Por
eso nuestro Parlamento reúne a una representación de los cubanos más
ejemplares, dignos y comprometidos con la obra que fundaron Martí y Fidel, y
con la transformación revolucionaria de nuestra sociedad, por lo cual les dimos
nuestro voto y confianza.
La
elección de la Asamblea Nacional reflejó
la virtud revolucionaria de Cuba
de creer en sus jóvenes y en sus mujeres, que componen la masa de legisladores
en más de un 25 y 52 por ciento, respectivamente. En ella están los negros y
mestizos en la misma valía que los blancos y en similares proporciones a las
del censo poblacional.
Una
vez más se demuestra que en Cuba, democracia y Poder Popular son la misma cosa.
Que el gobierno es del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Que su único
compromiso es el de engrandecer, continuar y defender la revolución de los
humildes, con los humildes y para los humildes.
Es
imposible hacerlo sin recordar en esta jornada a nuestro líder histórico, ese
que nos enseñó que mientras más grande es el deber, es más inmensa la
responsabilidad de no defraudar al pueblo. Fidel, como Martí, se entregó por
completo al servicio de la Patria y su fidelidad a las ideas y al pueblo e
intachable moral, valor y dignidad nos inspiran.
Los
nuevos diputados tienen la obligación de legislar, controlar la labor del
gobierno, representar los intereses y derechos de los ciudadanos y también,
recordarnos y exigirnos nuestros deberes con la sociedad. Un mandato martiano los
cobija y obliga: "la Patria es ara y no pedestal. Se le sirve y no se le
utiliza". Nosotros, los electores, velaremos porque así sea
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