domingo, diciembre 13, 2020

EL ARTE, LOS ARTISTAS Y LA REVOLUCIÓN

El presbítero Félix Varela, que empeñó su vida al servicio de Dios en hacer pensar como pueblo a los cubanos y lograr autonomía para la Isla, fue forzado a abandonarla por la Corona y el Clero, para entonces la misma cosa. Pudo ser santo por haber hecho el milagro de crear nuestra identidad, pero en los reinos divinos, para el pensamiento herético las cosas van despacio.

José María Heredia, el poeta del Himno del Desterrado y la Oda al Niágara, se vio forzado a salir de Cuba por sus ideas políticas, y Juan Clemente Zenea corrió peor destino, fusilado por el gobierno colonial en el foso de los laureles de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña. Ese también fue la suerte de Pedro Perucho Figueredo, músico y poeta, al que debemos La Bayamesa, hoy Himno Nacional.

Armando García Menocal nació en los albores de la primera contienda independentista y alcanzó a arriesgar su vida peleando por la independencia de Cuba en la tercera y definitiva contienda contra España, cuando ya era un pintor consagrado en Cuba y Europa, e impartía clases en San Alejandro.

Del inmenso José Martí, ya se sabe: hizo de su vida un apostolado de servicio a la Patria, sufrió presidio, deportaciones, hambre, necesidades, traiciones, atentados. No pedía a otros más que el sacrificio propio, ni clamó de ajenos que liberaran a Cuba. Nunca dejó de producir ideas, valores y versos. No ofendía ni a sus enemigos, pero tampoco les permitió ofensas. Nació en el humilde y revuelto barrio de San Isidro.

Entre uno y otro siglo, el habanero teatro Alhambra hizo del bufo, el sainete y la zarzuela un templo recordado hasta el siglo XXI. Allí muchos adquirieron noción de lo cubano y de cómo apuntarle de verdad a un gobierno dictatorial y a otro sumiso.

Julio Antonio Mella no fue artista, pero como periodista agudo en el manejo de la palabra y la oratoria es difícil competir con él. Por ejercer la libertad de palabra, de expresión y de reunión fue perseguido. Por denunciar a sus perseguidores acusado políticamente. Hizo huelga de hambre –la única y verdadera que ha existido en Cuba- y, a pesar de las críticas de sus compañeros comunistas, estuvo a punto de morir para demostrar la limpieza y el honor de su nombre. Tuvo que exiliarse en México y allá fueron a asesinarlo esbirros del tirano Machado.

Rubén Martínez Villena, el poeta obrero y comunista capaz de escribir los más bellos versos de amor, calificó a aquel tirano como Azno con garras, al punto de que hoy, en los libros de historia, el epíteto emula al nombre y al rostro, destruido a mandarriazos en los bronces labrados de las magníficas puertas de bronce del Capitolio habanero.

La vanguardia artística en la pintura cubana nació como un alto de rebeldía frente a los dogmas de la academia y las tragedias de la sociedad. Los colores, el movimiento, las texturas de las obras no solo rompieron los moldes de las formas, sino el contenido. Otra Cuba de pobres, famélicos y perseguidos protagonizó las obras de Víctor Manuel, Carlos Enríquez, Fidelio Ponce, Marcelo Pogolotti, Amelia Pélaez, René Portocarrero, Wifredo Lam.

En esa época Ernesto Lecuona triunfaba por el mundo con su música extraordinaria en giras interminables por el mundo. Tenía todo el éxito que un gran músico puede desear, pero volvió a Cuba a tocar en enero de 1959 y cuando salió en su primera gira postrevolucionaria, lo azares y las enfermedades lo fueron alejando hasta morir, pero sin renegar de su Cuba.

Cuando nadie hacía cine en Cuba un grupo de locos liderados por Alfredo Guevara, Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea arrastraron a otros jóvenes en la aventura. Algunas obras e ideas, por su audacia, fueron incomprendidas en su tiempo y usadas por el adversario, pero ninguno renegó de Cuba y su escuela, y su obra los absolvió, como ocurrió con José Massip  y Luis Felipe Bernaza.

Todos los grandes soneros cubanos dejaron sus notas, voz y huesos en esta tierra caliente. Pero la vida de Celia fue otro carnaval. Pudo tener su puesto en el olimpo de la calle Heredia de Santiago de Cuba, pero se fue a los pantanos de la Florida donde la enredaron en la industria anticubana. Hizo daño, pero dejó de cantarle a Cuba y, al margen de las ideas políticas: ella y su obra figuran en la antología de la mejor música cubana de todos los tiempos.

José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Dulce María Loynaz legaron todos una obra monumental, compleja en lo estético y en lo político. Nunca hicieron concesiones, ni cuando alguien los pudo acusar de elitistas. Ejercieron su libertad creativa con pleno albedrío, y polemizaron hasta el fin con otro inconforme: Nicolás Guillén.

Algunos pensaron que dándoles el Premio Cervantes a algunos de ellos, los harían renegar de su vida en la ceremonia, lo que habría sido un deleite para atacar a la isla insumisa. Allá fueron y de allá volvieron como orgullosos hijos de Cuba, sin oportunistas y sucios ardides para realzar su notoriedad inmensa.

Reynaldo Arenas escribió versos y triunfó antes de convertirse, víctima del ostracismo homofóbico de una sociedad que en veinte años no pudo transformar la cultura machista heredada por casi cinco siglos que algunos asociaron con las ideas de la Revolución. Se enredó en delitos y terminó yéndose en penosas circunstancias. Murió de sida, solo y pobre, en Nueva York. Sus versos, libros y su nombre de autor permanecen en Cuba, a pesar de todo.

Otros músicos, poetas, actores y dramaturgos, también señalados por sus preferencias sexuales, sobrevivieron a aquel tiempo breve e injusto, entendieron que el extremismo de aquel tiempo no comulgaba con las verdaderas ideas de la Revolución y disfrutaron el reencuentro con su obra, que siguieron creando sin cortapisas.

Ninguno de los nombrados utilizó su arte para salvarse de las consecuencias de defender sus ideas. No reclamaron ser perseguidos políticos para ser reconocidos como artistas. Su arte era verdadero o valía lo suficiente, y su aporte a la cultura nacional era obvio y no necesitaban exhibirlo como resguardo de poder alguno.

La cuestión no está en que las instituciones públicas de un país se nieguen a legitimar un arte que no lo es, ni en la transgresión del arte verdadero. Tampoco en el que escala y abjura, o en el que simula para escalar. La cuestión está en pretender hacer lucha política y transgredir las normas de convivencia mediante el delito o la ofensa, arguyendo una condición que no se ostenta o sirviendo a un postor que, cuando obtenga de ellos el servicio de apatridia y terror que les demanda con migajas, los desechará y nadie los recordará.

En Cuba el pueblo enamorado de la libertad llegó al poder machete en mano y cantando, en alto la bandera que cosieron sus mujeres y tiñeron de sangre sus hijos. No dependió de padrinos poderosos. Y lo inspiraron artistas verdaderos.

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