales y comunistas modélicos, y no resultaron ni lo uno ni lo otro, desaparece, la revolución cubana no naufraga, no se hunde, y sigue navegando con sus perfectibles imperfecciones y protagonistas por los mares de la historia, sin abrogarse la propiedad del futuro, aunque muchos sigan viendo en ella un faro de luz y una bandera en medio de la noche oscura y la mar procelosa.
Fidel Castro, que ha sido sin dudas y después de José Martí, el más grande libertador y demócrata cubano, y que nos ha enseñado en el ejercicio permanente de la insatisfacción, de la autocrítica y del perfeccionismo humano, nos deja este legado sobre la noción misma de Revolución: “es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.”[8]
Fíjense en la dialéctica libertaria de Fidel: “igualdad y libertad plenas”. Una contiene a la otra y viceversa. “Ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”, es decir, reconocerse libre y reconocer al otro también como tal, sin mengua ni ofensa, acto consciente que radica en la base misma del goce de los derechos y en la participación del y los individuos en la sociedad. Libertad, democracia, derechos. Todos van juntos de la mano en esa noción de revolución, que por demás, es una incitación al cambio constante: “cambiar todo lo que deba ser cambiado”. Momento que rescata lo mejor de la dialéctica que Fidel ha aprendido en Martí, en Hegel y en Marx, y que nos pone ante la disyuntiva de entender que los sujetos de esos bienes morales no solo pueden sino que deben compartir deberes entre sí, entre todos, con todos y para el bien de todos, lo que es, en Martí, fórmula que él llama “del amor triunfante”.
Justo en este punto retorno a las reflexiones más generales para  insistir que, junto con una concepción de la libertad de matriz liberal-burguesa, que tiende a identificarla –o reducirla- con la libre iniciativa del individuo (¿lo será realmente? –fíjense que no excluyo), existe otra que presta más atención a las exigencias objetivas de la justicia, que deben ser absolutamente tuteladas y promovidas, y en la que la sensibilidad deontológica del ser humano por sus semejantes, lo hace ser mucho más libre y mucho mejor luchador por la libertad humana.
Así, la dialéctica entre el bien personal y el bien colectivo viene a ser hoy más que nunca un asunto de primera actualidad; y eso lo sabe bien el pueblo salvadoreño, que luchó con las armas decenas de años por fundir ambos bienestares, que no se ha cansado de luchar políticamente por lograrlo, que aún masacrado, reprimido, casi exterminado, ha resistido una y otra vez, y nada ni nadie ha podido quitarle su risueño espíritu guanaco, su irreverente verbo, su devoción a las creencias –a todas- y ni siquiera, han podido robarle o rendirle a sus pupusas, que hoy ponen de rodillas a las hamburguesas.
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En su existencia concreta, el hombre experimenta a un tiempo su doble condición de ser libre y ser condicionado –siempre el eterno regreso a nuestras circunstancias, las de cada individuo, las de cada grupo humano, las de cada nación. La filosofía ha reflexionado mucho sobre esta experiencia fundamental, en un intento de ofrecer una interpretación, es decir, de demostrar la existencia de la libertad, indicando también cómo y por qué se desarrolla ésta.
Por eso, todo intento de establecer una libertad que sea fin para sí misma, es decir, sin relación con un valor, se frustra en el preciso instante en que se propone, ya que convierte toda elección en indiferente y, como consecuencia, borra de la actividad del hombre todo carácter de responsabilidad y de riesgo con su medio y circunstancias.
En la Universidad Centroamericana de El Salvador, donde el fantasma del padre Eyacuría sigue revolviendo cátedras y aulas y enrojeciendo conciencias (no en el sentido político, sino en puro sentido ético) se sabe mejor que en muchos otros lugares cómo la experiencia moral es la experiencia de un valor y, sobre todo, lleva como contraseña la percepción del valor del hombre concreto como persona, el cual procede en conformidad o no con su dignidad irrepetible, con mayor o menor fidelidad al sentido auténtico de su existencia. La experiencia ética, si bien tiene sus raíces en la situación y se alimenta de ella, emerge de ella y aparece cimentada en la profundidad de la persona. Es experiencia del valor, pero no como un dato ya dado de antemano, sino como el objeto de una elección libre que tiende dinámicamente a hacerlo realidad a través de un proceso concatenado e ininterrumpido.
La libertad de elección no lo es, pues, todo. Está en función de la liberación moral entendida como la apertura cada vez mayor del espíritu a los valores y a la plenitud del ser. Una libertad inculta y amoral, que se expande para si en detrimento del otro, una libertad insensible que no sufre como afrenta propia la causada a otros hombres –sentir en mejilla propia el golpe dado en la mejilla de cualquier otro hombre, al decir del Che Guevara-, o no siente como propio el idéntico derecho a la libertad de todos los demás, es, si acaso, una revelación del peor instinto del depredador que fuimos –o somos- y nos transforma en salvajes. Pero aún, una libertad que se simula, porque ha sido comprada por dinero ajeno, es mercenaria del bolsillo poderoso que amenaza la vida y existencia de todos tus semejantes, no es libertad, ni son libres los que la reclaman, ni tiene un ápice de crédito su voz comprada e indigna, por mucho que a quienes la pretendan, las vistan, como en el caso cubano, de “damas” o “blogueras”, las coloreen de blanco, les den premios y les ofrezcan todos los titulares mundiales.
Así, lo ético, lo moral, queda expuesto. Si reflexionáramos a fondo sobre la libertad, podríamos apreciar el desarrollo de la responsabilidad moral en toda su consistencia real. Por una parte, hay que dejar constancia de la existencia de la libertad como dinamismo fundamental del ser y del obrar del hombre; libertad sustentada en el conocimiento y en la voluntad humana (algunos, desde la fe, añaden, en la presencia de Dios). Pero, por otra parte, no deben olvidarse las dinámicas histórico-concretas que caracterizan a la existencia humana como existencia espacio-temporal ni, consiguientemente, el peso decisivo de los condicionamientos biopsíquicos, históricos y socio-culturales, que se encuentran en la raíz de las opciones y comportamientos del hombre.
Echemos una ojeada a otros hechos del pasado reciente, que como las compungidas damiselas mediáticas, han servido para atacar a Cuba por presunta falta de libertades: puede que se recuerde el caso de un vulgar delincuente cubano que cometió innumerables delitos y se autoproclamó perseguido político. Los que lo estimulaban a hacerlo sabían que era “rayado”, como se diría en El Salvador, y que podían usarlo hasta el final para sus fines. Lo incitaron a una huelga de hambre para rendir con ella a un gobierno apoyado por la inmensa mayoría del pueblo. El neodisidente enarboló reclamaciones fútiles: ventilador, cocina, refrigerador y teléfono para su celda. El hombre decidió morirse en su protesta. Las convenciones internacionales de derechos humanos dicen que tenía derecho a morirse si quería y que no se le podía impedir porque mancillaría su dignidad. Se le brindó toda la asistencia médica posible, pero murió.
Puede que también se sepa del caso de un psiquiatra clínico, que de tanto curar almas enfermó la suya y llegó hasta provocar agresiones físicas y lesiones casi mortales a sus pacientes y colegas. Además de autolastimarse, decidió optar también por la conversión ¿política? Y como su antecesor, optó por proclamarse frecuentemente en huelga de hambre, con el mismo fin de rendir con ella a un gobierno apoyado por la inmensa mayoría de su pueblo. Se declaró perseguido y acosado, enfermo y ultrajado, se dejó fotografiar casi desnudo para convocar lástima, pero disponía de casa propia, alimentación, médicos y medicinas, y luego, hasta de un cuarto de hospital. Desde allí arengaba al mundo contra su Patria, y lo hacía, además, con libertad plena y pleno acceso a todos los medios de comunicación globalizados, de una forma que lo castigaría cualquier Código Penal del mundo –el salvadoreño incluido, según se aprende en sus artículos 350 al 361. No se puede reclamar a otros países que violen su legislación nacional en función de intereses políticos ajenos, sobre todo si la legislación propia censura y castiga similares delitos. Eso es inmoral y antilibertario.
El mundo se cae en Cuba, la gente se suicida como gorriones, y nada pasa en las cárceles del Imperio donde más de un millar de personas mueren, las matan, se suicidan o intentan hacerlo cada año. Nada ocurre en Honduras, donde la represión sigue cobrando vidas a pesar de los arreglos y reconocimientos. Nada es noticia en otras latitudes donde los indígenas mueren de huelga de hambre reclamando derechos conculcados y los estudiantes baleados. Nada ha pasado en Europa, donde nadie quiere saber de cárceles secretas, torturas, xenofobia y otras libertades. Nada es censurable en Londres, en Madrid, en Paris, en Nueva York, en San Francisco. Nada se sabe de la franja de Gaza, donde no hay cuentas ya de cuántos niños, mujeres o ancianos han sido masacrados, pero donde no faltan condenas por ataques al pobrecito, desarmado e inerme Estado de Israel. Nadie quiere ya que se hable de los jesuitas asesinados en ese campus sacro que es la UCA, ni de la ausencia inevitable del padre Ignacio Eyacuría, y mucho menos del silencio al que fue condenado Monseñor Romero por alguien que se creyó más libre que él y, quién sabe, hasta que Dios.
El coro global canta el concierto del pensamiento único que no acepta más que su liberty, su democracy y sus rigths. Hasta las derechas nos dicen cómo debemos ser los de izquierda: moderados, responsables. Y no faltan quienes visten gustosos el traje. Los herejes, que como los primeros cristianos, desafiamos a la Roma de hoy, estamos condenados al ostracismo más brutal. Los que decidimos retar al emperador y cruzar el mar, somos los crucificados. La prensa oligopólica –por oligárquica y monopólica- no da espacios a la razón pura y en cambio, abre sus páginas a la razón violenta, acogiendo firmas de terroristas confesos como Carlos Alberto Montaner, agente de la CIA prófugo de la justicia que se trasviste con ropaje de oveja escritora. Y no faltan supuestos defensores de derechos humanos que hasta hoy habían estado ocupados en sus muchos y graves problemas, pero que, para no faltar al coro que reparte plata y favores, se suman, sin cálculo de daños a su propia historia y deberes, y sin fijarse mucho en que a su alrededor la libertad justa, moral, debida, democrática y verdadera, se mantiene cercenada.
¿Para qué cito estas realidades? Para recordar que la responsabilidad del hombre se debe buscar cada vez más en la compleja trama entre lo privado y lo público, entre lo personal y lo político, entre la historia y la cultura, y entre el respeto a si mismo y a los demás, a sus propias decisiones y a las de los otros: aquello que José Martí define como sembrar amor, poner bálsamo, disolver odios, unir, fundar, ¡salvar!
De esa posición brota una responsabilidad verdadera, real, ineludible, que lleva al hombre a madurar en lo hondo de sí mismo decisiones que van a orientar concretamente su existencia y que se van a manifestar en los actos que él desarrolle, actos, por lo tanto, caracterizados por la presencia de la libertad, actúa por sí misma, como regulador consciente de la libertad.
En ese punto, Martí emparenta con el hidalgo manchego, al concebir la libertad no como un poder sin límites capaz de volverse contra el propio ser humano rebajando el hecho mismo de ser libre a un capricho antojadizo de hacer lo que venga en gana a la voluntad del individuo. Como el Quijote y muchos más, Martí elige la razón y la responsabilidad –y lega al pueblo de Cuba- el rechazo a la distinción entre la posibilidad física y la moral, imponiendo el albedrío de su inteligencia profundamente emocional.
Esa elección moral martiana, que desde los actuales cánones del pensamiento neoliberal puede percibida como una coacción a la libertad humana, había sido también señalada de otro modo por el escritor ruso Dimitri Dostoievski cuando se preguntó “¿Y acaso puede una persona fundar su felicidad sobre la desdicha de otra?”[9] En ese sentido, la libertad pasa a ser un acto consciente del individuo social, en la que el derecho del uno concluye donde comienza el del Otro, y deja de ser, por consiguiente, un acto animal de albedrío sin límites, o lo que también denominamos, un acto de libertinaje o anarquía, para transformarse en un acto de salvación.
¿Ha sido la revolución cubana un acto de libertad como pocos en la historia? Nadie lo duda y por eso se tema a su ejemplo. ¿Fue excluyente? Se sabe, ¡jamás! ¿Se avergüenza de su precio? No, toda revolución es un necesario acto de violencia política. ¿Cometió errores? Los de una república nueva, los de soñar por encima de las posibilidades, los que bajo la tradición cultural secular se habrían cometido también bajo otros signos políticos. Fuera de ello, bien lo saben sus detractores, no esconde muertos, torturados ni desaparecidos en el escaparate de su historia; no tiene vergüenzas atenazantes de qué ruborizarse o arrepentirse. Las víctimas que se le achacan y de las que sus verdugos se quieren apropiar como mártires, son las de la larga guerra que ha debido librar para resistir, existir y vivir contracorriente: los 20 mil cubanos caídos en la etapa final de las luchas libertarias entre 1953 y 1958, las 5577 víctimas del terrorismo armado, los otros miles de compatriotas víctimas del terrorismo migratorio, millones de cubanos víctimas del terrorismo económico, comercial y financiero.
¿Serán las damas de blanco, los cantantes arrepentidos de sus cantos, los periodistas al servicio del dinero, un huelguista de hambre y cualquiera otro que se sume mañana a esta lista, víctimas del Gobierno cubano o de quienes los han empujado a la infamia y a la automutilación para sacar calculada ganancia política y quién duda si financiera también?
¿Ha sido la revolución cubana un acto antidemocrático? Pocos gobiernos del mundo han hecho de la participación libre de sus ciudadanos en la toma de decisiones un acto de democracia. Nunca me cansaré de repetir que ninguna de las grandes decisiones de la revolución cubana ha sido tomada de espaldas y sin consultar al pueblo. Si como se dice, los cubanos no podemos tener la libertad de opción, ¿por qué acudimos en masa a los colegios electorales durante las elecciones? ¿Por qué vota más del 90 por ciento de ellos a pesar de que el voto no es obligatorio? ¿Por qué, si somos tan totalitarios, tenemos que proponer no menos de dos candidatos por cargo público y cumplir con la ley de lograr, además, un adecuado balance de mujeres, negros, mestizos y jóvenes? ¿Por qué se consultan al pueblo los destinos de la Nación y millones responden, entregan sus ideas, las debaten, las arropan y ordenan y le entregan al único y no electoral Partido y al Gobierno elegido en elecciones libres, directas y secretas, una propuesta de país? ¿Por qué –diría Silvio Rodríguez-, si ese Gobierno es tan malo, ha forjado en cincuenta años un pueblo tan bueno?
¿Es un problema de falta de libertad de los cubanos, o es que los cubanos no quieren una libertad desenfrenada donde unos pisoteen a los otros según su poder, astucia o suerte? ¿Es un problema de diversidad de opciones políticas o de un nuevo modelo político que nació del derrumbe del negocio del partidismo en Cuba y del fin de las prebendas, las canonjías y las sinecuras, como dice Mamá Grande en sus funerales? ¿Qué tan antidemocrático es el régimen que sabiendo de la necesidad de una decisión económica de emergencia para enfrentar una crisis, no la impone sino que la consulta con el pueblo, el pueblo la veta, y el gobierno se ve obligado a hacer malabares para no lesionar el mandato que se le ha conferido y, a la vez, cumplir con su deber de impedir que la crisis golpee a los menos favorecidos?
Cuando alguien se precipite a condenar a otros, a certificar gobiernos, a poner etiquetas, a presumir de libre y democrático, pregúntense siempre por qué. Duden siempre de quien proponga una libertad sin frenos, porque donde no exista responsabilidad, la libertad será cuando menos inservible y cuando más, será una ficción en la que unos –las mayorías- actuarán como si fueran libres y otros –las minorías que ejercen el poder- se comportarán como si dejaran a los demás disfrutar de su libertad.
Por último, les regalo un acertijo: había una vez un pueblo amenazado por hombres que ponían bombas donde ese pueblo y sus visitantes iban a curarse, a comer y a bailar. Había hombres que compraban hombres-mercenarios en otro país para que pusieran bombas en el propio y en el que los acogía. Había hombres-presidentes que ampararon a los hombres-terroristas en su cruzada contra el pueblo en el que reventaban las bombas. Había hijos del pueblo que viajaron al país de donde procedían los hombres terroristas, el dinero y las bombas para descubrir sus planes y alertar de los peligros que corrían sus ciudadanos y advertir a su pueblo para que no resultase víctima. Los hombres-policías capturaron a los hijos del pueblo víctima y los hombres-jueces del país de acogida los sancionaron por defender a su pueblo. Los hombres-terroristas siguieron libres, cerca de los jueces, haciendo planes, preparando bombas y fusiles. ¿Saben a nombre de qué actuaron todos? A nombre de la libertad. Saque cada quien sus conclusiones.
Termino, y no solo doy las gracias. He filosofado, pero los cubanos llevamos nuestra libertad, independencia y democracia a galope, porque así se nos ha impuesto. Somos un pueblo mambí, un pueblo guerrillero, una nao en medio de la tempestad, como aquel yate cargado de ochenta y dos libertadores, que se afanaba asmático entre las olas del Caribe, un 2 de diciembre de 1956 para llegar pronto y salvo a la tierra que debía libertar; un arca de la salvación, como la ha pintado en sus cuadros el artista Esteban Machado, un mazorca de maíz con todos sus granos, cascarón que flota, aparentemente a la deriva, en medio de un huracán, con todas sus palmas y frutos y aves y trinos y dolores. Vencedora de mil batallas, su bandera ondea, restallando al viento. En la oscuridad de la noche su estrella solitaria nos guía, como la de Belén orientaba a los peregrinos y la Polar a los marineros errantes. Parecería que ese navegar áspero es nuestro destino. Tampoco nos arrepentimos. Esa brega nos ha salvado, nos ha curtido, nos ha dado un ojo más avizor y nos ha permitido ser más justos. Un grito del vigía se escucha, y la masa responde que nunca lo depondremos, aunque esto se lea en el año 2050: ¡Viva Cuba libre!




[1] Este artículo es una versión revisada, reescrita y actualizada para esta revista por el autor, Embajador de Cuba en El Salvador, de las notas de una conferencia dictada en la Facultad de Economía de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) el 30 de abril de 2010.
[2] Cervantes, M. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Capítulo LVIII.
[3] Martí, J. “Fiestas de la Estatua de la Libertad”, La Nación, Nueva York, octubre 29 de 1886, en OC, T. 11, p. 100. 
[4] Maceo, A. En Carta al patriota cubano José Dolores Poyo, director del periódico independentista El Yara, de Cayo Hueso, dirigida el 13 de junio de 1884 desde San Pedro Sula, Honduras, referenciada por Raúl Rodríguez La O. En Internet: http://www.sld.cu/sitios/infodir/temas.php?idv=15549
[5] Borón, A. , La Internet no es el reino de la libertad, como muchos creen. En Internet: http://www.filosofia.cu/site/noticia.php?id=59&r=/default.php
[6] Ibdem.
[7] Bolívar, S. Carta a Patricio Campbell, Guayaquil, 5 de agosto de 1829.
[8] Castro, F. Discurso del 1 de mayo de 2001 en ocasión del Día Internacional de los Trabajadores. Granma, 2 de mayo de 2001, p.4.
[9] Citado por Rubio, A. Don Quijote, Hamlet y Turgueniev: visiones de la libertad. En Internet: http://arvo.net/el-valor-de-la-libertad/don-quijote-hamlet-y-turgueniev-visiones-de-la-libertad/gmx-niv397-con16215.htm  

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