
Es un gesto alegre, de fe en la virtud y el mejoramiento humano, que concita entusiasmo y anuncia el deseo de un tiempo nuevo. Aquí además, es natural, pues nuestra revolución siempre se ha enorgullecido que, no obstante el enfrentamiento que dominó las relaciones entre nuestros países durante más de 55 años, nuestra gente siempre haya respetado los símbolos nacionales estadounidenses y nunca se hayan permitido ofensas contra estos. Pero la industria de la propaganda, que pocas veces se fija en los detalles cuando de vender se trata, nos ha inundado con banderas cubanas que nos resultan ajenas, pues no poseen los colores legítimos de la de la Estrella Solitaria. ¿Alguien se imagina a la bandera estadounidense con un cuartel azul turquí lleno de estrellas y franjas de rojo encarnado? ¿Por qué admitir entonces que la nuestra tenga el triángulo escarlata y las franjas azul navy? Cualquiera dirá que no es artista para diferenciar colores, pero bien que sabe escogerlos al vestir, maquillarse, pintar su casa o identificar flores. Parece algo tan superficial. Así pasa con las esencias, que a veces son invisibles a los ojos, aunque se trate de la enseña Patria que todos los días reverenciamos.
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