La Cigarra, María Elena Walsh
La transmedia sindicalizada devuelve por estos días un artículo sobre Cuba de un catedrático chileno formado en Europa y Estados Unidos, dedicado a la docencia e investigación en Ciencia Política, Seguridad Internacional, Historia de las Relaciones Internacionales, y que ha asumido con delectación el pensamiento políticamente correcto de la época opinando de lo que no conoce, pero que suena ilustrado y convincente al oído profano, y puede ser financieramente redituable.
Iván Witker, mezcla
de nombre eslavo, apellido inglés y cuna sudamericana (quien sabe si hasta
mapuche), se desembarca a contar, teorizar y profetizar sobre la cultura en el
socialismo cubano y como la “liberación” a su acceso, supuestamente garantizada
por Internet, pone a la revolución cubana ante su hora final, gracias a
personas “cool y sexy”, que se sirvieron de ella para su activismo.
Los argumentos son
tórridamente pobres y archiutilizados, y los calificativos compiten con el más
marginal de los reggaetones. Para los verdaderos conocedores, este discurso
bien descrito por Focault fue construido hace años en instituciones del país
que Witker con deleite acredita como su Alma Máter y a cuyos adláteres y
discípulos cita en referencia a Cuba: la “revolución gloriosa de los 60”, “traicionada
en los 70”, “agónica desde los 90” y de cara a su “estocada final”.
¿Final? Eso de
estarse muriendo a cada poco y seguir vivos es una peculiaridad muy particular
de la revolución cubana y un axioma de su existencia. La producción ¿literaria?
y ¿científica? al respecto es amplia. Sus autores envejecen y mueren sin lograr
que sus teorías se cumplan. Todos adolecen de los mismos defectos
epistemológicos que exhibe Iván Witker:
Tratan de explicar
con reflexiones simples y maniqueas una realidad compleja, desde perspectivas
históricas y culturales diferentes, desconociendo o evadiendo la historia, la
sociedad y la cultura cubanas. Imaginar que Walesa, Havel, Wojtyla et al
indiquen la ruta de la Isla, es cuando menos, temerario. Ni Juan Pablo II se atrevió
a tanto, y ese sí sabía y no repetía manuales acerca
de deseos y realidades.
Lo que pasa con estos
opinadores es que no lo hacen desde la honestidad científica, sino desde la más
comprometida militancia política (que nadie diga a estas alturas del siglo XXI
que es apolítico o desideologizado, o que las ciencias sociales lo son -¡ni las
religiones!). Y no esconden la “hegemonía cultural totalitaria” que insisten en
imponerle al mundo, ni el afán en alinear el pensamiento humano en una ruta
única, que no contradiga al sistema destinado para dominar al mundo por gracia
divina.
Pero incluso, desde
la militancia, carecen también de valentía política para reconocer la
existencia de factores externos de enorme peso que inciden en la realidad
cubana y que no son ideológicos, sino geopolíticos: la aspiración frustrada de
Estados Unidos, expresada desde fines del siglo XVIII, de ejercer control sobre
la isla de Cuba. En ese sentido, parece que en sus viajes internacionales no
hacen escala en España para estudiar a Ortega y Gasset y su famosa diatriba
“soy yo y mis circunstancias”, de inspiración hegeliana.
Magnifican eventos
aislados, sin conexión interna, solo existentes en la canalla mediática y
presentados como posverdades inamovibles. A veces reproducen líneas de mensaje
que distribuyen los agregados diplomáticos de las embajadas de Estados Unidos,
o las ONGs que, como Freedom House, blanquean el trabajo negro de las agencias
federales. Y, al hacer afirmaciones, revelan su ignorancia supina acerca de
quiénes integran lo más granado de la intelectualidad y la cultura cubanas,
dentro y fuera de Cuba. Peor aún, habituados a un mundo cultural de élites,
pierden la medida de lo que es realmente “grueso” en un país de cultura y
talento de masas, y como suele ocurrir, creen que un arbusto, y a veces su
espejismo, es el bosque.
Como no alcanzan el
resultado esperado, están prestos a victimizar a aquellos supuestos bardos y
mártires cubanos como deudos de la represión más sofisticada y brutal. Para el
caso, y a propósito, parece hasta una burla que un académico chileno de
derechas y clara filiación neoliberal, que ha opinado indulgente sobre el
pinochetismo, dé lecciones de represión en Cuba. Mas nada de eso importa si,
además, alguien paga por lo escrito (¡y bien que les pagan!).
Lo peor de todo es
que a veces tratan de utilizar a los teóricos del socialismo y de la revolución
para justificarse. Si lo han hecho con José Martí, al que citan en frases
quirúrgicamente cortadas y despojan de su lucidez, ética y militancia para reducirlo
a un inofensivo poeta y patriota, qué esperar del abuso al que someten a
Antonio Gramsci, que nos dotó de las armas teóricas para enfrentarlos y
sacarlos del juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario