La declaración oficial estadounidense sobre las conversaciones con Cuba utiliza
la palabra “presión” para referirse a los temas de derechos humanos. La parte
cubana había propuesto antes a sus interlocutores hablar del tema sin
cortapisas, con respeto e igualdad. La parte estadounidense quiere enfatizar en
una parte de los 30 artículos de la Declaración Universal y su interpretación abstracta,
estrecha, fragmentada y politizada de determinadas libertades civiles.
La parte
cubana insiste en su visión universal, concreta, interdependiente y
despolitizada de todas las libertades y ofrece
conversar con igualdad y respeto sobre todos los derechos, sin excepción, aquí
y allá, convencida de que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben
comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Uno aboga por el libre
albedrío ilimitado de las personas, sin importar que se aplasten las unas a las
otras, mientras no interfiera en la libertad desenfrenada del mercado. El otro
defiende la libertad con responsabilidad: más libres y más respetados mientras
más se respeta la opción y el derecho del otro a ejercerla la suya. En nombre
de los derechos humanos, uno financia y construye disensos artificiales que
enfrentan y enconan; otro comparte lo poco que tiene de forma solidaria y
cosecha gratitudes. Ambos hablamos de principios y valores, según cada quien
los entiende y practica, pero el grande habla de poner de rodillas al pequeño y
el pequeño aprendió a hablar de pie y a no bajar la cabeza.
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