El anunciado discurso de Donald Trump sobre Cuba, ocurrido hoy en Miami, sorprendió: fue una genuina pieza de oratoria dicha en nombre de los criminales batistianos derrotados por el pueblo y una expresión del más puro anexionismo de Cuba a Estados Unidos.
Trump, dijo, “cancelo el Acuerdo de Obama con Cuba”. ¿Hubo acuerdo? En
realidad, canceló la muy criticada por nosotros directiva presidencial de
octubre de 2016, por la que Obama legaba su iniciativa de cambio político (y de
estrategia de ataque) hacia Cuba sin renunciar a sepultar a la Revolución.
En realidad, Cuba siempre tuvo claro de qué se trataban aquellos y estos anuncios. Trump debió ser advertido que Cuba no negocia principios, no negocia soberanía ni autodeterminación, no entrega independencia a cambio de perdones por ser como es. Conversó con Obama, sí, para hallar cauces al prolongado conflicto entre los dos países, pero no hizo de ello un quid pro quo. ¡Y no se ocultó nunca de decirlo!
En realidad, Cuba siempre tuvo claro de qué se trataban aquellos y estos anuncios. Trump debió ser advertido que Cuba no negocia principios, no negocia soberanía ni autodeterminación, no entrega independencia a cambio de perdones por ser como es. Conversó con Obama, sí, para hallar cauces al prolongado conflicto entre los dos países, pero no hizo de ello un quid pro quo. ¡Y no se ocultó nunca de decirlo!
En puridad, la agenda ¿negociadora? que Trump ha ofrecido es la misma
que otros once presidentes estadounidenses, sin faltar a la consabida promesa
de que "Una Cuba libre es lo que lograremos pronto". Cuba, la
agredida, la bloqueada, la ocupada, la víctima del terrorismo, no espera de
Estados Unidos más que la renuncia a seguirla agrediendo, a que levante el
bloqueo, a que devuelva Guantánamo y castigue a los terroristas protegidos en
la Florida. A cambio solo puede ofrecer el mismo respeto que reclama para sí.
Alguien evocó los discursos de la guerra fría: este es peor; es de mucho antes. Este es el discurso del golpe de Estado de 1952. Son los Díaz-Balart volviendo por los fueros en nombre de su padre, que dirigió el aparato represivo del régimen batistiano y se enriqueció con negocios fraudulentos. Es el hijo de uno de los criminales jefes de la Policía de Santiago de Cuba, tocando en un violín los acordes de The Star Spangled Banner en vez de los de La Bayamesa, por sobre la memoria de los cadáveres de las decenas de muchachos santiagueros cuya vida truncó –Frank País entre ellos-, o cuyas torturas dirigió –y viven aún para recordarlo.
Es el discurso que rescata aquellas casi olvidadas apelaciones originarias de Franklin, Hamilton y Adams de completar a la Unión con la anexión de Cuba; es el afán mesiánico de imponer a los otros su visión del mundo y de la vida, y vendérnosla con empaques libertarios y acordes circenses; es la ceguera obtusa de creer que el pueblo de Cuba son los delirantes y esperpénticos fanáticos de Miami Dade; es la necesidad de pagar favores a un público de terroristas protegidos, de viejos mercenarios derrotados y de nuevos mercenarios disfrazados de disidentes. Vimos claros sus rostros eufóricos, buscando la firmita de suvenir. Con esos harán su otro 18 y buscarán que los cubanos decidan a su favor en próximas elecciones.
Habrá que ver cómo reacciona la sociedad estadunidense, la clase política, los empresarios y los cubanoamericanos que trataron de persuadir al mandatario y acaban de sufrir un desplante. Habrá que esperar por la traducción en hechos prácticos de un anuncio que a todas luces viene vacío, pero que por el ruido que le rodea, causará muchos más daños. El hombre de la mota color zanahoria no impresiona. Los jóvenes indignados que me rodeaban frente al televisor donde Trump declamaba su diatriba, espontáneamente, se pudieron a cantar: “Al combate corred bayameses…”
Alguien evocó los discursos de la guerra fría: este es peor; es de mucho antes. Este es el discurso del golpe de Estado de 1952. Son los Díaz-Balart volviendo por los fueros en nombre de su padre, que dirigió el aparato represivo del régimen batistiano y se enriqueció con negocios fraudulentos. Es el hijo de uno de los criminales jefes de la Policía de Santiago de Cuba, tocando en un violín los acordes de The Star Spangled Banner en vez de los de La Bayamesa, por sobre la memoria de los cadáveres de las decenas de muchachos santiagueros cuya vida truncó –Frank País entre ellos-, o cuyas torturas dirigió –y viven aún para recordarlo.
Es el discurso que rescata aquellas casi olvidadas apelaciones originarias de Franklin, Hamilton y Adams de completar a la Unión con la anexión de Cuba; es el afán mesiánico de imponer a los otros su visión del mundo y de la vida, y vendérnosla con empaques libertarios y acordes circenses; es la ceguera obtusa de creer que el pueblo de Cuba son los delirantes y esperpénticos fanáticos de Miami Dade; es la necesidad de pagar favores a un público de terroristas protegidos, de viejos mercenarios derrotados y de nuevos mercenarios disfrazados de disidentes. Vimos claros sus rostros eufóricos, buscando la firmita de suvenir. Con esos harán su otro 18 y buscarán que los cubanos decidan a su favor en próximas elecciones.
Habrá que ver cómo reacciona la sociedad estadunidense, la clase política, los empresarios y los cubanoamericanos que trataron de persuadir al mandatario y acaban de sufrir un desplante. Habrá que esperar por la traducción en hechos prácticos de un anuncio que a todas luces viene vacío, pero que por el ruido que le rodea, causará muchos más daños. El hombre de la mota color zanahoria no impresiona. Los jóvenes indignados que me rodeaban frente al televisor donde Trump declamaba su diatriba, espontáneamente, se pudieron a cantar: “Al combate corred bayameses…”
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