viernes, noviembre 07, 2014

UNA CONTRIBUCIÓN IMPORTANTE

(Hoy se cumple el 97 aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre y propongo recordarlo con el Prólogo de Fernando Rojas* al libro Crónicas del derrumbe soviético).
Mucho se ha indagado, durante varios años, en las causas del fracaso de la experiencia soviética de construcción socialista. Comparto el criterio de los que sostienen que el origen de la distorsión, crisis y derrumbe de aquel proyecto de emancipación humana debe buscarse en acontecimientos que sucedieron hace 80 o 90 años.
Ahora se nos propone un texto singular, el de un testigo cubano de excepción, que recrea el final de la URSS desde la agudeza del periodista entrenado y nos entrega algo de sus memorias de la época convulsa de la perestroika y la glasnost. Pedro Prada logra captar el instante que revela el desbordamiento de las posibilidades de regeneración socialista del régimen soviético y demostrar, en una suerte de lógica inversa pero implacable, que lo más significativo del mal ya estaba hecho cuando Gorbachov empuñó el timón de la carcomida nave del Partido y el Estado de la otrora gran potencia. Aun así, me identifico con este autor en el criterio de que era posible intentar una renovación dentro del socialismo, que lamentablemente no puede pasar en modo alguno la prueba de la Historia.
Prada afirma, sin dejar dudas: «porque con todas sus mataduras el modelo soviético era original, en la URSS se habrían podido superar los errores sin destruir la organización, la moral y la autoridad del Partido, ni los logros y la historia de la revolución socialista soviética; se habrían vencido las faltas, incluso si se hubiera prestado debida y temprana atención a las cartas de los trabajadores y dirigentes de base que se recibían en febrero de 1990 en las oficinas del Comité Central:
»El Comité Central y el Buró Político son responsables por el proceder ilógico y la tardanza en la dirección de la perestroika […]. El partido no cuenta con una plataforma ideológica integral […] el papel dirigente ya no le pertenece ni al partido ni a los militantes, sino al aparato; y es precisamente este último el que desacredita al partido […]. Nuestra tragedia radica en que al igual que antes, no hay forma de que podamos renunciar al poder unipersonal en el Estado y el partido […]».
Con evidente intención, Prada enfatiza en la diferencia entre los procesos de construcción socialista en Cuba y en la URSS, si bien no es este uno de los temas centrales de su trabajo. La penetración de lo esencial de estas diferencias sigue siendo una asignatura pendiente para los estudiosos cubanos. Ello, sin embargo, no es un obstáculo para que Prada acierte notablemente en la descripción de la actitud de sus compatriotas ante la perestroika y la glasnost:
Van a hacer veinte años que La Habana, que todo lo observa desde la atalaya de sus hijos más preclaros, hasta desde el corazón del más humilde, miró con perplejidad y dolor cómo se derrumbaba un mundo que creía avanzada de sus propios sueños. En el estruendoso desplome descubría las grietas, las falsas columnas, los blandos cimientos y la cerrazón de ventanas que no tenía o que podían surgirle a su propio edificio, al que habría que reparar a tiempo, o que nunca podría tener. Estaba alertada por su gigante que aquello pasaría, pero aún así ofreció el beneficio de la duda.
Prada se detiene en los temas de rigor de la extensión y corrupción de la burocracia y de la apatía y desideologización de la ciudadanía, claramente identificados como causas de larga data del derrumbe soviético. Con agudeza escudriña el aspecto cultural del problema, advirtiendo cuán indefensa estuvo la población de la URSS ante el contraste con Occidente, en términos de la calidad de vida real, pero sobre todo, en la visión que de esa vida se ofrecía por los medios de comunicación, que los aparatos culturales soviéticos no podían contrarrestar. Más allá de la burocratización y la ineficacia del sistema de influencias ideológicas y culturales, el fondo de la cuestión radica en la inexistencia, para el momento de la perestroika, de una vida espiritual y una producción cultural auténticamente socialistas, renovadas, capaces de superar al capitalismo.
Al abordar estos asuntos y acompañarlos de una abundante información fáctica, Prada se nos revela como un certero testigo del desmadre y parece lanzarnos la advertencia de que no nos pase lo mismo.
El autor ofrece un enfoque riguroso del papel de Occidente y en general de los aspectos geopolíticos en el proceso de la perestroika y en la desintegración de la URSS, que aunque trata sobre cuestiones ya conocidas, incluye informes reveladores, entre ellos una exquisita referencia al papel de Margaret Thatcher, que se remonta incluso a la entronización de Mijail Gorbachov como líder del PCUS. El agotamiento y descalabro de esa y otras organizaciones políticas es uno de los pasajes más logrados del libro. Un acierto importante es lo bien calibrado que ha sido el papel de Gorbachov. Se verifica, sin dudas, que fue influido desde Occidente. No puede probarse más. Abrió muchos frentes e hizo muchas concesiones.
Otro pasaje de una suerte de mirada a la perspectiva geopolítica de la política de URSS en tiempos de Gorbachov es la apreciación sobre la actitud ante el llamado tercer mundo: Prada aprecia justamente la perspectiva imperialista de esa actitud. Apenas añado que lo que hizo el gobierno soviético no fue más que quitarse la careta. La visión imperialista de las relaciones de la URSS con los países en vías de desarrollo y los movimientos de liberación nacional es muy anterior a la perestroika.
Con valentía intelectual, el autor fija una posición fundamental sobre el golpe de estado de agosto de 1991: «Sin embargo, lo trágico de 1991 fue que en aquel momento ni siquiera hubo una evaluación de las nuevas circunstancias políticas nacionales e internacionales, por lo cual, implicar a lo que quedaba vivo de la institución armada en aquella fallida intentona fue una última irresponsabilidad de marca mayor».
Y en este aserto está contenida la principal virtud del libro: el análisis del papel de las fuerzas armadas en tiempos del derrumbe de la URSS. Cito:
[…] durante la década del sesenta y en los años posteriores, en varias ocasiones, durante el cumplimiento de importantes misiones en el exterior, se puso de manifiesto que el modo de organizar y hacer el combate ya no podía ser por medio de las grandes operaciones ofensivas y profundas, las cuales respondían a circunstancias históricas y teatros militares distintos. La falta de elaboración de una teoría y de preparación de las tropas para acciones regulares e irregulares trajo consecuencias desastrosas con la consiguiente pérdida de numerosos efectivos y recursos. Fue por eso una época de claras advertencias sobre cierto enclaustramiento de las ideas y del arte de la guerra.
Prada aporta datos, referencias e informes abundantes y valiosos sobre las organizaciones del Partido en las fuerzas armadas. Se trata de cuestiones importantes poco conocidas, muy útiles para conocer cómo se destruyó la influencia del PCUS desde dentro, aun en el ejército. Como ya se ha dicho, se aprecia la incidencia de las fuerzas armadas en el golpe de agosto de 1991. El golpe mismo es objeto de un análisis revelador. La demostración del debilitamiento de la potencia militar soviética contribuye a una mejor comprensión de las causas y las expresiones de la caída de aquella experiencia de construcción socialista.
Junto al análisis y los argumentos acerca del fracaso del proceso que comenzó como renovación y terminó en descalabro, Pedro Prada concluye con comentarios y valoraciones acerca de la desintegración de la URSS como estado multinacional.
Pero más que todo eso, el factor decisivo del desgajamiento de la Unión, sobre todo en su etapa final, fueron la prepotencia y el autoritarismo rusos que tanto advirtió Lenin y que Stalin desestimó. Las irresponsables afirmaciones del presidente Borís Yeltsin, de disponerse a revisar las fronteras del país aún antes de los sucesos de agosto de 1991, desencadenaron una ola de declaraciones de soberanía e independencia en todo el país, incluso dentro del propio territorio de Rusia […].
En resumen, el lector cuenta ahora con un libro útil, con información novedosa e intenciones abarcadoras, escrito desde la experiencia concreta del autor. Aparecen en él datos poco conocidos o insuficientemente recordados y se nos ofrece la oportunidad de afianzar nuestro conocimiento del tema. Para los cubanos y cubanas de varias generaciones, que vivimos con intensidad la experiencia de la alianza con la URSS, este libro será una novedad apreciable. Mientras leamos, el peso de la memoria y la esperanza que nos queda pueden concentrarse en estas logradas líneas de Pedro Prada: «La historia dirá la última palabra sobre aquel triste final de un siglo —su siglo— que los soviéticos llenaron de gloria y esperanzas».


* (Intelectual y político cubano, actual Viceministro de Cultura de Cuba)

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